El Nautilus (1954):
Fecha de construcción: 1953-1954. Eslora: 97.53 metros. Diámetro: 8,53 metros. Velocidad máxima: 20 nudos.
[...] Esta revolución en la tecnología del submarino fue prácticamente obra de un sólo hombre, el extraordinario almirante Hyman Rickover, de la marina de los EE.UU. En 1946 Rickover, que a la sazón era capitán, estudió física nuclear y se convenció de que era posible fabricar un reactor nuclear lo suficientemente pequeño para impulsar un submarino. Muchos incrédulos se burlaron de su proyecto, pues acababan de salir las primeras baterías nucleares: inmensas pilas de uranio y grafito que tenían el tamaño de dos manzanas de una ciudad.
Durante tres años luchó a brazo partido con la burocracia para que se tomaran en serio su propuesta. Su idea genial consistió en hacer que lo nombraran jefe de la División de Energía Nuclear de la Oficina de Barcos de la Marina y, simultáneamente, jefe de la rama de reactores navales de la Comisión de Energía Atómica. A partir de entonces pudo enviarse propuestas a sí mismo, aprobar sus proyectos y avanzar a una velocidad de vértigo. En enero de 1954 estaba listo para la botadura el primer submarino de propulsión nuclear, al que llamaron Nautilus en homenaje a Julio Verne. Un año después surcó las aguas por primera vez. ()
El Nautilus alcanza el Polo Norte. Por W.R.Anderson:
Al estar a una milla al sur del Polo Norte le dije a Jenks que me avisase cuando la corredera indicase que faltaban cuatro décimas de milla para llegar al Polo. La aguja que señalaba las décimas de milla se movía rápidamente. Era ya sólo cuestión de segundos. Todos los hombres que no eran necesarios en sus destinos se habían agrupado en la cámara de mando y en el rancho de marinería. Cuando Jenks me hizo una seña, me dirigí por el micrófono a la tripulación:
-Atención. Os habla vuestro comandante. Dentro de pocos instantes, el Nautilus alcanzará un objetivo largo tiempo ambicionado por la Humanidad: llegar con un barco al Polo Norte geográfico. Si la Providencia nos sigue ayudando como hasta ahora, dentro de dos días conseguiremos otro objetivo de mayor significación histórica aún: la conclusión de una rápida travesía polar desde el Océano Pacífico al Océano Atlántico. En este momento estamos a cuatro décimas de milla del Polo Norte. Mientras nos vamos aproximando, guardaremos unos minutos de silencio dando gracias a Dios por habernos permitido realizar con éxito tan extraordinario viaje. Roguemos por la paz del mundo y recordemos a aquellos que nos han precedido con el triunfo o con el fracaso.
El tocadiscos había cesado de funcionar y un profundo silencio siguió a mis palabras. Sólo se oía el rítmico zumbido de los sonadores, que incansablemente vigilaban la profundidad del océano, los peligrosos hielos y las sombrías aguas a proa de nuestro barco. Con la mirada puesta en el reloj de la corredera empecé a contar en voz alta y a través del micrófono:
-Atención. Diez..., ocho..., seis..., cuatro..., tres..., dos..., uno. ¡Ya! Día tres de agosto de mil novecientos cincuenta y ocho. Hora: veintitrés quince. El Polo Norte para la Marina Americana y los Estados Unidos. Los hurras de la tripulación resonaron por todo el barco. Miré con ansiedad a Tom Curtis. Estaba sonriendo. El sistema de navegación por inercia había funcionado con absoluta precisión, confirmando que habíamos cruzado exactamente el Polo Norte.
-Mi comandante -exclamó Curtis-, puede usted decir que hemos perforado de verdad el Polo.
Permanecimos silenciosos y emocionados durante algunos momentos pensando en la hazaña que había realizado el Nautilus. Un nuevo camino por el Noroeste había sido abierto, reduciendo notablemente el gran viaje que representaba para los submarinos nucleares pasar de la costa del Pacífico al Atlántico, y que ahora podría utilizarse aun cuando se cerrara el canal de Panamá. Cuando se construyan submarinos nucleares mercantes, esta nueva derrota acortará en 4.900 millas y en trece días el actual viaje desde Japón a Europa. El Nautilus había iniciado una nueva era y conquistado el extenso e inhóspito Artico. Los instrumentos de a bordo habían obtenido por primera vez una amplia y exacta información de la gran depresión del Artico y de sus proximidades. La proeza del Nautilus constituía una dramática demostración de la superioridad técnica en una importantísima área de la ciencia. En la mente de millones de hombres igualaba, si no sobrepasaba, el éxito de los Sputniks rusos. Por primera vez en la Historia, un barco había llegado al Polo Norte. Y jamás habían estado tantos hombres juntos a la vez -116- en el Polo Norte. Estaba orgulloso del Nautilus. De ningún modo consideraba el éxito como un triunfo personal. Este se debía al apoyo y trabajo de muchísimas personas. Mi reacción fue, a decir verdad, una profunda sensación de alivio después de tantos meses y meses de duros preparativos y de dos intentos fracasados.
En el mismo Polo anotamos unos datos para la estadística: la temperatura del agua era de 32,4 grados Fahrenheit. La profundidad, de 1.089 metros, exactamente 587 más de los que había indicado Iván Papanin, un ruso que, según dijo, tomó tierra en el Polo en un avión el año 1937. (En 1909, el almirante Peary había encontrado más de 2.745 metros.) Nuestros detectores de hielo indicaron que justo en el Polo Norte un pico de hielo se prolongaba 7,5 metros hacia el fondo del agua.
(Comandante W.R.Anderson y C.Blair Jr.)
|