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Comercio canario-norteamericano



Barco británico s.XVIII El comercio canario-norteamericano y la exportación de harinas a Cuba en el siglo XVIII. Por Manuel Hernández González:
La época dorada de las exportaciones de harinas norteamericanas a Cuba:
La exportación de harina norteamericana en los buques del comercio canario-americano, especialmente con destino a Venezuela y sobre todo a Cuba, se convertiría como la única posibilidad de futuro para la continuidad de tales relaciones Sin embargo, mientras que la exportación a Venezuela era una posibilidad sólo legalmente con templada en la generala, lo que restringía su utilidad, dada la mayor rentabilidad de introducir en ella géneros extranjeros, la Real Orden de 14 de marzo de 1785 que ordenaba a los dueños de registros de libre comercio que para surtir a la isla de Cuba y demás de Barlovento a fin de que no padeciesen escasez embarcasen cuantas puedan, así españolas como extranjeras en la inteligencia de que por éstas solamente contribuirían 2% de derechos”, significaría un fue el aldabonazo para las exportaciones canarias a Cuba ante la competitividad de los precios de las harinas norteamericanas frente a las peninsulares, incluso con los costos del flete desde Norteamérica a las Canarias. Teniendo en cuenta esta baja fiscalidad, y ello a pesar de los costes del transporte y tos riesgos de conservación de los granos, la reexportación, especialmente cuando su cotización era alta en Cuba, se convirtió en un buen negocio que compensaba de los elevados costos que traería con sigo un tornaviaje vacío. Es precisamente esa Real Orden la que trae consigo el brusco incremento de tus exportaciones de harinas norteamericanas a Cuba desde Canarias a partir de 1785. La poca rentabilidad y riesgos de ese intercambio en los años anteriores explica por qué no aparece apenas harina en Las importaciones norteamericanas en años de buenas cosechas. Con anterioridad a esa fecha era poco probable introducir dentro de la generala o a través del contrabando un producto tan vulnerable y costoso, pudiéndose operar con otros más rentables y con menores problemas de conservación, por lo que probablemente sólo se efectuaría en épocas catastróficas y en las que su precio fuera muy elevado en Cuba o Venezuela. Tras la Guerra de Independencia, ahora sin la ficción del Falso Madeira, y sin suponer destinos ni elaboraciones falsas, aun que, eso sí, continuando con similares procesos de transformación de los vinos se trataba de mantener un mercado como el norteamericano amparado en la continuidad del gusto de un vino que era popular entre sus habitantes, pero que debía defenderse ante una situación nueva, de libre competencia, con otros países interesados en introducirse en un nuevo mercado que prometía expandirse. Ello reforzaba aún más la tesis de aquellos que defendían la urgente necesidad de estimular los intereses de los mercaderes angloamericanos con la rentabilidad del tornaviaje. En la realidad socio-económica de las islas ello sólo era viable con las exportaciones de harinas al mercado colonial, porque con la importación de maderas y harinas en épocas de malas cosechas era del todo insuficiente. En la continuidad del comercio coincidirían intereses comunes, tanto a las clases dominantes insulares, como a la expansiva burguesía comercial estadounidense. Para la primera la complementariedad de merca dos era requisito indispensable para su supervivencia, pues era consciente de que sus costosas y reducidas producciones sólo podían ser competitivas en una situación do privilegio, como lo había demostrado palpablemente la etapa anterior al libre comercio. Estados Unidos era un país incipiente, pero abrumado por las deudas de la guerra y con unas estructuras socio-económicas predominantemente agrarias que veía cifra das sus posibilidades de expansión económica en el virgen mercado hispanoamérica no, al que podía abastecer de harinas y pescado salado. Este sector social pronto comprendió la utilidad de aprovechar las Canarias corno trampolín para introducirse en la América española, conscientes de su debilidad intrínseca y de la identidad de intereses que les unía con los canarios en la penetración de sus harinas. Las estrechas relaciones entre una Familia de la pequeña nobleza insular interesada en el comercio canario-norteamericano, los Lugo Viña, y Francisco Caballero Sarmiento, un mercader portugués afincado en Filadelfia y enlazado con significativos linajes de su élite mercantil como eran su cuñado John Craig, su pariente Nicholas Bidlle, Director del Segundo Banco de los Estados Unidos y su concuñado el mercader de Battimore Robert Oliver, puede ayudarnos a comprender el clima de interesada compenetración que se puede apreciar entre la burguesía comercial estadounidense y los miembros de las élites sociales canarias. [...] Las élites locales, conociendo los ventajosos dividendos que proporcionaba ese comercio, vislumbraron una alternativa mucho más segura, rentable y ventajosa que ese tráfico triangular, la permisión por parte de la Corona de la venta directa por navíos isleños de la harina norteamericana en la isla de Cuba. Fue una iniciativa constantemente esgrimida por particulares canarios para subsanar sus desgracias o alegar sus pretendidos méritos y servicios. Así el gobernador de armas del Puerto de la Cruz José Medranda solicitaba en 1792 en pago de sus servicios bien la Intendencia de Caracas o bien poder enviar directamente desde los Estados Unidos a la Habana u otros puertos de la América española 20.000 barriles de harina en embarcaciones neutrales o españolas. Semejante argumentación expone también en 1788 el escribano del juzgado de Indias Vicente Espou de hacer tres viajes desde Filadelfia a la Habana con carga de harinas En 1785 el mercader tinerfeño de origen irlandés Domingo Molowny solicita permiso para conducirlas desde idéntico destino en su fragata la Minerva 4000 barriles de harina. Alegaba para ello los daños ocasionados a sus navíos en que se embarcaron familias isleñas para La Luisiana por daños en la mar, apresamiento por parte de los ingleses y quebranto de su carga. Proposiciones similares fueron defendidas por miembros de la aristocracia como José Rafael Benítez de Lugo que en 1789 había solicitado embarcar a Estados Unidos los frutos de su vínculo en un buque español de 250 a 300 toneladas y reducir su valor a harinas para transportarlas a la Habana u otro puerto de Indias para así resarcirse de los perjuicios de sostener una dilatada familia o el ya citado Gaspar de Franchy de conceder al exponente que por dos años lleve directamente desde Filadelfia a la Habana las harinas que en dicha Provincia compre con sus vinos y de esa forma reponerse de sus pérdidas.

Protesta en Boston: colonos arrojando té británico De todas estas proposiciones sin duda la más interesante es la de José Lugo Viña, en la que se pueden apreciar sus prejuicios hacia el comercio inglés y la necesidad de reorientar e tráfico insular hacia un intercambio privilegiado dirigido desde casas de comercio autóctonas. En 1786 propone al Consejo de Indias la gracia de embarcar con navíos españoles vino de Tenerife a las colonias inglesas de a su vuelta tocar en la Habana y dejar harina. En sus alegaciones sostiene que “los naturales de Canarias extraigan sus productos por sí mismos y no por factores extranjeros que los tienen esclavizados” y en buques propios; que permite incrementar el comercio porque las harinas son necesarias en la Perla de las Antillas y se permutan por azúcar, suelas y otros efectos para ser llevados a las Canarias. Argumenta que la venta de harinas es necesaria para que el vino gane reputación en los Estados Unidos y que el comercio entre la Habana y la América del Norte en nada es perjudicial para los intereses del Estado, aunque entiende que sí lo sería en dirección inversa. De esa forma entiende que “cortará el comercio pasivo y ruinoso que sigue al presente la Gran Bretaña con las Canarias, a donde vende sus manufacturas a cambio de dinero y de algunos vinos que por falta de competencia compra al precio que quiere y conduce necesariamente en embarcaciones inglesas”. Alude en su petición “ser hijo segundo de una casa ilustre en aquella isla, de un padre que dejó 10 hijos a expensas del primogénito, y, temiendo pasar la vida inútil y miserable a que están reducidos los hijos segundos en aquellas islas, ha emprendido la carrera del comercio, esperando no derogar en esto su nobleza”. En ese mismo año solicita también la gracia de introducir 10 o 12.000 negros con libertad de derechos,”de que resultaría no sólo el fomento del comercio y extracción de los frutos de Canarias, sino también el quitar de manos de los ingleses una buena parte de aquel lucrativo tráfico de negros que han gozado casi exclusiva mente hasta ahora con harto perjuicio de la nación española”. Sin embargo, paradójicamente reconoce que “no tiene dinero para emprender semejante tráfico por lo que solicita llevarlos a la Habana bajo bandera inglesas”. Reconoce que es su ánimo fomentar el comercio de los isleños por sí mismos, pues de otra forma se les abandona “a manos de los ingleses que los tienen bajo el más vergonzoso yugo y dependencia, causa a que principalmente debe atribuirse la decadencia del comercio y atraso de la agricultura de aquellas islas que, produciendo hasta los años de 1745 desde 10 a 12.000 pipas de vino para extracción, apenas se sacan en el día 4000”, Arremete contra las casas de comercio establecidas en las islas, pues señala que, aunque hay cuatro o cinco “inglesas o irlandesas naturalizadas ya y establecidas por el tráfico de vinos, también lo es que dichas casas no son más que meros comisionados de los ingleses, los cuales no tienen ni un único navío para aquel comercio, ni pueden enviar nuestros vinos bajo bandera española a los dominios británicos por el vigor sin ejemplar que usa con nosotros aquella nación”. Finalmente exagera la nota sobre la reexportación de harinas, pues señala que es “una especulación de dos años que no daría para los gastos” y expone con claridad su visión sobre la Norteamérica de su tiempo al sostener que “siendo la labor entre ellos sumamente cara, no han podido establecer manufacturas ni aún para su propio consumo”, mientras que los géneros europeos que a la conclusión de la paz abundaron allí en exceso (por un error de que todas las naciones comerciantes están bien arrepentidas), escasean tanto al presente por la falta de dinero y de crédito que experimentan aquellos colonos que siendo muy fácil llevar dichos géneros en derechura desde nuestros puertos habilitados, sería un imposible conducirlos desde los Estados Unidos de América, a donde se venden mucho más caros que en la misma Habana”, no produciendo los naturales por no tener ni minas ni manufacturas sino ‘granos, maderas y otros efectos de poca monta”. [...]
(Manuel Hernández González)


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