Master and Commander (2003):
El capitán de la Royal Navy Jack Aubrey, al mando del H.M.S. Surprise, lleva a cabo una épica persecución para destruir el buque enemigo Acheron, con la ayuda del cirujano de a bordo, Stephen Maturin. La tripulación se ve sometida a constantes peligros en condiciones extremas.
El escritor inglés Patrick O'Brian (1914-2000) se inspiró en el aventurero y marino Thomas Cochrane, que tras combatir en las batallas de la Europa napoleónica, se convirtió en libertador mercenario en todos los mares del mundo.
Se hicieron muchos esfuerzos buscando una gran naturalidad en las imágenes.
Parte de la película fue filmada a bordo del HMS Rose. Otra parte importate fue filmada en el tanque de agua de dos hectáreas y media que vio hundirse al Titanic de James Cameron. Seis enormes ventiladores, cuatro tanques con más de 5000 litros de agua y dos surtidores se encargaban de arrojar sobre los actores la furia del océano.
Director: Peter Weir
Guión: Peter Weir, John Collee, Larry Ferguson. Basado en las novelas de Patrick O'Brian.
Fotografía: Russell Boyd
Estudios: Twentieth Century Fox, Miramax Films y Universal Pictures
Estreno USA: 14 Nov. 2003
Reparto:
Russel Crowe (Capt. Jack Aubrey), Paul Bettany (Dr. Stephen Maturin), James D'Arcy (First Lt. Pullings), Billy Boyd, (Barrett Bonden), Ian Mercer (Mr. Hollar), John DeSantis (Padeen), Patrick Gallagher ("Awkward Davies"), David Threlfall (Killick), Tony Dolan (Mr. Lamb), Ed Woodall (Second Lt. Mowett), Robert Pugh (Sailing Master Allen), Lee Ingleby (Midshipman Hollom), Max Pirkis (Midshipman Blakeney), Max Benitz (Midshipman Calamy), Richard Pates (Midshipman Williamson), Jack Randall (Midshipman Boyle), Richard McCabe (Asst. Surgeon Higgins), Bryan Dick (Carpenter's mate Nagle), William Mannering (Faster Doudle), Chris Larkin (Capt. of Marines Howard), Mark Lewis Jones (Hogg the Whaler), Alex Palmer (Slade), George Innes (Joe Plaice), Joe Morgan (Warley).
Lugares filmación: Fox Studios Baja, Rosarito, Mexico, Islas Galápagos, Ensenada (Océano Pacífico), costa entre Rosarito y Ensenada.
Inicio rodaje: Junio 2002.
Presupuesto: 135 millones de dólares.
Fidelidad de los detalles náuticos:
Si para un espectador normal, de infantería, la película es una magnífica historia de aventuras navales, para los que pertenecemos a la cofradía de lectores de novelas de Patrick O'Brian -de quien, por cierto, acaba de publicarse aquí la última de las veinte que componen la serie, Azul en la mesana-, la película interpretada por Russell Crowe, clavado en el papel de capitán Aubrey, es, amén de perfecto estudio psicológico de personajes, una delicia técnica. Y no sólo por las impresionantes secuencias de temporales y batallas, con las astillas volando por cubierta y los palos desplomándose entre el humo y los cañonazos, sino también, y sobre todo, por la exquisita fidelidad de los detalles náuticos: armas, utensilios marineros, cabuyería, manejo de las velas y la jarcia de labor, indumentaria, tatuajes, cicatrices, suciedad de la vida a bordo. Con el lujo extra de que, para la correcta traducción de las palabras marineras en el doblaje -eterno punto flaco del cine del mar-, los distribuidores españoles recurrieron a Miguel Antón, traductor de las últimas novelas de O'Brian. (Arturo Pérez Reverte)
Reconstucción minuciosa:
Al margen de la contundencia psicológica de la historia, no hay que olvidar que estamos ante un espectáculo visual, ante una película que no escatima en medios para mostrar o recrear con credibilidad el despertar del siglo XIX, algunos de los lugares más bonitos del globo -las costas de Brasil, el Cabo de Hornos o las islas Galápagos, en las que se ha rodado por vez primera una película- y la magnificencia de una tormenta marina. No quería caer en la simple reconstrucción histórica, sino que el espectador retrocediese al pasado y se sintiese a bordo del HMS Surprise. Y eso es una empresa de locos. Hay que tenerlo todo controlado, hasta el mínimo detalle. Si uno supiese antes de empezar los errores que puede cometer en una película así, nunca lo haría, reflexiona Weir, que llevó a cabo un minucioso trabajo de investigación histórica para recrear con fidelidad la época, el barco y la forma de vida de su interior; colaboró en la búsqueda de hasta el último figurante y, sobre todo, hizo prometer a los supervisores de efectos visuales que las secuencias de tormentas y ataques entre navíos no serían vulgares festines infográficos. Peter nos recordó la paradoja de nuestro trabajo: es bueno cuando el espectador no lo nota, reconoce Stefen Fangmeier. (Desirée de Fez)
Comentarios de Rafa Marín:
[...] he de decir que la película funciona. Y funciona muy bien. Es una película de hombres (sólo sale un rostro de mujer que llena la pantalla dos segundos, pero cómo la llena), de hombres curtidos y solitarios enfrentados al mar y a sí mismos. El pulso difícil de una persecución marítima que es todo un anti-clímax está bien tensado, los actores se saben en todo momento poseedores de su papel y dan un empaque a sus personajes como pocas veces he visto en películas de este tipo. Por encima del protagonismo de Russell Crowe, talludito y nelsoniano él, hay dos protagonistas impresionantes: el mar y el barco.
El mar porque siempre está ahí, en calma chicha o despendolado, mareante y balsámico, azul y negro, amigo y enemigo, confidente y traidor, complaciente o caprichoso. Uno comprende perfectamente que contrataran al director de producción de La tormenta perfecta.
El barco porque es el barco. Una reconstrucción casi al pie de la letra de un trozo de madera a la deriva, atosigante y gigantesco, estrecho y combativo, un pedazo de país flotante y siempre en un tris de irse a pique. Pese a los muy buenos precedentes que tiene este cine de marinos (que no de piratas) en el pasado, creo que nunca habíamos visto un barco como el HMS Surprise, nunca habíamos vivido un cañoneo desde dentro, ni habíamos visto las balas pasar de esta manera por las bodegas y cubiertas, arrancando mamparos y llevándose hombres por delante.
La película (que no adapta un libro concreto de la serie) es capaz de demostrar que los hombres de hace doscientos años eran, para nosotros, tan alienígenas como lo puedan ser los habitantes de algún hipotético futuro: extraños en sus conceptos del honor, sin duda, diferentes en su visión del mundo, de la patria, de la guerra, de las comunicaciones, del mismo tiempo. ¿Cómo se puede combatir a un enemigo invisible, casi invencible, a lo largo de meses, a lo largo de millas y más millas, sin tener como no tiene el afortunado Aubrey más medios que la fe ciega en su destino y unos cuantos rudimentarios cálculos matemáticos?
Cada actor, lo decía antes, se sabe único poseedor de su personaje, y lo mima y lo potencia: ya sea por las cicatrices de sus rostros (habría que ver las actuaciones en versión original para captar, posiblemente, los matices sociales de cada uno) o por sus motivaciones personales: desde la compasión y la dureza de Aubrey a la frustrada vocación de naturalista que nunca será del doctor Matturin (y es divertido el continuo what-if que supone comprender que nunca podrá hacer los descubrimientos de Darwin porque el deber propio o el deber ajenos se le interponen continuamente por delante), pasando por el niño que ya no será marino, los guardiamarinas enfrentados a un deber que les supera, o el desprecio hacia el suboficial a quien consideran gafe (¿fue impresión mía o porque Peter Weir se encarga de apuntar su homosexualidad en la escena de los cánticos y es por eso mismo relegado por la tripulación?).
Héroes de un mundo lleno de contrasentidos, adalides de unas patrias que están tan lejos que resulta inconcebible que el destino de una guerra se decida en un punto lejano de otro océano. La ciencia que va a remolque de la guerra y viceversa. Y la música que aisla en su camarote al capitán y el doctor, apartándolos de las clases sociales en las que no encajan, redimiendo sus temores y actuando como catarsis.
(Rafa Marín)
|