Peter Handke:
«Creo que pronto volveré a ser un aficionado al cine». Así piensa el narrador el último día de su año en tierra de nadie. En lo que a mí respecta he vuelto a serlo tras una temporada de hastío y desengaño. Voy frecuentemente al cine, como antaño, por la tarde, cuando aún hay luz.
Pero a diferencia con el pasado, y a pesar de las pocas butacas ocupadas, no se ven aquellas figuras melancólicas, aisladas y perdidas que se describen en la novela Movie-goer Binx Bolling, de Walker Percy, típicas de los años sesenta y setenta. No sé nada de estas personas que generalmente se sientan detrás mío. Yo mismo desaparezco en la sesión de tarde, con frecuencia a diario, para sosegar mi mente. Casi todas las películas me sirven. Conozco prácticamte toda la producción de Hollywood de los últimos tres años. Incluso podría participar en un concurso en relación con Mentiras arriesgadas, protagonizada por Arnold Schwarzenegger, El especialista, con Sylvester Stallone y Sharon Stone, y Timecop. Policía en el tiempo, interpretada por Jean-Claude Van Damme.
Pero hay muchos largometrajes nuevos, de Los Angeles, Portugal, Francia, Argelia, Corea, Irán que, a diferencia de los antes citados, me persiguen en la calle, hasta casa e incluso hasta la mañana siguiente. Casi como si fueran un libro.
Aunque permanentemente refresco las llamadas viejas películas -la semana pasada, por ejemplo, vi Marnie, y ayer, la sensacional Johnny Guitar-, a pesar de ello cada día me tira más el cine actual. Aunque frecuentemente esté acompañado por una música ratonera -a mí me lo parece-, encuentro que hay riqueza y misterio en los jóvenes cineastas de todo el mundo.
Al contrario de lo que se afirma, la imagen no está acabada. Vive a través de las nuevas y desconocidas historias que se cuentan en el cine y por ello han cambiado. Seguramente se debe más a una disposición de ánimo que a la historia. Y esta disposición de ánimo debe ser lo sufiencientemente importante como para presentarse como una reclamación a la existencia. Y éste es el caso de no pocas películas nuevas, en las que la narración se hace de una manera fácil, natural.
Tarantino
Me ha sorprendido Quentin Tarantino con Pulp Fiction, tras su Reservoir Dogs, solamente con la forma de narrar, el desplazamiento de los tiempos, que no es un juego de dados arbitrario, sino una permanente inquietud que no se halla tan lejos de la sutileza de Rohmer. También es francamente sorprendente la sonámbula seriedad y la presencia continua de los protagonistas, en su actos violentos y en sus buenos oficios. Como en la pequeña escena en la que el boxeador (Bruce Willis), tras su odisea sangrienta, sale en su motocicleta a recoger a su ingenua novia (María de Medeiros) que le espera en el Motel para continuar la huida. Preparada para la marcha, ante su tono brusco, la chica rompe a llorar y balbucea que ha pasado mucho miedo. El cambia de actitud y la estrecha entre sus brazos. Es entonces cuando se produce un momento de silencio, el más íntimo de la historia cinematográfica. Nada como estar lejos del peligro, como salir corriendo.
Exotica
De Exotica, la película del armenio canadiense Atom Egoyan, podría explicarse que no el «todo tiene que ser diferente» de Win Wenders en la película El curso del tiempo vale para esta historia, sino un «todo es diferente» manifestado de forma escabrosa a la vez que liberadora. Junto a la imagenes superficiales del principio aparecen en el transcurso de los acontecimientos otras cada vez más profundas hasta la escena final, en la que cada uno de los personajes se ha hecho más profundo. Y esas imagenes finales son en conjunto primigenias, originales, hallazgos (radicalmente diferentes a los descubrimientos de Hitchcock).
En todas las películas de Egoyan subsiste la narración, escena por escena, en forma parecida al Viejo Testamento, en el que las dolientes se rasgaban las vestiduras. Sólo que en Exotica, en el dolor se produce el cambio y eso sorprende.
Tan altruista frente al contrario, hacia el pretendido desconocido, enemigo mortal. Así, la penúltima secuencia de la película descubre que el personaje para quien el local nocturno «Exotica» es por una razón determinada un santuario, espera con un revólver al que anteriormente, por otra razón, le prohibió la entrada. Brevemente: el odiado sale del local con lágrimas en los ojos. Camina hacia el asesino a quien cuenta que ha comprendido lo del santuario. Y la potencial víctima y el potencial asesino caen uno en brazos del otro.
En el abrazo, el último de éstos sostiene todavía el arma en su mano sobre la espalda del otro, lo que refuerza la reconciliación, que acaba en un largo y claro final.
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