Africa
Canarias
Expansión de los imperialismos



Canarias y la expansión de los imperialismos (I):
De la Europa Bismarckiana a la crisis finisecular, 1880-1899. Por Javier Ponce Marrero:
Desde las dos últimas décadas del siglo XIX Europa conoció un movimiento generalizado de expansión imperialista de las potencias del momento. Las causas de esta expansión europea eran varias: motivaciones económicas, financieras, demográficas, geoestratégicas e ideológicas desempeñaron un papel fundamental, obviamente diferente en los distintos países según fuera la evolución que en ellos tuviesen estas distintas variables. La industria europea intensificó su desarrollo gracias al progreso de la técnica: en la agricultura fue importante el uso, en los estados más evolucionados, de los abonos químicos, medios mecánicos, así como el progreso de los medios de transporte. En el desarrollo del sistema de comunicaciones fue especial mente significativo el del transporte marítimo, con un gran aumento del tonelaje de arqueo, la extensión de la navegación a vapor, la reducción en la duración de los trayectos, la mejora de las condiciones en que éstos se realizaban y la baja de los fletes. El impulso del transporte marítimo facilitó los intercambios internacionales de mercancías y la llegada a Europa de los productos procedentes de otros continentes. Gran Bretaña seguía fiel a su política de librecambio en la que basaba su prosperidad industrial, a costa de un declive de su agricultura que le obligaba a abastecerse en el mercado mundial de artículos alimenticios. Los británicos mantenían su supremacía económica como mayores productores de carbón y manufacturas metalúrgicas y textiles, constituyendo el depósito a donde afluían las materias primas y artículos coloniales de los otros continentes, que a su vez el comercio inglés distribuía al resto de Europa. Además, Gran Bretaña disponía de grandes recursos financieros, siendo en este sentido el primer centro mundial. Fundamental para el librecambio británico era el mantenimiento del poderío naval inglés que, por medio de la supremacía de su flota de guerra, garantizaba la seguridad de las rutas marítimas que en todo el mundo se encontraban abiertas al comercio inglés. Los objetivos de la política inglesa eran, pues, de alcance mundial, representando un papel esencial en las relaciones internacionales. Para la defensa y ampliación de sus intereses mundiales Gran Bretaña disponía de poderosos medios: su supremacía en los mares y la influencia financiera. Ello le permitía el mantenimiento de su espléndido aislamiento que, consiguiendo asegurar su política mundial, restringía sus compromisos con las alianzas continentales dominadas hasta 1890 por la diplomacia bismarckiana, que no representaban un serio peligro para su hegemonía naval. Por otro lado, la gran industria necesitaba encontrar nuevos mercados para mantener su ritmo de producción. Puesto que los grandes Estados europeos, a excepción de Inglaterra, adoptaron políticas proteccionistas en lo que se refiere a su comercio exterior, los mercados del continente se abrían a duras penas. Se hacía necesario buscar mercados fuera de Europa o bien en los países periféricos europeos menos industrializados. A ello se sumaba la busca de materias primas, que podían ser proporcionadas por los nuevos territorios incorporados al flujo del comercio europeo. Además, como consecuencia de los beneficios obtenidos por la industria, los países en los cuales ésta se hallaba más adelantada disponían de capitales en abundancia que de mandaban un destino remunerador donde poder ser invertidos, ofreciendo los países más atrasados y sin infraestructuras las mejores posibilidades de grandes beneficios. Gran Bretaña, Francia y Alemania realizaban las principales inversiones, dándoles éstas medios de presión económica y política sobre los territorios donde colocaban sus capitales.

Así pues, la necesidad de expansión económica y financiera favorecía la expansión colonial que, mediante el establecimiento de zonas de influencia económica, permitía la reserva de mercados privilegiados, más necesarios a medida que la producción sobrepasaba la capacidad de absorción del mercado interior y que el mantenimiento del ritmo de la producción precisaba importaciones de materias primas cuya exportación una vez elaboradas era la forzosa contrapartida. Las inversiones de capitales permitían crear la infraestructura necesaria para transportar los productos brutos y procuraban los recursos necesarios para la explotación de as riquezas naturales, y las rentas de tales inversiones proporcionaban, a su vez, los medios para pagar las importaciones de materias primas. Esta internacionalización de la vida económica, con el establecimiento de nuevas corrientes de intercambios, produjo una mayor interdependencia entre los países más industrializados y los países más atrasados. Europa occidental estaba en el centro de este movimiento, encontrándose íntimamente unida al mercado mundial. En este expansionismo europeo jugaba un papel fundamental el elemento estratégico. Mediante esta expansión se adquirían los puntos de apoyo navales de los cuales dependía la seguridad de las comunicaciones, Este argumento era de particular interés para los británicos ya que, para poder dominar las rutas marítimas principales, tanto la flota mercante como la de guerra de Inglaterra debían disponer de puntos de escala donde realizar reparaciones, aprovisionar de combustible sus barcos y asegurar todas las operaciones necesarias para la navegación. El efecto en las relaciones entre los Estados comprometidos en el movimiento expansionista fue, sobre todo cuando perseguían la dominación territorial, el surgimiento de rivalidades por el choque de intereses en el Mediterráneo, Africa y Asia; se trataba de litigios que se hallaban unidos frecuentemente a la política continental europea. Una vez que empezaron a escasear los territorios susceptibles de ser conquistados colonialmente por las potencias, la expansión adoptó nuevas formas, persiguiendo asegurarse zonas de privilegio, derechos de prioridad, monopolios para la explotación de recursos o concesiones para la construcción de infraestructuras que abrieran el camino al comercio. Ello llevó aparejado una mayor competencia en los terrenos económico y financiero entre las potencias europeas, a la vez que aumentó la presión sobre los Estados colonizadores más débiles que o bien eran despojados de parte de sus territorios coloniales o bien se veían obligados a hacer concesiones en los territorios que se encontraban bajo su dominio.

[Alemania:]
En el caso alemán, el ritmo acelerado de su producción obligó a una expansión comercial en busca de nuevos mercados, lo cual llevaba aparejado la necesidad de abordar una ambiciosa política naval. Sin embargo, la expansión alemana fuera de Europa se producía con un considerable retraso con respecto a Inglaterra y Francia, interviniendo demasiado tarde para desempeñar el mismo papel en el reparto del mundo, por lo cual debía priorizar el conseguir zonas de influencia económica que irremediablemente habían de chocar con los intereses de las grandes potencias ya establecidas. En 1896 Alemania proclamó, por medio del Emperador Guillermo II, su política mundial -Weltpolitik- asentada en el desarrollo de las flotas mercante y de guerra, que a partir de 1898 se plasmó en un ambicioso programa que con ampliaciones posteriores estableció las bases del poderío naval alemán, que conduciría ya decididamente al surgimiento de un antagonismo anglo-germano.

Canarias y la expansión imperialista:
Las Islas Canarias no fueron ajenas durante estos años al movimiento expansionista del capitalismo europeo en su fase imperialista. Bien al contrario, las islas estarían presentes en los sucesivos desarrollos de este movimiento de expansión económica y financiera. Ello se derivaba de su posición estratégica, próximas al Estrecho de Gibraltar y en el trayecto de las más importantes rutas marítimas abiertas al comercio europeo con América del Sur y el continente africano. Puntos de tránsito obligado, la construcción y aprovechamiento de sus instalaciones portuarias. así como la introducción a gran escala y explotación de su producción agrícola, se enmarcaron dentro de este contexto de búsqueda de nuevos merca dos de inversión de capitales, que creaban la necesaria infraestructura de transportes para los artículos alimenticios que eran demanda dos y adquiridos con las rentas que a su vez aquellas inversiones producían. Por otra parte, la administración española, balo la cual se encontraba el archipiélago canario, era incapaz de frenar el expansionismo europeo en las islas, pues sus recursos económicos y financieros eran los que correspondían a un país de la periferia europea, atrasado industrialmente, con unas estructuras político-económicas demasiado rígidas, y con fuertes desequilibrios internos. A pesar del tímido colonialismo español en Africa, para el cual lo posesión de Canarias constituía su argumento y base fundamental. España se encontraba en situación de dependencia del capital europeo para poder llevar a cabo su modernización, incorporándose como país periférico al ámbito de acción de la expansión capitalista que venía de la Europa al norte de sus fronteras. Este movimiento afectó directamente a Canarias, por su situación geoestratégica de islas ubicadas en medio de la nueva vorágine imperialista. Si bien los planes expansionistas de las potencias europeas podían realizarse sin el desalojo de la administración española, fue la defensa de los distintos intereses implicados lo que convirtió a Canarias en una pieza clave en el entramado de la política internacional europea de estos años, cuyas rivalidades encontraron en las islas un campo de acción que en numerosas ocasiones probaron la extrema fragilidad, en todos los órdenes, de la realidad canaria correspondiente a este período que culminará con el desarrollo de la Primera Guerra Mundial.

En 1880, cuando la expansión europea -sobre todo británica en este momento- comenzaba todavía su etapa imperialista, las Islas Canarias comenzaron a ser lugar de tránsito de las nuevas rutas marítimas que eran abiertas por el comercio europeo. La política exterior española de estos años de la Restauración caracterizada por el aislacionismo y la creciente precariedad de su posición, resultado de la impotencia obligada por su inestabilidad y debilitamiento internos, debió hacer frente, en el contexto del movimiento imperialista europeo, a las sucesivas embestidas que en dicho movimiento se produjeron y que inexorablemente ponían balo una presión cada vez mayor los territorios de las potencias de segundo orden que se encontraban situados en espacios ahora revalorizados como cabezas de puente o bases de apoyo para desarrollos posteriores. En este sentido, las posesiones insulares resultaban de indudable valor para estos unes expansionistas que, además, por su lejanía del Estado del que dependían se encontraban en precaria situación defensiva y eran, por tanto, más susceptibles de ser ocupadas por las potencias con intereses en la zona. España seguía siendo en 1880 una potencia colonial, pero eran las suyas antiguas colonias, cuyos recursos las fuerzas productivas españolas eran incapaces de explotar con óptimos rendimientos, pues tampoco los excedentes de capital permitían las inversiones necesarias. España conservaba, además de sus territorios africanos, las posesiones del Caribe y los archipiélagos del Pacifico. (Javier Ponce Marrero)

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