Bartolomé de las Casas (Sevilla 1474-Madrid 1566):
Hijo de encomendero. Entró en la orden de los dominicos en 1523.
Mantuvo hasta el fin de sus días la pasión por la defensa de las poblaciones de Indias.
Su obra Brevísima relación de la destrucción de Indias le dio gran fama. Este informe fue leído por él mismo en Valladolid, ante una comisión especial, con ideas que influyeron en la promulgación de las Leyes Nuevas de Indias, dictadas en 1542. Sus encendidos alegatos quizá sirvieron de base a la leyenda negra contra España. En los últimos años de su vida llegó a sentar el principio de indiscutible modernidad de que las riquezas obtenidas en América pertenecían a sus pueblos aborígenes.
Palabras de Fray Bartolomé de Las Casas:
"No y mil veces no, ¡paz en todas partes y para todos los hombres, paz sin diferencia de raza! Sólo existe un Dios, único y verdadero para todos los pueblos, indios, paganos, griegos y bárbaros. Por todos sufrió muerte y suplicio. Podéis estar seguros de que la conquista de estos territorios de ultramar fue una injusticia. ¡Os comportáis como los tiranos! Habéis procedido con violencia, lo habéis cubierto todo de sangre y fuego y habéis hecho esclavos, habéis ganado grandes botines y habéis robado la vida y la tierra a unos hombres que vivían aquí pacíficamente... ¿Creéis que Dios tiene preferencias por unos pueblos sobre los demás? ¿Creéis que a vosotros os ha favorecido con algo más que aquello que la generosa naturaleza concede a todos? ¿Acaso sería justo que todas las gracias del cielo y todos los tesoros de la tierra sólo a vosotros estuvieran destinados?"
[...]
"Yo creía que los negros eran más resistentes que los indios, que yo veía morir por las calles, y pretendía evitar con un sufrimiento menor otro más grande"... Su proyecto había sido "un error y una culpa imperdonable, que era contra toda ley y toda fe, que era en verdad cosa merecedora de gran condenación el cazar a los negros en las costas de Guinea como si fueran animales salvajes, meterlos en los barcos, transportarlos a las Indias Occidentales y tratarlos allí como se hacía todos los días y a cada momento".
"en estas ovejas mansas... entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, e hoy en este día lo hacen, sino despedazallas, matallas, angustiallas, afligillas, atormentallas, y destruillas por las extrañas y nuevas y varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad."
"todo el oro, plata, piedras preciosas, perlas, joyas, gemas y todo otro metal y objeto precioso de debajo de la tierra, o del agua o de la superficie que los españoles tuvieron desde tiempo en que se descubrió aquel mundo hasta hoy, salvo lo que los indígenas... concedieron a estos en donación o gratuitamente o por razones de permutación en algunos lugares voluntariamente, fue robado todo, injustamente usurpado y perversamente arrebatado; y, por consiguiente, los españoles cometieron hurto o robo que estuvo y está sujeto a restitución". (De las Casas. De Thesauris. 1563)
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Cubagua:
Autor del segundo ensayo de colonización pacífica en las costas de Cumaná en 1521, intento que fracasó en 1522 tanto por las animadversión de los indígenas como por las entradas de esclavistas cubagüenses en busca de mano de obra para la pesquería de perlas. Defensor de los indígenas, debatió en España en los años 1550 y 1551 con Juan Ginés de Sepúlveda, partidario del trato con vara de hierro a los pobladores autóctonos.
Dejó conmovedores testimonios de la vida de los indios buceadores de perlas en Cubagua:
Es, pues, la vida de los indios que se traen para pescar perlas, no vida, sino muerte infernal, y es ésta: llevándolos en canoas, que son sus barquillos, y va con ellos un verdugo español que los manda; llegados en la mar alta, tres y cuatro estados de hondo, mandan que se echen al agua; zambúllense y van hasta el suelo y allí cogen las ostias que tienen las perlas, y hinchen dellas unas redecillas que llevan al pescuezo o asidas a un cordel que llevan ceñido, y con ellas o sin ellas deben salir arriba a resollar, [...] y si se tarda en mucho resollar, dales prisa el verdugo que se tornen a zambullir, e a las veces les dan de varazos que se zambullan, [...] están en esto todo el día, desde que sale hasta que se pone el sol, y así todo el año si llegan allá; [...] Algunas veces se zambullen y no tornan jamás a salir, o porque se ahogan de cansados y sin fuerzas y por no poder resollar, o porque algunas bestias marinas los matan o tragan [...] [los indios] mueren comúnmente de echar sangre por la boca y de cámaras de sangre por el apretamiento del pecho, por causa de estar casi la mitad de la vida sin resuello. (Citado por Enrique Otte, en Las perlas del Caribe, p. 25.)
El mal que hay en ello es haber hecho trabajar demasiadamente a los indios en las minas, en la pesquería de perlas y en las cargas. Oso decir sobre esto que todos cuantos han hecho morir indios así, que han sido muchos, casi todos han acabado mal. En lo cual, paréceme que Dios ha castigado sus gravísimos pecados por aquella vía. (López de Gómara, 1552)
Los misioneros españoles y las lenguas indígenas:
La porción de continente americano cubierta hoy por el español era la sede de más de cien familias de lenguas indígenas diferentes, cando llegaron a él los conquistadores. Este hecho constituyó inicialmente una gran dificultad para los soldados y para los misioneros: la lengua que aprendían en un territorio, de nada les valía en otro vecino; los indios a los que enseñaban español para que les sirvieran de intérpretes, sólo les eran útiles como mediadores con su tribu. Ello desesperaba a Colón, que se queja alguna vez de tamaña dificultad.
Añádase a esto que los indígenas tampoco ponían mucho celo en aprender el idioma de los conquistadores. Y en la resolución de este problema, se plantea un auténtico conflicto entre el interés de los militares y políticos, que propugnaban la imposición del español a los indios, y el de los misioneros, contrarios a que se ejerciera una violencia sobre ellos que los apartara de la predicación evangélica. Estos se aplicaron con fervor a aprender aquellos idiomas, y favorecieron la enseñanza de las lenguas indígenas más extendidas entre quienes no la conocían, con el fin de formar auditorios más amplios para su doctrina. Enseñaban ellos mismos tales "lenguas generales" a los indios, los cuales las aprendían con mejor gana que el español. (Hubo, con todo, indígenas y mestizos que aprendieron con entusiasmo nuestro idioma; el Inca Garcilaso de la Vega, mestizo, hijo de uno de los conquistadores. Es el primer gran escritor que dio América a las letras españolas).
Por otra parte, los misioneros trataron de reunir a los indios nómadas en grupos urbanos, para protegerlos del contacto con los españoles. El propio Hernán Cortés escribía: "Es notorio que la más de la gente española que acá pasa son de baja manera, fuertes y viciosos, de diversos vicios y pecados." El mantenerlos, pues, recluidos en su idioma parecía imponerse como necesidad evangélica. La corona, atenta al beneficio espiritual de sus nuevos súbditos, dictó en principio instrucciones para que los eclesiásticos aprendieran las lenguas de los indios, sin descuidar por ello la enseñanza de la nuestra. El clero secular y las autoridades insistían en esto último, y el Consejo de Indias llegó a redactar una cédula, en 1596, por la que se ordenaba la enseñanza del español a todos los indígenas, con la subsiguiente prohibición de emplear la propia. Pero Felipe II no quiso poner su firma al pie del documento y resolvió:
No parece conveniente apremiarlos a que dejen su lenga natural, mas se podrían poner maestros para los que voluntariamente quisieren aprender la castellana, y se dé orden como se haga guardar lo que está mandado en no proveer los curatos sino a quien sepa la de los indios.
(Fernando Lázaro)
● La doctrina del derecho natural defendida por Tomás de Aquino, Bartolomé de las Casas y Francisco Suárez habría de tener repercusión en los debates en torno a los derechos de los indios americanos sometidos al mandato español. En esta línea, resulta de particular relevancia el pensamiento del dominico Francisco de Vitoria, quien, tomando pie en la escolástica tomista, defiende la capacidad de la razón para acceder a los preceptos del derecho natural, emanado de Dios: para Vitoria, este derecho es propio de todos los seres humanos sin distinción y obliga a todos los Estados más allá de sus diferencias culturales e históricas. (Pablo López Alvarez)
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