HISTORIA
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El paso del istmo de Pera



Paso de la flota por la montaña:
El extraordinario júbilo de los sitiados dura toda la noche. La noche suele exaltar la fantasía con el dulce veneno de los sueños. Aquellas gentes, por el espacio de una noche, se creen seguros y a salvo. En sus optimistas fantasías imaginan que si las cuatro embarcaciones han logrado alcanzar el puerto con tropas y provisiones, semana tras semana irán llegando más refuerzos. Europa no los ha abandonado. Y ven ya levantado el cerco, y al enemigo, desconcertado y vencido. Pero también Mohamed es un soñador, pero un soñador que pertenece a esa otra especie mucho más rara de quienes saben transformar, gracias a la voluntad, los sueños en realidades, y mientras los galeones se sienten seguros en el puerto del Cuerno de Oro, proyecta un plan extremadamente temerario que merece parangonarse con las hazañas bélicas de Aníbal y Napoleón. Ante él aparece Bizancio como fruta sabrosa que no puede alcanzar. El impedimento principal está representado por aquella lengua de tierra, aquel Cuerno de Oro, aquella bahía que guarda el flanco de Constantinopla. Es prácticamente imposible llegar a ella, puesto que le estorba el paso la ciudad genovesa de Gálata, que obliga a Mohamed al mantenimiento de su neutralidad, y desde ella a la ciudad sitiada se tiende una cadena de hierro que cierra la entrada del golfo. De frente no puede atacarla con la flota; sólo desde cierta ensenada interior, donde termina la posición genovesa, podría dominarse la flota cristiana. Pero ¿cómo disponer de una flota en esta bahía interior? Claro está que se podría construir una, pero ello requeriría meses de trabajo. El impaciente sultán no puede esperar tanto. Entonces el gran Mohamed concibe un plan genial, que consiste en hacer pasar la flota desde donde se halla, por la lengua de tierra, hasta la bahía interior del Cuerno de Oro. Este audacísimo proyecto de atravesar el istmo montañoso con cientos de embarcaciones parece a simple vista algo tan absurdo, tan irrealizable, que ni los bizantinos ni los genoveses de Gálata lo incluyen en sus cálculos estratégicos, como tampoco pudieron concebir los romanos, y más tarde los austríacos, la posibilidad del paso de los Alpes por Aníbal y por Napoleón.

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Las enseñanzas de la experiencia humana establecen que los barcos sólo pueden avanzar por el agua, y nunca se ha visto que una flota cruce una montaña. Pero el genio militar está caracterizado por aquél que en tiempo de guerra desdeña todas las reglas bélicas conocidas, sustituyéndolas en un momento dado por la creadora improvisación. Llega el momento culminante de una acción inesperada e incomparable. Silenciosamente Mohamed manda fabricar rodillos de madera que hombres expertos convierten en grandes trineos, donde, cual diques secos terrestres, se colocan los barcos. Al mismo tiempo, millares de peones ponen manos a la obra para allanar el paso del camino que pasa por la colina de Pera y facilitar el transporte de las naves. Para ocultar la presencia de tantos hombres empleados en la obra, ordena el sultán que día y noche los morteros disparen cañonazos que salvando la neutralidad de Gálata siembren el terror en la sitiada, lo cual no tiene otro objeto sino distraer la atención para que puedan pasar las embarcaciones por montes y valles, Mientras los griegos esperan un ataque por tierra, las ruedas de madera, bien engrasadas, se ponen en marcha y, tirados por innumerables yuntas de búfalos y con el auxilio de los marineros, los barcos van atravesando, uno tras otro, la montaña. Apenas la noche impide con su manto cualquier mirada indiscreta, empieza la maravillosa expedición. Silenciosamente, aquel ardid fruto de una mente genial se lleva a término; se realiza el prodigio de los prodigios: toda una flota atraviesa la montaña. Lo que decide las acciones militares es la sorpresa. Y ahí se manifiesta el gran genio y la preclara inteligencia de Mohamed. Nadie barrunta lo que va a suceder. Ya dijo el sultán: "Si un pelo de mi barba se enterara de mis pensamientos, me lo arrancaría." Y mientras los cañones retumban potentes cerca de los muros de la sitiada ciudad, sus órdenes se cumplen al pie de la letra. Aquella noche del 22 de abril, setenta barcos son transportados de un mar a otro salvando montes, valles, viñedos, campos y bosques. A la mañana siguiente, los moradores de Bizancio creen estar soñando: una flota enemiga, como conducida por manos de espíritus, despliega sus velas, con evidente ostentación de hombres y gallardetes, en el mismísimo corazón de la inaccesible ensenada interior. Todos se frotan los ojos sin comprender cómo ha podido ocurrir semejante prodigio, pero las trompetas y atabaes resuenan inmediatamente debajo del muro que hasta entonces quedaba protegido por el puerto; todo el Cuerno de Oro, a excepción de aquel estrecho territorio de Gálata, donde se halla embotellada la flota cristiana, está ya en poder del sultán y de su ejército, gracias a aquel genial golpe de audacia. Sin que nadie se lo impida, Mohamed puede ahora conducir sus tropas desde sus pontones contra la más débil de sus murallas. Así queda amenazado el flanco más vulnerable y aclaradas las filas de los defensores apostados en el resto de la fortificación harto deficientes ya. El puño de hierro va apretando con mayor fuerza cada vez la garganta de su víctima. (Stefan Zweig)

Cerco de Constantinopla


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