Margarita:
Sedientas las arenas, en la playa
sienten del sol los besos abrasados,
y no lejos, las ondas, siempre frescas,
ruedan pausadamente murmurando.
Pobres arenas, de mi suerte imagen:
no sé lo que me pasa al contemplaros,
pues como yo sufrís, secas y mudas,
el suplicio sin término de Tántalo.
Pero ¿quién sabe...? Acaso luzca un día
en que, salvando misteriosos límites,
avance el mar y hasta vosotras llegue
a apagar vuestra sed inextinguible.
¡Y quién sabe también si tras de tantos
siglos de ansias y anhelos imposibles,
saciará al fin su sed el alma ardiente
donde beben su amor los serafines!
(Rosalía de Castro, de En las orillas del Sar)
Los robles:
[...]
Arbol duro y altivo, que gustas
de escuchar el rumor del Océano
y gemir con la brisa marina
de la playa en el blanco desierto;
¡yo te amo!, y mi vista reposa
con placer en los tibios reflejos
que tu copa gallarda iluminan,
cuando audaz se destaca en el cielo
despidiendo la luz que agoniza,
saludando la estrella del véspero.
[...]
La autora de En las orillas del Sar es, sin lugar a dudas, el poeta más auténtico que ha tenido la lengua gallega y castellana durnate todo el romanticismo ibérico, incluso más, a juicio de algunos críticos e historiadores de la lengua, que sus contemporáneos el catalán Jacinto Verdaguer o el portugués Antero de Quental.
Sus poemas bucean en la existencia torturada del alma humana, buscando las últimas raíces y razones de la existencia del hombre.
Rosalía nace, como presagiando todo lo que va a ser su vida, en plena época romántica española, en las postrimerías de la génesis de la España contemporánea, año 1837, un 21 de febrero, en Santiago de Compostela. La madre, Teresa de Castro y Abadía, de familia hidalga y acomodada; su padre, José Martínez Viojo, sacerdote, será más tarde canónigo de la colegiata de Iría Flavia (Padrón). La niña no ingresa en la Inclusa, como sería natural, dado el carácter ilegítimo y un tanto vergonzante, para aquella época, de su nacimiento, sino que pasa a vivir con la hermana de su padre, su madrina, María Josefa Martínez. A los siete años la encontramos viviendo ya al lado de su madre, y estudiando las primeras letras y cultura general en el Liceo de San Agustín y, también, parece ser, debió estudiar Música, en la Sociedad de Amigos del País, de Santiago. [...] (Joaquín del Moral)
Y que ahora subiendo, ahora bajando,
unas veces con luz, otras a ciegas,
cumplimos nuestros días y llegamos
más tarde o más temprano a la ribera.
Las jarchas:
Considerar estas breves joyas como un fermento más, dentro de un complejo conglomerado sociológico, político y cultural, sería ajustado a la realidad. Como en los estilos arquitectónicos que se producen a un lado y otro de la frontera cristiano-islámica en los alrededores del año 1000, una serie de factores se entremezclan y se producen plásticamente. Así, las jarchas alcanzan una significación precursora de lo que apenas puede considerarse una literatura, siquiera sea en su momento inicial.
Se trata, como es sabido, de pequeñas estrofillas de versos castellanos que se encontraban al final de algunos poemas hebreos y árabes, y que, hasta ahora, no habían interpretadas en su difícil vocalización. la fecha de estos poemas se inicia en la primera mitad del siglo XI y representa un adelanto de más de un siglo sobre el Poema del Cid; una de ellas puede fecharse treinta años del nacimiento de Guillermo Poitiers, el iniciador de la lírica provenzal. Quiere decirse con esto que estas "cancioncillas" hacen de la literatura española la más antigua literatura románica; en la frase de Dámaso Alonso, "los testimonios cuajados y significativos de la más temprana primavera lírica de Europa".
Estas pequeñas obrecillas contienen mundos de efusión y de ternura. La muchacha que pena por su habib, por la ausencia o la tardanza de su amigo, se expresa con una vehemencia amorosa tal, que nos llega, intacta, a nuestro corazón de lectores de hoy. A lo largo de nueve siglos, puede decirse que conserva todo el perfume de su sencilla y emocionada poesía. (Díaz Plaja)
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