Isleños en La Florida:
Para evitar la influencia inglesa, a mediados del siglo XVIII se ordena la salida de 50 familias canarias durante diez años, que desembarcando en el puerto de San Agustín, se les llevará a aquellas tierras americanas, con el ofrecimiento de tierras, ganados, y semillas para la primera y segunda cosecha (dos vacas, una puerca de vientre, cinco gallinas, un gallo, un caballo y una yegua).
Este desplazamiento se realizará con ayuda de la recién creada Compañía de La Habana en 1740 para el transporte de las familias canarias, siendo obligada por ésta, el suministrar los alimentos necesarios para la travesía, además de 150 pesos, dos campanas, dos misales y ornamentos para el culto.
En 1757 salen 42 familias, y dos meses después embarcan 43 más, y un año más tarde, 36 familias.
No obstante, en 47 años de continuas salidas embarcaron rumbo a la Florida 984 familias de las 2.350 que pretendía la Corona, porque la gente isleña prefería seguir embarcándose hacia Caracas o La Habana.
A finales de 1763, los canarios que estaban situados en un pequeño distrito al oeste de San Agustín, totalizaban 246 personas.
Posteriormente en 1778, comienzan los canarios a emigrar a un nuevo destino: La Louisiana, que había sido cedida a España.
(Carlos García)
Antonio Benavides Gonzáles de Molina (La Matanza 1678-S.C.Tenerife 1763):
[...] Poco fue el tiempo que el rey [Felipe V] le permitió descansar en Tenerife. Deseoso de utilizar sus servicios y de premiar su lealtad, le nombró gobernador y capitán general de la Florida, que constituía entonces un gobierno de difícil y peligrosa administración; y a fin de que no se dilatara su viaje y pudiera con más prontitud entrar en el ejercicio del delicado encargo que le encomendaba, le dispensó de prestar el acostumbrado juramento ante el Consejo Real, previniéndole lo hiciera ante la autoridad que mandaba en las Canarias, y que luego se embarcase en la escuadra compuesta de los navíos de guerra S. José, S. Francisco y S. Antonio, que al mando de don Juan del Hoyo Solórzano, canario también de justa y merecida reputación, hacía escala en Tenerife para dirigirse seguidamente a la isla de Cuba.
Hallábase por entonces la Florida en un estado lamentable de desorganización. Atacada con frecuencia por las tribus indias que ocupaban el país limítrofe, y por los colonos ingleses de la Carolina que diariamente procuraban hostilizar la colonia para entorpecer su comercio y obtener el abandono o la evacuación de una provincia que tanto codiciaban y que difícilmente se podía conservar, preciso era que el jefe que viniera a remediar estos males y a sostener la vacilante dominación española, estuviera dotado de un tacto exquisito, de una perseverancia a toda prueba, y de un valor y arrojo indomables. Afortunadamente todas estas cualidades las poseía en grado heroico el nuevo general. Llega, pues, estudia y visita la comarca, se informa de sus necesidades y de sus recursos, reconoce la causa de su malestar, adivina el nombre de los que medran fomentándolos; y queriendo cortar de raíz el mal, separa los empleados malversadores, aleja a sus cómplices, premia a los que han cumplido con su deber, y llama a otros a su lado de cuya probidad y especiales conocimientos tiene pruebas repetidas.
Para evitar las quejas de los descontentos y la torcida interpretación que pudieran dar estas medidas, informó de ellas extensamente al rey refiriéndole el estado de la colonia y las reformas que necesitaba y había empleado, teniendo la satisfacción de ver aprobada su conducta, y de que se previniera continuase siempre con el mismo celo y acertada prudencia en la gestión de los negocios de aquella apartada comarca. En efecto, así lo hizo sin tregua ni descanso durante el largo transcurso de su administración, cuyo plazo le fue prorrogado, obteniendo varias victorias de los ingleses en tierra y mar reprimiendo sus piraterías, consiguiendo ajustar un tratado de paz con los indios apalaches, que eran los más terribles enemigos que tenía la colonia, y reducirlos con su trato afable y bondadoso, y sus ofertas religiosamente cumplidas, a que respetasen a los súbditos españoles y cambiasen con ellos recíprocas pruebas de amistad y cariño, que duraron con fidelidad y sin interrupción mientras estuvo gobernando la provincia. En premio de estos servicios, el rey le ascendió al grado de mariscal de campo y le aumentó el sueldo que disfrutaba como una muestra del aprecio que le merecían sus altas dotes militares, políticas y administrativas. Grande era la estimación que había logrado conquistarse entre los habitantes de su gobierno, y el cariño que todos le profesaban, no tan sólo por su acertada administración, sino por su carácter recto y justiciero, su ardiente caridad con los pobres y la afabilidad de su trato, sin distinción de clase ni de personas.
[Destino en Veracruz:]
Así fue que cuando se recibió la inesperada noticia de que el rey le había nombrado gobernador de la provincia de Veracruz y del castillo de S. Juan de Ulúa, hubo en la Florida un sentimiento general de disgusto porque todos estaban convencidos de que jamás un general que pudiera parecerse a Benavides. Las demostraciones de afecto con que le despidieron aquellos naturales fueron expresivas y entusiastas; los pobres perdieron en él un padre, los indios un protector, los ciudadanos todos un amigo complaciente, atento e ilustrado.
En su nuevo empleo continuó demostrando las mismas excelentes condiciones de mando que tanto le habían distinguido en la Florida, creciendo, sin embargo, su inagotable caridad, por lo mismo que encontró más ancho campo en que ejercitarla. Los años, entretanto, principiaban ya a paralizar su actividad y energía, y antes de que esto sucediera de un modo perjudicial a los intereses de la provincia que administraba, solicitó con instancia su relevo y su cuartel. El rey, que lo era entonces Fernando VI, no quiso acceder a sus deseos, y como la guerra con Inglaterra volvía a encenderse de nuevo, se le confió la capitanía general del Yucatán, y se le dio el mando de la expedición formada para defender las costas de Tabasco y Honduras, con el grado de teniente general. (Ana Lola Borges)
El precario asentamiento en Florida:
Florida, desde su descubrimiento por Juan Ponce de León (1513), recibió numerosísimas expediciones españolas sin ningún éxito, hostigados por los elementos naturales y por los nativos, hasta el asentamiento definitivo realizado por Menéndez de Avilés, en los diez años que ejerció el cargo de gobernador y adelantado de la Florida (1564-1574). La ciudad más antigua de la hoy nación de Estados Unidos, fue creada por este gobernador. La Florida comprendía los territorios que hoy conforman los estado de Carolina y Georgia hasta la bahía de Chesapeake. Por el sur se extendía hasta la desembocadura oriental del Mississippi. La gobernación dependía de la Audiencia de La Habana, así también la jurisdicción eclesiástica de la capital antillana abarcaba la iglesia de Florida.
La provincia sufrió el azote pirático por parte de hugonotes franceses y de holandeses. En tanto que, desde 1607, los ingleses se asentaron definitivamente al norte, en Virginia, y los franceses en su expansión norte-sur lograron establecerse en la desembocadura del Mississippi, fundando la ciudad de Mobile (1702). La situación estratégica frente a las costas de Cuba, su pobreza y despoblación, así como el cerco de las colonias inglesas y francesas, hacían de esta provincia una de las más conflictivas del territorio americano.
Esta gobernación, como las restantes provincias indianas, se benefició de la emigración canaria, pero esto ocurrió 35 años después de que Benavides cesara en la gobernación, y ya de regreso en Tenerife, quizá, influyera en el envío de estas familias a aquella primera provincia de su mando.
Intentos ingleses de ocupación de Yucatán:
La provincia yucateca había sido gobernada hasta 1561 por alcaldes mayores, en esta fecha se elige gobernador y capitán general, uno de los primeros fue el isleño Guillén de las Casas. Yucatán dependió de la audiencia de Guatemala. Esta provincia, con las regiones de Honduras, Tabasco y Campeche, fueron objeto de repetidos intentos de invasión por parte de los ingleses, sobre todo desde que en el siglo XVII habían conquistado a los españoles la isla de Jamaica, base de operaciones no sólo de piratas sino de planes de establecimiento organizados por la metrópoli; además de las consiguientes repercusiones de las guerras entre España e Inglaterra.
Expediciones narradas por Garcilaso de la Vega, el Inca (Cuzco 1539-Córdoba 1616):
Hijo de madre india y padre español, llegó a España en 1560. Decepcionado en sus aspiraciones en la Corte y en la carrera militar, se entregó a la vida rural andaluza y a las letras. Escribió dos obras muy importantes: Comentarios reales del Perú, cuya segunda parte tituló Historia General del Perú, y La Florida del Inca.
La Florida del Inca narra la historia de la expedición española capitaneada por Hernando de Soto y, después de su muerte, por Luis de Moscoso al sureste de Norteamérica durante los años de 1539 a 1543. Se trata lógicamente de la versión que le dio oralmente a Garcilaso su amigo Gonzalo Silvestre, un viejo soldado que había participado en la expedición, bien que después fue cotejada y completada con otras fuentes consultadas por Garcilaso. El libro resultante ha suscitado polémicas en torno a su valor como fuente histórica, por algunos errores constatados, y por la imprecisión de los datos geográficos y cronológicos.
No obstante, leída con las debidas precauciones, La Florida del Inca constituye una importantísima fuente de conocimientos de múltiples aspectos humanos, culturales, económicos y militares que ofrecía esta magnífica expedición de descubrimiento y conquista. Como testimonio de la sensibilidad y creatividad literarias de un representante del temprano mestizaje demográfico y cultural de la América española, su valor es inestimable, a pesar de la postura apologética que adopta Garcilaso ante Soto. (Emilio Soler)
Segunda expedición a Montevideo (1729). Por Juan Arencibia:
Quienes hayan visitado la capital de Uruguay habrá tenido la oportunidad de comprobar la similitud del habla de sus habitantes con la nuestra. Lo lógico en una ciudad que fue fundada por familias canarias hace menos de 300 años. Ya aludí en anterior "paisaje" a la primera expedición de familias canarias que dieron lugar a la fundación de Montevideo. Sucedía en 1726. No tardó en organizarse la segunda, pero hubo de posponerse por causa de la guerra que sostenían España e Inglaterra. Fue en enero de 1729 cuando se organizó la segunda, de la que formaban parte tres navíos: San Francisco, 70 cañones, con soldados con destino a Buenos Aires y Montevideo; San Bruno, 50 cañones, en el que viajaban sacerdotes jesuitas, franciscanos y un dominico; y San Martín, 30 cañones, en el que habían de acomodarse treinta familias canarias con destino a Montevideo. Los tres navíos permanecieron en Tenerife unas tres semanas para aprovisionarse de agua y leña y acondicionar mejor los barcos.
A finales de enero salieron rumbo al Plata. La travesía fue durísima or la escasez de espacio en el navío y porque el calor fue asfixiante, hasta el extremo de que el bizcocho (pan sin levadura, de uso corriente en las embarcaciones de la época) se llenó de gusanos. Tampoco faltaron piojos, chinches y pulgas. El navío que conducía a los canarios llegó a Montevideo el 27 de marzo.
Como curiosidad estos datos. Entre los expedicionarios estaban: Domingo Alberto López, de Santa Cruz; Juan Camejo Soto, de La Laguna, con su mujer Victoria María Alvarez y sus hijos; José Domínguez de la Sierra, de Vilaflor, y su mujer María de Torres; Juan Bautista de Sáa, de La Laguna, y su mujer Antonia Suárez, Pedro de Almeida; José de León, de La Laguna, y su mujer, etcétera. Lanzaroteños como Cristóbal Cayetano de Herrera, su mujer y sus hijos, o Antonio Méndez y su mujer. También los había de otras islas.
(Juan Arencibia)
James Monroe (1758-1831):
Nació en el condado de Westmoreland, hijo de padre escocés y madre galesa, participó en la guerra de Independencia, a cuyo término fue alumno de Thomas Jefferson, por entonces gobernador de Virginia y que pronto se convertiría en presidente. Entre 1783 y 1786 fue diputado y en 1790 fue elegido senador. Poco después, en 1794, ingresó en el gabinete ministerial del presidente Washington y fue uno de los principales artífices de la compra de Louisiana a Francia (1803) y la Florida a España. Entre enero y noviembre de 1811 fue gobernador de Virginia y, a partir de esta última fecha, secretario de Estado en la administración del presidente Madison. Tras la guerra de 1812 entre Estados Unidos y el Reino Unido fue nombrado ministro de Defensa. Elegido presidente en 1816, en las elecciones de 1820 revalidó el cargo por abrumadora mayoría. Durante su mandato adquirió Florida. Estableció el compromiso de Missouri para regular la esclavitud y amenazó a la Santa Alianza con represalias si intervenía militarmente en América, lo cual vino a llamarse doctrina Monroe, cuyo célebre lema sería América para los americanos. Murió en Nueva York en 1831.
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