Girolamo Savonarola (Ferrara 1452-Florencia 1498):
La república teocrática: "las relaciones sociales (...) se nutrían de la desconfianza recíproca, y las acciones privadas y la actividad intelectual de los ciudadanos (...) serían absolutamente libres". (Savonarola) Savonarola opinaba que ello sólo sería posible si la causa inicial y final era la aspiración hacia el bien común -bene comune-, un principio ético extraído de los textos de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Sin embargo, el predicador dominico era demasiado radical en sus opiniones y fomentaba la quema en la hoguera de todos aquéllos que se abandonaran al vicio y el libertinaje, así como la restricción y supervisión de la ciencia y la supresión del desnudo en el arte. A pesar del carácter casi dictatorial de su conciencia misionera hacia finales de su vida, Savonarola tenía por modelo a Cristo crucificado: Puesto que no voy a predicarme a mí mismo sino a Cristo (...), y no se convertirán a mis alabanzas sino a ti (...)". (Savonarola) (Ruth Strasser) [...] Para entonces, la oposición comienza a cambiar de aspecto. Los florentinos comienzan a dar oídas al fraile dominico que denuncia la "dolce vita" de la corte florentina, el paganismo, la asfixia de la libertad ciudadana. Los Médicis intentan acercarse al predicador y tratar con él. Fray Jerónimo es rígido; para él, los Médicis son la causa del mal y deben irse, porque el castigo de Dios está cerca: y tú, Florencia, que piensas sólo en ambiciones y empujas a tus ciudadanos a exaltarse, sabe que el único remedio que te queda es la penitencia, porque el flagelo de Dios ya está próximo. (Savonarola) Su terrible y profética elocuencia fascinó a los florentinos. Su doctrina era muy simple: muy pronto la Iglesia pagaría por sus innumerables pecados, igual que la sociedad, que degeneraba buscando sólo su provecho y su placer. Un punto de vista adecuado a las inquietudes de su tiempo. Así las ardientes prédicas del monje impresionaron tanto a los florentinos, que cada vez eran más los que acudían al convento de San Marco y después a la catedral para oírlo: las buenas gentes se codeaban allí con Botticelli, Miguel Angel o el filósofo platónico Marsilio Ficino. Entre otros azotes anunciaba la llegada de un nuevo Ciro, que vendría de más allá de los Alpes como instrumento de la cólera divina. Según él, los florentinos eran el pueblo elegido. A través de Florencia habría de llegar todo y, por tanto, debían purificarse. Savonarola sustituyó el Carnaval por la fiesta de la Penitencia; además hizo alzar en plena Señoría una gigantesca "hoguera de las vanidades", en la que se arrojaron cosméticos, joyas, y libros, mientras que los artistas veían consumirse sus obras insuficientemente devotas o demasiado paganas. Savonarola incitaba incluso a los niños a que denunciaran las afrentas contra la moral. Cuando en 1492 quiso defenderse de las acusaciones que decían que era contrario a los poetas, escribió el opúsculo De divisione et utilitate omnium scientiarum en el que hace derivar a la poesía de la filosofía racional, demostrando con ello que no tenía exacto conocimiento de la más divina de las artes. (Papini) En 1492 muere Lorenzo. En muchas ocasiones he leído que Fray Jerónimo fue llamado a la cabecera del moribundo y que se negó a darle la absolución. Más que dato histórico es voz popular pero muestra el tenor de la fama del fraile. En realidad, Lorenzo muere lamentando no haber tenido tiempo para completar la biblioteca que hoy lleva su nombre en Florencia. La precoz muerte de Lorenzo sume a la ciudad en el luto, a pesar de todo. En Italia, se rompe el equilibrio logrado por la paciente, sagaz y adinerada diplomacia del Magnífico. Los franceses entran en Italia con su rey al frente -Carlos VIII- y Pedro, primogénito y sucesor de Lorenzo, cede y lo deja ocupar cuatro bastiones toscanos. Los florentinos se enfurecen y expulsan a los Médicis de la ciudad el 9 de noviembre de 1494. Fray Jerónimo no ceja, y menos ahora cuando ve cumplidas sus predicciones apocalípticas en buena parte. El pueblo - que ha vuelto a organizarse en partidos- lo convierte en árbitro de la situación. Savonarola promueve la reforma radical de las leyes de la ciudad: instaura un Monte de Piedad, legisla contra la disolución moral, organiza las "quemas de vanidades". Un día, entre el entusiasmo de la multitud, proclama Rey de Florencia a Jesucristo. Evidentemente el primer ministro era el fraile. (Angel R.Guevara)
Desafíos a la Iglesia: "No quiero un birrete cardenalicio ni ninguna mitra, grande ni pequeña. No quiero sino que le diste a tus santos: la muerte". Este no fue el único gesto de desafío a la Iglesia; el propio Savonarola había encendido con anterioridad una hoguera y escenificado una acción disciplinaria simbólica. El 7 de febrero de 1497 organizó en la Plaza de la Signoria una "hoguera de las vanidades" en la que ardieron objetos que simbolizaban los vicios profanos: instrumentos musicales, imágenes, joyas, naipes e, incluso, los libros de Boccaccio y Petrarca por su contenido "impúdico". Esta acción le valió la excomunión por parte del papa Alejandro VI, pero al mismo tiempo le sirvió de incentivo para organizar otra hoguera todavía más espectacular al año siguiente, en 1498.
Tortura, proceso y muerte en la hoguera (23 mayo 1498): El proceso careció de rigor legal (era axioma de la época que dove il motivo di procedere non c'é, bisogna fabricarlo, es decir, " donde no haya motivo para proceder, hay que fabricarlo".) acusación capital: haberse atribuido el don de profecía. Además: herejía, cisma, rebeldía... diecisiete cargos. Padeció varias semanas de torturas inhumanas por "defensor de la herejía y el cisma y por pretender innovaciones perniciosas". Fue condenado a muerte, ahorcado y quemado públicamente en la Plaza de la Signoria el 23 de mayo de 1498. Un eclesiástico le dice: " te separo de la Iglesia militante... y de la triunfante". El fraile responde: " Sólo de la militante; la otra no depende de ti". Reza el Te Deum ... antes que él muere fray Silvestre y fray Domingo, sus hijos espirituales y seguidores. No quiso enardecer a la multitud en su favor. Sólo le pidió que orara por él y luego rezó el Credo. Yo te ruego, consolador mío, que tan preciosa sangre no se haya derramado en vano por mí, sino en la remisión de todos mis pecados, de los que te pido perdón, desde el día que recibí el agua del bautismo hasta este mismo momento, y entono a Ti, Señor, el mea culpa. Te pido perdón también del mal ejemplo que he dado a esta ciudad y a sus habitamtes, tanto en lo espiritual como en lo temporal, e, igualmente, de cualquier otra cosa en que haya errado sin darme cuenta. Humildemente pido perdón a cuantas personas se encuentran presentes y suplico rueguen a Dios por que me haga fuerte hasta el fin. (Savonarola. Prediche e scritti. Recopilados por M.Ferrari según crónica de Simón Filipepi) Sus cenizas fueron arrojadas al Arno por miedo a los buscadores de reliquias. Las decenas de miles de partidarios que había congregado en torno suyo como predicador en la catedral de Florencia lograron eludir la oposición de la población, que se dirigió contra el propio Savonarola consiguiendo su arresto. La recién renacida república de Florencia vive un momento difícil y una situación precaria. Poco después de su muerte comenzó la veneración del predicador ascético. Su interpretación del Salmo 50, el Miserere, que había escrito encadenado de pies y manos, alcanzó gran difusión, gracias entre otras a la edición impresa de Lutero de 1523. La caída del fraile ocasionó cambios en los puestos de la administración citadina. Los "savonarolianos" pierden sus empleos.
Críticas a Savonarola: "uno que milita con Dios, el suyo; y otro con el Diablo, el de sus adversarios...". (Maquiavelo) además, lo tacha de oportunista y le da, en El Príncipe, el título de "profeta desarmado", incapaz de construir algo durable, justamente porque no quiere afrontar la realidad. Maquiavelo es un teórico del triunfo, no del martirio. Savonarola dice a los hombres cómo deben ser. Maquiavelo tratará de mostrarles cómo son. La Iglesia no reconoció la coincidencia de sus pensamientos teológicos con la doctrina eclesiástica oficial, así como el carisma de su persona y su actividad visionaria, hasta el año 1558. El alemán Johann Wolfgang Goethe lo calificó de "monstruo grotesco", e historiadores de los siglos XIX y XX vieron Savonarola un lúgubre fanático que pretendía quemar y exterminar los bellos frutos del Renacimiento, el humanismo y las artes. Su figura sigue suscitando polémica, y si bien muchos lo consideran un fanático cegado por la religión otros piensan que fue un genio que abrió nuevas perspectivas.
La caridad en Florencia:
G.Papini. Juicio Universal. Savonarola: Y, sin embargo, en mi ánimo ambicioso, exaltado por la vehemencia de una voluntad firme, sentía urgir aquella ansia de imperio que poseía a tantos corazones de mi siglo. Y me di cuenta de que quedaba abierta una tercera vía para el dominio de los pueblos: la palabra. Pero ¿qué palabra? No, en verdad, una elocuencia puramente humana que no habría sabido conquistar a los futuros súbditos. Una oratoria poética y enteramente retórica como la de los humanistas podía hacer que se adquiriese gracia ante un mecenas, pero no dar el poder sobre las ciudades. Y como un juvenil desilusión de amor, unida a la pasión del estudio y de la perfección, me habían impulsado a hacerme fraile, me di cuenta de que la palabra inspirada por Dios, anunciada y proclamada en nombre de Dios, podía ser un medio para la adquisición de un poder absoluto sobre las almas de los hombres, es decir, de orientar su querer hacia nuestro intento. Pero no bastaba para esto la dulzura de la palabra evangélica, que, por sí misma, es renuncia al dominio de este mundo. Vi, por experiencia, que algunos pueblos son llevados a obedecer más con la amenaza y con el terror que con las suaves caricias de la esperanza; y en mis sermones y en mis cuaresmales tomé como texto y modelo los profetas del Antiguo Testamento, que tan a menudo recriminaban y maldecían a los pueblos y anunciaban azotes y desventuras. También yo con el correr del tiempo me hice semejante a un profeta de la antigua ley y logré con lo terrible de mi palabra brillante arrastrar detrás de mí a las gentes, primero al pueblo sencillo y a las mujeres y luego a todos los demás, hasta los poetas y los filósofos. No pudiendo tener lanzas o florines para apoderarme de la ciudad, usé armas todavía más seguras: la profecía y el espanto. Fui un profeta en apariencia inerme, pero mis violentas y convincentes profecías de desgracias, de calamidades y de llantos fueron mis verdaderas armas y, por lo menos durante algún tiempo, armas victoriosas.
Se dijo que yo era el rival del Magnífico, que entonces mandaba en Florencia, pero en verdad, más que rival yo quería ser su sucesor en el dominio y me hice tal. No hablaba en mi nombre, sino en nombre de Dios. Dios era el emperador del Universo, Cristo rey de la ciudad y yo, en aquella ciudad, el virrey de Cristo. Por eso dije al pueblo, aterrorizado a causa de las desventuras por mí anunciadas, que para sustraerse a los castigos que se preparaban no había más que un solo camino: la conversión perfecta a las leyes divinas, el desprecio de las vanidades y de las diversiones mundanas, el retorno a la antigua pureza cristiana. Y como yo era el verdadero suministrador de tales remedios en aquella ciudad, pude, durante algunos años, ejercitar en ella un poder como no habían tenido mis predecesores, mercaderes enriquecidos que hablaban en nombre del hombre, mientras que yo hablaba en nombre de un Señor mucho más poderoso: en nombre de Dios.
Advierte, sin embargo, que yo no era en aquella predicación hipócrita y simulador, como dijo alguno. Creía firmemente que la palabra de Dios era palabra de verdad y su ley la verdadera ley. Pero, además, presumía que Dios me inspiraba a semejanza de sus profetas antiquísimos y que por esto podía prever con certeza y desviar con autoridad los castigos que se preparaban contra mi patria. Sólo en este orden hubo abuso y presunción por mi parte, mas no engaño, pues creía con toda el alma lo que afirmaba. Pero ahora reconozco que a esta firme creencia en mis virtudes proféticas y políticas me impulsaba secretamente aquella ansia de dominio que he confesado al principio. Si yo hubiese sido más cristiano, esto es, despojado de todo deseo de poder terreno e inclinado a la humanidad, muy distinta hubiera sido mi vida y mi suerte. Pero llevado del prepotente estímulo de ser el dueño y rector -aunque fuera en nombre de Cristo- de una ciudad, imaginé que en pocos años se podría reducir a vida piadosa y pura un pueblo acostumbrado al lucro, al lujo, al arte, al placer. Allí se hubiera querido un santo y yo no era un santo, y por eso, después de un breve triunfo, la empresa fracasó y fui vencido. Había hecho quemar las vanidades, pero entre aquellas vanidades estaba también la belleza y la sabiduría, y por aquella culpa contra el espíritu fui, también, castigado con el fuego. Logré hacerme príncipe también a mí, pero como los demás príncipes nuevos acaban, de ordinario, bajo el hierro de los conjurados, yo, aunque príncipe cristiano, acabé mi vida entre aquellas llamas con las que tantas veces había amenazado a la ciudad pecadora. Y mi esperanza está toda en Aquel a quien, aunque con demasiado orgullo, quise servir.
Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Carta sobre la Causa de Savonarola: [...] a lo menos dos delitos gravísimos de Savonarola fueron de pública notoriedad; y así, ni sus mismos defensores se atreven a negarlos. Uno fue su inobediencia, y desprecio al precepto, y Censuras Pontificias con que se le había mandado abstenerse de la predicación. Otro, haber solicitado ardientemente, que el Rey de Francia Carlos VIII entrase con Ejército en Italia a subyugar sus Provincias con el pretexto de reformar la Corte de Roma, y costumbres de los Eclesiásticos. En el discurso Voz del pueblo Feijoo escribe: La República florentina, que nunca pasó por pueblo rudo, respetó muchos años como hombre santo y dotado de espíritu profético a fray Jerónimo de Savonarola, hombre de prodigiosa facundia y aún mayor sagacidad, que les hizo creer que eran revelaciones sus conjeturas políticas y los avisos ocultos que tenía de la corte de Francia, sin embargo, de que muchas de sus predicciones salieron falsas, como la de la segunda venida de Carlos VIII a Italia, de la mejoría de Juan Pico de la Mirandola en la enfermedad de que dos días después murió, y otras. Ni haberle quemado en la plaza pública de Florencia bastó para desengañar a todos de sus imposturas, pues no sólo los herejes le veneran como un hombre celestial y precursor de Lutero, por sus vehementes declamaciones contra la corte de Roma, mas aun algunos católicos hicieron su panegírico.
Los franciscanos de Nueva España y el savonarolismo (s.XVI):
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