Herman Melville(n.y m. Nueva York 1819-1891):
Nació el 1 de agosto de 1819, en el seno de una familia ilustre venida a menos.
Tenía ascendencia inglesa y holandesa. Sus padres eran piadosos y lo educaron de acuerdo con severas reglas presbiterianas. En 1830 el negocio de importaciones de su padre experimentó una peligrosa depresión y la familia se trasladó a Albany, donde Herman frecuentó la Albany Academy.
Al morir su padre cargado de deudas, tuvo que abandonar los estudios para ayudar al mantenimiento de la familia. Durante los siguientes cinco años fue empleado en un banco y en el almacén de su hermano, trabajó en una granja y enseñó en una escuela. Años más tarde, desde 1866 hasta 1885 trabajó en la aduana de Nueva York.
Es considerado uno de los mejores prosistas en lengua inglesa.
Su exploración de los temas psicológicos y metafísicos influyó en las preocupaciones literarias del siglo XX. Sus obras permanecieron en el olvido hasta la década de 1920 debido a que discrepaban con la cosmovisión norteamericana de su tiempo.
Viajes en barco:
Los relatos de su padre, eterno viajero, y de su tío, viejo lobo de mar, le inculcaron en su infancia afanes viajeros.
En la primavera de 1837 embarcó como grumete en el Highlander, velero mercante de la línea Nueva York-Liverpool.
La novela Redburn (1849) está basada en este primer viaje.
De regreso a Estados Unidos trabajó como profesor y en 1841 viajó a los Mares del Sur a bordo del ballenero Acushnet. Tras 18 meses de travesía abandonó el barco junto con Tobías Green, en las islas Marquesas (9 de julio de 1842) y vivió un mes entre los caníbales.
La novela Omoo evoca su idilio con una hermosa indígena.
Después de la huída de Green escapó en el ballenero australiano Lucy Ann y desembarcó en Papeete (Tahití), donde pasó algún tiempo en prisión. Trabajó como agricultor en las plantaciones de una isla cercana y viajó a Honolulú (Hawai), y desde allí, en 1843, se enroló en la fragata de la Marina estadounidense United States. Desembarcó en Boston el 14 de octubre de 1844.
A partir de 1844 dejó de navegar y comenzó a escribir novelas basadas en sus experiencias como marino; participó en la vida literaria de Boston y Nueva York. Sus cinco primeras novelas alcanzaron rápidamente una gran popularidad. Typee (1846), Omoo (1847) y Mardi (1849) están ambientadas en las islas de los Mares del Sur. La guerrera blanca (1850) relata sus experiencias en el ejército.
Sus dos primeros relatos lograron un notable éxito por la novedad del asunto y el estilo, así como por la claridad al referirse a auntos sexuales y al criticar las misiones de las islas.
Se casó en 1847 con Elizabeth Shaw y se instaló en Nueva York, donde formó parte de un grupo literario cuyo centro eran los hermanos Evert Augustus y George Long Duyckinck, eminentes editores. Estudió filosofía y leyó apasionadamente a Rabelais, sir Thomas Browne, Shakespeare y Carlyle.
Sus obras posteriores a Moby Dick son Pedro o las ambigüedades (1852), Israel Potter (1855), Benito Cereno (1856), Cuentos del mirador (1856), El hombre de confianza y sus máscaras (1857). También cultivó la poesía: Poesías de batalla (1866) y Clarel (1876).
Moby Dick (1851):
En 1850 se estableció en una granja cerca de Pittsfield (Massachusetts), donde entabló una estrecha amistad con Nathaniel Hawthorne, autor que ejercería una gran influencia en Melville y a quien éste dedicó su obra maestra, Moby Dick o la ballena blanca (1851).
El tema central es el conflicto entre el capitán Ahab y la gran ballena blanca que le arrancó la pierna la altura de la rodilla. Ahab, ávido de venganza, se lanza con toda su tripulación a una desesperada búsqueda de su enemigo. La obra sobrepasa en mucho la aventura y se convierte en una alegoría sobre el mal incomprensible representado por la ballena, un monstruo de las profundidades, que ataca y destruye lo que se pone en su camino, y también por el capitán Ahab, que representa la maldad absurda y obstinada, que sostiene una venganza personal y arrastra a la muerte inútil a muchos inocentes.
Sólo Ismael se salva del desastre, recogido del mar por el capitán del Raquel, empeñado en la búsqueda de sus hijos náufragos.
El carácter del solidario Ismael se opone al de Ahab porque comparte con sus compañeros las vicisitudes de la precaria condición del hombre.
La obra explora tal número de niveles de comprensión que es merecedora de los repetidos elogios a su profundidad y perdurabilidad.
La ambigüedad con la que se juzgan el bien y el mal la convierte en heredera de la Odisea e incluso de La Divina Comedia. El éxito comercial no acompañó a sus primeros años de existencia. Melville niega el optimismo sobre el que se fundaron los Estados Unidos.
Advierte de los peligros del poder sin responsabilidad, el orgullo cegador, la sustitución de los fines verdaderos por otros falsos, el sacrificio del bien colectivo en aras de la libertad abstracta del individuo, la división simplista en luchas de buenos y malos...
Moby Dick. Inicio del capítulo primero:
Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondria me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala. Catón se arroja sobre su espada, haciendo aspavientos filosóficos; yo me embarco pacíficamente. No hay en ello nada sorprendente. Si bien lo miran, no hay nadie que no experimente, en alguna ocasión u otra, y en más o menos grado, sentimientos análogos a los míos respecto del océano.
El Pequod:
Probablemente habréis visto muchas embarcaciones extrañas, lugres de pies cuadrados, montañosos juncos japoneses, galeotas como latas de manteca, y cualquier cosa; pero os aseguro que nunca habréis visto una extraña vieja embarcación como esta misma extraña y vieja Pequod. Era un barco de antigua escuela, más bien pequeño si acaso, todo él con un anticuado aire de patas de garra. Curtido y atezado por el clima, entre los ciclones y las calmas de los cuatro océanos, la tez del viejo casco se había oscurecido como la de un granadero francés que ha combatido tanto en Egipto como en Siberia. Su venerable proa tenía aspecto barbudo. Sus palos -cortados en algún punto de la costa del Japón, donde los palos originarios habían salido por la borda en una galerna-, sus palos se erguían rígidamente como los espinazos de los tres antiguos reyes en Colonia. Sus antiguas cubiertas estaban desgastadas y arrugadas como la losa, venerada por los peregrinos, de la catedral de Canterbury donde se desangró Becket.
(...)
Las aguas que le rodeaban se iban hinchando en amplios círculos; luego se levantaron raudas, como si se deslizaran de una montaña de hielo sumergida que emergiera rápidamente a la superficie. Se intuía un rumor sordo, un zumbido subterráneo...Todos contuvieron el aliento al surgir oblicuamente de las aguas una mole enorme, que llevaba encima cabos enmarañados, arpones y lanzas. Se elevó un instante en la atmósfera irisada, como envuelta en una grasa de finísima textura, y volvió a sumergirse en el océano. Las aguas, lanzadas a treinta pies de altura, fulgieron como enjambres de surtidores, para caer luego en una vorágine que circuía el cuerpo marmóreo de la ballena.
Comentario de Harold Bloom:
Leer bien Moby Dick es una empresa vasta, según corresponde a uno de los pocos aspirantes auténticos a convertirse en épica nacional estadounidense. Pero como el protagonista de la novela el capitán Ahab, me limitaré a repasar ciertos problemas de lectura que presenta él. Figura nítidamente shakesperiana, con tantas afinidades con el rey Lear como con Macbeth, en el sentido técnico Ahab es (como Macbeth) un malvado-héroe. Tras sesenta años de relecturas de la novela, no me he desviado de la experiencia que tuve al leerla a los nueve: para mí Ahab es antes que nada un héroe, como los personajes literarios "Walt Whitman" y Huckleberry Finn son los héroes estadounidenses rivales. Sí, Ahab es responsable de la muerte de su tripulación, incluido él, con la sola excepción del narrador, un superviviente a la manera de Job que nos pide que lo llamemos Ismael. Y, no obstante, cuando les pidió a sus marineros que se unieran a él para dar caza a Moby Dick, el Leviatán, la ballena blanca evidentemente imposible de matar, ni uno solo de ellos se niega, ni siquiera Starbuck, el reticente primer oficial. Cualquiera que sea la culpabilidad de Ahab (la decisión de los marineros fue libre, aunque al capitán sólo lo habría detenido un rechazo total por parte del grupo), parece mejor pensar en el capitán del Pequod como un protagonista trágico, muy cercano a Macbeth y al Satán de Milton. Dentro de su monomanía visionaria, Ahab tiene un toque quijotesco, si bien su dureza nada tiene en común con el espíritu lúdico de don Quijote.
William Faulkner dijo que Moby Dick era el libro que le hubiera gustado escribir; lo más parecido que escribió fue ¡Absalón, Absalón!, cuyo obsesionado protagonista, Thomas Sutpen, puede considerarse el Ahab de Faulkner. Rizando el rizo de su retorcida retórica, éste observó que el final de Ahab era "una especie de Gólgota del corazón que en la sonoridad de su ruinoso hundimiento, se vuelve inmutable". La palabra "ruinoso" no es peyorativa, ya que Faulkner añadió: "Bien, ésta es una muerte digna de un hombre".
Moby Dick es el paradigma novelístico de lo sublime para los estadounidenses: un logro fuera de lo común, no importa que sea en la cumbre o en el abismo. Pese a la considerable deuda que tiene con Shakespeare, es una obra inusualmente original, mezcla nacional estadounidense del Libro de Jonás y el Libro de Job. Ambos textos bíblicos son citados por Melville; el padre Mapple cita párrafos de Jonás en su maravilloso sermón, mientras que el "Epílogo" de Ismael toma como epígrafe la fórmula usada por los cuatro mensajeros que informan a Job de la destrucción de su familia y sus bienes terrenos: "Y sólo yo escapé para contártelo".
(Harold Bloom)
El doblón del capitán Ahab (Pérez Reverte):
[...] porque mis héroes siempre tuvieron los pies en la tierra o en la movediza cubierta de un barco-, el mar fue siempre desafío y camino, y desde su infancia, asomados a los puertos y a las orillas, los hombres aprendieron a soñar con las cosas remotas que albergan, sin saberlo, en su propio corazón. Hablo de mi propio caso, si me toleran otra referencia personal al respecto. A fin de cuentas, no es casual que la que tal vez es la mejor novela de aventuras empiece con un joven llamado Edmundo Dantés a bordo de un navío llamado Faraón. O que una de las obras cumbres de la literatura universal narre minuciosamente la caza de una ballena. O que la más hermosa historia escrita para jóvenes sea un viaje por mar a la isla de los piratas. Y en todas esas novelas vinculadas al mar, caballeros, más aún que en ningunas otras, se cumple inexorable el gran ritual de la literatura, de la aventura y de la vida: el viaje peligroso mediante el que, quien se atreve a emprenderlo, progresa en el conocimiento de sí mismo y del mundo en el que vive. Como en el juego de la Oca al llegar a la trigésimosexta casilla, como el peregrino medieval que llega a Santiago, como el alquimista afortunado al término de la Gran Obra, el héroe que sobrevive al encuentro con el buque fantasma acaba sabiendo más. Y a su regreso ya no es el mismo: para bien o para mal, será incapaz de ver el mundo igual que antes de partir. Ahora sabe lo que sus compatriotas, o vecinos, o familiares, ignoran. Es -yo lo fui con cada uno de ellos, caballeros, tienen ustedes mi palabra- el joven Hawkins desembarcando a su regreso de la isla del tesoro, Tuan Jim dando sus últimos pasos en Patusán, Ismael agarrado al ataúd calafateado de Queequeg, Jasón y Medea reprochándose el pasado, D'Artagnan con su flamante casaca de mosquetero después de permitir que degüellen a Milady, Gulliver al final de su último viaje, con la amarga certeza de que los caballos son los únicos seres racionales...
Vuelvo a la cubierta del Pequod -y disculpen que en realidad apenas salga de ella-, porque en su mástil, caballeros, hundida a martillazos por el viejo y maldito Ahab, reluce el doblón de oro que premia el avistamiento de la ballena blanca. A mi juicio, ése es el mejor símbolo acuñado de todo aquello que fascina a ciertos hombres y mujeres, y los arrebata de la seguridad, y los lleva a remar, como decía al principio de esta conversación, a bordo de una ballenera con el cuchillo entre los dientes y separados de la Eternidad por el escaso grosor de una tabla de madera, rodeados de estachas que tal vez los atarán a su propia carroza funeraria, para correr la aventura de la vida: la que impidió que el ser humano siga siendo un molusco atrincherado en el fondo del mar. Cada vez que me detengo en la biblioteca y acaricio el lomo de los viejos libros que me llevaron lejos, oigo el rumor de la marejada y el lejano golpeteo del martillo del viejo capitán clavando esa moneda en el palo. Miradla bien, decía Ahab. Y aquí la tengo. Si la froto con la manga, así, reluce como el oro de los sueños. Y déjenme decirles una última cosa, caballeros. Compadezco a los hombres cómodos, resignados y razonables que nunca leyeron libros que estremecieran su corazón. Compadezco a quienes nunca se dejaron seducir y arrastrar por una moneda de oro, una mujer hermosa, un amigo fiel, una aventura descubierta en un libro. Compadezco a los que nunca dormirán la paz eterna con todos los piratas, junto a la tumba donde se pudran ellos y sus sueños.
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