La expedición de la Kon-Tiki (1947):
La Balsa: Acompañaban a Heyerdahl Knut Haugland, Torstein Raaby, Herman Watzing, Erik y Berg Danielsson. El 28 de abril de 1947, tras el remolcador Guardián Ríos salieron de la bahía de Callao entrando en la corriente de Humboldt que trae masas de agua fría del Antártico y se desvía al Oeste al sur de la línea ecuatorial. Además de los 6 tripulantes a bordo viajaba un loro verde buen marinero cuya lengua nativa era el español y el sociable cangrejo "Joannes" que hacía compañía al hombre de guardia en la espadilla. Comieron muchos peces voladores fritos recogidos en cubierta y pescaron multitud de dorados y tiburones. Atravesando cuatro mil millas marinas (6.437 km) del Pacífico desde Perú a la Polinesia, llegó a una isla deshabitada tras 101 días de navegación. La noche del 30 de julio vieron y oyeron muchas aves marinas. Tres días después de divisar tierra por primera vez, se dieron cuenta de que se dirigían hacia los arrecifes de Takume y Raroia. La corriente arrastró a la balsa hasta la penúltima de un grupo de islas de difícil acceso por causa de los arrecifes. Cuando el transmisor accionado por un generador manual fue perdiendo humedad, un radioaficionado de Colorado captó su mensaje CQ que inicialmente tomó como una broma. Los 127 habitantes de la vecina isla de Raroia acogieron entrañablemente a la tripulación con quienes intercambiaron antiguas historias y leyendas de la Polinesia. La tripulación y la balsa fueron trasladados a Tahití a bordo de la goleta Tamara. Naufragio: Thor Heyerdahl, con un estilo claro y vivaz relata el naufragio en el arrecife de Fenua Kon-Tiki que consiguió atravesar sin bajas personales: Aquellas horas fueron de terrible ansiedad, durante las cuales íbamos avanzando paso a paso, de costado, contra los arrecifes... Levantamos la cubierta de bambú y cortamos con nuestros machetes los cabos que sostenían las orzas de deriva. Fue faena difícil extraer los tablones, pues estaban cubiertos de una espesa capa de lapas. Con las orzas retiradas, la balsa no tenía más calado que el ancho de los troncos sumergidos y, por consiguiente, seríamos más fácilmente levantados sobre los arrecifes. Sin las orzas y con la vela arriada, quedó la balsa de costado y a merced completa de las olas y el viento... Las olas reventaban atronadoramente, lanzando espuma en el aire, y el mar se levantaba y bajaba con gran furia... Nadie estaba a popa, pues era allí donde se iba a recibir el primer choque. Tampoco eran seguros los dos estays que venían desde la parte alta del mástil hasta la popa, porque si el palo caía, podrían quedarse colgando fuera de la balsa sobre el arrecife. Cuando nos dimos cuenta de que las olas ya habían hecho presa de la balsa, cortamos el cabo del ancla y nos quedamos libres. Una ola se levantó debajo de nosotros y sentimos que la Kon-Tiki era lanzada al aire. Había llegado el momento supremo; corríamos sobre el lomo de la ola a una velocidad tremenda; nuestra desvencijada balsa crujía y gemía, retemblando bajo nuestros pies. Una nueva ola creció altísima detrás de nosotros, como una centelleante pared de vidrio verdoso; en el momento en que nos hundíamos, vino enroscándose como una garra gigantesca y en el mismo segundo en que la vi, inmensamente alta sobre mí, sentí un choque violento y quedé sumergido entre torrentes de agua. Sentí la succión en todo mi ser con una fuerza tan inmensa, que tuve que poner todos mis músculos a su máxima tensión y decirme a mí mismo: "¡Agárrate! ¡Agárrate!" Yo creo que en semejantes situaciones de desesperación, cuando el resultado es tan evidente, pueden ser arrancados los brazos antes que el cerebro consienta en desasirse. Entonces sentí que toda la montaña de agua iba pasando y aflojando de mi cuerpo su garra endemoniada... En un segundo todo el infierno estaba otra vez sobre nosotros y la Kon-Tiki desaparecía completamente bajo las masas de agua... La embarcación que habíamos conocido durante semanas y meses en el mar, ya no era la misma. En unos cuantos segundos, aquel agradable mundo nuestro se había convertido en los despojos de un naufragio. La balsa chocó y fue succionada una y otra vez hasta que consiguió colocarse sobre el arrecife que encerraba la laguna interior de la isla. Procedieron rápidamente al salvamento de la carga antes de aparecieran las inciertas corrientes de la marea. El mástil con toda su jarcia quedó inclinado sobre el arrecife y la espadilla hecha astillas. "El arrecife se extendía como la muralla de una fortaleza sumergida ... La Kon-Tiki quedaba allá lejos sobre el arrecife, rodeada de la espuma del mar. Era un despojo, pero un despojo honorable".(Thor Heyerdahl)
Hans Disselhoff sobre viajes precedentes: [...] En realidad los grandes marineros eran los polinesios y no los indios y todas las corrientes de cultura se desplazaron de Occidente a Oriente. El parecido entre las esculturas de Tiahuanaco y las de la isla de Pascua, que Heyerdhal esgrime como armas de combate, sólo consiste en que en ambos casos se trata de monumentos monolíticos colosales. Toda comparación medianamente rigurosa en cuanto al estilo fracasa. Además, el mundo especializado no duda hoy ni un momento de que la isla de Pascua fue colonizada por polinesios procedentes de Occidente.
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