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Librecambio



El librecambio:
A medida que perdían valor las teorías mercantilistas y se incrementaba la potencia de la industria inglesa, su economía dio un viraje hacia el librecambio. Se llegó a la conclusión cada vez más firme de que la riqueza y fuerza de una nación residían no en la cantidad de metales preciosos, sino más bien en la extensión de las actividades económicas. Los primeros economistas, especialmente Adam Smith, abogaron por la reducción de las barreras arancelarias y de las restricciones comerciales en atención a las ventajas que reportaría la especialización y la liberalización del comercio internacional. Aunque el movimiento no fue plenamente adoptado hasta el s. XIX, ya en 1786 concluyó Inglaterra un tratado con Francia para la eliminación de restricciones, tratado que representaba un primer paso hacia el librecambio entre ambos países. El convenio apenas tuvo resultados prácticos, pues quedó abolido no bien se iniciaron las campañas napoleónicas, pero marcó la pauta al librecambio británico. En 1791 la Asamblea Constituyente francesa promulgó un arancel liberal, que quedaría sin efecto al estallar la guerra un año más tarde. Durante las guerras napoleónicas (1799-1815) los gravosos derechos protectores, generales por aquel entonces en toda Europa, no fueron aliviados en modo alguno, porque los beligerantes, además de precisar dinero para sus campañas, utilizaron los derechos arancelarios como parte de su política de guerra. Al terminar el conflicto, Inglaterra seguía gravando con pesadas cargas las materias primas, la mayoría de los artículos de consumo general y especialmente los productos alimenticios. Pero en 1815 la Revolución Industrial y el naciente sistema fabril convencieron a la nación de la conveniencia e incluso de la necesidad de aligerar la carga que suponían las restricciones comerciales. El primer paso, y el más decisivo, fue dado en 1824 por William Huskisson, presidente de la Cámara de Comercio, que aspiraba no al librecambio, sino a eliminar las gravosas trabas impuestas al comercio. Durante el año citado y el siguiente, el complicado sistema arancelario inglés fue simplificado mediante la reducción de derechos y la fusión en 11 leyes de más de 450 decretos referentes al comercio y a las cargas aduaneras. Algunos cambios realizados entre 1830 y 1840 en el sistema protector acentuaron esta orientación hacia el librecambio, pero el hecho más significativo del período fue el movimiento abolicionista de las "Corn Laws" (Leyes de granos). Estas disposiciones, que databan de 1660, tendían a proteger la agricultura nacional contra las importaciones extranjeras de grano garantizando un precio mínimo independiente de las variaciones del mercado mundial. Se había establecido una escala progresiva que variaba en razón inversa al precio en el mercado del producto: si aumentaban los precios domésticos, se aplicaban los tipos inferiores. Aunque el sistema protegía eficazmente a la clase agrícola, no estaba preparado apara adaptarse a los cambios económicos y sociales que sufrió la estructura de la sociedad británica desde mediados del s. XVIII. El extraordinario aumento demográfico y la rápida expansión fabril transformaron a Gran Bretaña en un país importador de alimentos. El sistema de las "Corn Laws" empezó a resquebrajarse finalmente en 1842 cuando sir Robert Peel cambió la escala progresiva por un tipo fijo. Cuatro años más tarde, una cosecha desastrosa y el hambre que azotó a Irlanda obligaron al gobierno a abolir casi totalmente los impuestos sobre cereales. En 1842 y 1846 fueron reducidos los gravámenes sobre otros productos. En 1860 fue derogado el último derecho protector (quedaron vigentes impuestos sobre unos 50 artículos a fines fiscales) y Gran Bretaña entró en un largo período de comercio sin restricciones. (Jesús María Marín Ortiz)


Moral tradicional en el debate sobre las Corn Laws:
[Las Corn Laws estuvieron vigentes desde 1815 a 1846]. Una intensa batalla política que preocupó a los ingleses durante años a principios del siglo XIX, lo hizo patente [el enfrentamiento entre conservadores y liberales sobre la desparición de principios morales tradicionales]. Su foco era una campaña en pro de la revocación de las llamadas «Corn Laws», o «leyes de los cereales», un sistema tarifario inicialmente impuesto para dar protección a los agricultores ingleses frente a las importaciones de cereales del extranjero a precios más bajos. Los «revocadores», cuyo líder ideológico y político era un hombre de negocios no muy próspero, Richard Cobden, afirmaban que era mucho lo que estaba en juego. Para empezar, la retención de los derechos sobre los cereales demostraba la fuerza de los intereses agrícolas sobre la maquinaria legislativa, la clase dirigente tradicional, a la que no se debía permitir hacerse con un monopolio del poder. Enfrentadas a ellos estaban las fuerzas dinámicas del futuro, que aspiraban a liberar la economía nacional de estas distorsiones en interés de grupos particulares. La réplica de los antirrevocadores fue que: los fabricantes eran un interés particular, que solo quería importaciones de alimentos baratos a fin de poder pagar sueldos más bajos; pero si deseaban ayudar a los pobres, ¿acaso no podían mejorar las condiciones bajo las que empleaban a mujeres y niños en las fábricas? En esto, la crueldad del proceso de producción mostraba una desalmada indiferencia hacia las obligaciones de privilegios que nunca hubiesen sido tolerados en una Inglaterra rural. A esto, los revocadores respondían que unos alimentos baratos significarían mercancías más baratas para la exportación. Y en esto, para alguien como Cobden, había la posibilidad de mucho más que beneficios. Una expansión del libre comercio por todo el mundo, ilimitada por la interferencia de gobiernos mercantilistas, conduciría a un progreso internacional, tanto material como espiritual, opinaba. El comercio unía a los pueblos, intercambiaba y multiplicaba las ventajas de la civilización, y aumentaba el poder en cada país de sus fuerzas progresistas. En una ocasión, Cobden incluso suscribió la idea de que el comercio libre era la expresión de la voluntad divina (aunque en esto no llegaría a extremos tales como el cónsul británico de Cantón, quien había proclamado que «Jesucristo es el libre comercio, y el libre comercio es Jesucristo»). (Robinson)

(*) Desacuerdo entre Malthus y Ricardo:
Un comité de la Cámara de los Comunes recomendó (1813) no admitir grano extranjero hasta que el británico alcanzara los 80 chelines por cuarto de centena. La paz de 1814 trajo una reducción del precio del grano importado y el gobierno conservador de Jenkinson aprobó normas restrictivas (1815). Thomas Malthus creía que se debía fijar un valor razonable y que sería peligroso para Gran Bretaña depender de grano importado. Los bajos precios reducirían los salarios de los trabajadores y los industriales perderían debido a la caída del poder adquisitivo de los terratenientes y agricultores. David Ricardo propugnaba mayores cotas de libre comercio. Lo más conveniente para Gran Bretaña sería hacer uso de su capital y población como ventaja comparativa.


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