Arabia Saudí:
En la década de 1980 se mantuvo sus tesis de soluciones globales para Oriente medio, pero no fue partidaria de sanciones drásticas contra Egipto. La década anterior le reportó notables beneficios por la crisis energética con los que financió la diversificación de su producción, infraestructuras y servicios asistenciales. Siguió beneficiándose de la crisis petrolera iraní, lo que le permitió un activo papel financiero. La consolidación del régimen chiita de Jomeini, la aparición de núcleos chiitas y el sangriento asalto a la mezquita de La Meca (1979) les hizo adoptar un programa de neutralización con inversiones y armamento. Al estallar la guerra entre Irán e Iraq (1980) la diplomacia saudí se sumó a las negociaciones que trataron de detenerla infructuosamente. Ante los hechos apoyaron por razones estratégicas a Iraq. En 1981 presentó el plan Fahd de paz para Oriente medio, de notable realismo, que de alguna manera facilitaba el reconocimiento de facto de Israel y la solución de las reivindicaciones palestinas. El plan no tuvo resultados concretos inmediatos, pero la conferencia de Fez de la Liga lo aprobó con retoques (1982). Apoyó en 1981 la creación del Consejo de cooperación del Golfo que reunió a los países moderados. El relevo en el trono coincidió con la crisis del Líbano iniciada por la invasión israelí, y de nuevo la diplomacia saudí ofreció fórmulas que permitieron una salida digna a los guerrilleros de la OLP (ago 1982). La mediación se repitió en la crisis sobre el liderazgo de Arafat (1983) y en la mediación entre las milicias chiitas y drusas y el gobierno del cristiano Gemayel.
Durante los intentos de Saddam Hussein de extender el conflicto Irano-iraquí (1984) EE.UU. ofreció misiles al país además de a Kuwait y Unión de Emiratos Arabes.
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