HISTORIA
NAVEGACION
Leyendas medievales



Leyendas medievales:
Durante la edad media, la credulidad y la falta de sentido crítico eran el mejor alimento para que el error, las fábulas, las leyendas y la superstición crecieran y se multiplicaran. Relatos de viajes marítimos certificaban la existencia de islas míticas, razas monstruosas y animales maravillosos. La tradición cristiana intentó localizar en los mapas los parajes bíblicos que aparecían en la Biblia. Muchos mapas no basados en la observación condujeron a búsquedas imposibles y conjeturas contradictorias. Se mantuvo la noción de Alma del mundo recogida por Platón, Plotino y los estoicos. En la escolástica el Alma del mundo es identificada a veces con el Espíritu Santo. Así lo hicieron Abelardo y algunos representantes de la escuela de Chartres, como Bernardo Silvestre y Teodorico de Chartres. La noción avanzará durante el Renacimiento en forma de entendimiento universal, doctrina aceptada por Giordano Bruno (1548-1600). Mientras Marco Polo navegaba por las costas de Asia y África esperaba ver un perro o un cerdo marino. La Historia Natural de Plínio el Viejo sostenía que todo animal terrestre tenía su criatura marina equivalente.

Preste Juan:
Un ejemplo de esa Europa medieval, crédula y religiosa, fue la leyenda del Preste Juan. Durate siglos se creyó en un poderoso y rico rey-sacerdote que moraba en las Indias y que había vencido al islam. Marco Polo recoge noticias que afirman la existencia del reino de sus sucesores vecino a China. Las crónicas portuguesas situaron su reino en el este de Africa. La descripción inventada del reino que hace John Mandeville (s.XIV) lo sitúa en una isla más lejana que los dominios del Gran Kan, rodeada de mares peligrosos.


Los peligrosos mares alrededor del Reino del Preste:
Los mercaderes temen el largo viaje y los grandes peligros del mar de aquellos lugares, pues en muchos lugares del mar hay grandes rocas de piedras magnéticas, cuya propia naturaleza es la de atraer hacia sí al hierro, de ahí que no naveguen por allí barcos que tengan clavos o agarres de hierro. Si los tuvieran, al instante los barcos serían atraídos hacia esas rocas y no se podrían alejar nunca jamás de allí. Yo mismo he visto un montón de amasijos de hierro en ese mar, que parecía una isla llena de árboles y de matorrales y de gran cantidad de espinos y zarzas; y los marineros me dijeron que eran restos de los barcos que habían sido atraídos hasta allí por las rocas magnéticas a causa del hierro que tenían, y que, al pudrirse la madera de los barcos y todo su cargamento, crecieron matorrales, espinos, zarzas, césped y otras hierbas, y que los mástiles y palos de las velas hacen que parezca un gran bosque o una arboleda. Hay rocas como estas en muchas partes de los alrededores y, por eso, los mercaderes no se atreven a navegar por allí, a menos que conozcan bien las rutas o que tengan buenos guías. Además de esto, también les asusta el que sea un viaje tan largo. (John Mandeville)

Criaturas fabulosas:
El unicornio:
En la Edad Media se pagaba su peso en oro por los cuernos del unicornio, aunque nadie sabía en realidad a qué animal pertenecía aquella extraña defensa, de hasta dos metros, recta y como retorcida sobre sí misma. Se pintaba al unicornio de manera de extraño caballo de pezuña hendida, como los ciervos, y un gran cuerno único que surgía hacia adelante en su frente. Era, contaban las crónicas, un animal muy fiero y que sólo las más bellas doncellas podían amansar. Su cuerno era un fabuloso antídoto contra todo veneno. Bastaba limar un poquito en la copa del rey antes de cada bebida para que nunca muriera envenenado y, a poder ser, era preferible que la misma copa estuviera hecha de cuerno de unicornio. Algunas de aquellas copas, así como algunos cuernos, han llegado a nuestros días, lo que ha permitido saber que el material de que estaban construidas las primeras era la defensa nasal del rinoceronte indio, en tanto que los segundos pertenecían al narval. Marco Polo describió con fidelidad el rinoceronte indio, al que se refirió como unicornio, con «pelo de búfalos y pies como elefantes», su cuerno es negro y grande, la lengua es espinosa, la cabeza se parece a la de un jabalí y, en definitiva, es «un animal muy feo. No es verdad que se dejen tomar por una doncella virgen, pues son temibles y lo contrario de lo que cuentan».

Abundan la representaciones del Burak realizadas por musulmanes de la India. Su descripción, de curiosa anatomía, proviene de tradiciones populares, no del Corán. Según interpretación de los comentadores de un versículo del capítulo 17 Alá hizo viajar misteriosamente a Mahoma desde La Meca hasta Jerusalén y más tarde al séptimo cielo. En las versiones más antiguas el profeta es guiado por un hombre o un ángel y en las de fecha posterior se recurre a una cabalgadura celeste, mayor que un asno y menor que una mula. Burak [resplandeciente] era representado con cara de hombre, orejas de asno, cuerpo de caballo y alas y cola de pavo real.

Calamares gigantes:
En 1851 Melville incluyó en Moby Dick la descripción de un calamar gigante. Por aquella época esta criatura era considerada casi un ser mitológico y muchas de las leyendas que circulaban por Europa acerca de su existencia procedían de los marineros escandinavos, que aseguraban haber avistado cefalópodos tan enormes como una ballena y capaces de hundir un navío con sus tentáculos. En 1861 un barco militar francés capturó uno y desde entonces algunos más han sido atrapados accidentalmente en las redes de pescadores que faenan en el Pacifico y en el Atlántico. Se les dio el nombre científico de Architeutis dux y su anatomía ha sido bien estudiada. Pueden alcanzar los 22 metros y pesan entre 20 y 30 toneladas. De su cuerpo parten ocho finos tentáculos de tres metros cubiertos por una doble fila de ventosas, y otros dos de hasta 14 metros de longitud, que utilizan para atrapar a sus presas. El zoólogo Clyde Roper fue enviado por el Smithsonian Institute a Nueva Zelanda para estudiarlos.

Peligros en la navegación:
Nieblas que pueden ocultar islas enteras y hacer que se pasen de largo, temporales -y también terribles calmas, cuando el barco no avanza durante días-, accidentes, ataques de barcos enemigos, enfermedades, hambre. Hemos visto que las propias cartas marinas son poco fiables, y también que se cuenta con la presencia de lo desconocido, apariciones o monstruos.

Los portugueses, en sus exploraciones al sur de África, ya habían temido llegar a tierras donde no se cumplieran las habituales leyes físicas y naturales a que estaban acostumbrados. Al temor se unía cierto inconfesable deseo de ver esos temidos mares verdes o oscuros y esas lagunas innavegables llenas de monstruos, que habían citado los geógrafos árabes. Más al sur deberían llegar a una zona tórrida, donde los hombres se tornaban negros, donde había ríos de fuego que descendían de las montañas y donde el mar estaba tan caliente que quemaba las naves. El milagro lo vivían cotidianamente, al no ver ni poder interpretar científicamente la realidad.

    "Aparecía en más de una ocasión el cuerpo Santo, esto es, Santo Elmo, como otra luz entre las nuestras, sobre la noche oscurísima; y de tal esplendor cual antorcha ardiendo en la punta de la gabia. Cuando esa bendita luz determinaba irse, permanecíamos medio cuarto de hora todos ciegos, implorando misericordia y creyéndonos muertos ya". (Pigafetta. Cronista del viaje de Magallanes)

Se trata de la electricidad acumulada, del fuego fatuo. Los fuegos fatuos o fuegos de San Telmo, como llamaban generalmente los marineros a las "llamas" azuladas que aparecían sobre los extremos de los mástiles o en los cabos tras una tormenta, no son sino el resultado de la acumulación de la electricidad en el ambiente, bajo ciertas condiciones de humedad extrema. Pero para los campesinos de muchas regiones se trata de espíritus malignos, y el verse rodeados por ellos no hacía sino incrementar su terror. En caso de peligro extremo la sensibilidad acallada salía a flote en forma de llantos, gemidos y expresiones muy teatrales.

Islas míticas:
Para el marinero del siglo XVI existían islas en el Atlántico Norte que sólo eran verdaderas en los sueños o en la imaginación calenturienta, como:

  • Antilia: Isla fantástica mencionada por Aristóteles. Desde mediados del siglo XIV figuraba en algunos mapamundis como la más oriental de las tierras de las indias. El genérico Antillas para designar a todas las islas de la región, se impuso en la cartografía por iniciativa de Pedro Mártir de Anglería. Esta isla se recoge en el mapamundi de Ruysch, que la describe así: Se hallan en ella pueblos que hablan la lengua española, los cuales en tiempos del rey Rodrigo, que fue el último gobernante en tiempo de los godos, huyeron a ella escapando de los sarracenos, que a la sazón habían invadido Hispania. Tiene la isla arzobispo, con otros seis obispos, cada uno de los cuales cuenta con su sede. Por eso, muchos la llaman la isla de las siete ciudades.
  • La Isla de las Siete Ciudades:
  • La de San Brandán:
  • La de las Amazonas:

En todas ellas creía Colón y creyeron todos los españoles durante siglos. Islas repletas de maravillas y de tesoros. Incluso podía buscarse y encontrarse la Fuente de la Eterna Juventud, en busca de la cual marchara Ponce de León, el descubridor de Puerto Rico, o el mismo Paraíso Terrenal, que Colón creyó localizar en el Orinoco:

    "porque el sitio es conforme a la opinión de estos sanctos e sacros theólogos, y asimismo las señales son muy conformes, que yo jamás leí ni oí con tanta cantidad de agua dulçe fuese así adentro e vezina con la salada; y en ello ayuda asimismo la suavísima temperancia".

Brasil y Man Saxtania:
Otra isla curiosa es la de Brasil o isla de la felicidad, en la que abundan los árboles tintóreos y las risueas doncellas sedientas de amor, que esperan ansiosas a sus visitantes. Este relato es una vieja fábula, soñada por muchos aventureros. La isla de Man Saxtania, en la que una mano monstruosa, accionada mecánicamente, atrapa a los barcos que navegan por sus proximidades. Brasil fue objeto de una campaña interesada de noticias exageradas. Antes de sus conflictos con los franceses; portugueses y castellanos tropiezan, como ya lo hicieron en su expansión peninsular, en las Molucas, Brasil y río de la Plata. Por la imposibilidad técnica de medir longitudes de la época, la desembocadura del Amazonas y del río de la Plata serían los puntos fronterizos que los portugueses se fijan y quieren controlar. Construyeron el mito de Brasil como isla delimitada por estos ríos, a partir de una laguna del Dorado, en la que ambos ríos nacerían para orientarse luego en sentidos contrarios. La idea de una isla individualizada del continente influenciaría la cartografía, que trataría de mantener el mito para sostener los esfuerzos de la búsqueda de oro. Se ponía empeño en descartar que la mejor tierra del mundo careciera de este metal, que tardaría mucho tiempo en encontrarse, sin haber tenido la temprana suerte de las Indias otorgadas a Castilla.

En la tradición grecorromana hallamos el Jardín de las Hespérides, los Campos Elíseos y la fantástica isla de Leuke, a la que fue llevado Aquiles. Memnón fue llevado a otra isla luminosa, en algún lugar de Oriente. Odiseo y Penélope viajaron en la dirección opuesta y disfrutaron de la inmortalidad con Circe en Italia. Todavía más al Oeste, estaban las islas de los Bienaventurados, primeramente mencionadas por Hesíodo y en las que se creyó tan firmemente que, en fecha tan avanzada como el primer siglo antes de Cristo, Sertorio proyectó enviar una flota desde España para descubrirlas. Hay también islas mágicamente bellas en el folklore de los celtas y, en el otro extremo del mundo, en el de los japoneses. Y entre Avalón en el extremo Oeste y Horaisan en el lejano Oriente, está el país de Uttarakuru, el otro mundo de los hindúes. (Aldous Huxley)

    Este país de los lagos de dorados lotos. Hay ríos a miles, llenos de hojas de color del zafiro y del lapislázuli. Y los lagos, resplandecientes como el sol de la mañana, están adornados con dorados mantos de rojo loto. Todo el campo está cubierto de joyas y piedras preciosas, con alegres mantos de lotos azules de dorados pétalos. En lugar de la arena, las perlas, las gemas y el oro forman las orillas de los ríos, a lo largo de los cuales se elevan árboles de un oro que brilla como el fuego. Estos árboles dan perpetuamente flores y frutos, despiden una deliciosa fragancia y están llenos de pájaros". (El narayama)


La Almiranta de la Mar Océana. Islas Salomón:
En los ancestrales relatos de tradición oral de los indios del Perú. aparecían referencias a unas míticas islas conocidas por Hahuachimbi y Ninachumbi. Aquellas, a las que la memoria, que se perdía en la bruma de los tiempos, situaban al poniente, en donde el sol se hundía en el mar, en lo que ya entonces se conocía por los mares del sur, venían llamándose ya antes de su descubrimiento, de Salomón, y también del Oro, queriendo vincularlas así al recuerdo del rey de Israel y de Judá, hijo de David, paradigma de sabiduría y de opulencia. La creencia en la posible realidad de tales indicios determinó que el Gobernador Lope García de Castro tomase la iniciativa de llevar a cabo las gestiones para el envío de una expedición marítima. ... Así escribe Lope García de Castro al Rey Felipe II, su Señor, dándole cuenta con esta misiva que constata oficialmente el inicio de la hazaña, de los medios humanos y materiales que ponía al servicio del proyecto: 'Por tener gran noticia, como se tiene, de las islas que acá llaman de Salomón, envío a Alvaro de Mendaña, mi sobrino, con cien hombres, al descubrimiento dellas'. ... Completa la lista de gallegos embarcados en la expedición a los Mares del Sur, la esposa de Alvaro de Mendaña, Isabel Barreto, que a la muerte de aquel, es proclamada Adelantada. Desde el momento en que se pone al frente de la flota, demuestra grandes dotes de mando y es 'La Almiranta de la Mar Océana', -la primera y única mujer que ha ostentado este título dentro de la Armada Española- la que conduce sus naos a Filipinas.

La noción de Alma del mundo durante el Renacimiento:
Transmitida por los estoicos pasó a los escolásticos identificada con el Espíritu Santo. Durante el Renacimiento fue aceptada por Giordano Bruno, que consideró a Dios como el entendimiento universal que es la primera y principal facultad del Alma del mundo, que es forma universal de él [del mundo mismo]. Fue aceptada en general por todo el numeroso grupo que admitía la validez de la magia (Cornelio Agripa, Paracelso, Fracastoro, Cardano, Campanella), ya que la consideraban como la simpatía universal entre las cosas del mundo, que el mago utiliza para sus encantamientos y para sus acciones milagrosas. Con el predominio de las ciencias y de la concepción mecánica del mundo fue perdiendo reconocimiento.


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