NAVEGACION
El mareo



Mareo:
Habitualmente se define como mareo a la desagradable sensación subjetiva de inestabilidad, desequilibrio, asociado generalmente a náuseas y a una impresión personal de absoluta incapacidad física. Sensación ésta bien conocida por todos aquellos que en un momento u otro la hemos padecido, ya sea en barcos de gran porte, como, quizá de forma más frecuente, en barcos pequeños, en el curso de jornadas de pesca. La medicina reconoce dos tipos fundamentales de mareo, el fisiológico, que es el que nos ocupa, y el patológico, cuyo principal representante es el vértigo. Sólo nos referiremos, y de forma breve, al primero de ellos. El órgano responsable de la coordinación espacial del organismo es el oído interno, y concretamente los canales del conocido comúnmente como caracol. Este sistema, llamado vestibular, proporciona información relacionada con la orientación espacial debido a la existencia de partículas en suspensión en el líquido de los conductos semicirculares, denominados otolitos. La información recogida por el sistema vestibular se integra con la información visual a través del sistema nervioso central, y el sistema visual y locomotor informa de la dirección de la vertical del cuerpo en relación a las estructuras vecinas, y mediante los movimientos laterales de la cabeza pretende mantener la estabilidad postural. Por tanto, son distintos los puntos de posible anomalía funcional: vestibular, visual, integración de los mismos, mecanismos de respuesta muscular, etc., que puede dar como consecuencia la aparición del temido mareo.


El barco: el mareo:
Todas las maravillas que ofrece un viaje por mar se anulan y aun se se convierten en maldiciones para una serie de seres humanos aquejados de una propensión intrínseca: la del mareo. No se sabe por qué extraña razón esa característica de algunos se considera prueba de debilidad inaceptable en el hombre y, por el contrario, resulte muy en su punto la vanagloria de su dominio.
-Tuvimos una tempestad... con decirte que se marearon todos, incluso el capitán... y yo, tan tranquilo.
El mareo tiene etapas muy claras para el avezado a moverse en un barco. la primera se trasluce en la seriedad aparecida en la cara del afectado, una seriedad que se convierte en dramática, a medida que las olas balancean el casco del barco. El interlocutor del así atacado observará que frunce el ceño y parece poner más atención a lo que uno está diciendo. Lo que ocurre, en realidad, es que la víctima está estudiándose a sí mismo con atención profunda, atención que se concreta en dos puntos importantes: su estómago y la línea del horizonte que sube o baja en relación con la borda. El monólogo interior del enfermo mientras, por fuera intenta proseguir la conversación a base de "ah, ah... claro, claro..." viene a ser algo parecido a esto: "Parece que se está moviendo mucho... qué curiosa sensación... en el estómago, ¿no me iré a marear? ¡qué tontería! un hombre como yo, marearme... eso es de niñas... pero la verdad es que se mueve lo suyo... tanto hablar de estabilizadores, pues vaya una porquería de estabilizadores. ¡Como si no los tuviera!... no hay más que ver cómo sube y baja la línea del horizonte... ¡qué barbaridad! ¿y qué me está contando ese señor? me está resultando un pesado... y si le dejo con la palabra en la boca... pero ¡cómo voy a marearme! pues sí que... caray se mueve más y más...
... ¿Me discupla usted? Tengo un poco de frío y voy a buscar algo que ponerme...
Ya me he librado de él... ahora al ascensor... caray, cuánto tarda... bajaré por la escalera... ahí va, no era ilusión, no, apenas puedo bajar sin tropezarme en los rincones. Ya estoy en mi puente ... mi camarote... bueno me echaré un poco hasta que se calme... este estómago sube y baja como el mar... si me desnudo... pero el movimiento quizá me marearía más... ¡pero qué mareo! no estoy mareándome... sencillamente, tomando precauciones... dentro de poco será la hora de comer... pero no tengo ganas, y además será difícil manejarse con los platos y los vasos, igual se rompe algo... no merece la pena, por un día sin comer y, además puedo decir que me traigan algo aquí... la verdad es que apetito tengo poco... Y sigue moviéndose ¡jolín con los estabilizadores, me río yo de los estabilizadores! La verdad es que los viajes por barco son una gaita... empiezan a saltar y ya no tiene gracia ninguna... el tren, por ejemplo, es otra cosa, el tren se desliza por los carriles y de vez en cuando encuentra un pequeño bache cuando hay dos trozos mal soldados... ¡un saltito de nada y nos quejamos! y aquí en cambio... mira cómo se balancea la cortina... y los vasos entrechocan en los anaqueles del lavabo... no, la cosa es seria, muy seria... como me dijo el capitán... la fuerza del mar va de fuerza cero o sea calmo...¡aaaaay!... hasta fuerza 10 que es mar muy gruesa... pues ésta debe ser lo menos fuerza nueve o quizá más, quizá se ha pasado del máximo... ¡aaaayyy!, bueno y por qué no habré tomado el avión tranquilamente... ¿si no de qué me iba a sentir yo mal?... estoy seguro que no hay nadie arriba, todo el mundo tumbado en el camarote , a lo mejor se han tomado las precauciones necesarias porque movimiento como éste puede ser un ciclón... y ahora encima me duele la cabeza. ¡Jolín qué lata!

En esta etapa se queda afortunadamente la mayoría de los mareados, reposo completo, comen tras la insistencia del valet unas frutas y capean el temporal, esta vez sin simbolismos, en posición horizontal. Cuando éste ha cedido y su estómago se ha habituado al movimiento surgen a cubierta con un paso inseguro y advierten a los que les preguntan por su ausencia que han estado resfriados. Nunca he visto más resfriados que cuando se mueve el barco. (Fernando Díaz-Plaja. Manual del imperfecto viajero)


Líneas oceánicas regulares (s.XIX):
Existen varias de estas grandes rutas oceánicas, de las que nadie parece discutir que Inglaterra sea su centro. Está la gran línea marítima del Este, que sale de Southampton, atraviesa el golfo de Vizcaya y sigue hasta el Mediterráneo; cruza el istmo de Suez y se ramifica para dirigirse a Australia, la India, Ceilán y China. Y también la gran línea marítima americana, que atraviesa el Atlántico rumbo a Nueva York o Boston con la exactitud de un reloj. En esta travesía, los días son tan rutinarios que los idilios escasean. Hay una o dos rutas marítimas más en América del Norte, que quizá tengan el mismo inconveniente. Luego está la línea de paquebotes de la costa de África, muy romántica, según he oído decir; y la gran ruta de las Indias Occidentales, a la que se encuentra ligada nuestra pequeña historia; y que no es una gran ruta por sus islas, que en la actualidad se hallan sumidas en la pobreza, sino porque desde allí continúa hasta México y Cuba, la Guayana y las repúblicas de Nueva Granada y Venezuela, América Central y el istmo de Panamá, desde donde se dirige a California, la isla de Vancouver, el Perú y Chile. No es difícil imaginar cuán variopintos son los grupos que abandonan las costas de Gran Bretaña para seguir esa ruta. Hay franceses, por regla general muy poco románticos, que se dirigen a sus islas azucareras; hay españoles viejos, españoles de España, que buscan rehacer sus fortunas entre las ruinas de su antiguo imperio; y españoles nuevos, es decir, españoles de las repúblicas americanas que, a pesar de hablar la misma lengua, no parecen españoles ni por sus modales ni por su fisonomía: hombres y mujeres con un poco, tal vez, de sangre india, muy amantes de los dólares y no demasiado aficionados a las cosas bellas de la vida. Hay asimismo holandeses y daneses, rumbo a sus islas. Hay ciudadanos de las barras y de las estrellas que llegan a todas partes… y quizá también, por desgracia, ciudadanos de una nueva bandera sureña con hojas de palmera. Y hay ingleses de toda clase y condición. (El viaje a Panamá, Anthony Trollope, 1861)

(*) Transbordos en el Caribe:
En el relato los pasajeros terminan su primera etapa en el puerto de St. Thomas en el Caribe. Desde allí continuaban en otros barcos a Puerto Colón (Panamá), Santa Marta, Cartagena, México, Jamaica y Venezuela. Otros atravesaban el istmo para ir a California o El Callao. Un barco tras otro se acercaban al costado del gran buque que había llegado de Inglaterra, y cada uno se llevaba su carga de pasajeros y equipaje. El primer barco que zarpaba era el que descendía por las islas de Sotavento hasta Demerara (Guyana). La colonia de Demerara, situada en el curso inferior del río Demerara, fue cedida a los británicos (1815) por los holandeses, quienes la poseían desde 1611. La Guyana estaba ocupada por los británicos desde un desembarco de Lord Rodney consecuencia de la intervención holandesa (1781) en la independencia de las 13 colonias. En 1861 se dejaron de construir vapores para viajes transatlánticos impulsados por ruedas de paletas. Panamá se convirtió en país independiente (1903) y permitió el inicio de las obras del canal a EE.UU. (1904), que quedaron terminadas en 1914.

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