Incursiones de la piratería morisca en Canarias:
El corsario morisco Calafat:
Volvieron en septiembre de 1571, con siete galeras conducidas por el pirata Dogalí, apodado el Turquillo; volvieron a ocupar Lanzarote durante tres semanas y se llevaron otra vez un centenar de esclavos, entre los pocos habitantes que quedaban en la isla.
El cabildo de Tenerife había tenido aviso de las dos expediciones, con suficiente antelación. En ambos casos, se habían tomado las medidas que se estilaban en caso de rebato: la más significativa de estas disposiciones, fue rogar oficialmente al cuarto Adelantado, don Alonso Luis Fernández de Lugo, para que suspendiese la expedición de rescate que tenía preparada para Berbería. La armada esperó, efectivamente, hasta el verano siguiente. Fue la última expedición autorizada, ya que el mismo año de 1572 se prohibieron las entradas en Berbería, por orden del rey. La ofensiva canaria se había transformado definitivamente en defensiva.
Hubo varias alarmas más, por haberse recibido aviso de preparativos berberiscos, en 1572, 1573 y 1579. Hubo también más invasiones, todavía más feroces y más asoladoras que las anteriores, y que acabaron prácticamente con la economía, si no con la población de las dos islas orientales, la de Lanzarote en 1586 y 1618, la de Fuerteventura en 1594. En todas estas expediciones, nunca llegaron los moros hasta Tenerife, sin duda por los peligros que representaba para los atacantes la navegación interior. En cambio llegaron a La Palma, en 1618; pero se retiraron sin atreverse a intentar un desembarco, porque sabían que la isla estaba bien guardada. Desde el punto de vista tinerfeño y santacrucero, estas incursiones se traducían en peligros y temores y, con motivo de los correspondientes rebatos, en un aumento sensible de las actividades relacionadas con el armamento y las fortificaciones.
Andando el tiempo el atrevimiento de los piratas moriscos y argelinos iría creciendo. En la primera mitad del siglo XVII, la presión no había cedido; por el contrario, es frecuente la presencia de navíos enemigos en las aguas de Santa Cruz. En 1634, dos navíos de piratas moros llegan a la vista del puerto. Por orden del capitán general, salió a su encuentro el capitán Juan de Ayala, con una pequeña armada improvisada a base de navíos escogidos entre los que esperaban en el puerto: abordó la almiranta de los moros, que le ocasionó algunos desperfectos, pero pudo obligarles a abandonar su acecho. En 1641 hubo otro corsario, todavía más atrevido, que entró calladamente en el puerto y robó una barca de pesca. Dos años más tarde, otros moros capturaron a la mujer y a la hija de Juan Abarca, vecino de San Andrés, mientras venían tranquilamente de este lugar a Santa Cruz. Otros cautivos habían sido apresados en 1647 "junto al puerto de Santa Cruz", sin que sepamos exactamente en qué circunstancias.
En la segunda mitad del siglo XVII aun no han cesado los ataques y las incursiones, que proceden ahora exclusivamente de los piratas argelinos. El 26 de noviembre de 1656, un navío que había salido de Santa Cruz con 96 personas a bordo, había sido apresado por los "turcos" a la vista del puerto. El capitán general Alonso Dávila y Guzmán tocó a rebato, y buscó él mismo en Santa Cruz a los oficiales y gente de guerra, yendo a casa de algunos de ellos, para organizar rápidamente una expedición de rescate; pero sólo logró reunir cinco personas; así, no se pudo hacer nada y los piratas llevaron a sus cautivos a Argel. El 16 de agosto de 1672 hubo una especie de batalla en la misma costa de Tenerife, no muy lejos del puerto, con ciertos piratas argelinos. En 1676, dos bajeles de Argel vinieron a situarse frente a la entrada del puerto, de tal manera que no se podía entrar ni salir sin caer en sus manos: situación tanto o más penosa para los habitantes, que era aquella una época de grandes escaseces y se estaba esperando la llegada del trigo de fuera. Además los piratas burlaban de este modo la vigilancia de los castillos, porque acechaban fuera del alcance de sus cañones y, por otra parte, sabían que la isla era demasiado pobre para ofrecerse los servicios de un guardacostas. Se había vuelto a los tiempos del siglo anterior, en que era preciso mandar desde la ciudad las tropas de protección: una compañía de cien hombres baja al puerto todos los días "por allarse despoblado y todo lo más de la vecindad en Argel". En realidad se había vuelto todavía más lejos en el tiempo, a la época anterior a la conquista, en que la mejor mercancía que podían ofrecer las islas eran los esclavos.(Cioranescu)
Apresamientos y rescates:
Es cierto, también, que coexistiendo con las cabalgadas, se realizaban los rescates, expediciones encaminadas a canjear a los cautivos, pero que también tenían como objetivo intercambiar productos canarios por los africanos. No obstante, las relaciones canario-africanas se caracterizaron sobre todo por la violencia. Máxime, cuando en 1569 las cañas se vuelven lanzas, y el corsario Calafat de Salé conquiste Lanzarote. Desde esta fecha hasta 1618, esta isla será ocupada por los corsarios marroquíes y argelinos en cuatro ocasiones, Fuerteventura en 1593 y San Sebastián de La Gomera en 1618. Pero, además, hasta 1749, año en que se produjo la última invasión argelina en Femés, miles de isleños serían esclavizados en incursiones en las Islas y sobre todo en el mar. Entre 1587 y 1768, 805 canarios serían liberados por las órdenes redentoras: la Merced y la Trinidad. La cifra sin embargo es equívoca, pues los cautivos fueron muchos más. Tan sólo en las invasiones mencionadas fueron apresados cerca de 2.000 isleños, y en tierra y, sobre todo, en el mar, miles más. Algunos conseguirían rescatarse por sus propios medios, pero otros muchos morirían en Argel o Salé. Unos en su cultura cristiana, pero otros se convertirían al Islam: los renegados. No fueron pocos los canarios que se inclinaron por esta opción.
En definitiva, durante siglos, ambos mundos vivieron enfrentados con la excusa ideológica de la cruzada contra el infiel y de la Yihad, aunque en realidad la causa real de este enfrentamiento radicaba en la cudisia de coger cautivos, como explicaba un corsario apresado en Arinaga.
(Luis A.Anaya)
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