Werner Herzog
Aguirre, la cólera de Dios



Aguirre, la cólera de Dios. Werner Herzog (1973):
En su obra se interesa por las situaciones límite de la existencia humana, por esos momentos en los que resulta difícil separar la vida humana de la animal; allí donde el mundo normal y cotidiano se ve minado por fantasías, supersticiones, obsesiones, premoniciones. Por ejemplo, en El enigma de Kaspar Hauser (1975), la diferencia entre los seres humanos y los animales se ve casi eliminada debido al hecho de que Kaspar se ha visto mantenido en total aislamiento durante toda su vida, no puede utilizar ni emplear propiamente el lenguaje. En Aguirre, la cólera de Dios una obsesiva búsqueda enfrenta al héroe tanto con la hostilidad de la naturaleza como con la de otros grupos humanos hasta que se ve reducido a un nivel animal y destruido. La realización de películas es para Herzog una actividad obsesiva destinada a poner a prueba su energía, coraje y recursos -como el largo, difícil y espiritual viaje de Aguirre por la selva-, y animada por un marcado espíritu patético, poniendo acento en la belleza y hostilidad del mundo natural, en el misterio y la inseguridad de la existencia humana.


María de Aguirre: No creas, padre, que yo quiero acusarte de mi muerte más de lo que te acusaron los hombres, los ángeles y Dios. Pero tampoco tengo fuerza de ánimo para hablar en tu defensa como han hecho otras víctimas. Quisiera poderlo hacer y quizá debiera hacerlo, puesto que para una hija y para una cristiana es obligado el perdón. Pero no logro olvidar, no logro perdonar. Recuerdo todavía la tarde terrible cuando, escondidos en el boscaje cálido, nos sorprendió, en el fondo de la gruta que era nuestro refugio, el estrépito de los soldados que te buscaban y perseguían. Todos, uno tras otro, te habían abandonado a tu suerte. Los que no habían muerto en la rebelión habían desertado de tu bandera negra. Aun los más arriesgados, en determinado instante, habían sentido horror hacia ti y te habían dejado solo en la derrota y en la huida. Un solo hombre había permanecido a tu lado: el verdugo. Aquel que por voluntad tuya había quitado a tantos la vida, te había permanecido fiel, quizá por reconocimiento, quizá por una bárbara fraternidad de naturaleza.

Con estos dos feroces fugitivos, unicamente avezados a dar muerte, había quedado yo sola, joven inocente, que hasta aquel día sólo había conocido de la vida el terror. Me estrachaba contra ti, aunque temblando, porque sólo de ti podía esperar, en aquella soledad salvaje, una ayuda, una protección. Había en mí, a pesar de todo, una furiosa voluntad de vivir, un furioso terror hacia la muerte. Y entonces ocurrió lo que tú sabes y que, todavía hoy, me hace estremecer. Apenas te diste cuenta de que los soldados de Paredes se iban acercando a nuestra cueva y que ya no había esperanza de fuga me miraste con una mirada que me heló y me abrazaste con una violencia que aumentó mi espanto. Encomienda tu alma a Dios, me dijiste. Ya no puedo hacer otra cosa por ti que librarte de los dolores de la vida. Y sin esperar mi respuesta -el terror me cegaba la garganta- alzaste sobre mi tu puñal toledano. Yo me agarraba desesperadamente a tu brazo, despavorida y convulsa, y no sabía ni podía decir palabra. mi palidez, mi temblor y mis ojos desesperados debían decir lo que la boca no decía. Pero tú no comprendiste o no quisiste comprender. No tuviste piedad de mi desesperación, no pensaste que era carne tuya, sangre tuya, nacida del único amor de tu vida. Y con tus manos me heristede muerte y caí entre las piedras, en mi sangre, y ya no cuidaste de mí porque los enemigos se aproximaban.

No quiero juzgarte, no te acuso. Quizá en aquel instante, que era tu agonía, creíste sinceramente que me librabas de los tormentos que habrían correspondido a la hija de un traidor, de un rebelde, de una fiera odiada por todos. Pero ¿estabas en lo cierto de lo que hubiera podido sufrir y gozar? ¿No sabías que la juventud es una suma tal de esperanzas que para vivirlas en su plenitud se acepta incluso la amenaza de las miserias y los suplicios? [...]

Lope de Aguirre: Me perseguían como a una bestia odiada y temida. Era verdad y en mí había mucho de fiera. Yo no podía soportar jefes, ni amos, ni monarcas. Había nacido para mandar y para destruir, no para obedecer y servir. Sólo yo entre todos los españoles, tuve la audacia de dirigir al rey Felipe palabras y acusaciones que todos pensaban y ninguno se atrevía a escribir. Marché al Nuevo Mundo donde esperaba una nueva ley, o mejor aún, mi verdadera ley, la ley de la fuerza. Era un búfalo salvaje que no podía pacer tranquilo en los recintos de los ganaderos regios. Era una fiera, como has dicho, y como fiera amé, odié y maté. Tú eras la única criatura del mundo que me había quedado, lo único que yo era capaz de amar. (G.Papini)


Antepasados de Shanti Andía:
De muchos capitanes, marinos, aventureros y frailes se ocupaba el libro de la familia; pero, entre todas aquellas historias, la más extraordinaria, la más absurda, dentro de su realidad, era la de Lope de Aguirre, el loco, llamado también Lope de Aguirre, el traidor. Varias veces leí las aventuras asombrosas de este hombre, que en el manuscrito se contaban con todos sus detalles. Domingo de Cincunegui, el autor de los Recuerdos históricos de Lúzaro, me ha pedido repetidas veces que registre por todos los rincones de Aguirreche, para ver si se encuentra el viejo manuscrito; pero el infolio no aparece; sin duda, a la muerte de mi abuela, se perdió; quizá a alguno de los marineros que vive ahora en el viejo caserón le habrá servido para encender el fuego. Lo que dice Cincunegui en sus Recuerdos de Lúzaro está tomado de la historia del Perú y de Venezuela. De sus Recuerdos tomo estos datos, para dar una idea de mi terrible antepasado: Lope de Aguirre nació en el primer tercio del siglo XVI, y era vizcaíno. No se sabe de qué pueblo. En el siglo XVI aparecen tres casas de Aguirre importantes: una de Oyarzun, otra de Gaviria y otra de Navarra. Lope de Aguirre debía de ser de una de estas casas. Llegó Lope al Perú a mediados del siglo XVI, y tomó partido por Gonzalo Pizarro en la rebelión de éste. Durante algún tiempo estuvo a sus órdenes, hasta que le hizo traición y ejecutó contra sus antiguos compañeros actos de una crueldad inaudita. Era Lope hombre inquieto y turbulento, terco y mal encarado. Condenado a muerte durante una sedición, se evadió y tomó el oficio de domador de caballos. Buen oficio para poner a prueba su bárbara energía. A Lope le conocían entre los soldados por el apodo de Aguirre, el loco. En 1560, el virrey don Andrés Hurtado de Mendoza, confió al capitán vasco Pedro de Ursúa una expedición para explorar las orillas del Marañón en busca de oro. Lope fue uno de los principales jefes de la partida. Una noche, el inquieto Aguirre sublevó a la tropa expedicionaria, y él mismo cosió a puñaladas al capitán Ursúa y a su compañera, Inés de Atienza, que era hija del conquistador Blas de Atienza. Lope asesinó también al teniente Vargas y dirigió un manifiesto a los rebeldes, que le siguieron. Los sublevados proclamaron general y príncipe del Perú a Fernando de Guzmán, y mariscal de campo a Lope de Aguirre. Como Guzmán reconviniera a Lope por su inútil crueldad, el feroz vasco, que no admitía reconvenciones, se vengó de él asesinándolo y cometiendo después una serie de atropellos y de crímenes. A la cabeza de sus hombres, subyugados por el terror (ahorcó a ocho que no le parecían bastante fieles), bajó por el Amazonas y recorrió, después de meses y meses, la inmensidad del curso de este enorme río y se lanzó al Atlántico. No contaba Lope más que con barcas apenas útiles para la navegación fluvial; pero él no reconocía obstáculos y se internó en el océano. Lope de Aguirre era todo un hombre. Resistió en alta mar, cerca del ecuador, dos terribles temporales en sus ligeras embarcaciones, y fue bordeando con ellas las costas del Brasil, de las Guayanas y de Venezuela. Allí donde arribaba, Lope se dedicaba al pillaje, saqueando los puertos, quemando todo cuanto se le ponía por delante, llevado de su loca furia. El fraile de la flotilla se permitió aconsejar, suplicar a su capitán que no fuera tan cruel. Aguirre le escuchó atentamente, y atentamente lo mandó ahorcar. Sintiendo quizá remordimiento en su corazón endurecido, llamó a su presencia a un misionero de Parrachagua, para confesarse con él; y como el buen sacerdote no quisiera darle la absolución, ordenó lo colgaran, sin duda para que hiciese compañía al otro fraile ahorcado. Los aventureros poco adictos a su persona iban sufriendo la misma suerte. De los cuatrocientos hombres que salieron con Ursúa, no le quedaban a Lope más que ciento cincuenta, y de éstos, muchos iban, por días, desertando. Aguirre, al verse sin la tripulación necesaria para sus barcos, les pegó fuego, y luego se refugió, con su hija y algunos compañeros fieles, en las proximidades de Barquisimeto, de Venezuela. Allí, en el campo, en una casa abandonada, Aguirre escribió un memorial a Felipe II, justificándose de sus desmanes, y para dar más fuerza a su documento, lo firmó de esta manera audaz, cínica y absurda: Las tropas del rey, unidas con algunos desertores de Aguirre, fueron acorralando al capitán vasco como a una bestia feroz, para darle muerte. Quebrantado, cercado, cuando se vio irremisiblemente perdido, Lope, sacando su daga, la hundió hasta el puño en el corazón de su hija, que era todavía una niña. No quiero -dijo- que se convierta en una mala mujer, ni que puedan llamarla, jamás, la hija del traidor. Después mandó a uno de sus soldados fieles que le disparara un tiro de arcabuz. El soldado obedeció. -¡Mal tiro! -exclamó Lope al primer disparo, al notar que la bala pasaba por encima de su cabeza. Y cuando sintió, al segundo disparo, que la bala penetraba en su pecho y le quitaba la vida, gritó, saludando a su matador con una feroz alegría: -Este tiro ya es bueno. Realmente Lope de Aguirre era todo un hombre. Después de muerto le cortaron la cabeza y descuartizaron el tronco, conservándose la calavera en la iglesia de Barquisimeto, encerrada en una jaula de hierro. (Pío Baroja)


Los nombres del Amazonas:
El río más largo del mundo, un río que tiene más de 7.500 kilómetros de longitud, el río más caudaloso del planeta. Durante su recorrido, drena una superficie equivalente a todo Norteamérica. Sólo con lo que sedimenta anualmente se podrían formar unos Países Bajos cada año. Como un pequeño riachuelo, nace del caudal excedente del lago Vilafro, en lo alto del Perú, donde se llama Apurimac. A medida que desciende, va recibiendo el aporte de miles de arroyos, muchos de ellos provinientes de la nieve de los Andes. Serpenteando, siempre, crece y crece a lo largo de mil seiscientos kilómetros, hasta que alcanza el borde de la selva amazónica, donde comienzan a llamarlo Uyacalí. Durante otros mil seiscientos kilómetros atraviesa la inmensa y desconocida selva dando vida a infinidad de seres que habitan en esa jungla cálida, donde hay gentes que aún permanecen en la edad de piedra. Cuando alcanza Iquitos, todavía en territorio peruano, comienza a llamarse el Solimoes. Sigue aumentando en anchura y caudal hasta que llega a Manaos, aún a mil setecientos kilómetros del mar, y es allí donde comienza a llamarse el Amazonas. En ciertos lugares tiene 130 Km de anchura. Y en la desembocadura alcanza los 450 Km de anchura entre las dos lenguas separadas por el delta del Marajó.

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