Comercio y producción:
En 1890 EEUU amenaza con no comprar azúcar cubano por problemas aduaneros con España.
En 1891 EEUU compra a Cuba el 95% del azúcar y el 87% de sus exportaciones.
En 1895 Las inversiones de EEUU en la isla eran de 50 millones.
Finalizada la guerra de los diez años, la producción azucarera se duplicó. La cosecha de 1894-95 alcanzó un millón de toneladas. Una de las causas radicó en el auge de los ferrocarriles. En 1895 había en Cuba casi 600 kilómetros de vías férreas privadas , 241 kilómetros de semiprivadas y 1.287 públicas.
Aumenta la influencia EEUU:
Estados Unidos aumentó su influencia en el siglo XIX. En 1894 recibieron el 87 por ciento del total de las exportaciones cubanas, al tiempo que el 38 por ciento de las suyas iban a parar a la isla. España pasó comercialmente a un segundo plano. Muchos ingenieros y comerciantes yanquis desembarcaron en la isla.
No sólo sucedió que los principales clientes cubanos fueron norteamericanos, sino que los productores se echaron en brazos de los industriales yanquis a los que vendían el azúcar sin refinar. Además, muchos cubanos ricos se asentaron en Florida y polarizaban el comercio. Todo presagiaba que los yanquis se apoderarían económicamente de la isla, lo que no pasó desapercibido a Martí.
Planes norteamericanos para Cuba y Puerto Rico:
Cuba estuvo siempre bajo el punto de mira de los Estados Unidos por razones económicas y estratégicas; ya en 1826, en el Congreso de Panamá, advirtió a Méjico y Colombia (entonces Nueva Granada) -que estaban tentados a apoderarse de la isla-, que no lo consentirían. A lo largo del siglo pasado, varias veces intentaron comprarla a España como habían hecho con la Florida.
La joven república tuvo conciencia casi desde su independencia de que estaba destinada a ser el país más poderoso de América. En 1822, el presidente Monroe hizo su famosa declaración en la que se oponía a cualquier intervención armada europea en el continente americano. A lo largo del siglo XIX, el proceso imparable e impresionante de su expansión territorial, política e industrial, convirtió a la nación en un emporio de riqueza; en 1894 su producción industrial llegó a ocupar el primer puesto del mundo.
El pueblo, en política exterior, sentía que después de haber rechazado la colonización con la independencia, no se podía pensar en imponerla a otros pueblos, repudiando las llamadas de intelectuales y doctrinarios que invocaban argumentos estratégicos y de prestigio; desde 1885, añadieron móviles económicos y sociales (cumplir un deber de responsabilidad moral haciendo que los países subdesarrollados se beneficien de las ventajas de la civilización americana) que hicieron evolucionar favorablemente a la opinión pública hacia el intervencionismo exterior, despertando el espíritu expansionista.
La expresión de estos sentimientos durante años proclamada tanto por pensadores como Fisk (Manifest Destiny), Strong o John Burgess (profesor de la Universidad de Columbia, que en los años 90 formó a las generaciones de esa década) fue calando en la clase dirigente americana.
Confluyendo con esas ideas, los estrategas norteamericanos impusieron sus criterios, especialmente el marino Alfred T. Mahan, que tanto en sus clases como en sus libros y artículos animaba con insistencia al gobierno a que desarrollara un poder naval análogo al inglés; ya en 1880 proclamaba que con la inminente construcción de un canal, el Mar Caribe se convertirá en una de las grandes rutas del mundo. En 1893, Mahan, en su artículo The Istmus and Sea Power; advirtió sobre el peligro de que hubiera naciones europeas en el Caribe, justificando la expulsión de España de Cuba,
... la defensa de la costa de los Estados Unidos no será completa hasta que se posea la isla... y añadió que Puerto Rico es al futuro Canal de Panamá y a la costa oeste, lo que Malta es para los intereses ingleses en Egipto y zonas adyacentes.
Obviamente los objetivos de la estrategia estadounidense sobre Cuba y Puerto Rico eran bien conocidos pues lo publicaban abiertamente en las revistas.
(Manuel del Barrio Jala)
Presentimiento español del desastre (1895):
Sagasta repite en 1895 la frase de Cánovas sobre resistir en Cuba hasta el último hombre y la última peseta; y es que la tormenta exterior parece a punto de estallar en el Caribe y en Filipinas, con apoyo cada vez más descarado de los Estados Unidos, conmovidos por los inicios de una hábil campaña de prensa antiespañola; y entre secretas actividades de sociedades ocultas en Ultramar y en España. No quiere esta historia rendir fácil tributo a la tesis reaccionaria española que pretende explicar los graves fallos políticos y nacionales mediante conjuras exteriores y arterías masónicas; pero ni unas ni otras faltaron en la preparación y desarrollo del desastre finisecular. (Ricardo de la Cierva)
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