La isla de Cabrera. Por Fernando G.Delgado (23/02/05):
Mira que es difícil que el color de Cuba prospere entre las sombras de un invierno londinense. Y, sin embargo, en la casa de Cabrera Infante estaba ese color en el 73, cuando le conocí. Es más: entraba por los ventanales el sol que necesitaban las plantas de Miriam Gómez, su mujer, para crecer como en Cuba. Se trataba de los efectos sobre la realidad de la isla de la memoria por la que transitaba Guillermo; circulaba por ella con la seguridad del que navega en los sueños, con la rabia del que se siente estafado porque le han robado su isla de la libertad, y se la vuelve a hacer nombrándola, reconstruyéndola a golpe de palabra. Una isla de músicas, de sonoros cosongos, de adjetivos españoles con los que jugaba hasta conseguir otra lengua, otros pentagramas, un laberinto por el que escapaba de los dominios del lobo. Palabras hechas risas, frente a la grave verborrea del dictador, para inventar un mundo ajeno a la palabra engañosa del burócrata. Lo estoy viendo ahora en Canarias, mis islas y las suyas, tierra de otros cabreras, sus orígenes. Volvía a Cuba en aquellos peñascos por medio de los sabores, el acento, la vegetación, la arquitectura, los helechos, los patios... Las mismas islas en las que muchos aprendimos a leer Tres tristes tigres. Luego fue a Madrid, Valencia, Alcalá, Sevilla... Isla de la amistad la suya, acogedora, inalterable. "Fernando, pásate al purito chico; deja el cigarrillo, muchacho". En esas estamos, Guillermo, y no se ve ya humo en tu isla. Casi siempre lo hubo y desde el martes no hay señales. A saber a qué isla te habrás ido, tú que nunca abandonaste La Habana, querido infante difunto. Miriam Gómez habla con tu sombra, o con la suya, que pueden parecer dos y son una misma sombra. No sabe qué hacer sin ti, ella es ahora un ángel de la guarda en paro.
(Fernando García Delgado)
Cuentista excepcional:
[...] Su adicción era su vida y ese opio verbal que lo hizo y lo deshizo como escritor tal vez explica su parcial marginación dentro de las celebridades y famoseos de los escritores latinoamericanos de los años sesenta y setenta, y terminó por aplazarlo en las consideraciones y complicidades editoriales e intelectuales su temprano compromiso contra el régimen de Fidel Castro. Cabrera Infante fue el más libérrimamente experimental de los escritores cubanos de su generación; después vino Severo Sarduy, pero esa es otra muy extremada historia. Nunca debió escribir una novela, porque no era novelista, pero lo hizo, y Tres tristes tigres lo persiguió como la maldición de una obra maestra de la que jamás podría escapar.
[...]
Fue un cuentista excepcional, un prodigio de dominio verbal y metafórico, una logomaquia incesante que atravesó la locura sin estallar en pedazos. Su excepcional oído conservó la oralidad narrativa cubana durante cuarenta años de exilio londinense, su gusto por lo excéntrico y extravagante siempre tuvo un ancla en un humor conmovido y a veces atroz, su capacidad para recrear cualquier cosa hasta llevarla a la literaturidad fue un logro portentoso que todavía asombra porque mantiene intacta su fascinación.
(Alfonso González Jerez)
Siempre en Cuba. Por Juan Cruz Ruiz (febrero 2005):
Cuando entrabas en la casa de Guillermo Cabrera Infante en Londres te recibía Cuba en toda su intensidad. Te recibía Miriam Gómez, su mujer, y Miriam es Cuba absolutamente. Y luego la casa era Cuba, el humo del tabaco, el café, el membrillo, la fruta, la comida, las referencias, el aire, la vida es Cuba en esa casa. Ahora nos resignamos a pesar de que ya no está Guillermo, pero sabemos que donde esté Miriam está Guillermo, y donde están los dos está Cuba, de modo que claro que está Guillermo Cabrera Infante en esa casa.
Los que quieran saber cómo es la herida que deja el exilio en las personas, que se fijen en los habitantes de esa casa. Cuba -la Cuba de Castro- clavó un hachazo terrible en la vida y en la esperanza de muchos de los compatriotas de Miriam y de Guillermo, pero a éstos no fue capaz de quitarles la memoria, y la memoria les hizo más habitable el exilio, porque en realidad nunca estuvieron en el extranjero, aunque hablaran otro idioma y fueran prisioneros de otras brumas. Estuvieron siempre en Cuba, y siempre en Cuba van a estar. La atrajeron hacia ellos con la memoria; ahora que desapareció uno de ellos sabemos que no sólo en los libros sino en la tradición oral y en la propia memoria tan fértil y repleta de Miriam Gómez esas historias se seguirán contando, son imborrables.
Miriam Gómez nos contó este último domingo, cuando ella, sus hijas Carola y Ana y sus seis nietos, ya se habían despedido de Guillermo, que las últimas palabras que ella le dijo fueron "Siempre en Cuba". A Cuba irán las cenizas, cuando en Cuba ya no manden los que expulsaron a Guillermo de la isla y luego quisieron expulsarlo de la vida e incluso de la existencia literaria. La contumacia con la que la dictadura castrista negó siquiera el nombre de Cabrera Infante, siempre, cuando le dieron el Cervantes, ahora que ha muerto, rodea de mezquindad y miseria a los que rigen los destinos políticos y culturales del lugar que más amó el autor de Tres tristes tigres. A Guillermo le parecía dramática esa contumacia, pero reaccionaba con humor, y de ese humor está plagada su obra literaria. El recordaba con frecuencia que en La Habana cambiaban su novela más famosa por tres latas de leche condensada..., y no era el único rasgo de humor con el que se refería al desdén con que se trataba su obra por parte de la Cuba oficial, pero era la anécdota que mejor mezclaba su rabia con la melancolía.
En sus cuarenta años de exilio -abandonó la isla en 1965, después del entierro de su madre-, cuando hizo narrativa Guillermo sólo escribió de Cuba, de la Cuba previa a 1961, que es la fecha en que comenzó a percibir que aquella revolución por la que él también había luchado -fue reo de Batista, y luego sería reísimo, si eso se puede decir, de Castro- no era lo que hubieran imaginado muchos de los que se opusieron a la dictadura previa. Claro que hizo numerosos ensayos -en Mea Cuba hay muchas muestras- sobre la Cuba que siguió; con amargura y con rabia, contempló desde lejos el deterioro de las ambiciones de libertad y de cultura que habían animado a su pueblo, y hasta el último aliento deploró, como titulaba su artículo póstumo publicado el último domingo en El País, la castroenteritis aguda que han venido sufriendo sus compatriotas.
Fue inglés de lengua, e incluso escribió en inglés un libro que versaba sobre el tabaco, Holy Smoke, aunque la obra también fuera sobre Cuba a su manera, y tuvo la nacionalidad española, pero nunca dejó Cuba. Tres tristes tigres estaba escrita en cubano, como La Habana para un infante difunto. El siempre escribió en cubano, esa era su lengua, porque esa era su alma; escribió de hombres y mujeres del universo, de pasajes que vio en sus viajes numerosos, pero todos los vericuetos, los de la realidad y los del sueño, le llevaban a Cuba.
Decía Samuel Beckett, hablando de su Irlanda natal, que uno jamás deja la isla, aunque le dé vueltas y más vueltas a la ilusión de haberla abndonado; Guillermo Cabrera Infante jamás dejó su isla, la llevaba a todas partes, en su vestimenta, en su acento, en su lenguaje, en las historias que él y Miriam contaban de lo que sabían acerca de los sucesos que ocurrían en cualquiera de las veredas de su pueblo. Tenían una información milimétrica sobre lo que pasaba entre sus paisanos, porque desde Cuba les llamaban, les escribían, porque leían la prensa internacional, porque recibían -gracias a artilugios que se correspondían con su pasión tecnológica común- programas de televisión hechos en Cuba. A veces esos sucesos y esos programas les alimentaban su propia memoria, y era apasionante escucharles a Miriam y a Guillermo reconstruyendo juntos anécdotas que ahora están diseminadas en la memoria propia de sus numerosos amigos.
Quizá Miriam se anime algún día a contar sus recuerdos con Guillermo, una vida intensa y llena de pasión por la literatura, por la amistad, por la vida. Por Cuba, siempre en Cuba. (Juan Cruz Ruiz)
García Márquez y el régimen:
Ni esa [la de Ana Belén] ni la actual postura de García Márquez, Nóbel de Literatura, ante las evidentes violaciones a las más elementales normas de la democracia y de los derechos humanos por parte del régimen cubano, son muestras de imparcialidad y sí de ausencia de honradez mental, por muy amigo que sea del líder moribundo Fidel Castro. Eso le ocasionó su definitivo distanciamiento con otro baluarte de la literatura latinoamericana, Mario Vargas Llosa, y problemas con su entrañable amigo y compadre, el intelectual y escritor Plinio Apuleyo, embajador de Colombia en Portugal. Hoy, después de 48 años de dictadura comunista, decir que Cuba es un dechado de felicidad y de bienestar -donde beben las lágrimas con vino y con miel- es una falacia. (Andrea Thompson, 03/07/07)
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