Toma de Jerusalén:
Los cristianos habían luchado contra heterogéneos efectivos turcos durante el trayecto hasta Jerusalén.
Las tropas egipcias tenían una preparación muy deficiente.
La derrota del emir de Mosul Kerbogá impulsó al gran visir de El Cairo Al-Afdal a intentar el dominio de Palestina.
Los fatimitas se hicieron con Jerusalén tras un asedio de mes y medio, y la posterior defensa queda a cargo del gobernador Iftikar.
El lento avance cristiano permitió organizar con detalle la defensa de la ciudad y la desolación de los alrededores.
Iftikar ordenó la expulsión de los cristianos fuera del recinto de la ciudad.
Comanda las tropas cristianas Godofredo de Bouillón, responsable tanto de la victoria como de la posterior matanza.
El viaje prodigioso. 900 años de la primera cruzada:
Acceso a la muralla (viernes 15 de julio):
Pronto se corrió la noticia de que estaba San Jorge en la colina de los Olivos. También los musulmanes, fracasados los brujos, tenían su buena nueva: la expedición de Al-Dawla, el gobernador de El Cairo, se acercaba a Jerusalén.
La torre rodante de Godofredo logró al fin adosarse a la muralla; tendió éste el puente levadizo sobre el baluarte musulmán y dos caballeros flamencos, Lethaldo y Engerberto Tournai, tuvieron el honor de ser los primeros en pasar por el puente tendido entre la torre móvil y la muralla, seguidos de cerca por Godofredo de Bouillon, su hermano Eustaquio de Bolonia y los dos Robertos, Normandía y Flandes... Los cruzados se multiplicaban en el impulso, aparecían por todas partes, escalaban, saltaban de las torres al baluarte. Los defensores retrocedían hacia su última trinchera, la mezquita de Al-Aqsa, con la esperanza de hacerse fuertes en ella.
Tancredo fue más rápido, cayó como el rayo sobre el bastión y rindió allí a los que se encontraban. La oriflama cristiana tremolaba sobre la mezquita que ya estaban profanando y saqueando.
[...] Los provenzales entraron por las puertas de la ciudad y así dio comienzo una de las carnicerías más espantosas que ha conocido la historia: como quien dice, no quedó un musulmán para contarlo. La furia asesina de la cristiandad desató una orgía de sangre sobre los infortunados defensores. Tancredo y sus caballeros fueron los primeros en llegar a Haram as Sharif y saquearon la cúpula de la Roca y se llevaron todos sus tesoros. Los sarracenos creyeron que su último refugio podía ser la mezquita de Al-Aqsa y se ocultaron en el techo. Nada podía resistir la fuerza, velocidad y eficacia de Tancredo, así que aquellos hombres capitularon sin remisión a cambio de salvar sus vidas mediante entrega de todas sus riquezas. Tancredo aceptó el trato y permitió a los musulmanes que se quedaran. Hizo ondear su enseña sobre la mezquita en señal de que quedaban bajo su protección y nadie debía tocarlos.
Pero fue la noche de los cuchillos largos, del baño de sangre. Los cristianos entraban en las casas con dos intenciones: matar y robar. Los alaridos con el nombre de Dios, el ¡Dios lo quiere!, se habían trocado en gritos de furia, de venganza, de codicia, de destrucción, de obnubilación, de saña.
[...] Al día siguiente un grupo de cruzados que nada tenían que ver con Tancredo penetraron en la mezquita de Al-Aqsa y pasaron a cuchillo a todos los refugiados. Los cadáveres se amontonaban en las calles, en las plazas, en las casas. Raymundo de Aguilers que presenció el asesinato con una envidiable sangre fría escribe: "Es el día del Señor ¡Regocijémonos todos con El!". Y da todo lujo de detalles sobre la escabechina: "En el pórtico y en el atrio de la mezquita la sangre subía hasta las rodillas y hasta el freno de los caballos".
Jerusalén se quedó sin musulmanes y sin judíos. Fue una limpieza étnica. Los judíos se habían refugiado en su sinagoga principal, pero no les sirvió de nada, pues los cristianos enloquecidos quemaron el templo con todos los fieles dentro. Fue quizá una reacción histérica, una catarsis de sus propios sufrimientos y, cuando la furia se aplacó, los cuerpos putrefactos se apilaban en las calles y el ambiente era irrespirable. Los pocos prisioneros que no habían muerto fueron obligados a recoger los cadáveres y a tirarlos más allá de las murallas.
[...] En vano los musulmanes imploraron piedad (amán) de los cristianos. Fue sincera la furia de Tancredo, el caballero normando, al saber que una banda de criminales violó la defensa de su bandera, su pacto con los refugiados de Al-Aqsa. Guillermo de Tiro hace una valoración objetiva de los hechos, que no puede comprender, y los condena sin paliativos: "La ciudad mostraba tal carnicería de los enemigos que algunos de los vencedores sintieron horror y disgusto".
(Manu Leguineche y María Antonia Velasco. El viaje prodigioso)
Matanza indiscriminada:
Siguiendo la pauta de las ciudades precedentes, los cristianos no tardaron en asesinar a toda la población en circunstancias dantescas. Los cálculos varían entre cincuenta y setenta mil muertos.
"Habiendo entrado peregrinos en la ciudad, persiguieron y degollaron a los sarracenos hasta el Templo de Salomón, donde hubo tal carnicería que los nuestros caminaban con sangre hasta las rodillas. Los cruzados corrían por toda la ciudad arrebatando oro y plata, caballos y mulas, haciendo pillaje en las casas que sobresalían por sus riquezas. Después felices y llorando de alegría, se fueron a adorar el sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo, considerando saldada la deuda que tenían con El" (Raimundo de Aguilers, cronista presencial)
"...los francos degollaron a más de setenta mil (?) personas, entre las cuales había una gran cantidad de imanes y de doctores musulmanes, de devotos y de ascetas, que habían salido de su país para venir a vivir, en piadoso retiro, a los lugares santos". (Ibn al-Athir)
"Se ordenó sacar fuera de la ciudad todos los cuerpos de los sarracenos muertos, a causa del hedor extremo, ya que toda la ciudad estaba llena de sus cadáveres... hicieron pilas tan altas como casas: nadie había visto una carnicería semejante de gente pagana. Las hogueras estaban dispuestas como mojones y nadie, excepto Dios, sabía su cantidad". (Guillermo de Tiro)
"la matanza de Jerusalén causó una gran impresión en todo el mundo. Nadie puede decir cuántas víctimas hubo, pero Jerusalén quedó vacía de musulmanes y judíos. Incluso muchos de los cristianos quedaron horrorizados... Esta demostración de sed de sangre del fanatismo cristiano dio origen al renacimiento del fanatismo del islam". (Runciman)
La proximación del ejército egipcio y el temor de un nuevo riesgo cerró sus corazones a la compasión pronunciando en el Consejo la sentencia de muerte contra todos los musulmanes que quedaban en la ciudad. En virtud de esta orden todos los enemigos que habían primero perdonado por humanidad, todos los que se habían salvado con la esperanza de un inmenso rescate, fueron degollados. Obligaban a los sarracenos a arrojarse desde lo alto de las torres y casas; se les hacía perecer en medio de las llamas, se les arrancaba del interior de los sótanos y los arrastraban a las plazas públicas donde eran sacrificados sobre montones de cadáveres. Ni las lágrimas de los musulmanes, ni los gritos de los niños, ni el aspecto de los lugares en los que Jesucristo perdonó a sus verdugos, nada fue capaz de conmover a un vencedor irritado. (Michaud)
El Krak des Chevaliers:
El Krak des Chevaliers, que muchos consideran como el más magnífico de los castillos medievales que han sobrevivido hasta nuestros días, es un recordatorio de las Cruzadas, una pasión religiosa que, durante dos siglos, empujó a miles de hombres a la guerra en tierras extrañas, El Krak es la mayor de las fortalezas construidas por los cruza dos en Tierra Santa, y durante 130 años, de 1142 a 1271,estuvo ocupado por los Caballeros Hospitalarios de San Juan.
Se alza en un promontorio que domina una fértil llanura de la actual Siria y, como fortaleza, resultaba prácticamente inexpugnable. Cuando por fin cayó, fue a consecuencia de una estratagema. Para T. E. Lawrence, el Krak era «posiblemente, el castillo mejor conservado y más admirable del mundo».
Al igual que otros castillos de los cruzados, el Krak se construyó para defender as conquistas realizadas por los ejércitos cristianos desplazados a Palestina a finales del siglo XI para liberar los sagrados lugares de la ocupación musulmana. El instigador de las cruzadas fue el papa Urbano I que en el concilio de Clermont (1095) prometió que los cruzados quedarían absueltos de sus peca dos, obtendrían grandes riquezas si sobrevivían e irían directamente al cielo en caso de morir. Cristo les guiaría en la Guerra Santa. Sus palabras tuvieron un efecto arrollador. «Jamás un discurso ha ejercido unos efectos tan extraordinarios y duraderos», ha escrito un historiador.
El objetivo religioso de las cruzadas justificó los impulsos belicosos de la nobleza europea, cada vez más pagada de sí misma y ansiosa de aventuras de poder.
Cuando la primera cruzada consiguió tomar Jerusalén en 1099 muchos de los cruzados regresaron a su patria, considerando cumplido su objetivo. Pero algunos se quedaron, estableciendo estados cruzados a lo largo de una estrecha franja de tierra en las costas orientales del Mediterráneo. Para proteger estos estados de los ataques musulmanes, construyeron castillos; el mayor de estos castillos fue el Krak des Chevaliers. Su nombre es una mezcla de árabe y francés: Krak es una corrupción de Kerak, palabra árabe que significa «fortaleza», y los Chevaliers eran los Caballeros de San Juan, que ocuparon en 1140 un castillo que se alzaba en aquel mismo lugar y lo reformaron por completo.
El Krak formaba parte de una red de castillos construidos por los cruzados en lo alto de otros tantos montes, desde las fronteras de Siria, por el norte, hasta los desiertos que se extienden al sur del mar Muerto. Entre uno y otro solía haber menos de un día a caballo, y podían enviarse señales de noche encendiendo fuego en las almenas. Disponían de sus propios suministros de agua, mediante fuentes naturales o mediante cisternas excavadas en la roca, y podían resistir un asedio durante meses e incluso años. Constituían un sistema de defensa que permitió a los francos y sus sucesores rechazar durante dos siglos los ataques de fuerzas musulmanas muy superiores en número.
El Krak se encontraba en el condado de Trípoli, un estado cruzado fundado por Raymond de St. Gilles, conde de Tolosa. St. Gilles falleció en 1105, y sus sucesores ocuparon en 1110 un pequeño castillo conocido como «Castillo de los Kurdos», reformándolo considerablemente. Pero en 1142, el conde de Trípoli, tal vez abrumado por la responsabilidad de mantener un castillo tan importante, se lo cedió a una orden religioso-militar, los Caballeros de San Juan u Hospitalarios, que habían fundado en Jerusalén un hospital para peregrinos y se habían ganado la gratitud de los cruzados.
Gracias a los donativos de los guerreros cuyas heridas habían curado, los Caballeros de San Juan se convirtieron en una organización rica y poderosa, y el Krak, ocupado por ellos, llegó a ser el castillo más importante de toda Tierra Santa. Las mayores reformas se realizaron después de un terremoto ocurrido en 1202, que destruyó parte de las fortificaciones existentes.
Acertado diseño de las defensas:
El diseño del Krak es concéntrico, con dos círculos de murallas en los que se intercala una serie de torres. La construcción es tremendamente sólida, y todo el diseño constituye un perfecto ejemplo del concepto de defensa en profundidad, que alcanzó en este edificio su más alta manifestación.
La sucesión de murallas tiene por objeto evitar ataques por sorpresa y mantener las máquinas de asedio de los atacantes lo bastante lejos del corazón del castillo, Los muros están hechos con bloques de piedra de unos 35 cm de altura y hasta un metro de longitud, y tienen un núcleo interior de mampostería y argamasa, algo habitual en las construcciones medievales.
Bajo la triple torre del homenaje hay un gran muro inclinado, el talud, que desciende unos 25 metros hasta un foso que también servía como depósito de agua. La inclinación de esta muralla, que los árabes llamaban «la montaña», resulta desconcertante, ya que parece fácil de escalar por las tropas asaltantes.
Cuando T. E. Lawrence visitó el Krak en 1909, subió descalzo hasta más arriba de la mitad del muro, tras lo cual dedujo que su propósito no debía consistir en impedir que los atacantes socavaran las murallas, ya que el castillo está construido sobre roca, ni en resistir los ataques de los arietes, ya que su grosor -25 metros- resultaría excesivo, sino en evitar que las tropas atacantes pudieran acercarse tanto a la muralla que quedaran protegidos contra e fuego de los defensores.
Los numerosos matacanes construidos en torno a las murallas del castillo cumplían una función similar. Se trata de pequeños parapetos voladizos que sobresalen en lo alto de los muros, con aspilleras en el suelo para poder observar a las tropas atacantes y arrojarles flechas, piedras o aceite hirviendo. Los matacanes del Krak son muy pequeños, de apenas 40 cm de anchura, y en ellos sólo cabía un soldado.
Para evitar que los atacantes irrumpieran a través de la entrada principal, el pasaje de entrada tiene tres bruscos recodos que hacen imposible una carga a ciegas. Además, la entrada está protegida por un puente levadizo, un foso, cuatro puertas, un matacán y, por lo menos, un rastrillo.
Antes de la invención de la pólvora, el Krak resultaba inexpugnable. Mientras lo ocuparon los Caballeros de San Juan, disponía de una guarnición de unas 2.000 personas. En la muralla norte se había construido un molino para moler grano.
En el salón, construido en el siglo XIII, se celebraban reuniones y banquetes, y en la capilla se cantaba misa todos los días. Los alcaides del castillo ocupaban la torre del suroeste, los mismos aposentos que T. E. Lawrence encontró ocupados por el gobernador de la provincia y su harén cuando visitó el Krak en 1909.
Asedios sarracenos:
El Krak sufrió muchos ataques, pero todos fracasaron. En 1163, el emir Nur ed-Din puso sitio a la fortaleza, pero un día cometió el error de echarse a dormir la siesta frente a las murallas. Los caballeros hicieron una salida, le tomaron por sorpresa y pusieron en fuga a su ejército. Una generación más tarde Saladino condujo su ejército hasta las murallas, les echó un vistazo y se retiró sin intentar siquiera el asedio.
Sin embargo, con el paso del tiempo, el poder de los cruzados en Tierra Santa empezó a decaer. Una tras otra, sus posiciones fueron cayendo: Jerusalén en 1244 y Antioquía en 1268. Poco a poco, el Krak se fue encontrando rodeado por fuerzas hostiles, que cada día se volvían más atrevidas. En 1268, el gran maestre de los Caballeros de San Juan escribió a Europa en petición de ayuda, declarando que en las fortalezas del Krak y de Markab sólo quedaban en total 300 hombres para defenderlas de los sarracenos. Pero la ayuda no llegó, y en 1271 el sultán Beibars rodeó el castillo con su ejército y logró traspasar las murallas exteriores. Pero el talud y las altas torres se le resistieron.
Protegidos por los gruesos muros, los caballeros habrían podido aguantar, probablemente, varios meses.
Por fin, Beibars recurrió a una estratagema: hizo llegar a los defensores una carta falsa, supuestamente firmada por el conde de Trípoli, donde se ordenaba a la guarnición que se rindiera. De este modo consiguió lo que no lograran antes sus ataques: los caballeros salieron de sus fortificaciones, recibieron un salvoconducto para llegar a la costa y abandonaron su castillo, dejando atrás, según palabras de un escritor, «las sombras de los cernícalos que volaban en las alturas y las piedras calcinadas por el sol».
El reino de los cielos (R.Scott). Por Rafa Marín:
Contrariamente a lo que normalmente se publicita, la narrativa histórica no consiste tanto en explicar cómo fueron los hombres y mujeres de otras épocas pasadas sino reflejar nuestro presente proyectado en situaciones semejantes. De La Ilíada a la saga de Benasur de Judea, los aedos o los novelistas, por mucho que se documenten, lo que hacen es contar historias en torno a un fuego imaginario, y de esas historias son los lectores-oyentes-espectadores quienes sacan sus propias lecciones.
Ridley Scott ya había inventado y tergiversado la historia en Gladiator, ese peplum de alto presupuesto y enormes agujeros de guión que, sorprendentemente, arrastró a multitudes a los cines y hasta consiguió un incomprensible Oscar para su protagonista principal (cosa que puede explicarse si reconocemos que de un tiempo a esta parte las estatuillas se conceden con un año de retraso). Como gran espectáculo de masas y píxeles, Gladiator no era más que un avispado cine de palomitas revestido de cierto colosalismo pseudo-histórico.
Paralelismos:
Ahora Scott vuelve a la carga con un proyecto acariciado desde hace más de veinte años, y lo hace alejándose de la visión de Roma para adolescentes que fue su anterior película "histórica" para zambullirnos en una Edad Media bronca y sucia y polvorienta en la que es imposible no trazar paralelismos con nuestro allí y ahora; entendiendo por allí no sólo Jerusalén sino Oriente Medio, y el ahora que vivimos desde la Guerra del Golfo. Recurriendo a unos secundarios de lujo, con rostros de piedra y cicatrices de fe, Scott no se corta ni un pelo en mostrarnos a los Cruzados no como los idealistas religiosos que en otras ocasiones se nos ha vendido, sino como un puñado de bandas de forajidos, hombres de ninguna parte que encuentran su paralelo cercano en el western, que explican muy a las claras que los asuntos de Dios no tienen nada que ver con su presencia en Tierra Santa. No hay que hilar muy fino para equiparar Santo Sepulcro/tierras y riquezas con las armas de destrucción masiva/petróleo.
Que a estas alturas veamos que los defensores de la Cruz (los templarios a la cabeza) no son una orden de quijotes sino un ejército de desalmados, que se acuse de manera tan clara a la Iglesia de tener la cabeza en otros asuntos no precisamente espirituales, y que, como hoy día, se busque cualquier excusa para declarar una guerra abierta son detalles de la película que, claro, aburrirán a quien acuda a los cines para ver una sucesión de batallas y de gestas heroicas más o menos increíbles. Que el actor sirio que encarna al templado y centrado Saladino (Ghassan Massoud) recuerde a Bin Laden, naturalmente, no puede ser una casualidad: Scott muestra sus cartas y aboga, como el personaje de Orlando Bloom en su ligeramente demagógico discurso ante el asedio, por un reino de los cielos que, de verdad, buena falta hace en la tierra.
La crítica se ceba, por cierto, con el pobre Orlando Bloom, cuando personalmente me parece que lleva a la perfección el peso de su protagonismo: avejentado, sucio, descreído y, al final, heredero de las cicatrices de su padre y sus camaradas de combate, los reparos que pudieran ponerse a este Balian son más bien de guión que de interpretación: casi nada se explica de su pasado, excepto su viudedad y su trabajo como herrero, y por tanto sorprende que sepa leer y escribir, combatir, cabalgar, agricultura, trigonometría y oratoria. Junto a Bloom, secundarios como Liam Neeson, David Thewlis, Jeremy Irons o un anónimo Edward Norton como rey leproso dan a la película el aire de autenticidad que, por otro lado, caricaturizan personajes como Marton Csokas y Brendan Gleeson (respectivamente Guy de Lusignan y Reynaldo; o sea, George Bush y Donald Rumsfeld, para entendernos). Quien está francamente mal, tanto en su actuación como en lo vacío de su personaje, es Eva Green, cuya femme fatale parece fuera de sitio y que es capaz, en las pocas escenas en que aparece en pantalla, de hundir el ritmo (por lo demás bastante bien llevado) de la película; sólo el miedo a la lepra parece dar algo de carisma a un personaje que sí parece una concesión demasiado grande a la galería.
Con su estilo de novela-río y su final en tablas, imagino que Scott no va a poder repetir el éxito en taquilla de su película de romanos. Terminar con la media luna ondeando sobre las murallas de Jerusalén, y mostrar una imagen humana y razonable del enemigo tiene su precio.
(Rafa Marín)
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