HISTORIA
Julio II




Papa Julio II (1503-1513), por Rafael El Papa Julio II (1443-1513):
Nació en Albissola, Génova. Sucedió en 1503 a Alejandro VI (Rodrigo Borgia), que se le había adelantado como papa (1492) gracias al apoyo español y de quien sería siempre duro adversario. Para acceder al papado necesitaba el voto de los once cardenales españoles para lo que fingió amistad con César Borgia, a quien debía largos años de exilio. Le prometió su ayuda para los proyectos futuros del condottiero pero una vez elegido reveló un odio a muerte. Cuando la muerte de su padre Alejandro VI, sorprende a César Borgia sin haber completado sus planes de conquista, se dedicó a preparar la elección del nuevo papa con sobornos, amenazas, alianzas y pactos engañosos. Debía evitar la elección de alguno de los enemigos de los que andaba sobrado tras intentar acabar con el poder de los Orsini y los Colonna. El nombre escogido aludía a César, o sea a la voluntad de realizar una obra de restauración y de conquista. Se empeñó en robustecer el poder temporal del Estado ya que lo veía como garantía de la independencia espiritual. Acudía al campo de batalla durante sus numerosas campañas militares. Se hizo famoso su comportamiento durante el asedio de Mirandola. Antes de enfrentarse a los franceses lo hizo con Venecia. Debe reconocérsele un importante esfuerzo en la reforma interna de la Iglesia.

Arte:
Fue el gran impulsor del Renacimiento en Roma, ciudad a donde fueron llamados Bramante, Miguel Angel y Rafael. Apoyó los principios que habrían de inspirar a la Ciencia moderna. El lema que sirve de conclusión al Concilio de Letrán, resume el sentir general de aquel tiempo y se le puede aplicar: "Los mundos de la belleza, de la razón y de la ciencia del orden político, tienen lugar señalado en el reino de Dios sobre la Tierra". Encargó a Miguel Angel un ambicioso monumento sepulcral nunca terminado y la bóveda de la Sixtina; al Bramante la nueva iglesia de San Pedro; a Rafael, las Estancias Vaticanas. Para él erigió Miguel Angel una estatua delante de San Petronio, en Bolonia, destruida por la furia del pueblo. Murió cuatro meses después de la finalización de los frescos de la bóveda de la capilla Sixtina, en la noche del 20 al 21 de febrero de 1513. Había dicho a los cardenales reunidos en torno a su lecho que había sido el más grande de todos los pecadores y que no había regido a la Iglesia como debía.


Basílica de San Pedro La tumba encargada a Miguel Angel:
A partir de 1505 toda su capacidad de trabajo se concentrará en la realización de un nuevo encargo de carácter monumental: la tumba de Julio II. Tras instalarse en Roma, Miguel Angel comienza a trabajar en este magno proyecto que colma todas sus aspiraciones artísticas. El primer diseño del mausoleo, que ha de instalarse en San Pietro in Vincoli, prevé un edificio libre con nichos y estatuas alegóricas coronado por el sarcófago. El programa iconográfico, que era extremadamente complejo, constaba de más de cuarenta esculturas y de una serie adicional de relieves de bronce que glorificaban la vida de Julio II, todo ello con estrecha unidad con la arquitectura. Miguel Angel pasó la segunda mitad del año 1505 en Carrara seleccionando las inmensas cantidades de mármol que iba a necesitar. Pero a principios del año siguiente el papa cambió de planes, influenciado por Bramante, y dio más importancia a la construcción del nuevo San Pedro. El artista se sintió traicionado y, aunque en 1508 Julio II le confió como compensación los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina, siempre consideró este fracaso como la tragedia de su vida. de hecho, la tumba nunca fue olvidada. desde 1505 hasta 1542 Miguel Angel concibió seis proyectos, cada uno más reducido que el anterior, pues el contrato fue renovado por los sucesores de Julio II, pero dotándolo cada vez con fondos más escasos. El último encargo era solamente de una tumba de dos pisos unida al muro, como puede verse actualmente en la iglesia a la que originalmente estaba destinada. Los Esclavos (Museo del Louvre), esculpidos en 1513, formaban parte de uno de los diseños intermedios, al igual que el grupo de La victoria (1532, Palazzo Vechio), considerada la primera figura serpentinata del siglo XVI. Sólo el magnífico Moisés, de 1515, encontró ubicación en el modesto diseño final, y se previó que estuviese flanqueado por las figuras de Lia y Raquel, símbolos de la vida activa y contemplativa, comenzadas por el maestro y terminadas por Rafaello Montelupo (1505-1567). La estatua de Moisés representa un nuevo paso en la andadura de Miguel Angel. Sólo su poderosa estructura clásica consigue que no se desborde la tensión implícita en el movimiento y el gesto del personaje. Frente a las interpretaciones antiguas que ven en la ira poco dominada de Moisés una reacción previa a la destrucción de las tablas de la ley, hoy se propone reconocer el momento en el cual Dios anuncia al profeta que no verá la tierra prometida. Sería por tanto una referencia al fracaso del objetivo vital que supuso para Miguel Angel la "tragedia de la sepultura".


Basílica de San Pedro Angel: Dijo un rey enemigo tuyo que hubieras hecho mejor emperador que Papa, y es, bajo apariencia de elogio, la más severa acusación que se podría mover contra un Vicario de Cristo. El Pontífice tenía que ser guía y juez de los emperadores y no imitarlos en el ansia de guerra, de mando y de pompa. Anhelaste cosas grandes, pero tu grandeza se mantuvo siempre en el orden temporal, puramente humano. Y casi ninguno de aquellos designios lo pudiste colorear, pues fue demasiado desproporcionada en ti la prepotencia del querer con respecto a la efectiva potencia de los medios. Con toda tu magnanimidad y magnificiencia perdiste las almas sin conquistar los reinos.

Julio II: Has dicho palabras justas y para mí dolorosas. Si yo fuese uno de aquellos pedantescos sofistas acostumbrados en mi siglo podría detener la acusación con sagaces cavilaciones sacadas del Evangelio. Podría decirte que Cristo afirmó que había venido a traer la guerra y no la paz, que el reino de los cielos es de los violentos y que el primer pontífice, su primer Vicario, es el único discípulo que haya empleado la espada y haya hecho derramar sangre a un enemigo. Pero estas no son defensas dignas de mí. Te diré, por el contrario, que desde los años de la adolescencia tuve ánimo fiero y turbulento, empeñado de probar mis fuerzas con los demás. Soñaba en mi interior con hacerme condotiero, capitán, quizá príncipe. Pero la modestia de mi origen y de mi patria no me permitían esperar esta elevación en el siglo, y el único apoyo seguro que encontraba era un tío fraile, que me hizo rico obispo y, luego, cardenal. Estándome vedados los caminos que conducen a las coronas del siglo, con tal de reinar procuré obtener la tiara. La logré tarde, a los sesenta años, pero la vigilia demasiado larga, en vez de calmar, había avivado mis pasiones juveniles.

Apenas fui Papa no tuve otro pensamiento que devolver a la Iglesia su poder y a Italia su libertad, pero sólo porque estos propósitos me darían motivo honesto de conducir ejércitos y realizar campañas. Mi naturaleza belicosa y cesárea pudo, después de tanto tiempo reprimida, desfogarse y satisfacerse. A la cabeza de mis ejércitos entré a caballo en las ciudades conquistadas, fui el primero en subir a las fortalezas asediadas, obtuve en Roma honores triunfales dignos de un antiguo emperador. Las victorias no me aquietaron y las derrotas no me doblegaron. Hice y deshice ligas y alianzas, recurriendo a las armas espirituales cuando las militares no bastaban. desafié a emperadores y reyes; bendije a los que había maldecido; nada desdeñé con tal de vencer, excepto el veneno. Pero aquellos designios eran, por sí mismos absurdos. No se podía conquistar un vasto y poderoso dominio de la Iglesia sin recurrir a aquellas artes y a aquellos medios que el Evangelio repudia, o mejor, condena. Y no era posible liberar a Italia de los extranjeros sino recurriendo a las armas extranjeras. Yo gritaba que quería expulsar de Italia a los bárbaros, pero las circunstancias me forzaban a llamar poco a poco a franceses y españoles, suizos y alemanes, de modo que dejé en mi patria bastantes más bárbaros que había encontrado en ella. Y fue justa pena. Un pastor de ovejas que quiere hacer de guerrero y de monarca no logra tampoco ser verdadero César. El Crucifijo, aun reducido a espada, se acomoda mal con el imperio.

Me perjudicó la soberbia senil y todavía más el ánimo demasiado impetuoso. La ira me dominó, y no fui solo irascible, sino iracundo y hasta colérico. Mi pasión por el arte fue más bien frenesí de magnificencia que amor puro de la belleza. Nacía, por esto, del orgullo. Nada me parecía bastate grande para mi gloria. Si hubiese reinado todavía durante muchos años se hubiera visto mi sepultura, mausoleo enorme adornado con estatuas gigantescas, campear, dominar en medio de la mayor iglesia de la Cristiandad. Pero la tumba titánica, que a través de los siglos denunciaría mi protervia aun después de la muerte, no fue acabada, y ahora estoy aquí, después de tantas esplendideces y grandezas, como un gusano tembloroso que ni siquiera se atreve a pedir perdón a su Dios. (G.Papini, Juicio Universal)


Su relación con Miguel Angel:
Miguel Angel quería a Julio II y Julio II quería a Miguel Angel. Pero el del Papa era un afecto leonino en el que las caricias dejaban la huella de las garras, un afecto que más parecía una persecución. Julio era amigo; pero se sentía dueño, dueño absoluto, total. Miguel Angel era, al fin y al cabo, un asalariado suyo; un gran maestro, sí, pero que trabajaba a sus órdenes; un alma grande, pero que había de inclinarse ante la voluntad de él, que ordenaba y pagaba. A los innumerables tormentos que angustiaban a Miguel Angel en aquellos años de trabajo hay que añadir también la impaciencia y vehemencia de Julio II. Su temperamento, como ya hemos visto, no toleraba obstáculos ni demoras; habría querido ver concluidas las empresas apenas concebidas y ordenadas; era el hombre del dicho y hecho. Empezaba a ser viejo, y quería ver terminadas, antes de morir, las cosas las cosas por las que sentía verdadero interés, entre las cuales se encontraba la nueva magnificencia del palacio y de la basílica. De cuando en cuando, entre una audiencia y un consistorio, entre una y otra guerra, Julio II se acordaba de su artista e iba a la capilla Sixtina para ver cómo iba de adelantada la pintura de la bóveda. Miguel Angel no podía darle con la puerta en las narices, como había hecho con sus ayudantes florentinos, y por fuerza había de recibirle y escucharle. "Mientras pintaba -refiere Condivi-, varias veces quiso el Papa Julio ir a ver la obra, subiendo por una escalera de mano, y Miguel Angel le tendía la mano para ayudarle a subir al andamio." El Pontífice se aproximaba a los sesenta años; pero después de haber subido a los muros de Mirandola le gustaba subir también, no obstante el estorbo de las ropas y de la edad, por la escalera que conducía junto a su gran amigo. Condivi añade que Julio "le quiso entrañablemente, haciendo más aprecio de él que de ninguna otra de las personas que le rodeaban", pero no siempre los coloquios entre aquellas dos almas grandes eran tranquilos y amistosos. El Papa no daba punto de reposo al pintor, porque no veía el momento de mandar descubrir la bóveda: cada visita suya era un reproche; cada palabra un golpe de espuela. Y un día se produjo la explosión:

    Queriendo Miguel Angel, por San Juan, ir a Florencia, pidió dinero al Papa, y, al preguntarle este cuándo acabaría la capilla, Miguel Angel, según su cosumbre, le contestó: "Cuando pueda." El Papa, que tenía unos prontos terribles, le golpeó con un bastón que tenía en la mano, diciendo; "¡Cuando pueda! ¡Cuando pueda!" Miguel Angel, irritado por aquella nueva ofensa, se fue enseguida a casa y se dispuso a partir para Florencia, quizá con la misma intención que la otra vez, es decir, la de no regresar. Pero el Papa, que se acordó a tiempo de la primera fuga y quizá se arrepintió de haber golpeado a Miguel Angel con un bastón, como si hubiera sido un palafrenero cualquiera, mandó a un favorito suyo, un tal Accursio, que le llevara quinientos ducados y le presentase excusas, de su parte, por aquellos bastonazos tan poco pontificios ni cristianos. Miguel Angel aceptó el dinero; pero partió de todas maneras hacia Florencia.

(G.Papini, Vida de Miguel Angel)

Reseñas de Maquiavelo:
La frialdad de Maquiavelo debíase probablemente a su recelo o, mejor dicho, a su intolerancia del poder de los clérigos. En 1503 asistió a la elección de Julio II, junto al cual volvió en 1506, pero sin tener nunca para él palabras de sincero elogio, y eso que Julio II más parecía príncipe guerrero que piadoso devoto. Más adelante, en los Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, censurará Maquiavelo duramente a Gian Paolo Baglioni por no haberse atrevido, cuando Julio entró desarmado en Perusa, a hacerle prisionero junto con todos los cardenales. Si lo hubiese hecho -escribe- habría sido "el primero que demostrase a los prelados cuán poca estima merece quien como ellos vive y reina, y habría hecho una cosa cuya grandeza hubiese superado a toda infamia o peligro que de ella pudiese derivar". En el Príncipe habló también de Julio II, pero para decir que se había encontrado a la Iglesia tan robustecida por Alejandro VI que todas sus empresas le resultaron fáciles; añade después, en otro capítulo, que el mayor error de César Borgia fue permitir la elección de Giuliano della Rovere.


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