Dominio creciente del imperio de Cambises y Darío:
El límite entre la influencia griega y la fenicia, en Occidente, lo constituía el promontorio de de Artemis, actual cabo de La Nao, en el Península Ibérica.
El imperio persa iba a constituir, enseguida, un enemigo peligroso para los vecinos del Mediterráneo oriental. Cuando el emperador Ciro conquistó Babilonia, sólamente el país de los faraones pudo mantener su independencia frente al empuje arrollador del gran Estado que empezaba a asomarse al mar.
Pero no sería por mucho tiempo. Cambises, hijo del citado monarca, derrotó a los egipcios en la batalla de Pelusio -delta oriental del Nilo- y todo el país se sometió.
En la isla de Samos, hacia el año 540 antes de Jesucristo, aparece un hombre que derrota a la nobleza territorial y se hace dueño del Estado. Este hombre es Polícrates, quien seguidamente crea una poderosa flota, con la que llega a dominar el en el mar Egeo. Las naves de Polícrates ayudan a los persas en su campaña contra Egipto; pero, ávidas de botín, atacan a todo el mundo. Polícrates se enriquece de manera fabulosa con el producto de tantos despojos, y su patria alcanza días de gran esplendor. Sobre el ponto, el dueño de Samos era inatacable; pero sus antiguos aliados, los persas, le atrajeron a tierra y allí se deshicieron de él. La conquista de su ínsula fue, después, una empresa de poco empeño.
El imperio de Cambises iba extendiéndose por todo el mar Egeo y tierras de Jonia. No era un imperio despótico y absorbente; se conformaba con el cobro de un tributo, la ayuda militar necesaria y el reconocimiento de su soberanía. Por lo demás, las ciudades helénicas seguían gozando de una vida independiente, si bien a las órdenes de un tirano de su misma sangre, a quien el gran rey sostenía para facilitar su dominio indirecto en el país.
Uno de esos tiranos fue Pisístrato, que inició el poderío naval de Atenas y su hegemonía en el Helesponto.
A la muerte de Cambises, los pueblos sojuzgados por los persas se sublevaron, con la excepción de los griegos de Jonia, que no se sentían oprimidos.
El nuevo monarca, Darío, tuvo que poner orden en su reino, del que fue un buen administador; pero, una vez arreglados los conflictos interiores, ya no se conformó con con el dominio del mar Egeo, sino que puso los ojos en los países occidentales.
De momento no intentó el dominio de la Grecia peninsular, pero sí el de los aseítas, que habitaban al norte del Mar Negro.
La campaña del rey de los persas resultó un completo fracaso, porque el enemigo no presentaba, jamás, batalla, limitándose a retirarse a través de estepas inhóspitas, en las que el ejército de Darío fue agotándose poco a poco.
El gran rey tuvo que retirarse con pérdidas enormes, y su prestigio en el mundo antiguo padeció considerablemente. En toda Grecia comenzó la serie de levantamientos contra los tiranos, protegidos por los persas, para establecer en su lugar a gobiernos democráticos e independientes.
El levantamiento de la ciudad de Mileto:
Algunos de esos tiranos fue lo suficientemente hábil para encabezar, él mismo, la subversión. Así procedió Aristágores, en la importantísima ciudad comercial de Mileto; el tirano necesitaba la ayuda de la Grecia peninsular para sostener su rebeldía contra Persia. Negósela Esparta, que no veía la trascendencia del levantamiento; sin embargo Atenas prestó 20 naves; Eretría, cinco, y esta ayuda fue bastante para que los milesios tomaran la ofensiva y asaltaran Sardes, capital del Asia Menor. Los defensores se replegaron a la fortaleza, que no cayó en poder de los jonios, mas la ciudad quedó arrasada. Chipre, Cara, Licia y muchas ciudades griegas del Helesponto se unieron a los vencedores.
Muerto Pisístrato, el pueblo ateniense se rebeló, también, contra sus dos hijos, y sucesores, Hipías e Hiparco. Este último sucumbió en la lucha, y el primero pudo vencer la situación; pero, al fin, tuvo que abandonar la ciudad.
Entre tanto, el soberano persa se rehízo. Una armada fenicia transportó su ejército a Chipre y la conquistó, mientras una la flota jonia derrotaba a la fenicia en aguas de la propia isla.
Surgieron las disenciones entre los griegos; Aristágores murió, y la ocasión se presentaba propicia para acabar con el poderío naval de los milesios.
Darío reunió una gran flota, compuesta de naves chipriotas y fenicias, y, en el verano de 494, atacó Mileto con ella. La flota presentó batalla, pero la fenicia era muy superior y consigió derrotarla frente a la isla de Lade. Bloqueada Mileto por mar y tierra, no tardó en rendirse, perdiendo, para siempre, el gran poderío que había llegado a alcanzar. Al año siguiente quedaron sometidas las demás ciudades contrarias, y Tracia y Macedonia caían a manos de Mardonio, general y yerno de Darío.
Para castigar a Atenas y a Etrería, se armó una flota que apoyó, desde el mar, las operaciones del ejército que marchaba ceñido a la costa.
Maratón:
Darío, sin embargo, no abusó de sus victorias, conformándose con restablecer el sistema que antes había regido en las relaciones del imperio con las ciudades sometidas.
Las islas Cícladas se entregaron sin lucha; el asalto de Etrería se produjo poco después de comenzado el cerco a la ciudad, y los persas, atravesando el estrecho que separaba Eubea del Atica, se establecieron en la bahía de Maratón.
Hipías creyó que había llegado el momento de recuperar el mando perdido, y se incorporó a los invasores; pero el apoyo de sus partidarios no se produjo en Atenas.
Esta ciudad pidió ayuda a Esparta, y su estratega, Milcíades -sobrino de otro Milcíades que había dominado en el Quersoneso-, se atrajo el favor de todos los atenienses y situó sus tropas sobre las alturas que dominan Maratón.
Se componían las tropas atenienses de 9.000 hombres de infantería pesada, los hoplitas, y otros tantos de la ligera. Los persas estaban escasos de caballería y no se atrevían a atacar; pero la situación se hizo insostenible y, al fin, presentaron batalla. Las tropas griegas arrollaron a los invasores, que tuvieron que replegarse hasta sus mismas naves, varadas en la arena, siete de las cuales quedaron destruidas. Las restantes consiguieron huir.
Esta fue la célebre batalla de Maratón, de la que Darío quiso tomarse ejemplar desquite, pero la muerte le sorprendió, en el año 485, antes de poder realizarlo.
Nuevamente se produjeron sublevaciones en Babilonia y Egipto, sublevaciones a las que tuvo que acudir Jerjes, el sucesor de Darío en el imperio, mientras una armada ateniense, al mando del propio Milcíades, iba a castigar a los cícladas por haberse sometido a los persas sin lucha. Pero, esta vez la victoria no favoreció al famoso caudillo. Fracasó la empresa, y Milcíades, herido, no tardó en desaparecer.
Para impedir que otro jefe militar o político influyente se convirtiera en tirano del pueblo, los enemigos de Milcíades establecieron el llamado ostracismo, tribunal de las conchas.
Una asamblea popular señalaba a los hombres públicos sospechosos de pretender erigirse en tiranos, y otra asmblea, mediante votos escritos en la valva de una concha, acordaba el destierro del personaje por diez años.
Pero se dio el caso de que los primeros condenados al ostracismo fueron los creadores del sistema, dirigido especialmente contra Milcíades y sus partidarios.
Por entonces -año 488- empezó la guerra entre Atenas y la isla de Egina, a consecuencia de la cual, Atenas tuvo que convertirse en una potencia marítima.
(A.Jiménez-Landi)
El imperio persa:
A lo largo do la historia, en la altiplanicie iraní, han surgido muchos reinos ‘persas’. No obstante, la denominación imperio persa se refiere al imperio de los aqueménidas que fue fundado hacia el año 550 a.C. y perduró hasta el año 330 a.C. aproximadamente.
La población de Irán es indoeuropea, aunque al principio ya asimiló las influencias de las culturas babilónica y asiria.
Los medos construyeron un gran imperio hacia el año 600 y junto con los babilonios derrotaron a los asirios.
Con capital en Ecbatana, el imperio superaba en extensión a Babilonia y Egipto juntos.
Ciro:
El último rey de Media, Astiages, fue derribado hacia el año 550 por su nieto Ciro, que pertenecía a la dinastía aqueménida de Fars. A partir de este momento los persas y los medos compartieron el poder en el nuevo imperio. Ciro también conquistó Lidia y Babilonia.
● No solo afirmaba reinar sobre todo el mundo, sino que lo hacía por el bien de todas las gentes. «Os conquistamos por vuestro propio beneficio», decían los persas. Ciro quería que los pueblos que sometía le amaran y se consideraran afortunados de ser vasallos de Persia. El ejemplo más famoso de los esfuerzos innovadores de Ciro para conseguir la aprobación de una nación que vivía bajo el dominio de su imperio fue su orden de que se permitiera a los exiliados judíos en Babilonia retornar a su patria, Judea, y que reconstruyeran su Templo. Incluso les ofreció ayuda financiera. Ciro no se consideraba un rey persa que gobernaba a los judíos: era también el rey de los judíos, y por ello responsable de su bienestar. (Harari)
Su hijo Cambises convirtió a Egipto en una provincia persa hacia el año 525. El sucesor de Cambises, Darío (521-485) elaboró una organización estable adecuada a las enormes dimensiones del imperio.
El dominio fue dividido en 20 y más tarde en 31 provincias que dependían de los gobernadores sátrapas. El sistema político y jurídico era una mezcla de la administración tradicional babilónica y una organización con ciertos rasgos feudales. Los caminos que recorrían el imperio fueron mejorados. Por el camino real, que iba de Susa a Sardes y que tenía una longitud de 2.500 km, viajaban los postillones de correo, organizados mediante un sistema de estafetas, recorriendo el camino en una semana.
Zoroastrismo:
La religión zoroástrica (o mazdeísta) de los persas se basaba en ciertos rituales que otorgaban la pureza y en la adoración del fuego. La educación de los niños varones consistía principalmente en la equitación, la técnica del arco, y en decir la verdad. No obstante, prevalecía la tolerancia religiosa.
Zoroastro se pronunció contra las religiones politeístas. Sus enseñanzas se extendieron después de su muerte y el mazdeísmo fue adoptado como religión oficial por los aqueménidas y partos.
En la Persia antigua de los aqueménidas se veneraba tanto a Mithra como Ahura Mazda.
El imperio aqueménida hacia el 500 a.C. incluía Macedonia, Tracia, Jonia, Chipre, Rodas y la desembocadura del Danubio.
La satrapía de Aracosia, al sur de la de Bactria, llegaba hasta el Indo.
La época de máximo esplendor tuvo lugar con Darío I y sus sucesores Jerjes (485-465) y Artajerjes I (465-424). Las guerras con los griegos fueron sólo contratiempos limitados. Mucho más significativa fue la descomposición interna del gobierno. Los sátrapas se fueron volviendo más poderosos y malversaban los fondos de los impuestos. Los estados tributarios fueron saqueados y se sublevaron. Las luchas de sucesión al trono eran constantes.
Egipto logró su independencia en el año 404, pero fue sometido de nuevo por Artajerjes III (358-338) en el año 343. Este emperador volvió a restablecer la unidad del imperio, que llegaría a durar un tiempo. Su hijo Arsés murió en el año 336 y el sátrapa Darío III fue el sucesor del trono. En el año 334 el imperio fue invadido por macedonios y griegos dirigidos por Alejandro Magno, que el año 330 incendió Persépolis.
Los seléucidas:
Los sucesores griegos de Alejandro, realmente nunca llegaron a dominar el núcleo de Persia. El nuevo imperio persa (el reino parsi, 250 a.C.-226 d.C., aproximadamente, y el reino de los sasánidas, 226-651) continuó la evolución de las tradiciones persas que fue interrumpida por la conquista de los árabes y musulmanes en el año 651.
En tiempos del Imperio sasánida se recopilaron los textos que pasaron al Avesta, compilación de enseñanzas de Zoroastro transmitidas de forma oral.
Los territorios que abarcaba el imperio se extendían desde el Bósforo a la India, incluyendoe Egipto y Yemen.
La expansión del islam erradicó casi por completo el mazdeísmo, que pervivió de manera testimonial en algunas comunidades ocultas de Persia.
Los persas llegaron a ocupar un lugar aparte en la sociedad; por ejemplo, se convirtieron en musulmanes chiítas, no sunnitas. Los más poderosos de éstos últimos fueron los safawíes (1499-1722).
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