Gibraltar (s.XXI):
¿Gibraltar español? (2004):
El contencioso de Gibraltar tiene mala solución, al menos en lo que respecta a nuestro país. No sólo por los 300 años de litigio, más latente que visible, entre Madrid y Londres, y que desembocan ahora [2004] en una conmemoración que ha avinagrado de nuevo las relaciones bilaterales; no sólo por que Gran Bretaña, desde que ocupó la Roca en 1704, ha desoído sistemáticamente las reivindicaciones españolas. No sólo porque las demandas de nuestro país únicamente encuentran acomodo en las Naciones Unidas, cuya autoridad moral es inversamente proporcional a su capacidad disuasoria. El problema de Gibraltar, fundamentalmente, pinta en bastos porque sus pobladores han reiterado una y otra vez que no tienen la menor intención de renunciar a su pasaporte británico para favorecer el reencuentro con un país del que, cultural y anímicamente, se han divorciado hace mucho tiempo.
Por todo ello, y ante episodio tan conflictivo como el que nos ocupa, es necesario abordar el problema con una sobredosis de racionalidad, lo que implica dejar a un lado toda parafernalia emocional que suele acompañar las discusiones sobre el destino del Peñón. Para empezar, los gibraltareños debían haber participado con voz y voto en las negociaciones sobre el futuro de la Roca. Hasta ahora, los sucesivos gobiernos españoles han preferido marginar a los llanitos con tal de no reconocer jurisdicción alguna a sus autoridades. Y en este sentido, hay que dar la bienvenida a la sugerencia, inédita, que ha realizado el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos, aunque sólo sea por la destrabazón que procura.
"Es un hecho evidente que una negociación en profundidad sobre soberanía no puede desarrollarse adecuadamente en un ambiente de confrontación [...] porque en ella deben participar los gibraltareños, con la fórmula que se convenga, si se quiere que sirva en la práctica para algo", escribía recientemente Moratinos. Esta opinión es compartida por otros miembros del Gobierno, quienes consideran que a los gibraltareños no se les puede seguir negando protagonismo. Sin embargo, la rectificación llega, al parecer, demasiado tarde. Los habitantes del Peñón aspiran ahora no sólo a disfrutar de la categoría de interlocutores, sino a estar en condiciones de vetar cualquier acuerdo que no les satisfaga plenamente. La Asamblea Legislativa de Gibraltar tramita ya una resolución que prohíbe a Londres y a Madrid negociar cualquier cesión de soberanía sin que la colonia lo solicite previamente.
[Política británica de extensión de la presencia:]
Así las cosas, España difícilmente puede convencer al Reino Unido de que desista de ejercer una tutela que ha venido delegando desde hace años conforme a una muy sofisticada interpretación de la trascendencia imperial. El planeta se encuentra plagado de realidades prácticamente inamovibles que tuvieron su origen en una fenomenal injusticia, con Londres ejerciendo de comadrona en muchas ocasiones. Sin forzar demasiado las neuronas, ahí están las Malvinas, que los ingleses ocuparon a despecho de Argentina para poblarlas seguidamente de auctóctonos que con el transcurso de los años se reafirmaron como magníficos vasallos de Su Graciosa Majestad, mientras se convertían en adversarios acérrimos del país desgajado. Algo similar ocurrió en Irlanda del Norte y, desde luego, en Gibraltar.
El método de colonización empleado por Gran Bretaña para garantizar a largo plazo la adhesión al imperio, apenas varía. Las reivindicaciones de Argentina, Irlanda y España son convenientemente enfriadas cada cierto tiempo. A Londres le basta con airear el derecho a la autodeterminación de sus colonias para desarmar las tesis del contrario. En el caso de Gibraltar, los habitantes del Peñón son además conscientes de que en estos 300 años se han ahorrado unos cuantos disgustos gracias a la verja, como una guerra civil y una prolongada dictadura.
Es cierto que la prosperidad de la Roca se debe en buena parte a su condición de paraíso fiscal. Y también que a España le asisten sobradas razones legales en el proceso que se sigue desde el siglo XVIII para fijar las señas de identidad de Gibraltar. Pero estas constataciones no bastan para enmendar la plana a la historia. Al imperio británico, arrogante donde los haya, se le pueden hacer muchas recriminaciones morales; sin embargo, las invasiones mediante las que ha perpetuado su presencia hasta el día de hoy en territorios que originalmente le eran hostiles, han resultado ser extremadamente eficaces en términos de rentabilidad política. Malvinas, Irlanda del Norte y Gibraltar son tres buenos ejemplos de esta manipulación colonial. (Luis Méndez, 2004)
Incidentes en los límites de las aguas territoriales:
Para qué diablos quiere Peter Caruana más barcos de la Navy en Gibraltar. Como se viene demostrando desde hace tiempo, a la policía gibraltareña le bastan un par de modestas lanchas para defender sus aguas territoriales con extrema eficacia. Digo sus aguas territoriales, no porque crea que deban serlo, sino porque en la práctica lo son.[...]
Y que por eso, entre otras muchas cosas, el Peñón pertenece a quienes desde hace tres siglos lo defienden con tesón y eficacia: los llanitos y sus cínicos compadres, los ingleses. Lo demás son milongas. Por supuesto que Gibraltar tiene aguas territoriales: las que se ha ido atribuyendo con la complicidad infame de las autoridades españolas y la cobarde inhibición de los ministerios de Exteriores y de Interior, que llevan toda la puta vida «también en tiempos del Pepé y el amigo Ánsar, cuando no todo el monte fue perejil» permitiendo sin mover un dedo que la Guardia Civil y el Servicio de Vigilancia Aduanera sean acosados, vejados y expulsados de aquellas aguas. Tragando día tras día, poniendo buena cara y sonrisa estúpida a un rosario de humillaciones y desplantes que llegan ya a la violencia física y los golpes entre embarcaciones. Y cada vez, cuando los desamparados agentes españoles solicitan instrucciones para actuar, la respuesta «cuando llega, porque muchas veces hay silencio» es siempre la misma: retirarse, evitar incidentes, dejar el campo libre. Y de la marina de guerra española «dicho sea lo de guerra sin connotación bélica, naturalmente, sino afectuosa y humanitaria en plan Heidi», ni hablamos. Ocupadísima en el Índico, o en el quinto carajo, con ese portaaviones que acabamos de botar, el Juan Carlos Primero o como se llame. ¿Se la imaginan en la bahía de Algeciras o frente a Punta Europa, afirmando el pabellón? A ésa, ni está ni se la espera. Así que díganme para qué necesita Gibraltar más Armada Real. A los llanitos les basta una zódiac de goma con parches como las que usan los contrabandistas, un walkie-talkie y una bandera inglesa para dar por saco de Sotogrande a Tarifa. Porque pueden. Porque saben. Porque, con Moratinos o sin él, hace trescientos años que le tienen tomado el pulso a esta España acomplejada y llorona. (A.Pérez-Reverte 08/11/2010)
En 2017 las autoridades del Peñón idearon un proyecto que contempla la construcción de 665 viviendas de protección oficial repartidas en seis torres de hasta 33 pisos.
Brexit y Escocia (2017):
A principios de 2017 se fue revelando en Bruselas información adicional sobre las posturas de partida para encarar las duras negociaciones del Brexit.
Cabe esperar que Escocia será utilizada por la UE como palanca de presión.
Angela Merkel, efectuó en Malta una declaración explícita en favor de la “integridad” de los países de la UE en inequívoca alusión a Cataluña.
El ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis declaró que España no bloquería el ingreso de Escocia en la UE en el hipotético caso de independencia.
Al mismo tiempo volvió a recalcar que España no quiere la desintegración de ningún país.
España cuenta con el pleno apoyo alemán y francés con el problema de Cataluña, y tiene en sus manos el derecho de veto sobre Gibraltar.
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