La batalla de Salamina (480 a.C.):
Concentración de tropas en Salamina:
Desacuerdo táctico heleno:
A pesar de ésto, según Heródoto, muchos estrategas proponían la retirada y que se eludiera la batalla. Triunfó la opinión de Temístocles que pensaba que era necesario atraer inmediatamente a los persas a una batalla naval. Heródoto nos cuenta como Temístocles se salió con la suya en este asunto. Para ello envió un emisario al rey persa, con el mandato de comunicar a Jerjes, en su nombre, que simpatizaba con los persas, y que entre los griegos reinaban el desánimo y la tristeza y la propensión a dispersarse, presas del más grande terror; y que, por ello, no había más que atacarlos inmediatamente, para que la victoria estuviera asegurada. Jerjes se dejó seducir por la idea de terminar con la guerra de un solo golpe, en Artemison la armada griega había conseguido huir, pero aquí podía rodearla por todos los costados. En realidad, durante la batalla hubo menos discusiones entre la flota griega que entre los persas, que era más heterogénea que la de la coalición.
La armada helénica estaba anclada en una bahía que penetraba profundamente en la costa oriental de la isla, junto a la ciudad de Salamina. Una angosta franja de agua, entre la isla y el continente por el sur, casi encierra el islote de Psitalia, y allí a lo largo de las costas del Atica, se alinearon en tres filas las naves persas, y en la isla fue desembarcado un fuerte destacamento. Hacia la salida occidental del estrecho, hacia la ciudad de Megara, Jerjes envió un destacamento naval auxiliar para cortar a los griegos la posibilidad de retirada. El ejército terrestre persa fue llevado a la costa, a la retaguardia de las principales fuerzas de la armada.
Temistocles se obstinó en no salir de su pasillo a librar una lucha espectacular en otro lugar con facilidades para maniobrar. Durante un mes permaneció fondeado bajo la atenta -y quizá impaciente- mirada de Jerjes, que debió pensar que, a pesar de la elección griega del terreno, la ocasión era buena para liquidar la flota griega y librarse así de ella mientras ocupaba el resto de la Hélade. Sería el fin de las trirremes atenienses antes de las tormentas de otoño.
Jerjes se ubicó en un alto cerro para poder seguir desde allí el desarrollo de la batalla.
El 28 de septiembre del año 480, por la mañana temprano, la flota griega en formación de batalla, teniendo en el flanco izquierdo los navios atenienses, y en el derecho los de Esparta y Egina, fue la primera en avanzar contra los persas, entablándose una encarnizada batalla. Los manineros persas combatieron con extraordinaria tenacidad y valentía. Pero muy pronto se produjo entre ellos la confusión; en el angosto estrecho, de poquísima profundidad, las filas posteriores de las naves estorbaban los movimientos de las anteriores. Fueron inútiles los esfuerzos de los expertos marinos fenicios, pues, cediendo al ataque de los navíos griegos, la enorme flota persa se amontonó en una masa desordenada. Las naves penetraban ruidosamente en los cuerpos de las otras, encallaban en los bancos de arena y zozobraban en gran cantidad, hundiéndose.
La reina Artemisa de Halicarnaso había intentado convencer a Jerjes de que no cayese en la emboscada. Durante la batalla su barco enarboló los colores griegos y se lanzó contra el del rey de Calindes para arreglar una vieja cuenta. Consiguió hundirlo y huir sin ser molestada.
Los persas no utilizaron la fuerza de los remeros para rodear la isla por el paso sureste.
Las unidades griegas consiguieron fácilmente rodear a las naves persas de imprecisos movimientos. Combatieron con gran lucidez y con la energía de los que se juegan todo en la última baza.
Simultáneamente, Arístides, que había aprovechado la amnistía para regresar a su patria en visperas de la batalla, desembarcó con un destacamento de hoplitas en Psitalia y aniquiló al destacamento persa. Al llegar la noche todo había acabado: la enorme flota persa estaba deshecha, destruida casi por completo. Las naves restantes no se hallaban en condiciones de emprender ninguna operación seria. La flota creada por los atenienses había salvado la independencia de Grecia.
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