La Nouvelle Vague (1960):
El más emblemático e influyente de los estilos de los años sesenta.
Surgió entre grupos de jóvenes cineastas de Francia y de otros países (Reino Unido, Polonia, Brasil, Alemania).
Se propuso renovar, incluso regenerar, cinematografías consideradas en declive.
Fue en Francia donde este movimiento tuvo mayor importancia y supuso una aportación muy decisiva para el cine francés. El término nouvelle vague (nueva ola) surgió de una encuesta periodística realizada entre la juventud francesa, y no tardó en aplicarse a los nuevos cineastas cuyas primeras películas se exhibieron en 1959 y 1960: Claude Chabrol, François Truffaut, Alain Resnais, Jean-Luc Godard.
Se suele incluir a Chabrol, Demy, Duras, Godard, Malle, Resnais, Rivette, Robbe-Grillet, Rohmer, Truffaut y Varda.
Más allá de la diversidad de los estilos, los nuevos cineastas, procedentes en su mayoría de la crítica de cine (en especial de la revista Cahiers du Cinéma) o del documental (Resnais, Franju, Malle, Kast, Rouch), rechazaban las estructuras generales del cine de la época, que juzgaban excesivamente académicas. En cambio, defendían la espontaneidad y el rodaje en exteriores, y también expresar en la pantalla su cultura cinematográfica, incluso su talento de autodidactas, recurriendo a veces a la improvisación y, siempre, a actores nuevos (Jean-Claude Brialy, Bernadette Laffont, Jean-Paul Belmondo, Gérard Blain, Jean-Pierre Léaud, Françoise Brion, Charles Aznavour). El éxito de estas películas, debido al talento de los jóvenes realizadores, a su proximidad con las aspiraciones de un público en vías de rejuvenecimiento y a incontestables innovaciones, favoreció la producción de numerosos largometrajes confiados a debutantes (un centenar entre 1958 y 1962). La nouvelle vague fue menos una auténtica escuela estética, como el Free Cinema británico o el neorrealismo italiano. Las transformaciones económicas del cine francés y la aparición de nuevas ayudas públicas (Anticipo sobre taquilla, creado en 1959) contribuyeron a su expansión.
En la edición del festival de Cannes de 1959 Orfeo Negro (Marcel Camus) recibe la Palma de Oro y Truffaut es elegido como mejor director por Los 400 golpes.
Además se proyecta Hiroshima mon amour (Alain Resnais). Estos acontecimientos se citan habitualmente para marcar el comienzo del movimiento.
Su surgimiento coincidió con el cambio en el tratamiento del cine por parte del ministerio de Malraux, que diseñó un conjunto de medidas protectoras utilizando cuotas y subvenciones.
Fue fundamental la incorporación de nuevas técnicas de rodaje que hicieron disminuir la importancia del uso de estudios tradicionales.
La aparición de los magnetófonos Nagra III multiplicó el uso de la toma de sonido directo.
No siguieron la pauta del neorrealismo italiano, con predilección por las pesadas cámaras Debrie, e importaron modelos desarrollados por documentalistas norteamericanos.
El uso de las Arriflex B.L. quedaría casi institucionalizado para el rodaje de largometrajes de ficción.
Broca, Sautet, Molinaro y Lelouch siguieron dirigiendo a pesar de la discontinuidad de su originalidad.
Pierre Kast, Jacques Doniol-Valcrose y Jacques Rozier se encontraron con grandes dificultades.
Cavalier, Marker, Mocky, Demy, Rivette, Rohmer, Godard y Resnais siguieron dirigiendo obras con gran carácter.
Sólo Malle y Schroeder verán cumplidos sus deseos de integrarse en el cine norteamericano conservando su independencia.
Actrices y nuevos modelos de mujer:
También renovaron el star system del cine francés según nuevas tipologías inauguradas por la pareja constituida por Brigitte Bardot y Jean-Louis Trintignant en Y Dios creó la mujer... A menudo convertidas en musas particulares de determinados realizadores (Anna Karina y Anne Wiazemsky de Godard, Stéphane Audran de Chabrol, Emmanuelle Riva o Delphyne Seyrig de Resnais, Françoise Brion de Doniol-Valcroze, Marie Laforet de Jean-Gabriel Albicoco o Catherine Denueve, Jeanne Moreau y Anouk Aimée de Truffaut, Malle y/o Demy), las actrices de la Nouvelle Vague aportaron a la pantalla un nuevo modelo de mujer que rompía explícitamente con los moldes tradicionales imperantes en el cine de época anteriores. Entre las religiosas de Les Anges du peché (1943) de Robert Bresson y la prostituta interpretada por Simone Signoret en París, bajos fondos (Casque d'or, 1951) de Jacques Becker -por poner dos ejemplos apreciados por los redactores de Cahiers du Cinéma-, surgía un perfil femenino todavía lastrado por determinados tópicos dramáticos -la fatalidad implícita en las protagonistas de Al final de la escapada o Jules et Jim, el abanico de tipologías desplegado por Les Bonnes femmes o la ingenuidad que caracteriza a determinadas heroínas rohmerianas- pero mucho más acorde con el espíritu reinante en la década de los sesenta.(Riambau)
|