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Irán s.XXI



Irán: Siglo XXI:
Mahmud Ahmadineyad (2005):
Siempre vinculado a los sectores ultraconservadores, y tras una tentativa fallida de ganar un puesto de edil de Teherán en las elecciones locales de 1999, en 2003 fue nombrado alcalde de esa ciudad por la Alianza de los Constructores del Irán Islámico, el partido vencedor en los comicios. Desde su puesto ejerció una política antirreformista y con un marcado cariz de fundamentalismo populista que, junto con una vida de austeridad espartana, le grangeó el apoyo de los sectores más pobres de la población y le animó a presentarse como candidato a las elecciones presidenciales de junio de 2005. Logró imponerse en la segunda vuelta al centrista Hashami Rafstanjani, al obtener el 61,7% de los votos con un programa político basado en la creación de empleo, la lucha contra la corrupción y el saneamiento de la economía. Cobró protagonismo internacional debido a sus provocadoras declaraciones antisionistas y contra la política de doble rasero de EE.UU. y el mundo occidental y a su empeño en desarrollar un programa de tecnología nuclear para uso civil, a pesar de la oposición de la comunidad internacional, especialmente de EE.UU., que ve en el programa de enriquecimiento una tapadera para la construcción de armas nucleares.

Enriquecimiento de uranio:
El apoyo de China a su principal suministrador de petróleo es manifiesto. Desde el Consejo de Seguridad obstaculiza las sanciones que insta la comunidad internacional por el programa de enriquecimiento de uranio. En diciembre de 2006 el Consejo de Seguridad aprobó una resolución (1.737) en la que concedía al Gobierno iraní un plazo de dos meses para suspender de forma inmediata su programa nuclear. Esta resolución, la segunda que adoptó el Consejo contra Irán, contempla por primera vez la aplicación de sanciones en caso de incumplimiento. La respuesta del régimen iraní fue acelerar el desarrollo del plan nuclear con el objetivo de hacer coincidir los primeros resultados con el aniversario de la revolución islámica, en febrero de 2007.

El estrecho de Ormuz es la angosta salida -entre menos de 40 millas y 60- desde el golfo Pérsico al de Omán, y salida natural al océano Indico. Un lugar fundamental de tránsito internacional en un corredor de unas 25 millas. Son fáciles de bloquear con una mínima capacidad militar naval. Por su interior transita casi el 40% del crudo de petróleo mundial. Canaliza la salida del crudo iraquí, de Kuwait, de Bahréin, de Qatar, de Emiratos Árabes Unidos, buena parte de Arabia Saudí e Irán. A la política agresiva de Irán sólo puede enfrentarse el poder militar de Occidente (EE.UU., Reino Unido y Francia). La capacidad militar de Arabia Saudí y de Emiratos crece constantemente. Los Emiratos poseen mayor capacidad aérea que Irán. Las sanciones a Irán por el desarrollo de su programa nuclear ofensivo cuenta con el aval de la ONU. Argumenta que si las sanciones le impiden exportar petróleo (el 90% de sus ingresos) contempla el bloqueo militar del estrecho a los barcos con destino a los países sancionadores.

Crisis del régimen sirio de Asad (2012):
El cambio de régimen en Siria va a producirse a expensas de Irán y de Hezbolá, su aliado en el Líbano, y, por tanto, se podría reducir de manera significativa la influencia iraní en el conflicto con Israel. En términos más amplios, Irán está perdiendo su único aliado en el mundo árabe aparte del Irak post-Saddam, y, por tanto, quedaría casi completamente aislado. En su lucha por la hegemonía regional, Irán se enfrenta a dos poderes suníes de importancia —Turquía y Arabia Saudí—, así como al protector de dichos poderes: EE.UU.; consecuentemente, Irán se verá perjudicado por una derrota estratégica, de la que le será difícil recuperarse. Tanto la inminente derrota como el inminente aislamiento regional afectarán, también, a la posición que mantiene Irán en cuanto al tema nuclear. En términos puramente racionales, sería inteligente que el régimen se esforzarse seriamente en encontrar una solución negociada. No obstante, parece más probable que las fuerzas conservadoras radicales de Irán se aferren, cada vez más, al programa nuclear, a medida que la posición estratégica del país se debilite. De hecho, la esperanza que los líderes iraníes tenían de que la República Islámica terminara beneficiándose de la revuelta árabe en contra de las dictaduras prooccidentales está resultando ser un error, que en su momento pudo ser previsible. En cambio, los gobernantes de Irán ahora tendrán que enfrentarse seguramente a las consecuencias del despertar árabe que, tarde o temprano, también llegará a su puerta, ya sea de manera directa o indirecta. (Joschka Fischer, 30/07/2012)

Tensión:
Irán ha declarado a Siria aliada indispensable y está decidido a impedir por todos los medios ahí un cambio de régimen. ¿Quiere decir eso que las milicias de Hezbolá en el vecino Líbano se verán directamente implicadas ahora en la guerra civil de Siria? ¿Reavivaría esa intervención la larga guerra civil del Líbano de los decenios de 1970 y 1980? ¿Se cierne sobre Oriente Próximo la amenaza de una nueva guerra árabo-israelí? Y, a medida que los kurdos dentro y fuera de Siria adoptan una actitud más enérgica, Turquía, con su numerosa —y durante mucho tiempo inquieta— población kurda, está mostrándose cada vez más inquieta también. Al mismo tiempo, la lucha regional que actualmente se da en Siria está enredándose cada vez más con la otra procedencia de los tambores de guerra: el programa nuclear del Irán. De hecho, paralelamente al drama sirio, la retórica en la confrontación entre Israel e Irán sobre dicho programa ha adquirido un dramatismo más áspero. Los dos bandos han maniobrado hasta meterse en un callejón sin salida. Si Irán cede y accede a una solución diplomática sostenible, el régimen sufrirá una grave humillación respecto de un asunto interno decisivo, lo que pondría en peligro su legitimidad y supervivencia. Desde el punto de vista del régimen, el legado de la revolución islámica de 1979 está en juego, pero las sanciones internacionales están haciéndole mella e Irán corre el riesgo de perder a Siria. Todo indica la necesidad de éxito —ahora más que nunca— por parte del régimen respecto de su programa nuclear. De forma semejante, el Gobierno de Israel se ha metido en su propia trampa política interna. El primer ministro, Benjamin Netanyahu, y el ministro de Defensa, Ehud Barak, no pueden aceptar un Irán con armas nucleares. No temen un ataque nuclear contra Israel, sino una carrera de armamentos nucleares en la región y un cambio espectacular del poder con desventaja para Israel. Desde su punto de vista, Israel debe convencer a EE.UU. para que ataque a Irán y sus instalaciones nucleares o correr el riesgo máximo de utilizar sus propias fuerzas militares para hacerlo. Ambos bandos han reducido sus opciones en gran medida, lo que limita la posibilidad de un acuerdo diplomático, y eso significa que los dos han dejado de meditar bien en las consecuencias de sus acciones. Por todos lados se habla de una “opción militar”, que significa ataques aéreos, pero, mientras que sus partidarios hablan de una “operación quirúrgica” limitada, a lo que de verdad se refieren es al estallido de dos guerras: una, aérea, dirigida por EE.UU. e Israel, y otra, asimétrica, dirigida por Irán y sus aliados. ¿Y si esa “opción militar” fracasa? ¿Y si Irán llega a ser una potencia nuclear, quedan barridos los movimientos democráticos de la región por una ola de solidaridad islámica antioccidental y resulta aún más reforzado el régimen iraní? Evidentemente, Irán tampoco ha meditado bien su posición hasta su conclusión lógica ¿Qué podría ganar con su condición de potencia nuclear, si es a costa del aislamiento regional y duras sanciones de las Naciones Unidas en un futuro previsible? ¿Y si desencadena una carrera regional de armamentos nucleares? Una guerra en el golfo Pérsico, que sigue siendo la gasolinera del mundo, afectaría a las exportaciones de petróleo durante un tiempo y los precios de la energía se pondrían por las nubes, con lo que asestarían un golpe severo a la economía mundial, que está tambaleándose al borde de la recesión. (Joschka Fischer, 07/09/2012)

(*) A finales de 2021 Biden anunció que no eliminaría las sanciones a menos que Irán dejara de enriquecer uranio más allá de lo necesario para usos civiles. Majmud Alavi, ministro de Inteligencia, respondió que el régimen podría avanzar en el desarrollo de armas nucleares. En esos momentos Irán estaba enriqueciendo uranio al 4,5%, por encima del límite del 3,6% impuesto por el acuerdo de 2015. Es probable que los países árabes e Israel tengan avanzados sus planes para neutralizar el poder militar de Irán. Israel habla abiertamente de su capacidad militar para eliminar la amenaza que representa el avance del programa nuclear iraní. A pesar de que los ataques cibernéticos perpetrados por Irán poseen un elevado nivel de sosfisticación la seguridad de sus sistemas adolece de un significativo retraso. La vicepresidenta Kamala Harris mencionó la obligación de detener el enriquecimiento nuclear, frenar la producción de misiles y eliminar todo apoyo al terrorismo (...) tenemos otras opciones si el diálogo fracasa.

Ruhollah Jomeini (1900-1998) | Irán | ONU


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