E la nave va. Federico Fellini (1983):
Probablemente nadie como Federico Fellini ha sabido tan cálida y sutilmente representar la poesía de lo vehemente, el lirismo que subyace en el mito de la locura. Pocos como él han logrado describir el lado esperpéntico de las cosas, el que nos enta al ridículo y hace ver el mundo como poseído por una actitud irreverente y burlona. Tal vez sólo él se ha adueñado de lo deforme, de lo estrambótico, de lo irrepresentable, de lo excepcional, como si su universo de imágenes naciera de otra realidad, o quizá la misma, pero observada con ojos de fervor delirante.
Fellini, por tanto, es el dueño absoluto de la fascinación, y a ella vuelve a rendir sagrado culto con Y la nave va (E la nave va), una especie de jocoso ejercicio "melodramático", que bien pudiera aliarse con las más suntuosas representaciones operísticas, en la línea grandilocuente de un Donizetti o un Verdi, cuya música acompaña en perfecto contrapunto algunos de los más esplendorosos momentos de la película. En tal sentido, Fellini abre su pasión a lo puramente fantástico, y reconstruye el mundo, su mundo, dejando que la luz de su historia atraviese el prisma de lo imaginativo para descomponerse en un mosaico multicolor y grotesco, en el que acciones y personajes adquieren las más diversas formas y las más insólitas intenciones.
En este fastuoso transatlántico que surca plácidamente el Adriático, camino de la isla de Erimo, deja Fellini que acontezca una representación casi onírica, cuyo desenlace final tendrá lugar bajo esas aguas sobre las que, ficticiamente, se navega. Durante la misma todo adquiere un aire entre contradictorio y paródico. Así, a la pomposa ostentación, refinadamente burguesa, de los numerosos admiradores que acompañan los restos mortales de su "amada" Edmea Tetua, se opone el espectáculo soterrado y oscuro que ofrecen los empleados del barco, fogoneros y encargados de las máquinas, a los que posteriormente habrá de añadirse el grupo de refugiados servios que es recogido en la nave. Todos ellos participan del mismo viaje, y, pese a que cada uno alimenta un objetivo distinto, juntos, irremediablemente juntos, hallarán un destino común.
Durante toda la travesía, y, más aún, desde que la película pone en marcha su magia esperpéntica, nada se esfuerza por demostrar que todo aquel vertiginoso entramado no es más que un itinerario ficticio, creado en un espacio inexistente y a lo largo de un tiempo irreal.
Cuantos elementos tienden a reconstruir la atmósfera escenográfica, bajo la cual la acción deja envolverse, permiten abiertamente evidenciar que sólo el espíritu de lo que se quiere contar es real, mientras que su representación corpórea es únicamente fruto de la ideación fantástica. Claramente se comprueba que el gigantesco transatlántico no es más que un decorado ingenioso y detallado, que el azulado mar por el que se navega es una eficaz, y a la vez hermosa, combinación de telas y movimiento, y que el horizonte con su poético espacio lunar ha sido concebido a modo de forillo, sugerente y emotivo.
Así concebido el clima escenográfico de Y la nave va, gran parte de cuyo mérito se debe a la excepcional labor de Dante Ferreti, la película acaba por demostrar el esencial carácter imaginativo del cine, en el que lo puramante ficticio emerge por encima de la realidad, pudiendo incluso ofrecer de ésta una visión elegíaca o pasional, dramática o metafórica, sin para ello tener que representarla de forma imitativa. Quizá por ello tampoco el viaje mismo, que emprenden los simpatizantes de la gran diva de la ópera, debe considerarse como un hecho físico que les empuja a transportar las cenizas de su amada hasta su tierra natal. En otro sentido, esa aventura marítima, suntuosa y nostálgica, es sobre todo un recorrido dentro de ellos mismos, una simbólica manera de acudir a la cita que les reserva la Historia, que, a las puertas de la Primera Guerra Mundial, se dispone a cambiar sustancialmente su rumbo político y social, y con él el espíritu de quienes eran herederos de viejos y agotados tiempos. Fastuosa y brillante, Y la nave va resulta ser, en definitiva, un nuevo y fascinante juego de manos de Federico Fellini. En ella nos subimos al barco sorprendente que irrumpe en las imágenes de Amarcord, y surcamos las aguas, iluminadamente ficticias, que Casanova remonta en su amada Venecia. En ella contemplamos el vibrante espíritu secuencial que anima momentos como la competición de voces que tiene lugar próxima a la sala de máquinas, el sorpresivo descubrimiento de la existencia de un rinoceronte a bordo, o cuando finalmente el transatlántico queda poco a poco a merced del fondo de las aguas. En Y la nave va asistimos, en suma, a un prodigioso viaje que bien pudiera conducir al corazón mismo de lo imaginario. [...] Autor:
Presentación de E la nave va:
E la nave va es mi decimoctava película. La escribí hace algún tiempo con Tonino Guerra porque tenía que entregar una idea a no me acuerdo quién.
Después de dos o tres días de charlas indecisas y de confidencias desganadas, escribimos el guión en sólo tres semanas. Si tres semanas os parecen pocas para hacer un guión, tened en cuenta que desde las primeras ideas sobre la narración al comienzo del rodaje han pasado tres años, lo que me parece un tiempo suficientemente largo para garantizar la espera de una películo no del todo indigna. [...]
Como puntualmente me pasa desde hace unos quince años, la convivencia demasiado larga con el proyecto de una película acaba por volverla odiosa: intento apartarla de mis pensamientos, no quiero hacerla. Y este es el momento en que se hace.
Ahora que E la nave va está acabada, ya no estoy en condiciones de decir cuáles eran mis sentimientos originarios. Sólo existe la película: lo que quería hacer es como si se hubiera disuelto. Me acuerdo de que hablaba de personajes con un encanto fantástico, como el que tienen las fotografías de personas desconocidas. Decía que quería hacer una película al estilo de mis primeras obras, y por tanto tenía que ser en blanco y negro, más aún, rayado, con manchas de humedad, como un hayazgo de cinemateca. Un falso, a fin de cuentas, y esto era lo que me seducía, porque pienso que el verdadero cine tiene que ser así.
No sé qué queda de estos propósitos en la película, porque, en el momento de rodar, las cosas se presentan de forma providencial según las formas de siempre. Esta vez es posible que haya tardado un poco más de lo normal en la elección de las caras. Me parecía necesario encontrar rostros que pudieran parecerse verdaderamente a los personajes que ya no existen, desaparecidos en el tiempo, que nos conmueven, nos vuelven curiosos, porque nos parece que ese peinado ya no se utiliza, que ese traje de hace cien años, esa forma de sonreír, de observarnos con una mirada perdida para siempre, quiere revelarnos el sentido de una historia, la narración de una existencia. Y he pensado que tal vez actores de otros países, de otra sociedad, de usos y costumbres distintos, pudieran expresar mejor este tipo de remota lejanía, de conmovedora extrañeza. Esta creo que es la verdadera razón por la cual veréis, además de a muchos actores italianos, a otros ingleses, franceses, alemanes, además muy verosímiles por el hecho de interpretar personajes de estas nacionalidades.
[...] He trabajado con mis colaboradores de siempre, y con algunos nuevos, como el maestro Plenizio, que me ha seguido, conduciéndome a través de una aventura musical muy interesante para mí. Y Andrea Zanzotto, como ya hizo en Casanova, una vez más me ha regalado el placer de su excepcional colaboración, divirtiéndose, creo, en componer versos para la música de Verdi y Rossini. En este viaje ha habido otra presenciaamistosa y estimulante, la del escritor Andrea de Carlo que ha seguido la película como ayudante.
He rodado durante 14 semanas con 120 actores y centenares de figurantes en 8 plateaux de Cineccitá, donde se han construido 40 decorados. He utilizado 64.000 metros de negativo. La película dura 2 horas y 12 minutos, que son 3.650 metros.
Ahora la película está acabada. Un amigo que la ha visto me ha dicho que es terrible. Tal vez lo ha dicho para alegrarme porque crea que un autor se siente muy alagado cuando le dicen que ha hecho algo que da miedo. Pero éste no es mi caso. Tengo la impresión de que es alegre, una película que da ganas de hacer inmediatamente otra. (Federico Fellini)
Cómo escogí a los pasajeros de mi nave:
[...] Barbara Gefford; cuando Guidarino la presenta se ufana en decirme que es una V.I.P., que me debo comportar bien, no tratarla con familiaridad. Guidarino es verdaderamente severo. Cada vez que le llevo a Londres adopta la actitud, las maneras reticentes de un gran señor inglés consternado por arrastrar tras de sí a un bruto, un salvaje. La V.I.P. tiene un bello rostro de reina mala, me parece que tiene la autoridad, la agresividad, la arrogancia, el orgullo de pavo real de la Cuffari. Es necesario que recuerde esta excelente impresión que he experimentado. Lástima, mi memoria visual se debilita; cada vez me pasa más a menudo, viendo la fotografía de un actor, pedir impacientemente a mis ayudantes que me lo convoquen y ellos, con una pequeña sonrisa gentil, embarazada, me dicen, al fin, que a este actor, ya le he visto la semana pasada. ¿Es grave? Quizá, sí, en mi trabajo.
[...] Jill Bennet. Hace más de diez años que deseo volverla a ver. Aquí en Inglaterra es una diva. También me dicen que ha tenido seis maridos, entre los cuales está Peter Brook. En mis archivos de Roma, tengo una de sus fotografías que se remonta a una quincena de años, y que siempre miraba fascinado. Es pequeña de estatura, pero camina con unos pasos suaves de pantera, y no se percibe que es pequeña. Se sienta sobre el sillón, encogiendo las piernas bajo el almohadón, se las acaricia durante todo el tiempo que pasamos charlando. Dice cosas inteligentes y muy simpáticas sobre mi trabajo. Le doy las gracias un poco intimidado. Tiene un fuerte magnetismo, me imagino que desde el escenario debe hipnotizar a los espectadores. Le describo el personaje de la princesa ciega, añadiendo en el último momento que también es vidente. Ríe divertida, después se queda seria, grave, con una mirada vacía, apagada, y la sonrisa suave y dulce de los que no ven.
Casi tengo ganas de aplaudir. En la puerta, me tiende la mano para que se la bese como a una reina, me mira fijamente con grandes ojos fosforescentes, ojos de bestia salvaje nocturna, un poco maltrecha por la vida del circo y, con una voz que viene del vientre, baja y profunda, me dice que quiere absolutamente ese papel. (Federico Fellini)
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