Geografía cultural:
Friedich Ratzel introdujo la cultura como factor clave de la geografía humana. En 1880, el término “geografía cultural” fue introducido por primera vez en los estudios geográficos. Por entonces, Ratzel, inspirado en Alexander von Humboldt y Carl Ritter, toma de su formación naturalista la idea de que la distribución de los seres humanos y la expansión, imposición y mezcla de culturas y civilizaciones merecen una atención especial, y propone el nombre de Antropogeographie para calificar este nuevo capítulo de la disciplina. El autor citado dedicó la década de 1880 al estudio de los fundamentos culturales de la diferenciación regional de la Tierra. A partir de esta idea de grupos humanos que transforman la imagen del territorio, la geografía de finales del XIX e inicios del XX asume el paisaje no sólo como resultado de la relación entre individuo y medio, sino también como instrumento para analizar el espacio, para comprender las distintas regiones y, sobre todo, como objeto principal del conocimiento geográfico.
Esta es la línea que continúa la escuela francesa, cuyo principal autor fue Vidal de la Blache. Este notable geógrafo partió de lo propuesto por Ratzel para afirmar las influencias del medio sobre las sociedades humanas. “La Geografía es la ciencia de los lugares y no la de los hombres”. El paisaje refleja la organización social del trabajo. La cultura es para Vidal y sus colegas aquello que se interpone entre el hombre y el medio y humaniza los paisajes.
Sin embargo, la geografía cultural hubiera quedado abandonada tras los primeros decenios del siglo XX si no fuera por Carl O. Sauer (1889-1975), fundador de la escuela norteamericana de Berkeley. El auge de esta escuela comenzó treinta años después de las primeras obras escritas por los alemanes. Sauer trabajó estrechamente con la antropología americana. Según Paul Claval, “... los trabajos de la escuela de Sauer ponen su atención, sobre todo, en las sociedades etnogeográficas del mundo americano o en las grandes civilizaciones tradicionales”.
A partir de la década de 1950 puede hablarse de crisis en los planteamientos historicistas y tradicionales de la geografía, aquellos en los que se sustentaba la geografía cultural. Esta crisis se acrecienta a medida que se imponen nuevos paradigmas geográficos, más cercanos al mundo del planeamiento territorial y que desarrolla la llamada Nueva Geografía (Regional Planning) durante los años sesenta del siglo XX, y a causa de actitudes más contestatarias y reivindicativas de las corrientes radicales de la década posterior.
Sin embargo, la geografía cultural adquirió un nuevo significado en la década de 1990 a partir de que el geógrafo francés Paul Claval reelaborase sus conceptos en su obra La géographie culturelle.
El objeto de estudio de la geografía cultural son los paisajes, cuyo análisis e interpretación resulta tan interesante como complejo. El paisaje lleva la impronta de las sociedades que habitaron en el pasado y las que lo hacen en el presente: el paisaje es un totalizador histórico. En el paisaje se pone de manifiesto desde el uso y avance de la técnica y el desarrollo científico, hasta las manifestaciones religiosas y sociales, así como las ideas políticas, y se graban las aspiraciones de los colectivos que lo habitan, sus fracturas sociales y su nivel de madurez social y democrática. El orden y el desorden paisajístico sirven de medio de interpretación del nivel de desarrollo de un territorio.
Paul Claval ha colocado a la geografía cultural en el centro de los estudios geográficos. Más aún, en estos tiempos en donde los procesos de la globalización tienden a “imponer” ciertas pautas de homogeneización en un espacio mundial que se caracteriza por su diferenciación por áreas. Esto, además, está estrechamente relacionado con las geodiversidades culturales que expusiera el geógrafo argentino Federico Alberto Daus. Se trataría de una pugna entre el espacio de los flujos, por un lado, y el espacio de los lugares, de las identidades culturales, por otro.
La cultura, la vida social y el dominio del espacio son temas culminantes en la actual geografía cultural. En este marco toma relación la cultura, el medio y el paisaje; la geohistoria de la cultura y los desafíos culturales del mundo actual. En estas líneas de trabajo, Paul Claval propone una vuelta a la geografía cultural.
Por otro lado, durante los últimos decenios del siglo XX y los inicios del XXI, la complejidad que experimenta el mundo de la cultura supone de nuevo una fuente que aboca a cambios importantes en la geografía cultural. Las políticas públicas y privadas han asumido la idea de que la cultura es un factor de desarrollo para las ciudades y territorios “inteligentes”. El análisis de los recursos culturales (patrimonio, creatividad, industrias culturales, etc.) y los métodos para su puesta en valor suponen nuevos retos para la geografía cultural.
En la actualidad, también debe hablarse del renovado interés en el paisaje como objeto de estudio geográfico, aunque no sólo desde una perspectiva descriptiva –que era la que primaba un siglo atrás- o interpretativa –cercana a los postulados de Claval-, sino desde una perspectiva aplicada que trata de proteger los valores ambientales y culturales del paisaje, y de restituirlos cuando este ha sido objeto de actuaciones inadecuadas y de impactos negativos.
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