Lord Byron (Londres 1788-Misolonghi 1824):
Su padre, el capitán John Byron había intervenido en las guerras de América. Era conocido como Jack el Loco por la disipada vida que siempre llevó.
Murió a los 36 años, según algunos por su propia mano, al no soportar una vida sin mucho dinero, después de dilapidar varias fortunas (1791).
Su madre Catherine Gordon de Gight provenía de la más alta nobleza escocesa, de una familia plagada de personajes siniestros.
En 1798 fallece lord Byron tras la muerte de su heredero directo en el sitio de Calvi (Córcega).
El joven George y su madre se trasladan a Newstead para hacerse cargo de la herencia.
En 1801 entra en la aristocrática escuela de Harrow y traba amistad con William Harness, cojo como él, y Robert Peel. Se esfuerza por adaptarse pese a su carácter solitario y su invalidez.
En 1805 entra en el Trinity College y adopta una vida licenciosa y extravagante.
Primer viaje (1809-1811):
En su mayoría de edad toma posesión de su herencia y el 11 de junio sale del puerto de Falmouth hacia Lisboa en un largo viaje. Durante su paso a caballo entre Sevilla, Cádiz y Gibraltar es testigo de una España convulsa por la invasión napoleónica y la Guerra de la Independencia.
Napoleón fuerza la abdicación de Fernando VII (1808) y José Bonaparte ocupa el trono hasta 1813.
De su estancia en España relataba la impresión que le causó la belleza de las españolas. Visita Malta, Constantinopla, cruza el Helesponto a nado y contrae la fiebre palúdica en Atenas. En Albania comienza a escribir Las Peregrinaciones de Childe Harold, libro con el que se convertiría en el escritor de moda tras su regreso a Inglaterra.
Abandono para siempre de Inglaterra (1816):
Se embarca en Douvres para ir a Ostende y de allí a Bruselas.
Se hace amigo de Shelley en Ginebra. Reside casi tres años en Venecia.
En 1817 miss Clare Clermont da a luz a su hija Allegra y termina el poema dramático Manfredo. Desde 1818 a 1822 escribe su obra cumbre Don Juan.En 1820 compone La profecía de Dante, tras la lectura de la Divina Comedia. En 1821, dedicado en parte a la política, interviene en una conspiración de los carbonarios en Rávena.
Toma parte en el movimiento antipapal y antiaustríaco.
En 1823 es nombrado miembro del Comité de Londres para la independencia de Grecia. Se decide a dirigir la insurrección y embarca para Cefalonia. En Misolonghi es recibido con grandes honores y el 19 de abril de 1824 muere tras sobrevenirle un ataque de epilepsia y un enfriamiento.
Afirmación frente a la sociedad:
Byron fue probablemente el más famoso de los románticos. (Al describir «el moi romántico», Howard Mumford Jones anota con acierto que mientras el egotismo de Wordsworth era interno, el de Byron estaba «a la vista de toda Europa».) El retrato del héroe romántico como un eterno vagabundo sin hogar, en parte condenado por su propia naturaleza salvaje, que Byron nos ofrece en su obra, no es en ningún sentido original. Sin embargo, mientras los anteriores héroes de este tipo invariablemente vivían con culpabilidad o melancolía el hecho de no pertenecer a la sociedad, en Byron el estatus de outsider se convierte en «un pretencioso motín» contra la sociedad, «el sentimiento de aislamiento evoluciona en culto resentido de la soledad», y sus héroes son poco más que exhibicionistas, «dispuestos a mostrar abiertamente sus heridas». Estos rebeldes en guerra declarada con la sociedad dominaron la literatura del siglo XIX. (Peter Watson)
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El Corsario (1814):
Comienzo del Canto Primero:
Cuando navegamos sobre las llanuras azuladas, nuestras almas y nuestros pensamientos se hallan tan libres como el Océano. Tan lejos cuanto los vientos pueden llevarnos, y en todas partes donde espuman las olas, encontramos nuestro imperio y nuestra patria. Ved, pues, nuestros estados; ningún límite los circunda. Nuestro pabellón es el cetro al que todas las naciones obedecen. En nuestra vida agitada pasamos con igual alegría de la fatiga al reposo, y del reposo a la fatiga. ¿Quién será capaz de poder explicar la dicha de esta alternativa? ¿Serás ,tú, esclavo enervado, tú que te sentirías desfallecer sobre las olas furiosas? ¿Tú magnate orgulloso, sumergido en los deleites y en la indolencia, y para quien el sueño no ofrece dulzuras, ni el placer encantos? ¡Ah! Conviene más bien al mortal audaz que confió su fortuna a los peligros del mar; a él es solo a quien pertenece el describir los latidos del corazón y los transportes de los hombres que pasan su vida en recorrer la inmensidad de los mares. ¡El podrá decir cuánto deseamos que llegue el día del combate!, ¡con qué ardor buscamos el peligro que espanta y hace huir al cobarde!, ¡y de qué modo las empresas en que queda vencido el temor despiertan la esperanza y el valor en nuestros corazones!
(El Corsario. Lord Byron)
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Notas: La muerte nos parece poco más triste que el enfadoso reposo. Que venga cuando quiera...Que aquel que encuentre encantos en la vejez se arrastre hacia su cama y consuma allí sus días en largas y penosas enfermedades... Las velas nunca han servido para huir del enemigo... su nombre hace temblar a los más atrevidos... Pueblo sin leyes... Pocos hombres serían capaces de sostener su vista fija y penetrante... No ignoraba que era odiado; pero los que no le apreciaban, temblaban, y al menos le temían. Solitario, feroz y arrogante, si su nombre causaba espanto, sus acciones admiraban, y los que le temían no se atrevían a despreciarle... el dolor no hubiera podido arrancarle una queja...
Mis únicos recursos durante mi vida eran mi navío, mi amada y mi dios: he abandonado a mi dios en mi juventud, y él me abandona actualmente: el hombre que me oprime no es otra cosa sino el instrumento de sus venganzas. Me encuentro muy lejos de pensar en burlarme del cielo dirigiéndole oraciones serviles, hijas de una tímida desesperación; respiro todavía y puedo soportarlo; esto es bastante para mí. Mi espada ha sido arrancada de mi brazo, que hubiera debido corresponder mejor a la confianza de los valientes que dirigía; mi navío debe ser presa de las olas.
La partida:
¡Todo acabó! La vela temblorosa
se despliega a la brisa del mar,
y yo dejo esta playa cariñosa
en donde queda la mujer hermosa,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.
[...]
Y rompiendo las olas de los mares,
a tierra extraña, patria iré a buscar;
mas no hallaré consuelo a mis pesares,
y pensaré desde extranjeros lares
en la sola mujer que puedo amar.
[...]
Tres poetas ingleses:
[...] Baja del norte inglés una tríada de poetas que llevan en sus sienes el laurel de los clásicos. Pronto, el más frágil de ellos, John Keats, muere de tuberculosis en Roma; pero deja escrito un verso que define a todo el romanticismo: "La belleza es verdad y la verdad belleza; nada más es preciso saber en la tierra". Percy B. Shelley se ahoga en una playa toscana, con un libro de Keats en el bolsillo: "Desafiar al poder absoluto; amar y soportar", proclamaba en uno de sus versos. Y Lord Byron, el más bello, el más vigoroso, el más ardiente, fallecía devorado por la malaria en Missolonghi, no muy lejos de Lepanto. Luchaba, cuando murió, por la causa de la independencia de Grecia: "Busca la tumba de un soldado -pedía-; para ti, la mejor. Luego, mira a tu alrededor y elige el sitio, y entrégate al descanso (...), haciendo de la muerte una victoria". (Javier Reverte)
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Percy Bysshe Shelley (1792-1832):
De familia noble y rica, estudió en Oxford, de donde se le expulsó por el opúsculo titulado La necesidad del ateísmo. Escribió también otras obras de carácter político; las primeras grandes composiciones líricas vienen más tarde, a partir de 1815. Autor, asimismo, de dramas y de una Defensa de la poesía, en la que expone su teoría estética. Todavía muy joven desapareció en el Golfo de Spezia, durante una excursión en barca, por una tempestad. El cuerpo recuperado una semana después, fue quemado en la playa y llevado a Roma (el corazón se llevó a Inglaterra). (G.P.)
Frankenstein:
El volcán Tambora convirtió en invierno los meses del verano de 1816. El poeta Percy B. Shelley acudió con Mary Godwin, su nueva compañera, a casa de lord Byron en Villa Deodati, junto al lago de Ginebra. Acompañados por William Polidori, médico personal de milord, pasaron las noches heladas junto a la chimenea leyendo cuentos alemanes de fantasmas. Luego decidieron competir a ver quién escribía la historia más terrorífica. Byron esbozó un fragmento, protagonizado por un vampiro (más tarde Polidori recogió el tema y patentó a lord Ruthven, abominable progenitor de Drácula y todos los demás), y Shelley perdió el tiempo en borradores. La dulce e inteligente Mary escribió Frankenstein o el moderno Prometeo: primer premio, sin discusión.
El verdadero protagonista de la novela no es el doctor así llamado sino su criatura anónima, a la que ya todos conocemos por su apellido lo mismo que es un Ford cada auto fabricado por el industrial Henry. La criatura es un monstruo capaz de explicarse a sí mismo: “Soy malo porque soy desgraciado”. El director James Whale, el actor Boris Karloff y el maquillador Jack Pierce acuñaron su imagen definitiva, un gigante de paso incierto y fuerza incontrolable, acosado por la muchedumbre asustada. Hecho de trozos de cadáveres, como cualquiera de nosotros (Shakespeare dijo que estamos “tejidos con la materia de los sueños”, pero el sentido es el mismo). Frankenstein nos hace temblar pero luego sentimos irresistible simpatía y hasta cariño por él. Tras la apariencia más distinta espera el semejante, conjurado por la palabra “amigo”. La vida de Mary Shelley, libros, activismo femenino y amores (uno fue Próspero Merimée), acabó a los 53 años por un tumor cerebral. La misma dolencia que mató dos siglos después a su mejor lectora. Ayer hizo un año.
(Fernando Savater, 2016)
Jack London (1876-1916):
John Griffith London nació en San Francisco. Ya desde muy joven se sintió impulsado a llevar una vida marcada por la acción. Primero se embarcó para Japón y luego viajó a Klondike, una región canadiense en la frontera con Alaska donde se vivía una auténtica fiebre del oro. Más tarde vivió en un mísero suburbio de Londres, donde se camufló vestido con harapos. De su experiencia en este mundo de miseria nació El pueblo del abismo, un estudio sociológico publicado en 1903.
Narrador autodidacta, Jack London comenzó a escribir a los 14 años de edad y las novelas que le hicieron más popular fueron precisamente las que relataban las aventuras pioneras, o las historias en tierras desconocidas. Se suicidó a los 40 años, truncando así su espíritu sin fronteras.
Thomas Edward Lawrence (1888-1935):
Muy popular gracias a la película Lawrence de Arabia, la agitada vida de este británico presenta tantas ambivalencias que lo convierten en uno de los personajes más carismáticos de nuestro siglo. Inteligente y sensible, fue también un escritor de reconocido talento. Su libro Los siete pilares de la sabiduría, en el que relata sus experiencias durante la guerra del desierto, representa una vibrante mezcla de pasajes de cruda acción y reflexiones intimistas que nos aproximan al particular abismo que sufren los héroes en propia carne. Situado a caballo entre dos épocas, cuando el mundo decimonónico agonizaba para dar paso al siglo XX y marcado por la ausencia de idealismos, Lawrence hizo de la aventura su ideal del sentido de la vida.
Entre 1910 y 1914 hizo trabajos de arqueología en Siria, Mesopotamia y Egipto. Al estallar la Primera Guerra Mundial se enroló en la milicia y fue destinado a Oriente Próximo, donde asesoró al príncipe Faysal, y dirigió la revuelta árabe contra los turcos, hasta lograr la victoria en 1918. Probablemente su idea era la de crear una nación árabe y por eso cuando Gran Bretaña y Francia se repartieron los territorios de Arabia, renunció a tomar parte en este hecho, de tintes colonialistas. Su gesta en es país le acarreó tanta fama que, de haberlo deseado, hubiese podido alcanzar las más altas dignidades en su Gobierno. Sin embargo, prefirió pasar los últimos años de su vida sumido en un total anonimato e incluso llegó a cambiarse de nombre para ingresar como soldado raso en la RAF. Alejado de los honores, murió víctima de un accidente de moto sobre el que todavía planea la sospecha del suicidio.
(Narcís Fernández)
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