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Ataques a Gran Canaria



Ataques a Gran Canaria (ss.XVI y XVII). Por Francisco Suárez Moreno:
Los mares y el litoral de Canarias estuvieron sometidos a los peligros de corsarios y piratas. A lo largo de los siglos XVI y XVII estos solían utilizar los barrancos del despoblado poniente de Gran Canaria para sus aguadas. Ejemplo de ello tenemos la orden obispal de 1583 para el cierre de la ermita de San Nicolás por utilizarla como alojamiento los luteranos que recalaban en el puerto de La Aldea. O más concreto fue el desembarco de 500 hombres de Drake, el 8 de octubre de 1595, en Arguineguín, para proveerse de víveres y agua, que tuvieron que reembarcar por el ataque de las milicias insulares (RUMEU, 1947, T.II: 721-723). Aún la tradición oral mantiene relatos de tesoros enterrados como veremos más adelante. Por ello, a principios del siglo XVIII, dentro de un plan de fortificaciones de las costas canarias, el gobernador general de las Islas propuso al segundo marqués de Villanueva del Prado la construcción de un castillo en la costa de La Aldea, lo que no tuvo efecto por las pretensiones del marqués, a cambio de la obra, de obtener el título de Señor del lugar y desvincularse de la administración del Cabildo, de las milicias provinciales y de la propia jurisdicción de la Real Audiencia que quedaría como tribunal superior (SUÁREZ, 1990: p. 56). A medida que avanzaba el siglo XVIII se produjo cierta pacificación de los mares canarios lo que benefició al tráfico de cabotaje; no obstante se fueron dando ciclos de las guerras entre la Corona hispana y las potencias navales europeas enemigas que favorecieron la acción de sus corsarios, frente a la organización defensiva insular a cargo de los regimientos de milicias canarias.

Regimiento de Guía:
El sistema defensivo de este departamento marítimo quedó bajo el control del Regimiento de Guía organizado, según Hermosilla, hacia 1779, en 10 compañías de milicias distribuidas en cada uno de los pueblos de la jurisdicción, con un total de 870 hombres. Además se ejercía un sistema de vigilancia costero, al que estaba obligado a participar la población en turnos, sobre todo en las guerras con Inglaterra y Francia (1742-1743, 1761-1763, 1779-1783, 1793-1795, 1796-1800...). A tal efecto, desde la montaña de La Atalaya (Guía-Gáldar, fig. 2) se controlaba por el naciente la costa de Lairaga hasta el Vigía de La Isleta y por el poniente la panorámica que llegaba hasta el puesto de observación de la Degollada de Las Conchas sobre la punta de La Aldea. Aquí el campo visual se extendía más al Sur con sucesivas atalayillas situadas desde los riscos de Amurgar hasta Veneguera y Mogán, alertando de cualquier incidente a través de señales por hogueras. Otra atalaya muy estratégica, posiblemente utilizada desde la época aborigen es la situada en la degollada de Tirma, con amplia panorámica hacia el Norte y Sur. De ello nos habla con precisión, en 1779, Miguel Hermosilla: (...) Están dispuestas y vistas unas de otras de tal suerte qe al instante de hecha la señal pr cualquera de las atalayas inmediatas al mar toda la isla esta noticiosa de ello y se pone en armas (...). [DESCRIPCIÓN TOPOGRÁFICA, POLÍTICO Y MILITAR DE LA ISLA DE GRAN CANARIA, Cap. 15, fols. 42-43. El Museo Canario]

Ataques a los puertos:
La guerra mantenida por la Corona española contra la inglesa, en la década de 1740, determinó que el litoral de las Islas Canarias estuviera sometido a las constantes amenazas de corsarios de aquella potencia. Estas amenazas obligaron a una mayor alerta de tanto a las milicias como a los vecindarios costeros a mantener, durante toda la segunda mitad del siglo XVIII, un retén de vigilancia en las atalayas de los puertos. En 1742 se presentaron por estas costas varios buques ingleses en acciones aisladas, en una de las cuales estuvo a punto de ser capturado el mismo Comandante General, Andrés Bonito, cuando viajaba de Santa Cruz de Tenerife a Las Palmas, en un bergantín pilotado por un experto patrón, Sebastián Ortega, que conocedor de estos mares y costas, escapó de los corsarios acercándose al litoral y yendo a recalar en la bahía de El Confital. Al año siguiente se acercó una potente escuadra al mando de Carlos Windon que armó un gran revuelo entre la población con ataques a diversos pueblos. Sucesos análogos se repitieron hasta 1745 donde los puertos canarios del suroeste tuvieron que rechazar varios ataques ingleses.

Entradas por Veneguera y puertos de las Calmas:
La lejanía e incomunicación permitió desde los siglos XVI y XVII, varios desembarcos de marinos enemigos, en el poniente y sur de Gran Canaria. En lo que respecta a esta época, el 23 de diciembre de 1742, cuatro navíos ingleses fondearon en la playa de Veneguera e intentaron penetrar hacia el interior. Enterados los milicianos de La Aldea acudieron a su encuentro y cercándolos durante cinco horas, lograron rechazarlos tras haberles causado una baja y cinco prisioneros, que llevaron a la ciudad de Las Palmas, sin la menor incidencia entre los milicianos de este lugar (SUÁREZ MORENO, p. 65). Al año siguiente, según Miguel Hermosilla, dos corsarios ingleses desembarcaron por una de las playas del Suroeste donde con dos cañones y cuarenta hombres se fortificaron y mantuvieron todo el tiempo que necesitaron y emplearon en surtirse de agua sin q. por nuestra parte les pudiese desalojar. La actividad del corso y de los contrabandistas se mantuvo en los primeros años del siglo XIX. Por ejemplo en 1821, un bergantín con patente de corso de los independentistas venezolanos fondeó, en Arguineguín, para hacer agua tras haber capturado a tres barcos por el barlovento de la Isla (PAZ, 1994:35).

Alarma y sangre en La Aldea:
Por el mismo tiempo, esta vez por la playa de La Aldea, fue rechazada una nueva invasión de corsarios ingleses, como así lo contaron testigos de la época, en 1778, sin precisar fecha aunque es probable la de 1743 a 1745:

    En otra de-las imbaciones que aconteció por el Puerto pral. de-la propia Aldea con la misma nacion Inglesa, pretendiendo estos hacer desembarque, y tomar dos Barcos del tráfico de estas Islas, formaron los vecinos su Campo, en otro igual monte, fabricando de pronto sierta trinchera, que aunque no fuese la más fuerte, les preservaba de las-balas y dejandole viceras, asi pa. abvistar, como para hacer por ellas el tiro de-fucil, hirieron y mataron muchos ingleses,de-forma que les puso en la necesidad de retirarse, dejando encallados los barcos deste trafico, en cuyos Buquez, y bordes, se vio copiosa abundancia de sangre, por haverse executado en ellos los mencionados Ingleses. [A.H.N. SECCIÓN CONSEJO DE CASTILLA. leg. 1.349, fols. 60-61]

Una escuadra del corso inglés en Agaete:
Otro episodio tiene lugar, en 1745, en el puerto de Las Nieves (Agaete) cuando una escuadra de cuatro barcos corsarios ingleses, que había apresado dos balandras francesas y dos barcos canarios en la punta de Anaga, pretendió hacer su aguada, siendo rechazada, según Viera y Clavijo (1978: T.II, 162) por los milicianos de la comarca. El siguiente período de alarma costero tiene lugar entre 1797-1808, en el contexto de nuevas guerras europeas, donde tienen lugar apresamientos en el mar, a vista de los puertos de esta zona, en la travesía de Gran Canaria a Tenerife, uno de los cuales fue la captura por un corsario inglés del barco de pesquería el Nuestra Señora de Las Angustias, en 1800, que regresaba a Tenerife, frente mismo al puerto de La Aldea (SUÁREZ GRIMÓN, 1993:154). En este mismo contexto bélico, el comerciante Antonio Betancourt, escribe en su conocido diario que el 7 de noviembre de 1800 llegaron al puerto de Las Nieves, en un bote, la tripulación y pasajeros de un barco chino (entre otros el inquisidor don Cándido y tres hijos del Conde de la Vega Grande), que con bandera hispana, procedente de Santa Cruz de Tenerife y con destino a la Península, llevaba unos 300 prisioneros ingleses que se habían hecho, en estas aguas, con el control del buque: Se levantaron los ingleses y botaron una lancha a la mar y embarcaron al inquisidor y los hijos del conde, paje y algún otro pasajero (...) y milagrosamente llegaron al lugar de Gáldar, al puerto de las Nieves, con parte del equipaje, que el demás se lo llevaron los ingleses (...) [LOS "CUADERNOS" DEL COMERCIANTE DE LA CALLE DE LA PEREGRINA DON ANTONIO BETANCOURT..., 1996:255).
Francisco Suárez Moreno El mar en el oeste de Gran Canaria
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