Historia
Heródoto



Heródoto de Halicarnaso (485-452 a.de C.) relata sus viajes:
Llamado el padre de la Historia. Procedía de la ciudad de Halicarnaso, en el Asia Menor, bárbaro por el lado paterno y heleno por el materno. Dejó escrito que Homero vivió hacia 850 a.C. sin que nadie rebatiera esta fecha. Los historiadores posteriores han otorgado a sus escritos una gran veracidad. Los escritos sobre temas históricos eran considerados como una variante literaria que compartía técnicas y efectos con la narrativa de ficción. Se buscaba el sometimiento a los materiales factuales y a la veracidad personal, pero, como los novelistas, escribían detallados relatos de los acontecimientos, vivos retratos de los personajes, y prestaban gran atención al lenguaje y al estilo literario. Durante los primeros años de la historigrafía se preferían como fuente los testimonios directos de personas fiables sobre acontecimientos recientes. Las relaciones escritas con hechos históricos de las que se disponía abundaban en exceso en la tergiversación oficial o partidaria. Los criterios e intereses de los historiadores griegos dominaron el estudio histórico durante siglos.

Las famosas Historiae:
Su relato de las guerras Médicas le proporcionó gran fama. Hacia el año 444 intervino en la fundación de la colonia ateniense de Thurii en Italia, donde probablemente escribió sus Historiae. La obra en sí, una de las primeras historias escritas a tan gran escala, fue también la primera obra importante que se escribió en prosa griega. Su propósito era "impedir que los grandes y maravillosos hechos de griegos y bárbaros pierdan su tinte de gloria, y recordar cuáles fueron los escenarios de su pugna". Más de la mitad de la obra se refiere a los antecedentes de la guerra, y el resto a la propia contienda. Por toda ella se muestran digresiones históricas, etnográficas y geográficas, acompañadas de las críticas y de los comentarios del autor. Aunque fue criticado por incluir con excesos de credulidad cuanto le relataban, los estudiosos modernos refrendan incluso partes impregnadas de aparente fantasía. Schliemann en su exitosa búsqueda de Troya creía cierto su relato de que Jerjes se había presentado en Nueva Ilión, había inspeccionado los restos de la Pérgamo de Príamo y había hecho sacrificios a la Minerva Ilíaca.

Viajes por Africa:
Recorrió Egipto en cuatro meses. Viajó por todo el país desde la desembocadura del Nilo hasta el actual Assuán. Vió poco del antiguo esplendor. Tropas mercenarias persas de Artajerjes ocupaban el antiguo imperio faraónico. Intentó descifrar los jeroglíficos sin lograrlo. Sus indicaciones de que se trataba de un lenguaje de imágenes en vez de transcripción de sonidos contribuyó al retraso en su desciframiento hasta tiempos de Champollion. Visitó repetidamente Cirene, la colonia griega en Africa, fundada por sus compatriotas de Halicarnaso. Trató de recoger en Cartago cualquier información sobre sus extendidas colonias. Hacia el año 450 a. J.C. empezó a socavar el bello ensueño etnológico heleno. A través de sus ojos, La humanidad clásica descubrió por vez primera a los pueblos exóticos.

[...] La tierra era un disco rodeado por el océano, cubierto por la bóveda celeste y al que el mundo subterráneo servía de soporte. El ombligo de la tierra era Babilonia, o Memfis, o Atenas, según el observador fuera un babilonio, un egipcio o un griego. Los habitantes de la tierra se dividían en hombres, bárbaros y monstruos. Hombres eran los griegos (o los egipcios, o los babilonios), en cambio eran bárbaros los demás pueblos y, finalmente, monstruos, medio bestias, los exóticos salvajes. Todo parecía estar en perfecto orden sobre el disco terrestre y todo tenía un sitio fijo alrededor de su ombligo.[...]

La tierra murmuraban, no era, a juicio del bárbaro, del semiasiático, un disco, sino una bola -sí, exactamente una gran bola que flotaba por el cosmos. Y -¡Por Hades!- sobre esa curiosa bola vivían, además de los helenos, una serie de otros pueblos cultos, vivían bajo leyes justas y de un modo feliz, decente y nada bárbaro. El hombre de Halicarnaso decía que había visto a esa gente con sus propios ojos: en Italia y en Egipto, en Mesopotamia y junto al mar Negro. Estas afirmaciones eran exactamente una provocación; todos los capitanes helenos, todos los comerciantes de lana y vendedores de ánforas, que habían estado alguna vez en tierras bárbaras, decían exactamente lo contrario, hablaban de costumbres salvajes, excesos vergonzosos de sus habitantes, daban fe de hombres medio bestias de atezada piel, de monstruos y sátiros velludos que tenían un solo ojo. ¿Acaso los persas, los enemigos tradicionales, no eran unos bárbaros? ¿No habían atacado con fuerza salvaje Jonia, Tesalia, e incluso Atica? ¿Y los etruscos y cartagineses no eran acaso piratas de la más vil estirpe que aparecían con sus naves de presa en todos los lugares donde los colonizadores helenos fijaban sus residencias dispuestos a extender la cultura? Y, finalmente, los egipcios -claro que Atenas había firmado un tratado para defenderse de los persas-, esos hijos del infierno. Pero ¿tenían espíritu y dignidad humana aquellos poseedores de esclavos medio negros y adoradores de animales? ¿Podía compararse Egipto con la Hélade? ¿No era una desfachatez rayana en la locura establecer paralelos entre las buenas costumbres griegas y los malos usos de aquellos extranjeros salvajes? Así por ejemplo -continuó-, se dice en Egipto que el continente libio está rodeado por el océano y que se le puede dar la vuelta en barco. La gente se echó a reír, se divirtió con esta graciosa fábula. Cualquiera de los presentes, por poca geografía que supiera, sabía, naturalmente, que Libia (hoy la llamamos Africa) se unía en el sur con Asia y que el mar de Eritrea, es decir el océano Indico, era un mar interior. Se dice que los egipcios incluso han logrado demostrar su teoría y que han dado la vuelta a Libia en barco. Al regresar contaron que durante el viaje habían visto el sol de mediodía en el norte...

[Atenas:]
pasó luego a un tema que a los atenienses les era familiar: les habló de lo que había oído decir en las tabernas de marineros, en las factorías, mercados y puestos coloniales acerca de la vida de los salvajes, de los monstruos y pigmeos; entretejió las historias de navegantes y las crónicas de viajes, los protocolos sabios y las más absurdas habladurías para formar un cuadro colorido y atractivo. Un cuadro del mundo, que algunos profesores de épocas posteriores , faltos de fantasía, han interpretado equivocadamente y que veintitrés siglos más tarde fue calificado de historia subjetiva desfigurada por graves errores. Actualmente el mundo de los sabios juzga de muy otro modo al hombre e investigador Heródoto, reportero de su época que no sólo fue un recopilador de hechos, sino también un amante de la verdad, un moralista y un poeta. Los atenienses oyeron hablar de ligeros enanos de las selvas vírgenes, de pequeños habitantes de las cavernas de Libia que ("así dicen") gorjean como murciélagos. Veían mentalmente a los velludos isedonios atravesando las estepas del mar Negro con la cabellera al viento, veían en las profundidades del Asia a los asimaspianos de un solo ojo, rodeados de grifos, junto a un río de oro puro. Se imaginaban a los hiperbóreos, seres míticos del país del viento del norte, y a los cimerios, que habitaban más allá de los montes de Ripae, en la oscuridad, allí donde jamás sale el sol...


Heródoto estudia a los etruscos en Italia:
[...] El estudio...estuvo dedicado al pueblo pirata por excelencia, a los tan odiados conquistadores de la Italia septentrional y central, es decir, los etruscos. En aquellos días, las veloces naves de vela y de remo etruscas aparecían en todas las partes del Mediterráneo, a menudo asociadas con los cartagineses. Con sus armas de bronce maravillosamente trabajadas e incluso con espadas de un nuevo metal llamado hierro, apresaban las embarcaciones griegas venciendo a los combatientes más fuertes y blandiendo como sarcástico emblema de verdad y felicidad la enorme araña de oro, el pulpo gigante, el temible pólipo marino con el que parecían haber concertado un pacto mágico. Se decía que los etruscos llegaban comerciando y pirateando hasta más allá de las Columnas de Hércules, a mares occidentales y nórdicos totalmente desconocidos, donde había estaño para la fabricación del bronce, oro para saciar sus ansias de lujo, y ámbar para adornar los bellos cuerpos femeninos. Comerciaban a elevados precios, claro está, con marfil, piedras preciosas, y materias primas procedentes de las cuatro partes del mundo. No es de extrañar que no gozaran de las simpatías del mundo de habla griega. (Wendt)

Heródoto en Cartago:
Trescientos años antes la colonia fenicia de Cartago se había enriquecido y hecho independiente. Tenía medio millón de habitantes. Quería saber de qué regiones llegaban los negros a Cartago, qué pueblos habitaban más allá de las Columnas de Hércules (la gente hablaba de lotófagos, que se alimentaban de hojas de loto, de trogloditas y de lestrigones, devoradores de hombres); qué habían visto los cartagineses en Africa y en las islas desconocidas de la púrpura y del estaño. Publicó con todas las reservas la historia de un viaje que contaba el príncipe persa Sataspés. Su historia le pareció una mezcla de relatos cartagineses. No oyó hablar acerca de los viajes de Hannón e Himilcón, las mayores expediciones de aquellos tiempos. Tras la conquista de Cartago los romanos encontraron las crónicas de expedición que Heródoto no pudo encontrar. Una trata del descubrimiento de las Islas Canarias donde habían encontrado unas plantas colorantes que venían a sustituir a los costosos caracoles de la púrpura. "Habían exterminado" a muchos habitantes de la isla para que no se difundiera la noticia. Otra crónica trata del almirante Himilcón, habla de los viajes a la isla del estaño, del mar del Norte (posiblemente las Islas Británicas) y a las regiones atlánticas de los bancos de algas que, "como una selva son capaces de retener prisionera una embarcación". Otra crónica era la que relataba la expedición del jefe y general supremo de Cartago, Hannón, hacia el año 500 a. J.C. Empresa de enormes dimensiones.


Verificaciones y entrevistas a testigos:
A Herodoto (c. 480-425 a.C.), por lo general, se le considera «el padre de la historia», aunque es probable que le gustaran demasiado los buenos relatos para ser una fuente absolutamente fiable. Provenía de una familia de poetas de Halicarnaso, actual Bodrum, Turquía, sobre la costa del mar Egeo. Fue él mismo quien se impuso la tarea de escribir sobre las guerras griegas, primero los conflictos entre Atenas y Esparta y luego las invasiones de Grecia por los ejércitos de los reyes persas, Darío I (en el 490 a.C.) y Jerjes I (en el 480-479 a.C.). Herodoto escogió estos enfrentamientos por la sencilla razón de que creía que eran los acontecimientos más importantes que habían ocurrido nunca. Más allá de esta idea básica de escribir historia y no mitos, su obra destaca por tres razones. En primer lugar, su método de investigación (historia significaba originalmente «investigación»): viajó durante mucho tiempo para consultar archivos y entrevistar a testigos presenciales donde era posible hacerlo, y consultó estudios geográficos (para verificar los nombres y la forma de los campos de batalla) y fuentes literarias. En segundo lugar, tenemos su perspectiva, adoptada de Homero, en la que se reconoce que ambos bandos tienen historias dignas de ser contadas, historias con héroes propios, comandantes habilidosos, armas y tácticas de gran ingenio. Y en tercer lugar, tenemos la obsesión por la hubris, algo que compartía con Homero y los trágicos. Herodoto pensaba que todos los hombres «de alto vuelo» poseían una arrogancia que los contaminaba y que enfurecía a los dioses. Esta idea, y su creencia en la intervención divina, invalida muchos de sus argumentos sobre las causas y los resultados de las batallas. Pero esto era algo que compartían en mayor o menor medida todos sus lectores, y su lucido estilo (y su monumental esfuerzo) hicieron que su obra fuera extremadamente popular. (Peter Watson)


El griego como lingua franca:
El primer viaje al extranjero de Kapuscinski se inició marcado por la presencia de la Historia de Heródoto, regalo de su editora Tarlowska. Según Hammer [traductor de la primera edición al polaco en 1955], aparte del griego no conocía ninguna, pero como los griegos estaban entonces diseminados por todo el planeta —en cualquier confín tenían sus colonias, puertos y factorías—, el autor de Historia siempre podía contar con la ayuda de sus compatriotas, que le hacían de guías y de intérpretes. Además, el griego era la lingua franca del mundo de entonces; en Europa, Asia y África lo hablaba muchísima gente, como más tarde lo haría en latín, y luego en francés y en inglés. (Kapuscinski)


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