La emigración canaria a Venezuela:
Eduardo Cabrera Acosta, un emigrante de Puntallana (1953):
A partir de 1936 a la gente joven se la llevaron [de Puntallana] para la guerra, y los viejos trabajaban la tierra aunque no pudiesen. [...] Mi vida allá [Tijarafe] fue de pobreza, como los demás. No había ropa ni calzado. Yo fui con alpargatas hasta los 18 años. Todo el mundo iba igual. [...] Cuando cumplo 19 años se aproxima la edad en que tengo que ir al servicio militar. En aquel entonces eran dos años y medio, y era fuera de la isla, sobre todo a Ceuta o Melilla. La emigración a Venezuela era fantástica, se decía que si uno llegaba a Caracas inmediatamente empezaba a trabajar y mandar dinero. Aunque nadie sabía que los que estaban acá comían pan seco para mandar dinero para allá. Decidí venirme y no ir al ejército. Por la edad no estaba en el régimen militar, pero estaba en la línea amarilla. Si me descuidaba no salía. Mi familia no dijo que sí ni que no. Yo estaba casi desprendido de la casa, hacía cuatro años que vivía en el negocio y sólo iba a casa de visita. Mi padre tuvo que firmar una autorización para que yo pudiera salir porque era menor de edad. El hijo del dueño del negocio estaba en Caracas, yo le escribí, y él me mandó el pasaje. Había que ir a Tenerife a una agencia de inmigración del gobierno de Venezuela. Allí me sometí a un chequeo y expliqué a qué me dedicaba. Salí seleccionado, saqué el pasaporte, y ya estaba todo en regla para embarcar. El 14 de mayo de 1953 embarqué en el barco Magallanes. Con una maletica de madera, unos paqueticos de gofio, higos pasados, unas almendras y unas cajas de cigarrillos. Sentí que dejaba mi tierra, y dije: volveré. Mi idea era hacer plata y volver. En el barco había un mapa, todos los días cambiaban las agujas por donde íbamos navegando. Hicimos escala en la República Dominicana un día, salimos a tierra con un permiso especial. De ahí fuimos a Puerto Rico, pero no tuvimos acceso a tierra. Llegamos a La Guaira. [...] y cuando llegué a la hacienda de caña me di cuenta de lo que era sembrar y cortar caña. Era un trabajo duro. No había horas, sino desde que sale el sol hasta que se pone. El dueño de la plantación era venezolano. Yo venía de trabajos fuertes, pero tenía cuatro años trabajando de señorito en la tienda. Me daban cuatro bolívares diarios y un poco de comida... En aquel tiempo había esclavos, traían a los isleños como a los esclavos. [...] Si toda esa cantidad de gente no hubiese emigrado, con los bienes y los males, porque a unos nos habrá ido bien y a otros mal, no hubiese cabido toda la gente, no habría habido forma de sobrevivir. No había comida, no había trabajo, nadie podía hacer una casa porque no había dinero.
Liborio Barroso (nacido en Hermigua en 1943):
[...] Viví aquella época, de una pobreza muy grande para todos los españoles, cuando había racionamiento. Lo viví en esa tienda de mi padre, con la cartilla donde se ponía el sello y se daba como asignación para todo el mes el cuarto kilo de azúcar y el medio litro de aceite. Ese fue un periodo muy triste. [...] Lo primordial, después de la guerra, era tener de qué comer. [Mi padre] después que terminó el racionamiento tenía mucho fiado en la calle. Tenía que pagar pero a él no le pagaban. Y se vino a Venezuela, por orgullo de no decirle a su papá: mira yo tengo un problema. Eran 30.000 pesetas de aquellas fechas. Una fortuna. Y su idea era venir a Venezuela, volver y pagar a todo el mundo... Pero aquí no se levanta una piedra y se saca el dinero. Y se quedó aquí algún tiempo [...] Salimos a las doce de la noche. Y al amanecer, lo que uno ve es el cielo y el agua, y son siete días, ocho noches. Cuando venía en el barco, el Churruca, unos muchachos venezolanos que habían ido a estudiar allá, me decían: ya se ven los ranchos. Y uno, acostumbrado a las películas de vaqueros, buscaba las vacas y los caballos, y cuando me dijeron que eran unas casitas, así bajas, me dio sentimiento y lloré mucho.
Jesús Ortega Medina (nacido en Mazo en 1920):
En La Palma, antes de la guerra, trabajé en la ampliación del muelle de Santa Cruz cargando material para rellenar. [En 1936] llegó para allá un barco de guerra, tiró un cañonazo, y todo el mundo se quedó tranquilo. A partir de entonces los que mandaban eran los falangistas.
[...] En el 48 estaba la gente viniéndose en velero para Venezuela. Nos entusiasmamos unos cuantos, y nos dijimos: ¡vamos para Venezuela! [...] Fuimos cinco de Mazo para Tenerife para tomar la balandra. Ibamos 200 personas en aquel barco de vela: La Carlota [...] Tardó 28 días. Dormíamos sobre cubierta, con la vela de toldo. Como era verano no llovía. Se comía carne salada, pescado salado, batatas, papas, arroz, gofio. El agua estaba racionada a medio litro diario por persona. Se nos terminó el agua llegando a Trinidad, y ahí tomamos agua. Pero no nos querían dejar salir, porque eso era colonia inglesa. El capitán vino y nos dijo: nos escapamos esta noche. Y salimos prófugos de Trinidad. Llegamos por toda la costa de Paria hasta un sitio que llaman Chacopata, hay ahí un poco de islotes atravesados en el mar, y el capitán no supo salir. Nos acercamos a tierra, y un señor nos dijo que nos sacaba de ahí pero que teníamos que pagarle. Yo traía 200 bolívares que había comprado allá en Tenerife, y eso pedía. Como yo era el único que traía dinero venezolano se los tuve que dar al capitán para que pagara al hombre. Luego el dueño del barco, que se vino por avión a Caracas, me los devolvió. Nos trajeron aquí, a Isla Margarita, y después nos llevaron en el mismo barco a La Guaira. Nos llevaron a Caracas, al Hotel de Emigrantes, que estaba cerca de la Plaza Capuchinos. Ahí estuvimos tres o cuatro semanas, y yo empecé a trabajar con unos portugueses que estaban haciendo un edificio. El gobierno nos pagaba los pasajes para donde quisiéramos ir. Yo conocía Margarita, y me vine. (Entrevistas de César Hernández)
Las expediciones de los veleros clandestinos. Motivos:
El capítulo más notable, en esta etapa fue, sin duda, el de las expediciones de los veleros clandestinos, que eran, en realidad, pequeños pesqueros habilitados para el viaje trasatlántico, en los que se calcula que hicieron viaje unas siete mil personas. En este proceso es preciso distinguir dos etapas. Una primera hasta 1949, en que la emigración a Venezuela estaba dificultada por la falta de reconocimiento del régimen franquista por el gobierno legalmente constituido y una segunda, entre 1949 y 1951, en que a pesar de la normalización de la emigración, se produjo un incremento notable de los viajes clandestinos.
Son etapas diferentes, con motivaciones propias, no sólo en función del viaje, sino también de los propios expedicionarios y habría que considerar, en el caso de la primera etapa, los siguientes aspectos:
La crisis económica, agravada por la situación de miseria y la actuación de la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes (CGAT) a niveles locales.
Las dificultades para conseguir un pasaje legal, a pesar de la declaración oficial sobre la libertad de emigrar.
La propaganda que desde un principio circuló en torno a este sistema, como medio seguro y barato, avalado por los recuerdos históricos de las últimas décadas del siglo XIX.
Temor a solicitar de la Dirección General de Seguridad, a través de otras instancias inferiores, el certificado de carecer de antecedentes penales.
El deseo de librarse del servicio militar.
Otros diferentes, entre los que se puede citar la corrupción burocrática.
(Juan Carlos Díaz Lorenzo)
Secuestro del Santa María (1961):
El trasatlántico de bandera portuguesa pertenecía a la Companhía Colonial de Navegaçao y cubría regularmente la ruta Caracas-Lisboa-Vigo.
Fue secuestrado en alta mar por un grupo de 24 hombres armados bajo la dirección del militar portugués Henrique Galvâo.
El grupo asaltante estaba compuesto por militantes antifascistas portugueses y españoles que, bajo las siglas del DRIL (Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación).
Con el asalto pretendían denunciar ante el mundo las dictaduras de Franco y Salazar. Eran años de frecuente trasiego de canarios emigrantes. El barco zarpó el día 20 de enero, la mañana del 21 hizo una primera escala en Curazao y tenía previsto a hacer escala en Miami. Tras el secuestro la prensa española ocultaba la parte de denuncia contra el régimen de Franco y trató el asunto como si fuera una cuestión conflictiva portuguesa.
Los secuestradores se portaron muy bien con los pasajeros, que escuchaban por la radio cómo se falseaba la situación.
El secuestro se resolvió tras la mediación del gobierno estadounidense, algunos de cuyos navíos de guerra seguían al Santa María desde hacía varios días. El representante de ese país, el almirante Smith, subió a bordo del navío e inició las negociaciones para dar fin al secuestro. Se llegó a un acuerdo con el Gobierno de Brasil, pues gracias a la intervención del elegido por aquellas fechas presidente, Janio Quadros, se les otorgó asilo político a Galvâo y a sus hombres y se permitió que los pasajeros fueran desembarcados en el puerto de Recife.
El 30 de enero se invitó a los pasajeros de Primera y Segunda a una cena y fiesta de despedida que fue presidida por el capitán Galvâo. Al terminar ésta, algunos pasajeros se dirigieron al jefe del comando y le solicitaron que les firmará el menú de la cena. Los pasajeros fueron desembarcados en el puerto de Recife el 2 de febrero y embarcados en los días siguientes hacia sus destinos. El trasatlántico Vera Cruz, gemelo del Santa María, trasladó a los canarios a Santa Cruz.
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