Ulises
Angelopoulos



La mirada de Ulises, de Theo Angelopoulos:
Entre las ruinas del conflicto fratricida balcánico se vuelve a desarrollar un viaje en el que uno se descubre transformado en un nuevo ser. El viajero va cambiando por las personas y lugares que se encuentra: despojos metálicos de un imponente Lenin que navegan camino de su desguace, una ciudad abandonada a su suerte donde seres atormentados se empeñan en sobrevivir a la brutalidad de sus sitiadores y antiguos vecinos. Reflexión sobre la utilidad de los esfuerzos por mejorar el mundo, la desesperación de la soledad. La búsqueda de la propia identidad del viajero es la forma de enfrentarse a la decadencia.


[...] Creo que podemos asegurar que el trágico final de La mirada de Ulises no resulta deprimente, puesto que tiene lugar una catarsis, según la describe Aristóteles en su Poética. Con el grito y el texto homérico del final, sentimos que se liberan las emociones de pena y miedo. Como lo explica el propio Angelopoulos: "Es importante que las palabras de Homero apunten hacia el futuro. "Cuando regrese"... el viaje continuará. No ha terminado. Continúa el viaje para encontrar un hogar. Eso es una especie de esperanza, puesto que él comienza a estar, en esos momentos finales, en paz consigo mismo y con el mundo".

[...] El director de cine no identificado, protagonista de La mirada de Ulises, es griego. Pero un griego que ha vivido en América más de treinta años y que se ha adentrado, una vez más, en el corazón de la actual crisis de los Balcanes para encontrar su propia renovación. Y la encuentra allí, en Sarajevo. Su renovación tiene lugar en un punto que podría parecer que no ofrece esperanza, salvación, ni descanso. Es fiel a sí mismo y a su herencia griega.

[...] Lo que consigue hacer La mirada de Ulises es universalizar la crisis y proporcionar la esperanza de que el conocimiento y la renovación pueden llegar, incluso en el peor de los momentos y en los lugares más peligrosos. No podemos quedarnos, como las partes en conflicto, en los particulares del odio y los combates del día a día. Definitivamente vamos más allá del nivel de cobertura de la guerra al estilo CNN en 1995, cuando apareció la película: trozos de información metidos entre noticias sobre el juicio de O.J.Simpson y la retransmisión de deportes. Al finalizar La mirada de Ulises, cuando se desvanece la última imagen, nos quedamos con la misteriosa música que toca la orquesta de muchachos serbios, croatas y musulmanes n la niebla, uniendo su parte para una misma causa. La mirada que debemos ejercitar al ver La mirada de Ulises nos vincula con los protagonistas y viajeros de Angelopoulos, estableciendo así otra "comunidad", la comunidad de aquellos que miran y la de los que son el objeto de la mirada. De la misma manera que el personaje de Harvey Keitel, a finales del siglo, se encuentra finalmente unido al trabajo de los hermanos Manakia de principios de siglo, así nos encontramos nosotros unidos con todo el viaje contemporáneo, aunque intemporal, que Angelopoulos ha presentado. Habiendo mirado en ese rincón del alma de Angelopoulos, ahora tenemos la obligación moral de aprender más sobre nuestras propias almas. Homero y Platón, aludidos respetuosamente en el título y en la cita inicial, sugieren una dirección para la mirada cinematográfica, tanto para el director como para el espectador, para empezar a formar un nuevo humanismo. (Rafael Cerrato)


Acogida inhumana:
Cuando Ulises y sus compañeros llegaron a la isla de los cíclopes, la brutalidad subhumana de éstos se les reveló porque desconocían las leyes de la hospitalidad y trataban como a simple ganado a los desventurados arrojados a sus costas por el mar. Lo que diferencia al hombre del bruto no es su tamaño, ni su pilosidad, ni su número de ojos, sino su disposición acogedora hacia el extranjero: al tratar a los compañeros de Ulises como a animales, Polifemo reveló su propia animalidad, no la de sus víctimas. Esa antigua obligación hospitalaria como clave de la humanidad sigue hoy vigente y su cumplimiento es también el gran desafío actual que se plantea a nuestras democracias. Los y las suplicantes, lo sabemos desde Homero o desde Esquilo, deben ser acogidos: la barbarie que les persigue es su carta de ciudadanía ante quienes nos tenemos por diferentes y mejores que los bárbaros. No hay excusas para el rechazo, apenas cortapisas prudenciales. A fin de cuentas, la condición del desterrado nos recuerda, no ya a todo demócrata sino a todo ser humano reflexivo, la nuestra propia. Pues, como dijo Empédocles, «el alma también está exilada: nacer es siempre viajar a un país extranjero». De nosotros depende que el acoso y el desasosiego de esta condición común se conviertan en fraternidad cívica. (Fernando Savater)


Territorios sin acotar:
Si algo renovador puede llegar a surgir, procederá seguramente de aquellos territorios que no están acotados. O lo que es igual: de los márgenes. Pero escribir, pintar, filmar en los márgenes no significa ser marginal o tener voluntad de serlo. Es sencillamente reconocer el espacio que a cada cual le es propio, aquel a donde ha ido a parar. (Víctor Erice)


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