Política colonial:
Desmantelamiento del imperio británico:
Los gastos ocasionados por la Segunda Guerra Mundial supusieron la pérdida del imperio.
El país perdió una cuarta parte de su riqueza.
Hubo de mantener un persistente racionamiento.
Empleó la cantidad casi íntegra del Plan Marshall en devolver sus deudas en dólares.
Pasó de ser el principal acreedor a ser el principal deudor mundial.
Comenzó una nueva oleada de emigración a EE.UU., Canadá, Australia y Nueva Zelanda.
Rechazó la invitación de Robert Schuman (1950) y eligió mantenerse al margen de la CECA.
La Commonwealth:
Se crea durante la Conferencia Imperial (1920). El gobierno británico reconoció ciertos derechos de autodeterminación de sus colonias e inició los trabajos que culminaron con el Estatuto de Westminster (1931).
Engloba actualmente a 53 países unidos voluntariamente. Casi dos mil millones de personas.
Sus miembros se comprometen a cumplir con la Declaración de Principios de la Mancomunidad firmada en Singapur (1971) y ratificada en la Declaración de Harare (1991). Esta reconoce la importancia de la democracia y el buen gobierno, el respeto a los derechos humanos, la igualdad entre el hombre y la mujer, el respeto a las leyes y el desarrollo socioeconómico sostenible.
La aportación de cada país a la organización se calcula en función de su PIB y de su población.
Control de la URSS sobre el resto del bloque comunista:
Se estima que hasta finales de la década de 1950 la Unión Soviética exigió a la República Democrática de Alemania, Rumania y Hungría bastante más de lo que gastó en controlarlas. En Checoslovaquia salió sin ganar ni perder. Bulgaria, y especialmente Polonia, probablemente le costaron a Moscú bastante más en ayudas, entre 1945 y 1960, de lo que le aportaron a través del comercio y otros suministros. Este modelo de beneficio económico mixto en las relaciones económicas entre la metrópolis y sus colonias resulta familiar a los historiadores del colonialismo y, a este respecto, la relación entre la URSS y las tierras que quedaban al oeste de ella fue convencionalmente «imperialista» (salvo en que en el caso soviético, el centro del imperio era en realidad más pobre y atrasado que la sometida periferia).
En lo que Stalin se diferenciaba de otros edificadores de imperios, e incluso de los zares, era en su insistencia en reproducir en los territorios bajo su control unas formas de gobierno y sociedad idénticas a las de la Unión Soviética. Al igual que había hecho en el este de Polonia entre 1939 y 1941, y en los Estados bálticos en 1940 y de nuevo (tras su reconquista a los nazis) en 1945, Stalin se propuso modelar la Europa del Este a la imagen soviética, y reproducir la historia, las instituciones y las prácticas soviéticas en cada uno de los pequeños Estados ahora controlados por los partidos comunistas.
Albania, Bulgaria, Rumania, Hungría, Checoslovaquia, Polonia y la República Democrática Alemana habrían de convertirse, en la acertada expresión de un experto, en «un calco de Estados geográficamente contiguos (Kennethjowett, catedrático de la Universidad de Berkeley, California)». Cada uno de ellos tendría una Constitución basada en la soviética (la primera de ellas se adoptaría en Bulgaria en diciembre de 1947, y la última, en Polonia en julio de 1952). Cada uno experimentaría «reformas» económicas y adoptaría Planes Quinquenales para alinear sus instituciones y sus prácticas con las de la Unión Soviética. Cada uno se convertiría en un Estado policial a la imagen y semejanza soviética. Y cada uno sería gobernado por el aparato de un Partido Comunista supeditado (de hecho, aunque no oficialmente) al Partido Comunista gobernante en Moscú (Las instituciones de la República Democrática Alemana eran algo distintas, y reflejaban su carácter provisional a los ojos soviéticos. Pero el espíritu de sus leyes y costumbres era impecablemente ortodoxo). (Tony Judt)
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