HISTORIA
CANARIAS
Incursiones de Berbería



Incursiones de la piratería morisca en Canarias:
Se da una gran actividad de la piratería morisca durante la segunda mitad del siglo XVI,que asolaron prácticamente a la isla de Lanzarote y ocasionaron grandes daños en las demás. A lo largo del siglo siguiente la amenaza se instaló con carácter permanente. Los piratas moriscos entraban casi todos los años en aguas canarias, detenían a los pescadores, atacaban los navíos, ejecutaban rápidos desembarcos e incursiones en las islas. Los cautivos canarios en Africa llegaron a ser numerosos. Como las condiciones de vida no eran muy diferentes, y las perspectivas de libertad eran pocas, muchos se quedaron, y algunos renegaron de su fe. El vecindario de Santa Cruz fue uno de los que mayor tributo de sangre pagó a Africa musulmana. La piratería turcoberberisca no demostró al principio ningún interés por las islas. Había empezado en el Mediterráneo con el siglo XV; había tenido en aguas españolas épocas de intensa actividad, por ejemplo en 1528-1534 o en 1549-1550, con lo cual había obligado al gobierno y a las ciudades a una rápida organización de las defensas en las costas de Andalucía y Levante; pero durante esta época no se había dejado ver en Canarias. Sin embargo las frecuentes incursiones de los canarios en las costas de Africa, con las armadas o los navíos aislados que surgían de repente para cargar esclavos capturados rápidamente dentro de la población, fueron causa de que "estas numerosas naciones se vieron como precisadas a ser también agresoras".

El corsario morisco Calafat:
La primera expedición morisca, que tiene evidente carácter de represalia, fue la del corsario Calafat: con sus diez galeras descargó sobre la isla de Lanzarote el 22 de septiembre de 1569, asoló la isla durante un mes, y volvió con más de 200 esclavos hechos entre los habitantes de los lugares. La importancia del ataque, el mayor que hasta entonces habían sufrido las islas, unido al efecto de la sorpresa, sacudió a los isleños y fue el origen de una penosa, pero lenta, toma de conciencia. En el momento en que se tuvo noticia del desembarco de los moros, los dos cabildos de Gran Canaria y de Tenerife mandaron socorros, que contribuyeron a precipitar la salida de Calafat. Sin embargo, las incursiones volvieron a producirse en los años siguientes. El primer desastre había sido de tal envergadura, que en adelante se acecharían con verdadera ansiedad las noticias de la costa africana: incluso parece que en determinadas circunstancias el temor va más allá de la realidad, que ya de sí era bastante temible. En 1570, el gobernador Gante del Campo ordena que se haga cabildo de guerra cada miércoles, porque se sabe que se están aprestando navíos berberiscos; pero aquel año no aparecieron en las aguas canarias.

Volvieron en septiembre de 1571, con siete galeras conducidas por el pirata Dogalí, apodado el Turquillo; volvieron a ocupar Lanzarote durante tres semanas y se llevaron otra vez un centenar de esclavos, entre los pocos habitantes que quedaban en la isla. El cabildo de Tenerife había tenido aviso de las dos expediciones, con suficiente antelación. En ambos casos, se habían tomado las medidas que se estilaban en caso de rebato: la más significativa de estas disposiciones, fue rogar oficialmente al cuarto Adelantado, don Alonso Luis Fernández de Lugo, para que suspendiese la expedición de rescate que tenía preparada para Berbería. La armada esperó, efectivamente, hasta el verano siguiente. Fue la última expedición autorizada, ya que el mismo año de 1572 se prohibieron las entradas en Berbería, por orden del rey. La ofensiva canaria se había transformado definitivamente en defensiva. Hubo varias alarmas más, por haberse recibido aviso de preparativos berberiscos, en 1572, 1573 y 1579. Hubo también más invasiones, todavía más feroces y más asoladoras que las anteriores, y que acabaron prácticamente con la economía, si no con la población de las dos islas orientales, la de Lanzarote en 1586 y 1618, la de Fuerteventura en 1594. En todas estas expediciones, nunca llegaron los moros hasta Tenerife, sin duda por los peligros que representaba para los atacantes la navegación interior. En cambio llegaron a La Palma, en 1618; pero se retiraron sin atreverse a intentar un desembarco, porque sabían que la isla estaba bien guardada. Desde el punto de vista tinerfeño y santacrucero, estas incursiones se traducían en peligros y temores y, con motivo de los correspondientes rebatos, en un aumento sensible de las actividades relacionadas con el armamento y las fortificaciones. Andando el tiempo el atrevimiento de los piratas moriscos y argelinos iría creciendo. En la primera mitad del siglo XVII, la presión no había cedido; por el contrario, es frecuente la presencia de navíos enemigos en las aguas de Santa Cruz. En 1634, dos navíos de piratas moros llegan a la vista del puerto. Por orden del capitán general, salió a su encuentro el capitán Juan de Ayala, con una pequeña armada improvisada a base de navíos escogidos entre los que esperaban en el puerto: abordó la almiranta de los moros, que le ocasionó algunos desperfectos, pero pudo obligarles a abandonar su acecho. En 1641 hubo otro corsario, todavía más atrevido, que entró calladamente en el puerto y robó una barca de pesca. Dos años más tarde, otros moros capturaron a la mujer y a la hija de Juan Abarca, vecino de San Andrés, mientras venían tranquilamente de este lugar a Santa Cruz. Otros cautivos habían sido apresados en 1647 "junto al puerto de Santa Cruz", sin que sepamos exactamente en qué circunstancias. En la segunda mitad del siglo XVII aun no han cesado los ataques y las incursiones, que proceden ahora exclusivamente de los piratas argelinos. El 26 de noviembre de 1656, un navío que había salido de Santa Cruz con 96 personas a bordo, había sido apresado por los "turcos" a la vista del puerto. El capitán general Alonso Dávila y Guzmán tocó a rebato, y buscó él mismo en Santa Cruz a los oficiales y gente de guerra, yendo a casa de algunos de ellos, para organizar rápidamente una expedición de rescate; pero sólo logró reunir cinco personas; así, no se pudo hacer nada y los piratas llevaron a sus cautivos a Argel. El 16 de agosto de 1672 hubo una especie de batalla en la misma costa de Tenerife, no muy lejos del puerto, con ciertos piratas argelinos. En 1676, dos bajeles de Argel vinieron a situarse frente a la entrada del puerto, de tal manera que no se podía entrar ni salir sin caer en sus manos: situación tanto o más penosa para los habitantes, que era aquella una época de grandes escaseces y se estaba esperando la llegada del trigo de fuera. Además los piratas burlaban de este modo la vigilancia de los castillos, porque acechaban fuera del alcance de sus cañones y, por otra parte, sabían que la isla era demasiado pobre para ofrecerse los servicios de un guardacostas. Se había vuelto a los tiempos del siglo anterior, en que era preciso mandar desde la ciudad las tropas de protección: una compañía de cien hombres baja al puerto todos los días "por allarse despoblado y todo lo más de la vecindad en Argel". En realidad se había vuelto todavía más lejos en el tiempo, a la época anterior a la conquista, en que la mejor mercancía que podían ofrecer las islas eran los esclavos.(Cioranescu)


Apresamientos y rescates:
Las cabalgadas serían prohibidas por Felipe II en 1572, aunque posteriormente serían autorizadas unas pocas en zonas muy concretas que no controlara el soberano marroquí y que cesarían definitivamente a finales de este siglo. Aunque generalmente se ha explicado que esta prohibición tenía como motivo aplacar al Jerife, que había comenzado a atacar las Islas en 1569, la realidad es otra. El motivo fundamental de esta medida formaba parte de la 'real politik' de Felipe II en estos años, consistente en apoyar a Marruecos, enfrentado al avance turco en el Magreb, mucho más peligroso para los intereses españoles. Los moriscos isleños no serían incluidos en la expulsión de sus correligionarios peninsulares de 1609, porque por su origen y cultura estaban más integrados que los anteriores. Pocos años después, conseguirían una real cédula que prohibirá denominarlos moriscos y que además, y sobre todo, les posibilitará acceder a los cargos públicos antes vedados. De manera que los canarios tenemos nuestras gotas de sangre morisca, y hay que recordar que, según el censo de moriscos encargado por la Corona a la Inquisición de 1595, la mitad de la población de Lanzarote, un tercio de la de Fuerteventura, un 5% de la de Telde, el 15,5% de la de Agaete, un 7,2% de la de Adeje en Tenerife, y un 9% de la de Los Llanos en La Palma, tenían este origen. Lo que no está mal tener en cuenta en los tiempos que corren.

Es cierto, también, que coexistiendo con las cabalgadas, se realizaban los rescates, expediciones encaminadas a canjear a los cautivos, pero que también tenían como objetivo intercambiar productos canarios por los africanos. No obstante, las relaciones canario-africanas se caracterizaron sobre todo por la violencia. Máxime, cuando en 1569 las cañas se vuelven lanzas, y el corsario Calafat de Salé conquiste Lanzarote. Desde esta fecha hasta 1618, esta isla será ocupada por los corsarios marroquíes y argelinos en cuatro ocasiones, Fuerteventura en 1593 y San Sebastián de La Gomera en 1618. Pero, además, hasta 1749, año en que se produjo la última invasión argelina en Femés, miles de isleños serían esclavizados en incursiones en las Islas y sobre todo en el mar. Entre 1587 y 1768, 805 canarios serían liberados por las órdenes redentoras: la Merced y la Trinidad. La cifra sin embargo es equívoca, pues los cautivos fueron muchos más. Tan sólo en las invasiones mencionadas fueron apresados cerca de 2.000 isleños, y en tierra y, sobre todo, en el mar, miles más. Algunos conseguirían rescatarse por sus propios medios, pero otros muchos morirían en Argel o Salé. Unos en su cultura cristiana, pero otros se convertirían al Islam: los renegados. No fueron pocos los canarios que se inclinaron por esta opción. En definitiva, durante siglos, ambos mundos vivieron enfrentados con la excusa ideológica de la cruzada contra el infiel y de la Yihad, aunque en realidad la causa real de este enfrentamiento radicaba en la cudisia de coger cautivos, como explicaba un corsario apresado en Arinaga. (Luis A.Anaya)

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