HISTORIA
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Cisma de Oriente



El cisma de oriente:
Diferencias doctrinales en los primeros siglos del cristianismo:
En el año 44 Judea es provincia romana. En el año 64 Nerón prohibe el Cristianismo y se produce la primera persecución. En el año 67 mueren Pedro y Pablo en Roma. En el año 70 Tito, hijo de Vespasiano, toma y destruye Jerusalén. En el año 106 se producen las persecuciones de Trajano y Marco Aurelio. Tertunliano, padre de la Iglesia occidental, incurre en la herejía montanista. Orígenes preconiza la síntesis entre el Cristianismo y filosofía griega. Se difunden las herejías de gnósticos y montanistas. En el siguiente siglo siguen las persecuciones: Séptimo Severo (203), Maximino (237), Decio (250), Valeriano (257) y Aureliano (274). En España se organizan los obispados de Astorga, Mérida y Zaragoza (254). El latín sustituye al griego en el culto cristiano en Roma. Manes predica la herejía del maniqueísmo. En el siglo siguiente tiene lugar la persecución de Diocleciano (303). Constantino, por el edicto de Milán, equipara el cristianismo con las demás religiones del Imperio. El emperador Teodosio ordena el cierre de los templos paganos y prohibe los sacrificios. Tiene lugar el concilio de Iliberis (Granada, 306). I Concilio ecuménico en Nicea (325). Redacción del Credo. Se expande la herejía arriana. Se expande la herejía macedoniana. Concilio de Constantinopla (381). El obispo español Prisciliano predica la herejía de su nombre. Concilio de Zaragoza (380). Herejía de Nestorio. El emperador de Oriente Teodosio II convoca en Efeso el III concilio ecuménico. San Agustín se convierte al cristianismo (387). Concilio de Calcedonia, cuarto ecuménico (451).

Constantino y el Concilio de Nicea (325):
Cuando Constantino asumió el poder como emperador, quiso consolidar la unidad del imperio. Uno de los problemas que debió resolver era el de la unidad de la iglesia cristiana. En ese momento se había producido una división por causa del presbítero Arrio, de Alejandría, que en el año 319 dijo que Jesucristo era una creatura de Dios, inferior al Padre. Amonestado por el obispo de Alejandría, Arrio se mantuvo en su posición y fue excomulgado, pero la disputa llegó a la calle, produciendo división entre los fieles y entre los obispos. En mayo/junio del año 325, el emperador Constantino convocó a 318 obispos a su palacio de verano en Nicea. La gran mayoría de estos obispos venían de las persecuciones romanas, y muchos de ellos llevaban cicatrices de lo que habían padecido por Jesucristo. No se puede pensar que se hubieran dejado imponer una nueva fe, distinta de aquella por la que habían sufrido. En este Concilio se aprobó el “Credo” que básicamente se recita hoy en las iglesias cristianas, y Constantino lo puso como ley del imperio. En él se confiesa que Jesucristo es:"... de la misma sustancia que el Padre, Dios de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado…”. De los 318 obispos presentes, sólo dos se negaron a firmarlo. Los historiadores y escritores de la época muestran claramente que la confesión de fe en Jesucristo como Dios no es creación e imposición de Constantino, sino que era la confesión de la Iglesia hasta ese momento, y que la aceptación no fue “ajustada”, sino casi unánime. (J.P.)

El emperador de oriente Justiniano I (483-565):
En el reinado del emperador Anastasio fue llamado a Constantinopla por su tío, más tarde emperador Justino I, donde recibió esmerada educación y alcanzó los más elevados cargos del Estado. En 521 obtuvo el consulado, que desempeñó con singular brillantez hasta que, finalmente, su tío le adoptó por hijo y le asoció al Imperio, siendo sucesor suyo a su muerte (527). A su lado desempeñó un importante papel su esposa Teodora, que antes había sido una artista de teatro conocida por su vida licenciosa, pero que, con su habilidad y energía, ejerció gran influencia en el ánimo y en la conducta del emperador. Su gobierno fue notable por las grandes construcciones arquitectónicas, los éxitos militares, y el Código que ordenó y que ha pasado a la posteridad. Aparte de un gran número de edificios que mandó construir en varios lugares, sólo en Constantinopla hizo edificar 25 iglesias, entre ellas la de Santa Sofía, uno de los más grandiosos y suntuosos edificios del orbe. Entre sus éxitos militaresdestaca la destrucción, por medio de Belisario y Narsés,de los imperios de los vándalos y ostrogodos, habiendo incorporado de este modo al imperio el norte de Africa e Italia y un gran número de pequeñas ciudades costeras al SE de la península Ibérica. En estas campañas militares no tomó parte personalmente; pero con su hábil diplomacia y con oportunos dones a los bárbaros vecinos, aseguró el Imperio. Su enemigo más terrible fue el rey persa Cosroes Nuschirwan, contra el que sostuvo la campaña de 528-532 y la de 540-545, y del que, finalmemte, la paz en 562 mediante un tributo anual. Procuró además contener por medio de grandes fortificaciones, que construyó a lo largo del Danubio, a los bárbaros, búlgaros, eslavos y ávaros que amenazaban constantemente al Imperio desde el norte. Lo que más celebridad le dio fue su labor legislativa . Bajo su dirección el cuestor Triboniano y notables jurisconsultos formaron el célebre Corpus juris civilis. Si la parte personal de Justiniano en esta obra legislativa fue escasa, demostró gran acierto en la elección de estudiosos que la llevaron a cabo. Las construcciones que emprendió, las guerras que sostuvo y los regalos que hizo, además del lujo de que había rodeado a su corte, exigieron grandes cantidades de dinero que él y su ministro de Hacienda, Juan el Capadocio, obtuvieron del pueblo a costa de toda clase de extorsiones. El descontento produjo el levantamiento llamado sublevación de Nika (532) en Constantinopla, que no logró sofocar sino con mucho derramamiento de sangre y con el incendio de gran parte de la ciudad. Exigió para sí una hegemonía ilimitada en los asuntos eclesiásticos. Convocó varios Sínodos con objeto de afirmar la ortodoxia, pero en los últimos años de su gobierno favoreció a la secta de los aftartodocetas, que era una rama de los monofisitas. En el año 529 suprimió la escuela filosófica de Atenas, aniquiló los últimos restos del paganismo en Grecia y en 541 abolió el Consulado.

Herejías posteriores (s.VII en adelante):
Durante el siglo VII, hubo algunos intentos de la Iglesia Ortodoxa por atraerse a los monofisitas, mediante posturas religiosas intermedias, como el monotelismo, defendido por Heraclio y su nieto Constante II. Sin embargo, en los años 680 y 681, en el III Concilio de Constantinopla se retornó definitivamente a la ortodoxia. La Iglesia Ortodoxa sufrió otra crisis importante con el movimiento iconoclasta, primero entre los años 730 y 787, y luego entre 815 y 843. Se enfrentaron dos grupos religiosos: los iconoclastas, partidarios de la prohibición del culto a las imágenes o iconos, y los iconódulos, que defendían esta práctica. Los iconos fueron prohibidos por León III comenzando así las más agrias disputas. Esto no se resolvió hasta que la emperatriz Irene convocó el II Concilio de Nicea en 787 que reafirmó los iconos. Esta emperatriz consideró una alianza con Carlomagno que hubiera unido ambas mitades de la Cristiandad, pero que fue desestimada. El movimiento iconoclasta resurgió en el siglo IX, siendo derrotado definitivamente en 843.

Hesicasmo (s.XIII):
Importante corriente religiosa (del griego hesychía, que puede traducirse como ‘quietud’ o ‘tranquilidad’). El hesicasmo defendía el recogimiento interior, el silencio y la contemplación como medios de acercamiento a Dios, y se difundió sobre todo por las comunidades monásticas. Su máximo representante fue Gregorio Palamás, monje de Athos que llegaría a ser arzobispo de Tesalónica. Desde finales del siglo XIII hubo varios intentos infructuosos de volver a la unidad religiosa con Roma: en 1274, en 1369 y en 1438, para conseguir la ayuda occidental frente a los turcos.

Herejías en Hispania:
Herejía de los libeláticos:
Primera herejía de la que se tiene noticia. El emperador Decio había ordenado que certificasen en un libelo la prestación de culto a los dioses romanos. Dos obispos hispanos -Marcial de Astorga y Basílides de Mérida- aceptaron la orden imperial; pero otros obispos no la aceptaron y reunidos les privaron de sus sedes, nombrando para sustituirles a Félix y Sabino. No se conformaron los obispos depuestos y apelaron al papa Esteban, el cual revocó la sentencia impuesta y repuso a los obispos. Los demás obispos recurrieron a San Cipriano, obispo de Cartago. Cipriano dio la razón a Félix y Sabino disculpando al papa porque la lejanía le había hecho desconocer los verdaderos términos de lo ocurrido, pero declaró que ya no era lícito devolver sus sedes a los obispos depuestos, aunque podrían ser recibidos en el seno de la Iglesia, previa la oportuna penitencia. Sin embargo, el papa Sixto II, sucesor de Esteban, amonestó a los obispos españoles, produciéndose así el primer casi cisma de la Iglesia española, cuya solución no se conoce.

Herejía prisciliana:
Fue la herejía más importante. Prisciliano nació probablemente en Lusitania hacia el 340 y pertenecía a una familia senatorial acaudalada. Ganado a la causa del cristianismo, predicó una interpretación que pretendía volver a la sencillez primitiva. Según el padre Mariana confundía las personas divinas, apartaba los matrimonios, tenían por ilícito comer carne, decía que las almas procedían de la esencia divina, y por siete ciclos, y ciertos ángeles bajaban como por gradas a la pelea de esta vida, y daban el poder del príncipe de las tinieblas fabricador del mundo. Sujetaban al hombre al hado y a las estrellas, y enseñaba que sobre los miembros del cuerpo tienen dominio los doce signos del zodíaco. Aries sobre la cabeza, Taurus sobre la cerviz, Géminis sobre el pecho y así de los demás. Posteriormente se interpretó la herejía prisciliana en el sentido de que negaba el misterio de la Trinidad, opinaba que el mundo había sido creado por el demonio que lo tenía bajo su poder, el alma formaba parte de la sustancia divina y esta vida constituía un castigo porque solamente bajaban a ella los que habían pecado. Negaba la resurrección de los cuerpos y el valor del Antiguo Testamento, defendía la transmigración de las almas, la evocación de los muertos y otras ideas tomadas de los cultos indígenas. Admitía que todos los fieles podían oficiar las ceremonias religiosas sin haber sido ordenados. Más modernamente se ha supuesto que el movimiento priscilianista era esencialmente ascético, laudable porque significaba una reforma de las costumbres del clero y una vuelta a la imitación total de la vida de Cristo. No tenía ningún aspecto doctrinal fuera de que se apoyaba en escritos apócrifos. Lo cierto es que se extendió rápidamente por Lusitania, Bética, Callaecia y Aquitania, consiguiendo numerosos adeptos, entre ellos, obispos como Instancio y Salviano, los cuales consiguieron que Prisciliano fuera nombrado obispo de Avila aunque no tenía las órdenes sacerdotales. A partir de entonces, Prisciliano procuró la ocupación de la jerarquía episcopal por ciertos fundadores en algunos casos, y alentó a otros a procurar la misma investidura intentando que sus ideas de reforma alcanzaran el éxito deseado. Pero se dio el caso de que la mayor parte de sus seguidores fueran mujeres, lo que impidió la consecución de sus propósitos. Idacio, obispo de Mérida, se opuso firmemente a estas ideas, secundado por Itacio, y consiguió reunir en Zaragoza (380) un Sínodo, el cual, sin considerar formalmente las doctrinas de Prisciliano, consideró que debían ser castigados espiritualmente. Contra las decisiones del Sínodo o Concilio de Zaragoza, apeló Prisciliano, secundado siempre por Instancio y Salviano, a la autoridad imperial, pero Graciano confirmó la decisión de Idacio e Itacio excomulgando y desterrando a los obispos priscilianistas. Los derrotados acudieron al papa Dámaso, presentando un escrito de defensa y lograron la detención del rescripto imperial. Prácticamente se estableció en la Península un nuevo Cisma, al ser perseguidos Idacio e Itacio como falsos acusadores por Volvencio, procónsul de Hispania.

Proceso civil en Tréveris y ejecución:
Sin embargo, las alternativas de la política romana, con las frecuentes luchas por el poder imperial, permitieron a Itacio, refugiado en la Galia, ganarse la voluntad de su prefecto Gregorio, cuyo vicario en España recibió orden de apoyar al obispo de Mérida, mientras Macedonio defendía a los priscilianistas y trataba de detener a Itacio. Pero un nuevo giro de la política romana llevó al trono a Máximo en el año 383. Instado por Itacio, Máximo ordenó la detención de Prisciliano, Instancio y otros de sus más característicos secuaces, que fueron llevados a Burdeos y sometidos a un tribunal civil, que los declaró maniqueos y reos además de graves atentados contra la moral y fautores de maleficios. Para responder a estas acusaciones, fueron conducidos a Tréveris, residencia de Máximo, donde se vio la causa ante el prefecto del pretorio Evodio, siendo acusador el propio Itacio (385). En este mismo año llegó a Tréveris el famoso obispo de Milán San Ambrosio, el cual, convencido de la herejía de Prisciliano, se negó a comulgar con los obispos que le acusaban y trataban de obtener contra ellos sentencia de muerte. Itacio desistió de la acusación cuando pareció que estas sentencias se iban a producir, pero fueron mantenidas por un acusador público de nombre desconocido. Y el tribunal civil de Tréveris condenó a muerte a Prisciliano y a cuatro de sus seguidores, entre los que se contaba la viuda de Delfidio, uno de sus secuaces. La muerte de Prisciliano, considerado como la primera víctima del brazo secular al servicio de la Iglesia, provocó diferentes reacciones. En la Galia, una partidaria de Prisciliano fue lapidada por fanáticos, mientras en España eran enterrados los cuerpos de Prisciliano y de sus seguidores con grandes honores y no pocos obispos incluyeron en el santoral sus nombres considerándolos como mártires, torturados antes de morir para arrancarles una confesión inútil. La conclusión de este cisma aún sufrió alternativas. Tras la caída de Máximo (388), Itacio fue excomulgado por un Concilio y desterrado juntamente con Idacio, por Teodosio, lo cual permite suponer la persistencia de priscilianistas en gran parte de la Península. En 396 hubo un nuevo Sínodo en Zaragoza en el que se volvieron a enfrentar ambas opiniones, y en el que, triunfante la tendencia antipriscilianista, se excomulgó al obispo de Astorga, Symposio, amigo de Prisciliano. Los intentos de apaciguamiento de San Ambrosio y de otras jerarquías romanas consiguieron por fin una reconciliación, que quedó establecida de modo definitivo en el Concilio I de Toledo (400), cuando sólo cuatro obispos gallegos persistieron en continuar con sus ideas priscilianistas y fueron excomulgados, en tanto que los demás se reconciliaron con la Iglesia cristiana. La última huella de la herejía, probablemente a poyada por viejas supersticiones indígenas, fue condenada y extinguida en el Concilio reunido en Braga (563). (Fuente: M.Lozoya)

El movimiento herético gnóstico (siglo II):
El cristianismo se enfrenta a su primera crisis seria, que le conduce a la elaboración de una teología ortodoxa que se opondrá a las tomas de posición diferentes, calificadas de heréticas. Este movimiento gnóstico no está ligado fundamentalmente al cristianismo, y se encuentran tendencias gnósticas en el judaísmo, el islam, la filosofía griega y el hinduismo. El gnosticismo es una actitud existencial completamente característica, un tipo especial de religiosidad que se encuentra en diferentes épocas y en religiones diversas. Se cimenta sobre el concepto general de gnosis, el conocimiento, que permite escapar de las leyes de este mundo y acceder a la salvación divina. esta definición es muy sucinta, y la multitud de estudios realizados sobre el tema, los cuales han arrojado opiniones contradictorias, muestra la complejidad del problema gnóstico. La gnosis expresada en la tradición cristiana aparece en el siglo II como una tendencia general, subdividida en múltiples sectas, que rechazan a voces la aportación del judaísmo (Yahvé, el dios de la Biblia, se convierte, en ciertas interpretaciones, en un dios malo), influidas por el dualismo iranio y que elaboran especulaciones metafísicas complejas. La doctrina gnóstica es fundamentalmente esotérica. Sus textos conllevan siempre un sentido manifiesto y un sentido oculto, que exige claves de interpretación para ser comprendido, en tanto la salvación está reservada sólo a los poseedores de la gnosis, que, más allá de la dualidad, pueden encontrar su unidad original. Este aspecto esotérico se opone al cristianismo ortodoxo, para el que el mensaje de Cristo es universal y comprensible por todos. [...] El movimiento gnóstico fue representado por varias figuras de gran importancia, como Basílides, Valentín, Marción, a quienes se conoce sobre todo por sus adversarios, los apologistas y los Padres de la Iglesia cristiana. Estos últimos les plantaron una oposición encarnizada que definió poco a poco la ortodoxia del cristianismo y desembocó en la formación de un canon, es decir, una lista de libros autorizados por la Iglesia entre la multitud de escritos que circulaban: la emergencia del movimiento gnóstico había provocado en efecto la creación de nuevos textos que se sobreponían a los Evangelios ya redactados. (Pierre Crépon)

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