Literatura
Mar
Miguel Torga



Diarios. Miguel Torga:
Nazaré, 03/07/1940:
El mar...
Una cosa que me gustaría saber es qué pensaban de él los portugueses de los años mil y poco. Posiblemente, que era grande, terrible y que se interponía entre una y otra cosa. Lo cual no deja de ser una verdad indiscutible. Pero si fueran más allá de la definición, ¿qué pensarían? Esta mañana se lo he preguntado a un pescador. El mar ¿qué es eso? Me ha respondido textualmente: -Muchas aguas que se juntaron... Todavía intenté descubrir por detrás de este positivismo alguna reminiscencia de una leyenda, de un mito. Nada. Este hombre que me llevaba en su barca, iba remando, y lo que veía en todo ese bullir, en toda esa inquietud era únicamente agua. Yo, sin embargo, estoy ya tan perdido que no soy como los barqueros de Bahía, ni como los pescadores de Nazaré. Y siento que, aunque la tierra siga siendo capaz de mantener la vida, la parte del mundo en que ésta nace, y en donde la ciencia tendrá que ir a buscarla, si quiere sorprenderla en su primer aliento, es en él. Que el mar es, en última instancia, el corazón del mundo. Que late y gime únicamente por ser como el nuestro: fuente y conciencia biológica de todo.

Buarcos, 13/06/1943:
Jornada entre pescadores. Ellos pescando sardinas para matar el hambre orgánica de su cuerpo, y yo pescando imágenes para matar la de mi espíritu. Ellos, tostados de salud, me miran; y yo, amarillo de enfermedad, los miro también. Seguramente sienten que su existencia está más justificada que la mía, y el mundo entero les da la razón. Pero de la misma manera que ellos, sin que nadie les pida sardinas, se hacen a la mar, también yo, sin que nadie me esté pidiendo poesía me lanzo a este mar de la creación. Hay algo que nadie puede quitarles a los artistas auténticos: la conciencia de que son tan fundamentales para la vida como el pan.

Vollendan, Holanda, 07/06/1958:
Existe una dignidad que el mar impone que es igual en todas partes. El hombre de la Póvoa de Varzim y el de aquí se visten con el mismo solemne rigor, a pesar de la diferente calidad de los paños que utilizan. Frente a la majestad del océano se sienten como ante un dios. Y se le presentan diariamente en traje de ceremonia. La faena de arrancar de sus entrañas el pan de cada día es al mismo tiempo un esfuerzo y un rito. Por ello, el cuerpo y el alma han de luchar revestidos con paramentos litúrgicos. Pero la curiosidad profana de nuestra época ya no respeta nada. No hay sacralización que pueda detener a los ociosos y a los bobalicones. Y los dignos flamencos de estas brumas, frente a la violación de que son objeto, han adoptado la única actitud lógica y decente que imponía esa impertinencia: instalarse en la ironía. Le han dado la espalda al trabajo y se han hecho empresarios de lo ridículo. Y de tal manera, que ahora los tipos de Vollendan somos nosotros, títeres grotescos de una representación en que los verdaderos actores han decidido ser espectadores. Es lo mismo que si los pescadores de Nazaré pusiesen a los forasteros a bailar el típico vira e hiciesen un corro alrededor para verlos.

La Coruña, 04/09/1962:
¡Mar! El mar vasco, el mar portugués, el mar andaluz, el mar catalán... El mar que Castilla nunca ha tenido y nunca tendrá... El mar que nunca ha visto y que jamás ha conseguido entender, que ha surcado con los ojos cerrados, en espera de desembarcar en cualquier playa y desenvainar la espada de la intolerancia... En Castilla el paisaje es el cielo... ha dicho alguien. Pues yo añado que en las demás naciones ibéricas el paisaje es el mar. Ese mar que tiñe de azul los ojos de los pescadores y que da aspecto aterciopelado al verdor de las viñas, de las huertas, de los olivares, de los bosques y de los pomares. ese mar de donde viene la sal que condimenta el gusto y que transforma el devorar en el comer. Ese mar que da sargazo a la tierra hambrienta. ese mar de los fenicios, de los griegos y de los romanos. Ese mar conviviente, civilizado y civilizador... Subo a la Torre de Hércules, mandada a construir por Trajano. Una torre que no es un ímpetu místico, sino un faro de terrena clarificación. Arriba, giro, como el halo de luz, alrededor de mi eje vertebrado de hombre litoral. Y, deslumbrado, estoy abarcando con la misma ternura a todas las tierras ribereñas peninsulares, hermanadas por el infinto océano en la misma nostalgia de lo lejano, en la misma comprensión de lo diverso, en el mismo sueño de fraternidad universal. ¿Qué cobardía paraliza el movimiento de todas ellas, a excepción de una? ¿Qué mordaza les impide hablar libremente? ¿Qué fuerza obliga a la pulpa dulce y fresca de esta fruta geográfica a identificarse con el duro, seco y amargo hueso?

Miramar, 28/08/1966:
Mar sonoro:
Rumor de olas, música salada
eterna sinfonía
de la energía
inquieta:
¿qué caracola susurra tu nostalgia
si no es mi pobre oído de poeta?

Coimbra, 30/03/1968:
Nunca me había sucedido una cosa así, pero hoy me ha ocurrido: ofrecerle espontáneamente un libro mío a una persona desconocida, sintiéndome feliz por haberlo escrito. Cuando la hice entrar, ni por asomo podía suponer el desenlace de la consulta. Mi imaginación falló miserablemente frente al azul intenso y profundo que llevaba en los ojos. -Usted dirá... Se explicó, la reconocí, le receté, y en el último momento, al despedirnos, fue cuando escuché maravillado el relato refrenado y dramático de una ancestralidad disconforme con un destino fuera de su medio ambiente. Su padre, su abuelo y sus bisabuelos pescadores, y su madre, campesina librando a los hijos de la servidumbre oceánica para ponerlos a servir en tierra firme. Sus hermanos aceptaron de buena gana este exilio. Ella no. La devoraban las saudades de la lonja y los canastos. Las olas le golpeaban en los oídos día y noche, y, pasase lo que pasase, tenía que volver para casarse con un muchacho de la costa y seguir la tradición de la familia. Lejos de las redes y de la sal, la vida no era vida. Menuda y delicada, se iba transfigurando de tal manera según hablaba, que parecía un patrón a la proa de un barco. -Fíjese que hay días que no puedo ni ir al mercado. Veo un puesto de pescado y me echo a llorar. Y en ese momento perdí yo también la compostura: -Espere un momento... -Uní a la receta un volumen de Mar-. Léalo, a ver si le gusta...

S.Pedro de Moel, 20/08/1985:
El mar. La materia prima inagotable en la que somos millonarios, que nos envidian tantos, que se nos ofrece disponible y útil a la necesidad y a la imaginación, que hemos sabido utilizar con tanta naturalidad y tanto genio, que ha sido nuestra obsesión y nos ha valido la gloria, y del que ahora sólo nos acordamos, y de forma parcial, de año en año.

Figueira da Foz, 08/11/1986:
Fue un amor a primera vista que dura hasta hoy. Este mar que estoy contemplando deslumbrado es el mismo que me deslumbró en otro tiempo. Cuando siendo niño lo vi por primera vez en Leça, si no llegó a desplazar de mi corazón a mi Marão natal, sí que consiguió anclarlo en aguas saladas. Y a partir de entonces mi vida tiene dos referencias cósmicas. Tantos recuerdos como me ligan a esta ciudad -sentimentales, profesionales, balneares- y siempre que vengo a visitarla es en su amplio horizonte azul donde espoleo mis ojos y mi imaginación, es su olor a salitre lo que me refresca la nariz y el alma, es el poema rítmico de las olas lo que acuna mis oídos y mi memoria. Paso por calles y casas en que viví, en que trabajé, en que amé, y no siento ni el menor estremecimiento emotivo. Mi telurismo es oceánico. Creo que he nacido para añadirle un episodio a nuestra História Trágico-Marítima que, no sé si feliz o infelizmente, no he llegado a protagonizar. (Miguel Torga)
(*)História Trágico-Marítima: Narraciones, generalmente anónimas, de naufragios e infortunios marítimos que, recogidas en dos volúmenes bajo ese título, le fueron ofrecidas al rey D.João V (1706-1750) por Bernardo Gomes de Brito.

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