Charles Darwin (Shreswsbury 1809-Down 1882):
Creador, en colaboración con Alfred Russel Wallace, de la teoría de la selección natural. Era nieto de Erasmus Darwin, notable escritor científico, e hijo del Dr. Robert Waring Darwin. Perdió a su madre, hija del famoso ceramista Josiah Wedgewood, cuando sólo contaba 8 años. Estudió en Edinburgo y, en los años 1827 a 1831, en el Christ College de Cambridge.
En 1831 embarcó como naturalista en la expedición científica a bordo del Beagle.
Tardó casi veinte años en acabar El origen de las especies por selección natural, puesto a la venta en 1859. Constituyó una verdadera revolución científica. Contradecir las sagradas escrituras le valió numerosas y encendidas críticas por parte del clero y de la mayoría de biólogos de la época, que defendían que las especies eran grupos fijos y eternos ordenados por Dios. Su otras investigaciones entre las que figura la formación de arrecifes de coral, quedaron eclipsadas ante sus aportaciones a la ideas evolucionistas.
El viaje a bordo del Beagle (1831-1836):
En 1831 fue nombrado naturalista a bordo del hermoso bergantín Beagle en un viaje que duró cinco años por ambas costas de Sudamérica, Galápagos, Tahití, Nueva Zelanda, Australia, Tasmania, isla de Keeling, Mauricio, Brasil y las Azores.
Obtuvo el puesto gracias a las gestiones de su profesor de botánica en Cambridge, el reverendo John Stevens Henslow, quien le había hecho ver la importancia de las observaciones científicas detalladas, minuciosas e ininterrumpidas.
"Le he señalado que eres la persona más indicada de cuantas pueden estar dispuestas a aceptar tal cosa. No se lo he dicho porque te considere un naturalista consumado, sino por el hecho de que estás perfectamente capacitado para recoger, observar y anotar todo lo que merezca la pena en el campo de la Historia Natural. No tengas dudas ni temores sobre tu capacidad, pues te aseguro que, en mi opinión, eres la persona que están buscando". (Henslow. Carta a Darwin)
El HMS Beagle zarpó de Plymouth al mando del capitán FitzRoy el 27 de diciembre de 1831. Una fuerte tempestad les obligó a regresar y refugiarse en el mismo puerto. La misión consistía en completar el estudio de las costas de la Patagonia y la Tierra del Fuego que el capitán King había iniciado entre 1826 y 1830. Debía cartografiar las costas de Chile, Perú y algunas islas del Pacífico y llevar a cabo un serie de observaciones cronométricas.
El 19 de agosto de 1836 partió hacia el Este desde Brasil. Después de hacer escala en Cabo Verde y las Azores, el Beagle arribó a las costas de Inglaterra el 2 de octubre de 1836.
Las islas Galápagos:
En esta inhabitadas islas del Pacífico, muy distantes de las costas de Sudamérica, se sorprendió al descubrir lagartos gigantescos, supuestamente extinguidos, desmesuradas tortugas, cangrejos descomunales, gavilanes sin malicia que se dejaban derribar de un árbol con una vara y tórtolas amistosas que se posaban sobre el hombro del perplejo Charles. Al cambiar de una isla a otra, aunque el clima y la geología no variaban, la fauna era inexplicablemente distinta. Parecía que el Creador había actuado con caprichosa e inútil versatilidad en cada uno de aquellos pequeños territorios. Sospechaba que el medio en el que se desenvuelve la vida permite, de forma implacable, sobrevivir solamente a los más aptos.
Las 128 islas e islotes siguen siendo remodeladas por erupciones y seísmos, particularmente la parte occidental de la zona.
Bajo la superficie del mar, alrededor de las pequeñas islas peladas existe una gran riqueza biológica.
Pueden verse leones marinos, tiburones de mares cálidos, pingüinos e iguanas.
Sus observaciones geológicas sobre los arrecifes de coral fueron recogidas en varios libros. El viaje fue decisivo porque orientó definitivamente su vida y su actividad por el camino de la ciencia.
Diez años después de su viaje publicó sus experiencias del mismo. En 1839 aparecía su Journal, que, al igual que su obra anterior A Naturalist's Voyage Round the World in H.M.S. Beagle se haría clásica como libro de viajes. Su capacidad de trabajo fue considerable a pesar de los daños que causaron a su salud los rigores de su largo viaje. Fue superior al resto de sus contemporáneos en observar cosas que se escapan generalmente a la atención.
"Ha sido el acontecimiento más importante de mi existencia. A este viaje le debo la primera educación de mi carácter. Un verdadero entrenamiento porque tenía que dedicar la atención a diversas ramas de la historia natural y esto me obligó a mejorar y a intensificar mis facultades de observación". (Darwin)
Acalorada reacción ante sus ideas sobre la evolución:
Su doctrina sobre la selección natural, una de las varias teorías de la evolución, es quizá la más grande generalización científica del siglo XIX. En 1858, junto con Alfred Russell Wallace, presenta ante la Sociedad Linneana de Londres, la conclusión de que las especies no son inmutables. Se hacía forzoso revisar divinas razones que justifican la dignidad del hombre y su pureza originaria; la interpretación literal de la Biblia; y teorías científicas unánimemente aceptadas. La disputa adquirió caracteres épicos cuando se enfrentaron el obispo Samuel Wilbeforce y el joven biólogo Thomas Huxley en la Universidad de Oxford. El primero, en una concurrida reunión, preguntó insolentemente al científico: "¿Sostiene usted acaso que desciende de un mono por línea materna o paterna?" A lo que Huxley respondió impertérrito: "Preferiría descender de monos, tanto por línea paterna como materna, a descender de un hombre que abusa de sus brillantes dotes intelectuales para traer prejuicios religiosos a la discusión de asuntos acerca de los cuales no sabe absolutamente nada."
Deseos de visitar Tenerife:
Los paseos se complementaron con las excursiones. En una de ellas, Charles leyó en voz alta a sus venerables compañeros unas notas que había tomado del libro Narrativa personal de Alexander Humboldt. Mencionó con entusiasmo las maravillas de Tenerife. Henslow y sus amigos le replicaron bromeando que un día no muy lejano intentarían verlo con sus propios ojos. Al interés por la obra de Humboldt le siguió el de la Introducción al estudio de la Filosofía Natural de Herschel. Pero la idea de viajar a Tenerife no se le quitó de la cabeza. Llegó a contactar con un marino mercante de Londres para recibir información sobre la salida de barcos hacia aquella isla de sus sueños.
El paso por el golfo de Vizcaya y el cabo de Finisterre fue infernal y el pobre Darwin se mareó sin poder hacer nada por evitarlo. Una terrible desazón que le acompañaría durante todo el viaje. El 6 de enero de 1832 avistó su Tenerife de las maravillas. "¡Oh, desgracia!, estábamos preparándonos para largar el ancla a media milla de Santa Cruz cuando se acercó un barco y nos trajo una mala noticia. El cónsul ordenó que debíamos someternos a una cuarentena de doce días" El gozo en un pozo. El temor de las autoridades a que la tripulación del Beagle portara el cólera impidió uno de sus sueños más queridos: visitar Tenerife. A la mañana siguiente, la isla parecía haber desaparecido como por ensalmo. Hasta que por encima de la bruma apareció el sol iluminando el pico del Teide: un rayo de consuelo.
Escala en las islas de Cabo Verde:
La palidez de Darwin se acentuaba cada día más. Poner el pie a tierra no era simplemente un deseo sino una absoluta necesidad. La cabeza le daba vueltas y se sentía francamente mal. Corría el 16 de enero y el Beagle ancló en Porto Praya, un puerto de la isla de Sao Tiago, que pasaba por ser la mayor del archipiélago africano de Cabo Verde. Un día feliz. Tenía grandes deseos de que llegara aquel momento. Aunque había leído las descripciones de Humboldt y temía llevarme una desilusión". Sus temores resultaron infundados. Tocar suelo tropical fue un bálsamo y una experiencia inolvidable.
Darwin recuperó el color al salir disparado del barco. Sin pensárselo dos veces, se fue andando a Ribeira Grande en compañía de dos oficiales. Un castillo en ruinas y una catedral dominaban el pueblo. Pronto se hicieron con los servicios de un cura negro y un español para que les guiaran por los alrededores. Darwin quedó encantado ante la grandiosidad de aquellas inmensas llanuras de lava. Tampoco perdió ocasión de observar las costumbres de algunos animales marinos y, sobre todo, del pulpo. (Alberto Cañagueral)
"Ha sido un día grandioso. Algo así como si un ciego recobrara la vista de golpe. Al principio, se quedaría sorprendido ante lo que viera y le costaría entenderlo. Esto es lo que yo siento y seguiré sintiendo".
En Sao Tiago, Darwin apreció que la geología de la isla era la parte más interesante de su historia natural. La línea de roca dura y blanda que se extendía de forma horizontal a una altura de alrededor de trece metros sobre la misma base de los acantilados fue lo primero que le llamó poderosamente la atención al tocar puerto. Aquella formación era calcárea y contenía numerosas conchas, la mayoría de las cuáles se podía encontrar en la costa. Darwin dedujo que en tiempos lejanos la corriente de lava de los antiguos volcanes se precipitó encima del anterior lecho del mar de conchas y corales, ayudando gradualmente a formar aquella línea de roca dura y blanca. En parte alguna descubrió signos de reciente actividad volcánica. Ni siquiera formas de cráter en las colinas de ceniza roja. También llegó a la conclusión de que la superficie de la isla se había tenido que formar por una sucesión de actividades volcánicas, y no solamente como consecuencia de una de ellas. (Alberto Cañagueral)
Llegada a Valparaíso (23 de julio). Charles Darwin:
Durante la noche el Beaqle echa el ancla en la bahía de Valparaíso, principal puerto de Chile. Al amanecer nos encontramos en cubierta. Acabamos de abandonar Tierra del Fuego; ¡que cambio!, ¡que delicioso nos parece todo esto aquí: tan transparente es la atmósfera, tan puro y azul es el cielo, tanto brilla el sol, tanta vida parece rebosar la naturaleza! Desde el lugar en que hemos anclado, la vista es preciosa. La ciudad se alza al pie de una cadena de colinas bastante escarpadas y que tienen cerca de 1.600 pies (480 metros) de altitud. Debido a esa situación, Valparaíso no es sino una larga calle paralela a la costa: pero cada vez que un barranco abre el flanco de las montañas, las casas se amontonan a uno y otro lado. Una vegetación muy escasa cubre esas colinas redondeadas y los lados rojo vivo de los numerosos barranquillos que las separan brillan al sol. El color del terreno, las casas bajas blanqueadas con cal y cubiertas de tejas, me recordaban mucho a Santa Cruz de Tenerife. Hacia el nordeste hay una vista espléndida de los Andes, pero desde lo alto de las colinas vecinas se les ve mucho mejor; se puede apreciar la gran distancia a que se hallan situados y el panorama es magnífico. El volcán Aconcagua ofrece un aspecto particularmente imponente. Esa inmensa masa irregular alcanza una altitud más considerable que el Chimborazo, porque, según las triangulaciones hechas por los oficiales del Beagle, llegan a una altitud de 23.000 pies (6.900 metros). Sin embargo, vista desde donde nos hallamos, la Cordillera debe una gran parte de su belleza a la atmósfera a través de la que se divisa. Qué admirable espectáculo el de esas montañas que se destacan sobre el azul del cielo y cuyos colores revisten los más vivos matices en el momento en que el sol se pone en el Pacífico. (Darwin)
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