Ruhollah Jomeini (1900-1998): El chiísmo es la confesión más extendida en Irán y una de las principales corrientes del islamismo, históricamente escindido entre sunnitas y chiítas. Mientras que los sunnitas , mayoritarios en Irak, consideran que todo imam o caudillo musulmán ha de ser elegido por la comunidad entre los descendientes de Alí, yerno de Mahoma, como verdaderos imames, siendo para ellos un cargo hereditario. Así, frente a la ortodoxia práctica sunnita siempre se ha alzado la teología chiíta, carismática e irreductible. Ruhollah, el más pequeño de seis hermanos, asistió a la escuela coránica y en 1918 fue a la ciudad de Arak para iniciar los estudios islámicos avanzados bajo la dirección de un ayatollah tradicionalista, Mohsen Araki, y luego de Abdul Karim, uno de los líderes religiosos más importantes del momento. Con éste último maestro se trasladó hacia 1920 a Qom, ciudad célebre por sus santuarios, sus reputados círculos de estudios islámicos y los miles de peregrinos que se dan cita allí con la esperanza de obtener dones y curaciones milagrosas. En Qon, Jomeini profundizó en los principios de la ley y la jurisprudencia islámicas y conoció a los clásicos de la cultura musulmana. En 1922 era ya considerado uno de los discípulos más brillantes de Abdul Karim y con él fundó al año siguiente el Madresseh Faizieh, un centro de enseñanza y difusión del chiísmo. Tenía veintisiete años cuando realizó su primera peregrinación a La Meca y comenzó a ejercer él mismo como maestro. A lo largo de este período de apacible religiosidad, llegó a escribir más de veinte libros sobre teología islámica. En cuanto a su matrimonio, los datos oficiales no permiten dilucidar ni la fecha en que tuvo lugar ni el nombre de su esposa; sí es cierto que tuvo con ella un hijo llamado Mustafá y una hija fallecida a los pocos años. También se sabe que su primera mujer murió y que Jomeini aún tuvo más hijos: varias niñas y un segundo hijo varón, Sayed Ahmed. Cuando nació Jomeini, Persia era un país atrasado con un tercio de la población nómada y sumido en el más puro colonialismo, principalmente británico y ruso. En 1909 se descubrieron los primeros yacimientos petrolíferos y las potencias occidentales incrementaron su presencia en el país, gobernado desde tiempos inmemoriales por un sha, nombre que designa en persa el título de rey. Desde 1917 Irán disponía de una Constitución y un Parlamento, pero en 1921 el general Reza Jan dio un golpe de estado, disolvió el parlamento y obligó al sha Ahmed a abandonar el país. Tras un período de convulsiones, en 1926 Reza Jan se autoproclamó sha con el nombre de Reza Pahlavi, iniciando de esta forma la dinastía que años más tarde sería derrocada por Jomeini. Reza Jan se propuso modernizar el país y, siguiendo las huellas de Kemal Atatürk en Turquía, crear un estado y una sociedad laicos y desarrollados, aun a costa de promulgar leyes que atentaban contra la sensibilidad religiosa de su pueblo. Por supuesto, Jomeini se oponía a todas estas reformas y reivindicaba el fundamentalismo chiíta, basado en el advenimiento de un nuevo imam capaz de dirigir el renacimiento del Islam. Al mismo tiempo reclamaba el protagonismo de Irán en este proceso y postulaba la indisociabilidad de política y religión. Durante la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética ocupó el norte del país y Gran Bretaña el centro y el sur. El sha Reza, acusado de apoyar a las potencias del Eje, fue obligado a abdicar a favor de su hijo primogénito, Muhammad Reza Pahlevi, que a la sazón contaba veintidós años de edad. El nuevo sha, impuesto por los soviéticos y británicos, se inclinó inmediatamente del lado de las fuerzas aliadas y negoció con habilidad la retirada de los ocupantes, consiguió la ayuda económica de Churchill, Roosevelt y Stalin e impulsó decididamente el desarrollo del país, emprendiendo una serie de audaces reformas que incluían la extensión de la enseñanza a las mujeres, la redistribución de las tierras y la instauración de una sociedad industrial moderna y consumista. Desde Qom, Jomeini vivió este proceso sumido en la más profunda indignación. Comenzó a criticar abiertamente las iniciativas gubernamentales de aproximación a Occidente y, en 1953, cuando el sha visitó la ciudad santa de Qom, fue el único ayatollah que no acudió a recibirlo, manifestando así su oposición. Paulatinamente, el prestigio de Jomeini fue en aumento y su postura radical encontró en la inmensa mayoría de dirigentes musulmanes. A principios de los años sesenta era ya el jefe indiscutible de la comunidad chiíta y el primer enemigo del régimen, de cuyas prohibiciones religiosas y políticas hacía caso omiso. Las huelgas y enfrentamientos protagonizados por sus seguidores culminaron en 1963, cuando el sha impuso la ley marcial y ordenó el arresto del caudillo chiíta, lo que originó una espectacular insurrección que costó más de cien muertos a las filas jomeinistas. El ayatollah hubo de exiliarse en Turquía y luego en Irak, desde donde organizó con la connivencia de las autoridades una fuerte oposición contra el sha. Sus tesis era claras: era necesario crear una República Islámica establecida en base a la tradición musulmana y destruir el corrupto régimen de Reza Pahlevi, vendido a los demonios occidentales. Sus ideas, extraídas de las más antiguas leyes islámicas, revelaban una intransigencia religiosa llevada hasta las últimas consecuencias: "Necesitamos un líder que sea capaz de cortar la mano de su propio hijo si lo descubriese robando, o que lapidase a su esposa si supiese que ha fornicado." Entretanto, Irán experimentaba un vertiginoso crecimiento económico basado en la venta de petróleo y que contrastaba con una injusta distribución de la renta nacional. El pueblo continuaba sumido en la miseria mientras el sha, convertido en el gendarme del golfo Pérsico por los Estados Unidos, celebraba con grandes ceremonias su coronación y la de su esposa Farah Diba como emperadores de Irán.
Violenta represión del régimen del sha:
El regreso a Irán (1 febrero 1979):
Toma de la embajada:
Condena de Salman Rushdie: Jomeini comprendía bien los peligros que la fe suní wahabí saudí suponía para los chiíes. En su famoso último mensaje, poco antes de su muerte, cuando ya debía de haber oído el nombre de Bin Laden, Jomeini arremetió contra las ideas anticoránicas que propagaba el culto supersticioso e infundado del wahabismo.
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