HISTORIA
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Huelva



Huelva Fenicia, Griega, Romana y Àrabe:
Los fenicios dejan su impronta en esta ciudad -ochocientos años antes de J.C.- y las pruebas fehacientes son las ceràmicas encontradas en el casco urbano de Huelva La cultura griega -600 años antes de J.C.- se deja sentir en los intercambios comerciales que los griegos establecen con nuestra ciudad: Esparta, Corinto, Atenas... que ya comienza a mostrar su hegemonìa. Es a los romanos a quienes debe la ciudad parte de su estructura urbana y de la Huelva àrabe quedan los restos mudèjares de San Pedro y los ecos de la desaparecida ciudad de Saltès. El nombre de Onuba es de origen fenicio (ONO-BAAL que significa: FORTALEZA DE BAAL, siendo BAAL para los asirios, babilònicos y fenicios, DIOS DEL SOL Y DEL FUEGO). Esta toponimia se romaniza posteriormente pues los romanos denominan a nuestra ciudad: ONUBA AESTUARIA, dejando en el tiempo paso al nombre árabe de WELBA que es el que queda hasta nuestros días. Tres mil años de historia es el patrimonio de esta ciudad, la ciudad de los dos ríos, uno de ellos el IBERI (Río Tinto) que da nombre a toda la península Ibérica. Huelva por su especial enclave marítimo, puerto natural de fácil acceso, es invadida, incendiada y destruida una y otra vez por los navegantes guerreros que tocan sus costas. Este es el motivo por el que se conservan escasos monumentos aunque sus estratos milenarios desvelan su importancia mucho antes de que la historia de la humanidad comenzara a escribirse.


De resultas de la actividad exportadora, la primitiva factoría comercial se transforma en una auténtica urbe que absorberá el poblado indígena de Castillo de Doña Blanca, en el extremo opuesto de la antigua bahía. Este será el puerto de la ciudad hasta que en el siglo IV a.C. los materiales arrastrados por el río cieguen la salida al océano a la vez que van soldando los viejos islotes. En su implacable carrera, el centro gaditano extiende durante el siglo VII a.C., su área de influencia a Extremadura y Portugal, tras las rutas del estaño, y al norte de Africa, en busca de bancos pesqueros, oro y marfil. Es el primer síntoma de la crónica preocupación del sur peninsular por los acontecimientos y la riqueza del otro lado del Estrecho, que se mantendrá viva hasta el presente. Poco a poco, Cádiz se convierte en la capital de un territorio salpicado de diminutas colonias desparramadas por la costa andaluza que se robustecen con el desembarco de nuevos contingentes fenicios, huidos del acoso de las ciudades del litoral libanés. La actividad mercantil y la colonización agrícola dividirán la sociedad en estamentos bien diferenciados, como lo demuestran las ostentosas ofrendas fúnebres encontradas en algunas tumbas de Trayamar o Almuñécar. Allí los grandes señores de las transacciones dormirían para siempre rodeados de hermosas cerámicas griegas y fenicias, de perfumes orientales y alabastros egipcios junto a cotizadísimos objetos de marfil. Apenas sabemos nada de la estructura de la ciudad en estos sus primeros siglos de vida, aunque se considera que su emplazamiento correspondería a lo que es hoy el casco viejo. Las fuentes escritas mencionan la existencia de un lujoso caserío y tres grandes templos dedicados a los dioses semitas Moloch, Astarté y Melkart; se elevaba éste en el suroeste de la antigua isla, donde en la actualidad se encuentra el islote de Sancti Petri, y era el más importante centro religioso de la península ibérica en la Antigüedad, con devotos ilustres como Aníbal, Julio César o Trajano. En un claro ejemplo de sincretismo religioso, la figura del dios fenicio terminó asociada a la del Hércules grecolatino, sirviendo diez de sus míticos trabajos de motivo ornamental del edificio. Acorde con la tradición semítica, el templo carecía de imágenes de la divinidad tutelar, pero, en cambio, sí albergó dos grandes columnas, que inspirarían el símbolo gaditano por excelencia. El encuentro de los colonizadores fenicios con los nativos de la baja Andalucía provocará un fenómeno de asimilación cultural, común a muchos de los pueblos del área mediterránea. Los intereses económicos servirán así de aglutinante de las diversas tribus, apuntalando además el poder de los reyezuelos indígenas, que prolongan en la muerte su jerarquía con la construcción de enormes túmulos. El proceso de "orientalización" traerá consigo nuevas formas urbanísticas en los poblados y el empleo del torno en la alfarería, siendo el punto de arranque de una producción artesanal con trabajos en marfil y buena orfebrería, exhibida en los deslumbrantes tesoros de La Aliseda o El Carambolo, de motivos florales importados y barrocas filigranas de sabor netamente indígena.

Todo el movimiento de mestizaje cultural tiene su epicentro en la región de Huelva, erigida en cabeza visible del misterioso conglomerado tartésico. Entre los siglos IX y VII a.C. se aprecian los primeros síntomas del cambio, en paralelo al desarrollo de la metalurgia, que en seguida se coloca a la vanguardia del entramado económico. Fruto de los aires innovadores nace una elite con gustos extranjeros y aficionada a comprar cerámica griega, metales del Egeo y la orfebrería, marfiles y telas de las ciudades libanesas. La nueva cultura se expanderá río arriba camino de las zonas mineras, mientras desde Cádiz, las modas importadas se apoderan de los poblados de las orillas del Betis, como lo demuestran las viviendas indígenas de planta rectangular y los ricos enterramientos al estilo de los de Stefilla. Es posible que todos estos núcleos unidos por una cultura y costumbres extranjeras quedasen adscritos a alguna confederación de tipo político, lo que explicaría la aparición del "mito" de Tartesos y su monarquía, al frente de la cual se situaría en el siglo VI a.C. el helenófilo Argantonio. La vida del reino tartésico sería, no obstante, efímera, desapareciendo al concluir la centuria. Casi al unísono, las factorías fenicias de Andalucía entran en crisis, agravada por el colapso político producido por la conquista de Tiro a manos de Nabuconodosor y el desvío de las rutas de abastecimiento del estaño de Bretaña a favor de Marsella. También Cádiz sufre los efectos del marasmo económico y de la descomposición política de sus vecinos indígenas; las luchas intestinas entre los diversos reyezuelos por acaparar los escasos recursos disponibles la ponen incluso en el punto de mira de los más belicosos. Atraídos por la riqueza de la urbe, abundan los intentos de agresión, que obligan a reforzar los sistemas defensivos y pedir ayuda a Cartago, que desembarca pronto en la península. Gracias a su poderío militar y a la recomposición de las antiguas rutas metalíferas, Cádiz recuperará en el siglo V a.C. su dominio comercial, al unir el monopolio del comercio de la plata andaluza y el estaño del norte con la exportación de salazones del Puerto de Santa María. Años más tarde se implicaría en las guerras entre Cartago y Roma para desertar tras la derrota púnica en Ilipa y pactar su apoyo a César en las guerras civiles, recibiéndole como huésped ilustre en una historiada visita. Las obras de ensanche de la ciudad, sobre el istmo que unía las viejas islas, dan empaque y belleza a la ya milenaria Cádiz, que suscita el asombro del historiador griego Estrabón en el siglo I: "...pues he oído decir que en un censo hecho en nuestro tiempo fueron contados hasta quinientos caballeros gaditanos, más que cualquier otra ciudad de Italia, excepto Padua...". (Fernando García de Cortázar, Biografía de España)


Poseidonios en Cádiz:
Conocido es que Poseidonios fue una de las grandes mentalidades de la época helenística, nacido en Syria, militó con los estoicos y llegó a ejercer gran influjo sobre sus secuaces romanos. Preocupado por todo aquello que observaba y especialmente por sus inquietudes geográficas, astronómicas, naturales e histórica, le llevaron a efectuar grandes viajes para tratar de averiguar muchas de las inquietudes que se le presentaban, así sabemos que el año 90 a.de J.C. salió de Marsella hacia España, navegando por toda la costa mediterránea hasta arribar a Gadeira (Cádiz) donde residió, por ser esta ciudad entonces, el más importante emporio del Occidente con un tráfico marítimo que destacaba sobre las restantes ciudades de su época y además ofrecía una atalaya ideal para la observación y estudios oceanográficos, por la conjunción del Océano con el Mediterráneo en el estrecho de Gibraltar. Todas sus observaciones sobre los sorprendentes efectos oceánicos observados fueron recogidas en su obra Peri okeanoú, (Acerca del Océano), que tanto influyó en Strábon. Persiguiendo el estudio de las mareas y sus efectos en los ríos y rías de la zona gaditana, llegó a remontar el Guadalquivir para arribar a Sevilla e incluso algo más arriba hasta donde se hace sentir el flujo de las mareas, desde donde se dispuso a regresar a Italia. Es en esta navegación de regreso, donde sufrió y observó algo peculiar, que si bien ya era citado por antiguas crónicas púnicas, no dejó de sorprenderle por sus efectos, pues encontrando de proa un levante de muy señor mío, tardó tres meses en llegar penosamente a Italia y todo ello gracias a un buen navegante que sin duda comandaba su buque, el cual sin desistir en su empeño, desvió su navegación hacia las Baleares, Cerdeña y las costas africanas (costas de Libye era la denominación genérica desde el Magreb hasta Libia de la época) hasta salir del área del golfo Sardó en donde este viento se hace más manejable. (Francisco J.Iañez)

Vertido de Aznalcóllar en Doñana (1998):
La ruptura de una presa de contención de un embalse de residuos tóxicos procedentes del lavado de piritas de la explotación minera de Aznalcóllar, en el borde noroeste de la reserva, provocó el vertido de agua ácida y lodo cargados de metales pesados en el río Agrio, afluente del Guadiamar, que atraviesa el parque antes de desaguar en el Guadalquivir, y a través del cual la riada contaminante llegó hasta el parque nacional. La destrucción de los ecosistemas del área de Doñana cuyas secuelas se harán sentir durante décadas, planteó serios interrogantes sobre el futuro del espacio natural.

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