El Río Nilo:
La existencia de este poderoso río parece un milagro. Las convulsiones geológicas que formaron la cuenca del mar Rojo parecen haber originado al mismo tiempo una serie de fosos, de cuencas y de hendiduras alineadas en la región del valle actual, que habrían desviado el antiguo Nilo. Este, que recibía entonces numerosos torrentes del macizo arábigo, habría formado un profundo valle, posteriormente sumergido y terraplenado en el plioceno. Durante el cuaternario, las variaciones del clima (a menudo semiárido) y del nivel del mar produjeron alternativamente excavaciones y rellenamientos de los que subsisten jirones de terrazas. He aquí un fenómeno esencial: el Nilo habría recibido finalmente la aportación de sus actuales afluentes sudaneses (Nilo Azul, Nilo Blanco, Atbara), gracias a los cuales su caudal se mantiene a través de 2000 km de desierto absoluto, con crecidas estivales que depositan un limo fértil de origen etíope. Los depósitos, regulares en las zonas donde la inundación es libre, contribuyeron a formar el Delta, actualmente bloqueado por una poderosa corriente litoral.
[Fuente de alimentos:]
El Nilo inferior (egipcio) puede proporcionar al hombre, en toda estación, el agua que el cielo le niega. Le prodiga además el limo que fertiliza el suelo, esa negra khemi tan celebrada en tiempos de los faraones. Aun antes que las tribus protoneolíticas, perseguidas por la aridez creciente, hubieran hallado en el valle del Nilo, éste ofrecía un terreno ecológico privilegiado, una vegetación y una fauna ricas y variadas atrajeron a los cazadores-pastores nómadas, quienes se convirtieron en agricultores sedentarios. Finalmente, en el espesor de los aluviones se oculta una próxima capa freática que poco a poco irá ocupando su lugar en el regadío. De este modo, las condiciones excepcionales vinculadas con la existencia del Nilo permiten comprender mejor el origen de la civilización egipcia, esa civilización que maduró largamente en coto cerrado antes de asombrar al mundo mediterráneo, despertar la codicia de sus vecinos (hicsos, libios, hititas, persas, griegos ...) y legar, para admiración de tantos turistas e investigadores, los testimonios de un arte desmesurado. (Jaques Besançon)
Cosechas:
La instalación en el valle planteó múltiples problemas. El río crece rápidamente entre junio y septiembre; en Assuán, su caudal pasa de 523 a 8500 metros cúbicos, es decir que alcanza de 8 a 10 m por encima del estiaje, provocando una inundación general que durante mucho tiempo se atribuyó a una causa divina. En tales ocasiones emergen únicamente los borde escarpados del lecho menor actual, fragmentos de terrazas y antiguos ribazos. Durante mucho tiempo la zona habitada quedó circunscrita a esos tell o kom insumergibles.
Tan pronto como el río vuelve a su cauce, basta con sembrar en el lodo (octubre-noviembre). El agua almacenada en ese suelo profundamente resquebrajado, la evaporación invernal reducida, la temperatura suave, permiten obtener una cosecha en el mes de abril: éste es el cultivo satwi, que aprovechan las circunstancias favorables ofrecidas por la naturaleza. Pero el débil relieve de la llanura inundable fragmenta la superficie útil. Desde la era predinástica, los egipcios han emprendido colectivamente la formación, mediante diques de tierra, de inmensos casilleros, o huds de fondo nivelado, cuya finalidad era uniformar los beneficios de la inundación y apresurar el desecamiento de las zonas bajas. De abril a julio la tierra descansaba bajo un sol abrasador. El pueblo podía entonces trabajar en las construcciones de los faraones megalómanos, participar en las peregrinaciones o en las expediciones guerreras. La vida de los hombres acompasaba su ritmo al del río-dios.
La posibilidad de formación de deltas es un hecho característico de todo el litoral mediterráneo. Esta característica se ve favorecida por la escasa amplitud de sus mareas y la ausencia de corrientes marinas litorales.
Lágrimas de Isis:
Heródoto describió la vida en Egipto como el don del Nilo por su profunda vinculación al gran río. Sin el Nilo Egipto sería un monótono desierto que poco o nada favorecería la vida humana. Debido a las crecidas anuales del río, una estrecha franja, el valle del Nilo, se convirtió en un espacio especialmente fértil y en la cuna de una gran civilización. Esta fructífera lengua de terreno divide el Sahara en dos grandes áreas: el desierto Oriental (el desierto Arábigo), una región montañosa que se extiende hasta el mar Rojo; y el desierto Occidental (desierto Líbico), que se prolonga hasta el corazón del África septentrional. Los antiguos egipcios distinguieron perfectamente el árido Deshret (tierra roja) y el fértil Kemet (tierra negra, por el color de su suelo aluvial). Sentían el primero, el desierto, como una tierra extraña, a la que solo se aventuraban para la obtención de metales (como el oro), minerales y piedras preciosas. En cambio, consideraban el valle del Nilo su hogar; en él se sentían seguros y protegidos por una serie de de dioses que, indefectiblemente, propiciaban el puntual inicio de la crecida anual del río. Las precipitaciones estacionales en Etiopía motivaban que el Nilo alcanzara su mayor caudal; como consecuencia de este hecho, enormes cantidades de limo, rico en nutrientes, se trasladaban aguas abajo hasta depositarse en las llanuras del valle del Nilo. El nivel que alcanzara la crecida era fundamental: si era demasiado bajo, podía significar una mala cosecha y, como consecuencia, el hambre; si era demasiado alto, los depósitos aluviales que hacían fértil la tierra podían ser desplazados más allá de los suelos de cultivo y acabar en el desierto. La crecida del Nilo era tan importante que su inicio, en el actual mes de julio, señalaba el principio del año egipcio, que coincidía con la reaparición de Sirio en el cielo nocturno. Esta estrella fue asociada con Isis, pues se creía que las lágrimas de esta diosa provocaban la inundación. El año agrícola se dividía en tres estaciones (correspondientes a la crecida, la siembra y la cosecha); y el civil, en 12 meses de 30 días cada uno de ellos, con 5 días suplementarios que se añadían al final de cada año.
El accidentado curso del Nilo Azul:
Trataba de cruzar por la pequeña localidad etíope de Bambudi, un minúsculo punto en el mapa por donde el Nilo Azul se desliza en tierras sudanesas llegando de Etiopía. [...] Mi plan era seguir el curso del río, viajando todo lo cerca que pudiera de sus aguas, desde su salida del lago Tana, en la ciudad de Bahr Dar, hasta el remoto Cairo. Tenía noticia de que, en muchas ocasiones, tendría que alejarme del cauce, porque el Azul, a poco de nacer, se vuelve algo loco y viaja dislocado, en su descenso hacia las planicies, virando de sur a norte, de norte a este, de este a sur y de sur a oeste, como si se persignara. [...] Es imposible para un viajero común recorrer los parajes por donde el Nilo desciende trazando curvas desconcertantes a partir de las cataratas de Tis Isat, situadas a algo más de treinta kilómetros de Bahr Dar. Desde los saltos de Tis Isat, el río se despeña en hondas barrancadas en donde ni siquiera hay sendas, por quebradas que apenas son capaces de atravesar las mulas. Los felinos salvajes, los cocodrilos, las boas y los hipopótamos son los señores de aquellos infranqueables parajes. Y también el mosquito anofeles, transmisor de la malaria. Tan sólo dos expediciones americanas han logrado seguir ese tramo del río que lleva desde el lago Tana a la frontera de Sudán. Lo hicieron en los años sesenta y en los años noventa del siglo recién concluido. Y sólo a base de gastar una verdadera fortuna en dólares para organizar imponentes caravanas dotadas de todos los medios. (Javier Reverte)
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