La esfericidad de la Tierra: Descubrimiento y olvido:
Si se acepta la verdad literal de todas las palabras de la Biblia, la Tierra tiene que ser plana. Lo mismo ocurre con el Corán. Por tanto, declarar que la Tierra es redonda equivale a decir que uno es ateo. En 1993, la autoridad religiosa suprema de Arabia Saudí, el jeque Abdel-Aziz Ibn Baaz, emitió un edicto, o fatwa declarando que el mundo es plano. Todo el que crea que es redondo no cree en Dios y debe ser castigado. No deja de ser irónico que la lúcida evidencia de que la Tierra es una esfera, reunida por el astrónomo grecoegipcio del siglo II Claudio Ptolomeo, fuese transmitido a Occidente por astrónomos musulmanes y árabes. En el siglo IX bautizaron al libro de Ptolomeo en el que se demuestra la esfericidad de la Tierra como el Almagesto, "el más grande". (Carl Sagan. El mundo y sus demonios).
Aunque el Corán expresa que Alá extendió la tierra como un tapiz los geógrafos musulmanes siguieron la doctrina ptolemaica. En el año 820 Abul Kacen convino en que la tierra, con sus mares, se hallaba situada en el espacio celeste, como la yema en el interior del huevo.
Eratóstenes (275-195 a.C.):
Era bibliotecario en Alejandría. Es el autor de una Geografía, primera obra de este título, que se perdió y conocemos por referencias. Fue el primero en dar a la geografía una sólida base matemática y midió la circunferencia de la tierra con un margen de error inferior a un 1%. Concibió la idea de graduar el globo en meridianos y paralelos, y calculó la distancia existente entre Gibraltar y el Este de la India en 80.000 estadios aproximadamente, es decir, 1/3 de la superficie de la tierra. El mundo habitado (Oikumene) de Eratóstenes era oblongo y medía 12.500 km de oeste a este, y 6.000 km de norte a sur, Se suponía que los 2/3 restantes se hallaban cubiertos por los Océanos. Si la inmensidad del Océano Atlántico no lo impidiese, se podría navegar por el mismo paralelo desde la costa de España hasta la India. Para obtener la medida de 41.664 km, Eratóstenes había calculado la distancia entre Asuán y Alejandría, tras una observación realizada en el solsticio de verano en Asuán, donde un pozo recibía verticalmente los rayos solares.
● Los romanos se habían sentido cómodos con la idea, surgida inicialmente en Grecia, de que la tierra era un globo. En su Historia natural, Plinio había escrito «que los seres humanos están distribuidos por toda la tierra, con sus pies apuntando hacia los del lado opuesto, y que el cielo es similar para todos ellos, y la tierra que pisan va hacia el centro en el mismo sentido desde cualquier dirección». Trescientos años después, Lactancio desafió esta concepción. «¿Hay alguien tan inconsciente como para creer que existen hombres cuyos pies están más arriba que sus cabezas?… ¿Que los cultivos y los árboles crecen al revés? ¿Que la lluvia, la nieve y el granizo caen hacia arriba en dirección a la tierra?». La opinión de Lactancio se convertiría en la doctrina aceptada hasta el punto de que, en el 748, un sacerdote cristiano de nombre Virgilio fue condenado por herejía debido a que creía en las antípodas. (Watson)
En el 499 d.C. el matemático hindú Aryabhata calculó el número pi como 3,1416 y la duración del año solar como 365,358 días. Concibió la idea de que la tierra era una esfera que giraba sobre su propio eje y se desplazaba alrededor del sol. Pensaba que los eclipses eran causados por la sombra de la tierra sobre la luna.
Las antípodas para San Agustín:
La ignorancia de esta causa [gravitación universal] fue la única razón que impedía a los antiguos creer en los antípodas. «¿Cómo no comprendéis -decía San Agustín, después de Lactancio- que si hubiese hombres bajo nuestros pies tendrían la cabeza hacia abajo y caerían en el cielo?» El obispo de Hipona, que creía que la tierra era plana porque le parecía verla así, suponía en consecuencia que si del cenit al nadir de distintos lugares se trazasen otras tantas líneas rectas, estas líneas serían parábolas entre sí, y en la misma dirección de estas líneas suponía todo el movimiento de arriba abajo. De ahí deducía forzosamente que las estrellas están pendientes como antorchas movibles de la bóveda celeste; que en el momento en que perdieran su apoyo, caerían sobre la tierra como lluvia de fuego; que la tierra es una tabla inmensa, que constituye la parte inferior del mundo, etc. Si se le hubiera preguntado quién sostiene la tierra, habría respondido que no lo sabía, pero que para Dios nada hay imposible. Tales eran, con relación al espacio y
al movimiento, las ideas de San Agustín, ideas que le imponía un prejuicio originado por la apariencia, pero que había llegado a ser para él una regla general y categórica de juicio. En cuanto a la causa verdadera de la caída de los cuerpos, su espíritu la ignoraba totalmente; no podía dar más razón que la de que un cuerpo cae porque cae. (Proudhon)
● «En cuanto a la fábula de que existen antípodas, es decir, personas en el extremo opuesto de la Tierra, donde el sol sale cuando se pone para nosotros y cuyos habitantes caminan con los pies opuestos a los nuestros, no es creíble en modo alguno. Incluso en el caso de que allí existiera una gran masa de tierra desconocida y no sólo océano, únicamente hubo una pareja de antepasados originales, y es de todo punto inconcebible que regiones tan distantes pudieran ser pobladas por los descendientes de Adán.» (San Agustín)
Esfericidad de la Tierra: El califa Al-Mamun (813 a 839):
Estas ideas [estructura mitológica del universo], que por cierto no son peculiares del mahometismo, pues las profesan como revelaciones religiosas todos los hombres en cierto momento de su desarrollo intelectual, fueron bien pronto abandonadas por los mahometanos instruidos, que aceptaron otras científicamente exactas. Sin embargo, como en los países cristianos, no se progresó sin que hubiese resistencia por parte de los defensores de la verdad revelada. Así, pues, cuando Al-Mamun adquirió la certidumbre de la forma globular de la tierra, dio orden a sus matemáticos y astrónomos para que midiesen sobre su superficie un grado de círculo máximo; pero Takyuddin, uno de los doctores religiosos más afamados de aquel tiempo, denunció al malvado califa, declarando que Dios le castigaría de seguro, por interrumpir presuntuosamente la devoción de los fieles, estimulando y difundiendo entre ellos una filosofía falsa y atea; Al-Mamun persistió, no obstante, en su designio. En las costas del mar Rojo, en las llanuras de Shinar, por medio de un astrolabio, se determinó la altura del polo sobre el horizonte, en dos estaciones de un mismo meridiano que distaban entre sí un grado; la distancia entre las dos estaciones fue medida luego y se vio que era igual a doscientos mil codos hashemitas; esto daba para la circunferencia completa de la tierra cerca de veinte y cuatro mil millas de las muestras, determinación no muy apartada de la verdad. Mas como la forma esférica no podía ser determinada positivamente por una sola medición, mandó el califa ejecutar otra cerca de Cufa, en Mesopotamia. Sus astrónomos se dividieron en dos secciones, y partiendo de un punto dado, cada sección midió un arco de un grado, los unos hacia el Norte y hacia el Sur los otros; el resultado se expresó en codos, y si estos fueron como el conocido codo real, la longitud de un grado se obtuvo con una aproximación de un tercio de milla de su verdadero valor. De estas mediciones dedujo el califa que la forma globular quedaba establecida.
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Para establecer y extender las bibliotecas públicas, se reunieron libros con el mayor esmero; se dice que el califa Al-Mamun llevó a Bagdad centenares de camellos cargados de manuscritos. En un tratado que celebró con el emperador griego Miguel III estipuló que una de las bibliotecas de Constantinopla le sería cedida. Entre los tesoros que así adquirió estaba el tratado de Ptolemeo sobre la construcción matemática de los cielos, y lo hizo traducir en seguida al árabe bajo el título de Almagesto. Las colecciones adquiridas por tales medios llegaron a ser muy considerables; así, pues, la biblioteca Fatimita del Cairo contenía cien mil volúmenes elegantemente traducidos y encuadernados. Entre éstos había seis mil y quinientos manuscritos sólo sobre medicina y astronomía; el reglamento de esta biblioteca permitía prestar los libros a los estudiantes que residían en el Cairo. Contenía también dos esferas, una de plata maciza y otra de bronce, y se dice que esta última había sido construida por Ptolemeo, y que la primera había costado tres mil coronas de oro.
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En astronomía hicieron, no tan sólo catálogos, sino mapas de las estrellas visibles sobre su horizonte, dándoles a las de mayor magnitud los nombres arábigos que aún conservamos en nuestros globos celestes. Averiguaron, como ya hemos visto, el tamaño de la tierra, midiendo un grado de su superficie; determinaron la oblicuidad de la eclíptica; publicaron tablas correctas del sol y de la luna; fijaron la duración del año y comprobaron la precisión de los equinoccios. El tratado de Albatenio sobre La ciencia de las estrellas, es citado con respeto por Laplace, quien llama también la atención sobre un fragmento importante de Ibn-Junis, astrónomo de Hakem, califa de Egipto en el año 1000, por contener una larga serie de observaciones desde el tiempo de Almanzor, de eclipses, equinoccios, solsticios, conjunciones de planetas y ocultaciones de estrellas, las cuales han dado mucha luz sobre las grandes variaciones del sistema del mundo. Los astrónomos árabes también se dedicaron a la construcción y perfeccionamiento de los instrumentos astronómicos y a la medida del tiempo por el empleo de relojes de varias clases, clepsidras y cuadrantes solares, y fueron los primeros en aplicar con este objeto el péndulo.
(J.G.Draper.1876)
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La autoridad política y la experimentación:
Ser inquisitivo está en nuestra naturaleza, ayuda a adaptarse al entorno. En los tiempos antiguos la curiosidad se entendía como estar interesados en temas que no nos conciernen. Hay algunas cosas sobre las que está bien preguntar, y Aristóteles y Platón hacían preguntas sobre ellas.
La Iglesia pensaba que había algunas cosas que Dios no quería que supiésemos. En la ciencia moderna aceptamos que se puede preguntar cualquier pregunta sobre cualquier cosa, incluso preguntas que parecen increíblemente triviales. Eso empezó a ser posible al final del siglo XVI y principio del XVII. Se fue generalizando la idea de que no ibas a encontrar necesariamente todas las respuestas en los textos antiguos de los autores griegos y romanos. En la Edad Media era lo que la gente tendía a pensar. Si tienes una pregunta sobre la naturaleza, vas a Aristóteles y él te dará la respuesta. Pero en el Renacimiento se empezó a cuestionar a los antiguos escritores, a pensar que quizá no lo sabían todo y que algunas cosas las teníamos que averiguar por nosotros mismos. Se da el caso de que en los siglos IX, X y XI, gran parte del aprendizaje, incluido el aprendizaje científico, se mantuvo con vida en los países islámicos y árabes. Los árabes en particular estaban muy interesados en la química, con aplicación a oficios prácticos, y ellos hicieron descubrimientos propios que también nos transmitieron, experimentando con sustancias y transformándolas. En otras partes del mundo, hubo tiempos en que algunas naciones fueron particularmente inquisitivas.
Europa occidental, particularmente en España, empezó a explorar el mundo y a encontrar plantas y animales diferentes y costumbres y gente distintas sobre los que los griegos nunca supieron nada y sobre los que no podías leer nada en los libros antiguos. Eso dio también un nuevo ímpetu a la curiosidad, esta necesidad para descubrir el mundo a través de la experiencia y el experimento.
En el siglo XV hubo un gran movimiento de exploración en China, comenzaron a explorar el este asiático, pero después hubo una decisión política para detener esa exploración. Si no hubiesen parado esa exploración, quién sabe lo que hubiese sucedido. Quizá China se habría abierto más y habría desarrollado una cultura más proclive a hacer preguntas, pero parece claro que fue el entorno político el que, en lugar de hacer eso, decidió que el país se cerrase en sí mismo. Lo mismo pasó en el mundo árabe sobre la misma época, en la que un cambio de dinastía provocó un giro conservador y un cambio en su forma de explorar el mundo.
(Philip Ball, 2014)
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