Isleños en Cuba (s.XVIII). Por Manuel Hernández González: En Matanzas, la emigración isleña es muy importante. Era en la segunda mitad del XVIII una región escasamente poblada. En el área próxima a la capital los isleños y sus descendientes se dedicaban al cultivo del tabaco. Matanzas fue fundada por emigrantes canarios en 1693. Hemos visto como incluso fue un puerto de escala en el comercio canario-americano. En el siglo XIX el auge azucarero desplazó a los vegueros, que tuvieron que vender sus propiedades. La caña de azúcar y la esclavitud se fueron progresivamente generalizando, favorecidas en las décadas centrales del XIX con la expansión del ferrocarril. La región central del país, Remedios, Santa Clara o Sancti Spiritus, también centros tabaqueros, eran áreas con abundante población isleña. Sin embargo, en Trinidad su porcentaje era bien escaso. Se puede apreciar comparativamente. En Trinidad, entre 1801-1850 el 14,29% de los españoles eran isleños. En Sancti Spiritus entre 1751-1800 los canarios eran el 63,64% y entre 1801-1850 eran el 70,27%. En Oriente la presencia canaria fue escasa, con excepción de Puerto Príncipe, que fue una importante área ganadera en la que los isleños, desde la segunda mitad del siglo XVII, llegaron a constituir buena parte de la oligarquía local, hasta el punto de que la parroquia lleva la advocación de Nuestra Señora de Candelaria. Aunque estas estadísticas no son del todo fiables, pues dependen del interés del párroco en apuntar el origen de los padres podemos ver que entre 1801-1850 el 25% de los españoles en Puerto Príncipe eran de procedencia insular. En Holguín son entre 1751-1800 el 43,75%. En Santiago, la presencia isleña era más reducida, excepción hecha de la política colonizadora de principios del siglo XIX, a la que hemos aludido. Entre 1751-1800 el 22,22% de los españoles son canarios. Entre 1801-1850 desciende a un 9,57%. Debemos de tener en cuenta que los curas sólo recogen la vecindad de os padres y no su naturaleza. De ahí su dudosa fiabilidad. Más correcto hubieran sido los matrimonios.
Las consecuencias del alza del azúcar se traducen en un alejamiento de los vegueros de sus áreas tradicionales hacia nuevos sectores más periféricos, entre los que destaca la provincia de Pinar del Río hacia donde se dirige la colonización de canarios de Bahía Honda, ya mencionada. El auge del tabaco en Vueltabajo llevó a una elevación del precio de los arrendamientos en detrimento de los ingresos de los vegueros. Donde también creció el cultivo del tabaco fue en la región oriental, gracias a la inmigración de colonos procedentes de Santo Domingo y de inmigrantes isleños. Areas como Baracoa o Guantánamo vieron expandir su población con el cultivo del tabaco. La intensa emigración isleña a Cuba del período 1765-1792 vio modificada radicalmente sus condiciones de acceso al proceso productivo. La vega dejó de ser paulatinamente una alternativa rentable. El emigrante isleño desarrolló sus expectativas de futuro en los trabajos que le ofrecía la plantación, como mayorales o técnicos, pero sobre todo en el pequeño cultivo de abastecimiento y la distribución interna, en un mercado en expansión que había aumentado la demanda de productos de primera necesidad. Pero, a medida que este campesinado creció en número, el pequeño cultivador independiente descendió en la escala social. El pequeño agricultor, estanciero, o veguero, que crea el arquetipo cultural del guajiro, se incrementa en la Cuba del último tercio del siglo XVIII. En el censo de 1778 los sitios de labor, estancias y vegas representan el 69% del total de las propiedades agrícolas. (Manuel Hernández González. La emigración canaria a América)
Comercio y emigración en América:
[Norteamérica:] Por último, desde una perspectiva más centrada en el tema migratorio se plantean dos temas novedosos e igualmente interesantes. El autor aborda la relevancia de los emigrantes negros (libres y esclavos) y de mulatos desde Canarias hacia la América española. Ello explicaría en buena medida, subraya, el "carácter criollo y diferencial con que era considerado el isleño frente a las migraciones peninsulares, especialmente aquéllas como la cántabra, navarra o vasca que anteponían su nobleza y limpieza de sangre, de auténticos españoles castizos, como señalaba el factor de la Compañía Guipuzcoana y regidor del cabildo caraqueño, cuando diferenciaba entre éstos y los canarios para restringirles su derecho a participar en las alternativas de elección de alcaldes entre criollos y peninsulares". Así, pues, numerosos canarios negros y mulatos, libres y esclavos, cruzaron el Atlántico formando parte de las corrientes migratorias que caracterizan y matizan la historia isleña del siglo XVIII. El autor, a través de un amplio elenco de fuentes documentales canarias y americanas, se acerca a un tema hasta ahora prácticamente inédito que, sin duda, nos ayuda a replantearnos cuestiones relevantes, como la de "los mitos étnicos a cuyo trasluz han sido analizadas las sociedades atlánticas", como subraya con acierto Manuel Hernández González. Cierra esta enjundiosa colección de estudios un trabajo singular que pone de relieve una vez más la singular importancia del elemento canario en la configuración demográfica, económica y, en definitiva, humana del hinterland habanero durante el último tercio del Setecientos. Gracias a la utilización de la rica documentación custodiada en el Archivo Nacional de Cuba, el autor analiza la presencia isleña mayoritaria en relación a la población de origen peninsular que, dedicada a los frutos menores, la ganadería y otras actividades complementarias suministra a la ciudad todo lo necesario para el diario consumo, dada la creciente demanda de un mercado local en constante expansión. Ello es así hasta el punto de que, por ejemplo, el malojero (cultivador de maíz o millo tierno para el consumo del ganado), se convierte en una de las más precisas definiciones del guajiro del extrarradio habanero que, en aquella época, era como decir de toda Cuba. El lector, encontrará a lo largo de las páginas de este libro numerosos temas de reflexión a la hora de entender las especiales relaciones que, desde siempre, nos han unido con la América española y, en particular, con la zona del Caribe, a la que, aún en nuestos días, estamos fuertemente vinculados por los sentimientos de una cercanía espiritual que, como es natural, ha marcado en profundidad nuestro devenir histórico. (Manuel de Paz Sánchez. Prólogo del libro Comercio y emigración en América en el Siglo XVIII. Ediciones Idea, 2004)
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