HISTORIA
DOCUMENTOS
Comercio con Inglaterra




Noticia del estado de dependencia desigual entre Canarias e Inglaterra durante el primer tercio del siglo XVIII:
El principal fruto que se saca de Tenerife es el vino de malvasía; éste conducen todas las más de las naciones en el mundo, en especial las del Norte, y de éstas los ingleses, que sacan todos los años el vino de superior calidad; también se llevan la poca plata y frutos que vienen de Indias; y la orchilla, que es una yerba que se cría en aquellas piedras; sirve esta para las tinturas, en especial para la carmesí; todo esto se lo llevan a trueque de sus géneros, trayéndoles los peores y dándolos a un precio tan subido que, respecto del valor que tienen en Cádiz vale uno allá lo obtienen de los ingleses por tres. El vino se lo pagan en tres plazos: el un tercio por semanas, el otro en ropas, que han de tomar de sus tiendas, y el otro a la vuelta de los navíos; esto lo consiguen con tener en aquella isla muchos dependientes a los que envían géneros, y, no comerciando otros que ellos, teniendo la posesión de los pocos reales que hay, obligan al pobre paisano que no posea moneda alguna que se someta y vaya, a cuenta de vinos, a pedir al mercader inglés para cultivar sus viñas; en fin; los isleños vienen a quedar, ya que no esclavos de los ingleses en lo personal, a lo menos en sus haciendas. Por esto, como por los grandes intereses que el rey de Inglaterra tiene en estas islas, protege mucho el comercio de ellas, pues por cada pipa de vino que entra en Londres, paga al rey, de entrada, 12 libras, y hay años que se embarcan para allá de 8 a 10.000 pipas, y este soberano saca en sus derechos más que los propietarios de los vinos, junto con los derechos que pagan a nuestro rey, porque ordinariamente vale cada pipa de malvasía, a bordo de las embarcaciones, de 50 a 60 pesos.
Compendio anónimo de Historia de Canarias en el primer cuarto del siglo XVIII.

Comercio con Inglaterra (siglos XVI al XVIII):
El más importante de los tráficos de Santa Cruz, y de las islas en general, ha sido tradicionalmente el comercio con Inglaterra. En determinados momentos, toda la vida económica de Canarias había llegado a depender de una decisión tomada en Londres. Sin embargo, este comercio había empezado modesta y tímidamente, porque tenía muchas ganas de comprar y pocas cosas que vender: como sus primeros mercaderes, como por ejemplo James Casteleyn, establecido en Santa Cruz desde los primeros años del siglo XVI y dispuesto a cualquier clase de operaciones. En las últimas décadas del siglo XVI se importaban de Inglaterra paños, algodón hilado, trajes de mala calidad, trigo, bacalao y arenques, que Canarias llamaba sardinas. En 1596, Felipe II había prohibido el comercio con géneros de Inglaterra y Holanda, incluso cuando los introducían barcos neutrales; pero la vigilancia no parece haber sido tan estricta en las islas, como en la Península. La paz concluida en 1604 vuelve a franquear a los géneros ingleses la entrada en puertos españoles. En 1645, los mercaderes ingleses establecidos en Andalucía han desplazado a los genoveses de su posición dominante. Entonces es cuando consiguen una serie de privilegios y exenciones, que se reflejan rápidamente en la situación del comercio inglés en Canarias, en el sensible aumento de los mercaderes que vienen a residir a las islas. Durante esta época continúa la importación de bacalao, se introducen productos agrícolas de Francia, transportados y exportados por comerciantes ingleses, cuya mediación salva el escollo del estado de guerra; y empiezan a entrar, en cantidades más importantes que hasta entonces, los productos manufacturados de Inglaterra. El tráfico directo había sufrido una interrupción en 1627-1631, en momentos de tensión política; pero los mercaderes holandeses habían devuelto a los ingleses la cortesía interesada que consistía en poner su pabellón a disposición del comercio británico. Luego intervino el largo paréntesis de la ruptura de 1665-1666, que parece haber afectado la importación de géneros ingleses mucho menos que la exportación de vinos canarios, quizá debido a la venalidad de la administración. De todos modos, en la segunda mitad del siglo XVII el comercio con Inglaterra pasó por una gran crisis, traducido por una contracción de la economía canaria en general.

[S.XVIII:]
El gobierno inglés había cargado de gravámenes los vinos canarios, reduciendo sus posibilidades de venta: se quiso contestar a esa medida, en 1728, penalizando con una contribución de 9 por ciento los géneros ingleses, y al año siguiente eliminando de las islas a los comerciantes ingleses. Pero ambas medidas tuvieron que ser anuladas, pues no hacían más que empeorar las cosas y sofocar completamente la debilitada economía insular. A partir de mediados del siglo XVIII la situación se normaliza. Las importaciones siguen siendo muy activas y superan con mucho los géneros que proceden de otros países; abarcan una gran variedad de productos, desde los alimentos, principalmente carne, queso y arenques, hasta la quincallería, de los medicamentos hasta los libros y de los coches de caballos a los instrumentos de laboratorio.

Exportaciones tinerfeñas:
En cuanto a la exportación tinerfeña a Inglaterra, hasta 1580 aproximadamente su principal y casi único artículo fue el azúcar. Luego, de modo igualmente exclusivo, pasó a serlo el vino. Sin duda los ingleses habían empezado a apreciarlo en ocasión de los repetidos contactos, entre comerciales y pirático, de los Hawkins, Drake, y demás agentes de la primera expansión marítia inglesa; porque era frecuente que los piratas se detuvieran en las islas para pedir refresco de vino, tan necesario como el agua y más apreciado que ella. Durante la época isabelina, el malvasía no faltó en las tabernas de Londres, a pesar de la oficial falta de relaciones. Al normalizarse la situación del comercio entre las dos naciones, a partir de 1604, las entradas se hicieron más regulares y, según algunos, más que regulares, excesivas: en 1635, según juicio de James Howell, entraba más vino canario en Inglaterra que en todos los demás países reunidos y, según los datos que conocemos, esta aseveración no era inexacta. (Cioranescu)


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