La destrucción de Jerusalén relatada por Flavio Josefo (70 d.C.):
[Su obra más antigua, La guerra de los judíos, constituye un repaso de la historia judía desde la conquista de Jerusalén por Antíoco Epífanes (siglo II a.C.) hasta la revuelta del año 67 d.C. A continuación narra la guerra que culminó en el año 73].
Tan solo treinta y tres años después de que Jesús la pronunció, comenzó a cumplirse la profecía acerca de Jerusalén y su templo. Las facciones radicales judías de Jerusalén estaban totalmente decididas a sacudirse el yugo romano. En el año 66 d.C., los informes a este respecto llevaron a la movilización y envío de legiones romanas acaudilladas por Cestio Galo, gobernador de Siria. Tenían la misión de sofocar la rebelión y castigar a los culpables. Tras hacer estragos en los arrabales de Jerusalén, los soldados de Cestio acamparon en torno a la ciudad amurallada. Para protegerse del enemigo, emplearon el método del testudo o tortuga: unieron los escudos formando algo parecido al caparazón de una tortuga. Josefo atestigua su eficacia: "Se deslizaban las flechas sin dañar, y [...] los soldados pudieron, sin riesgo, minar la muralla y prepararse para pegar fuego a la puerta del Templo".
"Cestio -prosigue Josefo- retiró repentinamente sus tropas [...] y sin razones valederas abandonó la ciudad." Aunque seguramente Josefo no pretendía glorificar al Hijo de Dios, hizo relación del mismo suceso que los cristianos de Jerusalén habían estado esperando: el cumplimiento de la profecía de Jesucristo. Años antes, el Hijo de Dios había dado esta advertencia:
Cuando vean a Jerusalén cercada de ejércitos acampados, entonces sepan que la desolación de ella se ha acercado. Entonces los que estén en Judea echen a huir a las montañas, y los que estén en medio de Jerusalén retírense, y los que estén en los lugares rurales no entren en ella; porque estos son días para hacer justicia, para que se cumplan todas las cosas que están escritas". (Lucas 21:20-22.)
En conformidad con las instrucciones de Jesús, sus fieles seguidores se apresuraron a huir de la ciudad, permanecieron lejos de allí y se libraron del terrible sufrimiento que le sobrevino.
Cuando los ejércitos romanos regresaron en el año 70 E.C., Josefo escribió un relato detallado y realista de las consecuencias. El general Tito, el hijo mayor de Vespasiano, marchó a conquistar Jerusalén y su grandioso templo. En la ciudad luchaban varias facciones por el poder. Recurrían a medidas drásticas que resultaban en baños de sangre. "En vista de los males internos, [algunos] deseaban la entrada de los romanos", con idea de que la guerra "los libraría de tantas calamidades domésticas", explicó Josefo. Llamó a los insurgentes "ladrones" que destruían las propiedades de los opulentos y asesinaban a las personalidades sospechosas de colaborar con los romanos.
La vida degeneró a un grado increíble durante la guerra civil, llegándose a dejar insepultos a los difuntos. "Los sediciosos luchaban sobre montones de cadáveres, y los muertos que pisoteaban avivaban su furor." Saqueaban y asesinaban para obtener comida y riquezas. Los lamentos de los afligidos eran incesantes.
Tito exhortó a los judíos a rendir la ciudad a fin de salvar la vida. "Además encargó a Josefo que les hablara en su lengua materna, pensando que los judíos atenderían mejor a un hombre de su misma nación." Estos, empero, reprocharon a Josefo su actitud. A continuación, Tito cercó la ciudad con estacas puntiagudas. (Lucas 19:43.) Eliminada la posibilidad de escapar o desplazarse, el hambre "devoraba familias y hogares". La lucha continua siguió engrosando el recuento de víctimas. Sin saber que cumplía la profecía bíblica, Tito tomó Jerusalén. Más tarde, al contemplar las sólidas murallas y las torres fortificadas, exclamó: "Dios ha sido el que expulsó a los judíos de estas defensas". Perecieron más de un millón de judíos. (Lucas 21:5, 6, 23, 24.)
(Galland, 2003)
Flavio Josefo:
En el año 67 d.J.C., el emperador Nerón envió al general Tito Flavio Vespasiano a Palestina para sofocar una rebelión de la población judaica, que ya hacía años que duraba. Vespasiano venció a los judíos en Galilea y, en la conquista de la ciudad de Jotapata hizo prisionero a un joven muy inteligente llamado José ben Matías, un sabio en escrituras de la escuela patriótico-ortodoxa de los fariseos, que era considerado como caudillo y jefe espiritual de los rebeldes de Galilea.
Este José ben Matías no fue crucificado ni obligado a salir a la arena, como solía hacerse con los que se rebelaban contra el poder romano; al contrario, aquel cabecilla supo ganarse el favor de Vespasiano y se convirtió en el acompañante inseparable del general en todas sus campañas victoriosas por Palestina. Según la tradición, eso fue debido a que José ben Matías profetizó a Vespasiano -algo orgulloso a pesar de su probidad y fidelidad- que pronto sería emperador de Roma. No se necesitaban especiales dotes de profeta para hacer semejante vaticinio, porque quien conociera las circunstancias del momento, podía muy bien calcular que, a la caída de Nerón , subiría al trono el hombre que tuviera las legiones más fuertes, y quien poseía las legiones más fuertes era Vespasiano.
Cuando al cabo de dos años, Vespasiano entró en Roma como emperador, llevó consigo a José ben Matías, le concedió la ciudadanía romana y lo nombró historiador oficial del imperio. A partir de aquel momento, el antiguo fariseo vivió en la capital del mundo y, entre otras cosas, escribió una historia del pueblo judío, de la cual algunos pasajes se incorporaron al libro bíblico de los Macabeos. Ahora se llamaba Flavio Josefo y su libro, escrito con la intención de dar a conocer al mundo grecorromano la historia de su pueblo hasta entonces casi ignorada, es considerado hasta hoy, al lado del Antiguo Testamento, una de las fuentes esenciales para la época primitiva de Palestina, de aquel país pequeño, pero aún así sumamente importante, situado en la encrucijada de las grandes culturas. (Herbert Wendt. Empezó en Babel)
Relevancia de los escritos de Josefo sobre Jesús:
Josefo escribía más que nada para los paganos, no teniendo la misma sinceridad sus escritos [comparados con los de Filón]. Escuetas y sin color son sus noticias sobre Jesús, Juan Bautista, Juda el Gaulonita. Se nota que trata de presentar estos movimientos, tan judaicos de carácter y espíritu, de forma que sean inteligibles a griegos y romanos. Creo auténtico, en conjunto, el pasaje sobre Jesús. Cae dentro del gusto de Josefo y si este historiador menciona a Jesús sabe cómo hay que hablar de ello. Sólo que se advierte que una mano cristiana ha retocado el fragmento, añadiendo algunas palabras sin las cuales el texto habría resultado casi blasfemo, cortando quizás también o modificando algunas expresiones. Hay que recordar que el éxito literario de Josefo se debió a los cristianos, quienes adoptaron sus escritos como textos esenciales de su historia sacra. Se propagó una edición corregida según criterio cristiano probablemente en el siglo II. Lo que interesa de verdad en los libros de Josefo en este caso son los vivos colores con que se describen aquellos tiempos. Gracias a este historiador judío, Herodes, Herodías, Antipas, Filipo, Anás, Caifás y Pilatos son personajes casi tangibles que nos hacen vivir la realidad. (Renán)
Alborotos de carácter religioso (año 33):
Nunca había visto gente tan alborotada. Para ellos, todas las cosas del mundo eran pías o impías. Ellos, tan inteligentes a la hora de discutir hasta el hastío cualquier tema, parecían incapaces de entender la palabra «Estado». Todo lo político era religioso; todo lo religioso era político. Las águilas romanas, las estatuas romanas e incluso los escudos votivos de Pilatos eran insultos imperdonables hacia su religión. El método romano de realizar el censo les resultaba una aberración, pero tenían que aceptarlo porque era la base del sistema tributario; y sin embargo era un crimen contra su ley y su Dios. ¡Ah, la ley! No se trataba de la ley romana, sino de su ley, a la que llamaban la ley de Dios. Había celotes capaces de matar a cualquiera que quebrantase esta ley. Y si a un procurador se le ocurría castigar a uno de aquellos fanáticos, podía provocar una revuelta o una insurrección.
Todo lo que esta extraña gente hacía lo hacía en nombre de Dios. Existían lo que los romanos llamaban taumaturgos, que hacían milagros para demostrar su doctrina. Siempre me ha parecido algo estúpido demostrar la veracidad de la tabla de multiplicar por medio de la conversión de un bastón en una serpiente, o incluso en dos serpientes. Mas a eso se dedicaban los taumaturgos, y siempre entusiasmaban a la gente. ¡Cielo Santo, cuántas sectas! Fariseos, esenios, saduceos, infinidad de ellas. Tan pronto como ideaban una nueva argucia ya se había convertido en un asunto político. Coponio, cuarto procurador anterior a Pilatos, tuvo muchos problemas para aplacar a los gaulonitas que se sublevaron y llegaron hasta Gamala.
La última vez que pasé por Jerusalén, noté al instante la creciente excitación de los judíos. Iban de un lado a otro en grupos conversando y discutiendo. Algunos anunciaban el fin del mundo. A otros les bastaba con la inminente destrucción del Templo. Y algunos revolucionarios anunciaban que el invasor romano iba a ser expulsado y que el nuevo reino judío estaba a punto de comenzar. (Jack London, El vagabundo de las estrellas. Novela de 1915)
► El nacimiento de Jesús fue elegido por estudiosos cristianos como referencia para fijar las fechas de la Historia que así figuran en toda la producción bibliográfica occidental. Se han propuesto fórmulas aternativas para reemplazar el tradicional a. C./d. C. Todas se enfrentan con numerosos detractores en discusiones que abren nuevas polémicas. La propuesta de sustituir la «C» («Cristo») por los acrónicos «EC» («Era Común»), o «NE» («Nuestra Era»), se basa en un punto de referencia no cristiano pero que sigue siendo occidental.
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