Huelva Fenicia, Griega, Romana y Àrabe: De resultas de la actividad exportadora, la primitiva factoría comercial se transforma en una auténtica urbe que absorberá el poblado indígena de Castillo de Doña Blanca, en el extremo opuesto de la antigua bahía. Este será el puerto de la ciudad hasta que en el siglo IV a.C. los materiales arrastrados por el río cieguen la salida al océano a la vez que van soldando los viejos islotes. En su implacable carrera, el centro gaditano extiende durante el siglo VII a.C., su área de influencia a Extremadura y Portugal, tras las rutas del estaño, y al norte de Africa, en busca de bancos pesqueros, oro y marfil. Es el primer síntoma de la crónica preocupación del sur peninsular por los acontecimientos y la riqueza del otro lado del Estrecho, que se mantendrá viva hasta el presente. Poco a poco, Cádiz se convierte en la capital de un territorio salpicado de diminutas colonias desparramadas por la costa andaluza que se robustecen con el desembarco de nuevos contingentes fenicios, huidos del acoso de las ciudades del litoral libanés. La actividad mercantil y la colonización agrícola dividirán la sociedad en estamentos bien diferenciados, como lo demuestran las ostentosas ofrendas fúnebres encontradas en algunas tumbas de Trayamar o Almuñécar. Allí los grandes señores de las transacciones dormirían para siempre rodeados de hermosas cerámicas griegas y fenicias, de perfumes orientales y alabastros egipcios junto a cotizadísimos objetos de marfil. Apenas sabemos nada de la estructura de la ciudad en estos sus primeros siglos de vida, aunque se considera que su emplazamiento correspondería a lo que es hoy el casco viejo. Las fuentes escritas mencionan la existencia de un lujoso caserío y tres grandes templos dedicados a los dioses semitas Moloch, Astarté y Melkart; se elevaba éste en el suroeste de la antigua isla, donde en la actualidad se encuentra el islote de Sancti Petri, y era el más importante centro religioso de la península ibérica en la Antigüedad, con devotos ilustres como Aníbal, Julio César o Trajano. En un claro ejemplo de sincretismo religioso, la figura del dios fenicio terminó asociada a la del Hércules grecolatino, sirviendo diez de sus míticos trabajos de motivo ornamental del edificio. Acorde con la tradición semítica, el templo carecía de imágenes de la divinidad tutelar, pero, en cambio, sí albergó dos grandes columnas, que inspirarían el símbolo gaditano por excelencia. El encuentro de los colonizadores fenicios con los nativos de la baja Andalucía provocará un fenómeno de asimilación cultural, común a muchos de los pueblos del área mediterránea. Los intereses económicos servirán así de aglutinante de las diversas tribus, apuntalando además el poder de los reyezuelos indígenas, que prolongan en la muerte su jerarquía con la construcción de enormes túmulos. El proceso de "orientalización" traerá consigo nuevas formas urbanísticas en los poblados y el empleo del torno en la alfarería, siendo el punto de arranque de una producción artesanal con trabajos en marfil y buena orfebrería, exhibida en los deslumbrantes tesoros de La Aliseda o El Carambolo, de motivos florales importados y barrocas filigranas de sabor netamente indígena. Todo el movimiento de mestizaje cultural tiene su epicentro en la región de Huelva, erigida en cabeza visible del misterioso conglomerado tartésico. Entre los siglos IX y VII a.C. se aprecian los primeros síntomas del cambio, en paralelo al desarrollo de la metalurgia, que en seguida se coloca a la vanguardia del entramado económico. Fruto de los aires innovadores nace una elite con gustos extranjeros y aficionada a comprar cerámica griega, metales del Egeo y la orfebrería, marfiles y telas de las ciudades libanesas. La nueva cultura se expanderá río arriba camino de las zonas mineras, mientras desde Cádiz, las modas importadas se apoderan de los poblados de las orillas del Betis, como lo demuestran las viviendas indígenas de planta rectangular y los ricos enterramientos al estilo de los de Stefilla. Es posible que todos estos núcleos unidos por una cultura y costumbres extranjeras quedasen adscritos a alguna confederación de tipo político, lo que explicaría la aparición del "mito" de Tartesos y su monarquía, al frente de la cual se situaría en el siglo VI a.C. el helenófilo Argantonio. La vida del reino tartésico sería, no obstante, efímera, desapareciendo al concluir la centuria. Casi al unísono, las factorías fenicias de Andalucía entran en crisis, agravada por el colapso político producido por la conquista de Tiro a manos de Nabuconodosor y el desvío de las rutas de abastecimiento del estaño de Bretaña a favor de Marsella. También Cádiz sufre los efectos del marasmo económico y de la descomposición política de sus vecinos indígenas; las luchas intestinas entre los diversos reyezuelos por acaparar los escasos recursos disponibles la ponen incluso en el punto de mira de los más belicosos. Atraídos por la riqueza de la urbe, abundan los intentos de agresión, que obligan a reforzar los sistemas defensivos y pedir ayuda a Cartago, que desembarca pronto en la península. Gracias a su poderío militar y a la recomposición de las antiguas rutas metalíferas, Cádiz recuperará en el siglo V a.C. su dominio comercial, al unir el monopolio del comercio de la plata andaluza y el estaño del norte con la exportación de salazones del Puerto de Santa María. Años más tarde se implicaría en las guerras entre Cartago y Roma para desertar tras la derrota púnica en Ilipa y pactar su apoyo a César en las guerras civiles, recibiéndole como huésped ilustre en una historiada visita. Las obras de ensanche de la ciudad, sobre el istmo que unía las viejas islas, dan empaque y belleza a la ya milenaria Cádiz, que suscita el asombro del historiador griego Estrabón en el siglo I: "...pues he oído decir que en un censo hecho en nuestro tiempo fueron contados hasta quinientos caballeros gaditanos, más que cualquier otra ciudad de Italia, excepto Padua...". (Fernando García de Cortázar, Biografía de España)
Poseidonios en Cádiz:
Vertido de Aznalcóllar en Doñana (1998):
|