HISTORIA
CUBA
1898



Situación en Cuba (1898):
En octubre de 1997 Blanco es nombrado por Sagasta capitán general de Cuba sustituyendo a Weyler. McKinley inicia una política de carácter imperialista con la anexión de las islas Hawai (1897-1898) Máximo Gómez es general en jefe del ejército rebelde desde la muerte de los hermanos Maceo y renuncia al puesto de presidente de la república. 1898 ene.: Comienza el gobierno autónomo concedido por España con excesivo retraso. 1898 ene.: EEUU envía el Maine a La Habana. En febrero de 1898 la extraña voladura del Maine sirve a los EE.UU. como excusa para iniciar una guerra que el gabinete de Sagasta no consiguió parar.

Deficiencias defensivas (abril 1898):
Cuba estaba artillada deficientemente. En Santiago no había más que morteros y obuses del siglo XVIII montados como observaría el gran cronista de la España bélica, Carlos Martínez Campos, sobre afustes de madera. La oficialidad, pese a las acusaciones contrarias de una prensa mal informada, era casi toda voluntaria, y acumulaba en vísperas de la guerra casi once pagas de retraso. El sucesor de Narváez, capitán general Ramón Blanco, disponía de unos ciento ochenta mil hombres muy mal equipados, pero decididos a morir por España. La declaración de guerra por parte de los Estados Unidos rige desde el 25 de abril de 1898; pero el almirante Sampson ya hizo el corsario por su cuenta antes de la hora cero, y precisamente uno de los primeros barcos capturados era el gran Buenaventura, que llevó de Canarias a Cádiz a los generales que iniciaron con Prim y Topete la Gloriosa revolución de 1868. (Ricardo de la Cierva)


El desastre del 98:
Cuba, Filipinas y Puerto Rico era todo lo que le quedaba a España de un Imperio ya desmoronado. Pero en la primavera de 1898, el imperialismo de los Estados Unidos juzgó que incluso era mucho para una nación atrasada a la que los países europeos apenas respetaban. Poniendo por delante mil metáforas de autonomía y libertad, el presidente norteamericano exige al gobierno español su renuncia al dominio sobre las islas y, casi sin darle tiempo a reaccionar, le declara la guerra. La indignación se apodera de España, que envía sus soldados al matadero de Cuba y Filipinas, en medio de un entusiasmo suicida. Con todo, la decisión española de plantar cara al futuro coloso americano no fue tan atolondrada ni tan quijotesca como luego los historiadores harían creer.

Los políticos españoles:
Conocían perfectamente la debilidad de la armada nacional y las desiguales fuerzas de los ejércitos destinados a enfrentarse. Lo "más sensato" era negociar "la paz que se pueda, amén", reconocería más tarde Antonio Maura. Muy pocos fueron, sin embargo, los que se aventuraron a aconsejarlo en medio de la algarabía patriótica de una España oficial henchida de orgullo militar y una España real que consideraba a Cuba una porción de tierra andaluza. A ambas Españas, el entregar la isla sin lucha les parecía una bajeza que no estaban dispuestos a tolerársela a ningún gobierno. Ante la amenaza de una revolución popular o un golpe militar, el gabinete de Sagasta no pudo elegir otro camino que el de la guerra, previsiblemente breve, contra Estados Unidos.

    1898 fue el año de la funesta y vesánica guerra con los Estados Unidos; guerra preparada por la codicia de nuestros industriales exportadores, la rapacidad de nuestros empleados ultramarinos y el orgullo y cerril egoísmo de nuestros políticos. En la guerra con los Estados Unidos no fracasó el soldado ni el pueblo (que dio cuanto se le pidió), sino un gobierno imprevisor.
    (Santiago Ramón y Cajal, capitán médico militar, combatiente en Cuba y Premio Nobel de Medicina)

Conmoción española tras el desastre:
Aunque esperado e inevitable, el desastre del 98 ponía al descubierto el abismo que separaba la España real de la oficial, la sociedad viva del artilugio político montado sobre la mayoría ausente y el fraude electoral. Un modelo de estabilidad que ocultaba las vergüenzas de un país de latifundistas y caciques, arrullados por las glorias convenientemente maquilladas del Imperio español. Apenas se podía sentir entonces el pulso del país. Sin embargo, la decisión desencadenada por el adiós cubano tendrá consecuencias imprevisibles, al arrinconar los tópicos que habían sostenido el andamiaje de la Restauración y promover un lastimero examen de conciencia en torno al "problema de España", su esencia, la causa de sus males y las medicinas a tomar. (Fernando García de Cortázar)


Políticos, periodistas y militares:
Y si la Iglesia sueña, la política representada por el Gobierno, delira. El general Correa, ministro de la Guerra, anuncia en el Congreso que prefería no tener un solo barco:

    Entonces podríamos decirles a los Estados Unidos desde Cuba y desde la Península: "Aquí estamos, vengan ustedes cuando quieran".

En la increíble alucinación colectiva que muestran políticos y periodistas antes del desastre, sólo hay unos pocos con sentido común y son los que deberían gritar más que nadie. Me refiero a los militares profesionales. A los gritos de "¡a ellos!" que recibe desde el gobierno, el almirante Cervera hace una clara y detallada exposición de la diferencia numérica que hay entre sus barcos y los del enemigo, del estado perfecto de aquellos acorazados y de las deficiencias de los nuestros. En un informe que recuerda mucho al de Medina Sidonia antes de emprender el viaje de la Invencible. Cervera , apoyado por el Estado Mayor de la escuadra, hace patente que van a una catástrofe. Pocas veces se ha salido a combatir con mayor valor, porque pocas veces sabía tan bien el perdedor a lo que se arriesgaba como el almirante Cervera al dar la orden de salir de Santiago de Cuba. ("¿Por qué no sale? -decía Romero Robledo en la Cámara unos días antes-; ¡las escuadras son para combatir!) Salió efectivamente para que tirasen al blanco los cañones enemigos de superior alcance. La paz de París refrenda la derrota. España pierde a Cuba, además a Puerto Rico, que no había tenido movimiento independentista digno de comentarse; las Filipinas. Al año siguiente, en plan de liquidación, vendemos a Alemania los archipiélagos de las Carolinas y de Palaos. España se ha vuelto a encerrar en las fronteras que tenía en 1500, antes de la ocupación de Nápoles y Sicilia, primer escalón de su fastuoso destino. (Fernando Díaz-Plaja)

El pesimismo de Cervera contrasta con la euforia que se vivía en España, la población, enardecida por una prensa patriotera, estaba convencida de que la escuadra española no sólo derrotaría a la norteamericana, sino que incluso bombardearía y bloquearía algunos puertos de ese país. (Ricardo Peytaví)

No parece sino que con sólo repetir que la Monarquía es la fuente de todos los males, ha de pedir a la Nación a gritos el establecimiento de la República. Para que la Nación tenga fe en la República, es indispensable que los republicanos digan, si quieren la paz, bajo qué condiciones; si la guerra, con qué medios y con qué recursos; si el abandono de las colonias, bajo qué pactos; si el sostén, con qué procedimientos. (Francesc Pi i Margall [1824-1901], Historia de España)


[El fracaso del Estado:]
Al revés que el resto de las monarquías europeas, la española había iniciado la Edad Contemporánea perdiendo la casi totalidad de su imperio americano, lo que la relegaría a una posición irrelevante en el complicado y competitivo tablero europeo de los siglos XIX y XX. Porque, pese a la decadencia de los últimos Habsburgo, lo que desde fuera -y, cada vez más, desde dentro- se llamaba "España" había seguido siendo una potencia europea de considerable relieve hasta finalizar la Edad Moderna, como prueba su participación en todas las contiendas europeas de alguna importancia. A partir del final del ciclo napoleónico, sin embargo, dejó radicalmente de participar en ellas. En un período de tan frenética actividad europea como fue el siglo XIX y primera mitad del XX, el Estado español se vio obligado a mantener una actitud pasiva, de "recogimiento", según el célebre eufemismo de Cánovas. Lo que se enseñaba, en definitiva, a los niños españoles para fomentar su orgullo nacional en ese período eran glorias pretéritas, aparentemente renovadas hacía poco con la guerra contra Napoleón, pero sin incitación a ninguna empresa nueva. Ello explica que tanta inestabilidad interna y tanta ausencia de protagonismo internacional se impusieran sobre las exhibiciones retóricas en torno a Numancia o las Tres Carabelas y que, en la práctica, circulara una imagen muy negativa de la propia identidad colectiva. Los grabados de la prensa satírica del XIX reflejan quizás con mayor elocuencia que ninguna otra fuente una España representada de forma auto-conmiserativa: como madre crucificada o enferma de muerte, desesperada ante las perpetuas peleas de sus hijos o desangrada por políticos sin escrúpulos; acompañada en ocasiones por su clásico león, pero ahora cabizbajo y exangüe. No es una imagen triunfal, como las que se elaboran en la Francia o Inglaterra del momento. Más bien recuerda a una Virgen Dolorosa, tan típica del imaginario católico, abrumada por la muerte de su Hijo. Mucho antes de que la guerra cubana se iniciara, se detectaba así un ambiente lúgubre que no estaba tan lejos del que luego emergió con el "Desastre".

Esta nueva guerra, la de Cuba, dejó definitivamente al descubierto la vacuidad de las glorias recitadas en los libros de historia nacional. Aunque la guerra comenzó también con una retórica disparatada (los advenedizos yanquis, desconocedores de nuestras gestas históricas, se atreven a retar al invencible pueblo español...), su desarrollo fue humillante: en dos breves batallas navales, mero ejercicio de tiro al blanco por parte de los buques norteamericanos, fueron hundidas las dos escuadras españolas de las Filipinas y de Cuba. Tras aquel espectáculo, las mentes pensantes españolas se entregaron a un ejercicio de autoflagelación colectiva. El "Desastre" generó una enorme literatura sobre el llamado problema español. Pero, a la vez, se observó una considerable pasividad popular, lo que fue interpretado en aquel momento como un síntoma más de la "degeneración de la raza". Hoy podemos intuir que fue el resultado lógico de aquel siglo XIX en el que no se había "nacionalizado a las masas" por medio de escuelas, ni fiestas, ni símbolos nacionales (bandera, himno, monumentos, nombres de calles). (Alvarez Junto)

Carta de John Quincy Adams: (1823)
Esas islas son apéndices naturales del continente norteamericano, y una de ellas -casi a la vista de nuestras costas- se ha convertido por una multitud de consideraciones en un objeto de importancia trascendental para los intereses comerciales y políticos de nuestra Unión. Su posición determinante con respecto al golfo de México y el mar de las Antillas, su situación a medio camino entre nuestra costa y las isla de Santo Domingo, su amplio y seguro puerto de La Habana, frente a una larga porción de nuestras costas desprovista de las mismas ventajas, la naturaleza de sus productos y de sus necesidades, produciendo los bienes y precisando los beneficios de un comercio mutuamente beneficioso, le confieren una importancia en la suma de nuestros intereses nacionales con la que no se puede comparar ningún otro territorio extranjero, apenas por debajo de la que vincula mutuamente a los diferentes miembros de nuestra Unión. Tales son de hecho las relaciones geográficas, comerciales, morales y políticas entre los intereses de esa isla y los de este país, formadas por la naturaleza, acumuladas en el proceso del tiempo, y ahora a punto de madurar, que atendiendo al curso probable de los acontecimientos en el corto periodo de medio siglo, resulta difícil resistirse a la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra República Federal será indispensable para la continuidad e integridad de la propia Unión [...] Hay leyes de la política como las hay de la gravitación física; y si una manzana, arrancada por la tormenta de su árbol originario, no puede hacer otra cosa que caer al suelo, Cuba, separada por la fuerza de su conexión antinatural con España e incapaz de sobrevivir por sí misma, sólo puede gravitar hacia la Unión norteamericana, que por la misma ley de la naturaleza, no puede arrojarla de su seno. (Carta de John Quincy Adams, Secretario de Estado, a Hugh Nelson, embajador estadounidense en Madrid, 23 de abril de 1823)

El desastre de 1898 | La batalla de Santiago de Cuba. Por José Antequera | El desastre de Santiago. Por Ricardo Peytaví


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