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Cabeza de Vaca



Relato de Alvar Núñez Cabeza de Vaca:
Dos horas después llegamos a Apalache, los indios que de allí habían huido vinieron a nosotros de paz, pidiéndonos a sus mujeres e hijos, y nosotros se los dimos, salvo que el gobernador detuvo a un cacique de ellos consigo, que fue causa por donde ellos fueron escandalizados; y luego otro día volvieron de guerra, y con tanto denuedo y presteza nos acometieron, que llegaron a nos poner fuego a las casas en que estábamos; mas como salimos huyeron, y acogiéronse a las lagunas, que tenían muy cerca; y por esto, y por los grandes maizales que había, no les pudimos hacer daño, salvo a uno que matamos. Otro día siguiente, otros indios de otro pueblo que estaba de la otra parte vinieron a nosotros y acomentiéronnos de la misma arte que los primeros, y de la misma manera se escaparon, y también murió uno de ellos. Estuvimos en este pueblo veinte y cinco días, en que hicimos tres entradas por la tierra, y hallámosla muy pobre de gente y muy mala de andar, por los malos pasos y montes y lagunas que tenía. Preguntamos al cacique que les habíamos detenido, y a los otros indios que traíamos con nosotros, que eran vecinos y enemigos de ellos, por la manera y población de la tierra, y la calidad de la gente, y por los bastimentos y todas las otras cosas de ella. Respondiéronnos cada uno por sí, que el mayor pueblo de toda aquella tierra era aquel Apalache, y que adelante había menos gente y muy más pobre que ellos, y que la tierra era mal poblada y los pobladores de ella muy repartidos; y que yendo adelante, había grandes lagunas y espesura de montes y grandes desiertos despoblados. Preguntámosles luego por la tierra que estaba hacia el sur, qué pueblos y mantenimientos tenía. Dijeron que por aquella vía, yendo a la mar nueve jornadas, había un pueblo que llamaban Aute, y los indios de él tenían mucho maíz, que tenían frísoles y calabazas y que por estar tan cerca de la mar alcanzaban pescados, y que éstos eran amigos suyos. Nosotros, vista la pobreza de la tierra, y las malas nuevas que de la población y de todo lo demás nos daban, y como los indios nos hacían continua guerra hiriéndonos la gente y los caballos en los lugares donde íbamos a tomar agua, y esto desde las lagunas, y tan a salvo, que no los podíamos ofender, porque metidos en ellas nos flechaban, y mataron a un señor de Tezcuco que se llamaba don Pedro, que el comisario llevaba consigo, acordamos de partir de allí, e ir a buscar la mar y aquel pueblo de Aute que nos habían dicho: y ansí, nos partimos a cabo de veinte y cinco días que allí habíamos llegado.

Hostigamiento en las lagunas:
El primero día pasamos aquellas lagunas y pasos sin ver indio ninguno; mas al segundo día llegamos a una laguna de muy mal paso, porque daba el agua a los pechos y había en ella muchos árboles caídos. Ya que estábamos en medio de ella nos acometieron muchos indios que estaban abscondidos detrás de los árboles porque no los viésemos; otros estaban sobre los caídos, y comenzáronnos a flechar de manera, que nos hirieron muchos hombres y caballos, y nos tomaron la guía que llevábamos, antes de que de la laguna saliésemos, y después de salidos de ella, nos tornaron a seguir, queriéndonos estorbar el paso; de manera que no nos aprovechaba salirnos afuera ni hacernos más fuertes y querer pelear con ellos, que se metían luego en la laguna, y desde allí nos herían la gente y caballos. Visto esto, el gobernador mandó a los de caballo que se apeasen y les acometieran a pie. El contador se apeó con ellos, y ansí los acometieron, y todos entraron a vueltas a la laguna, y ansí les ganamos el paso. En esta revuelta hubo algunos de los nuestros heridos, que nos les valieron buenas armas que llevaban; y hubo hombres este día que juraron que habían visto dos robles, cada uno de ellos tan grueso como la pierna por bajo, pasados de parte a parte de las flechas de los indios; y esto no es tanto de maravillar, vista la fuerza y maña con que las echan; porque yo mismo vi una flecha en un pie de un álamo, que entraba por él un geme. Cuantos indios vimos desde la Florida aquí, todos son flecheros; y como son tan crescidos de cuerpo y andan desnudos, desde lejos parescen gigantes. Es gente a maravilla bien dispuesta, muy enjutos y de muy grandes fuerza y ligereza.(Cabeza de Vaca)

(*) Florida, desde su descubrimiento por Juan Ponce de León (1513), recibió numerosísimas expediciones españolas sin ningún éxito, hostigados por los elementos naturales y por los nativos, hasta el asentamiento definitivo realizado por Menéndez de Avilés, en los diez años que ejerció el cargo de gobernador y adelantado de la Florida (1564-1574).

(*) Durante su larga expedición norteamericana Cabeza de Vaca recorrió las tierras de muchas tribus indias. Entre las que trató y las de zonas adyacentes estaban los calusa y timucua (Florida), chatot, mobile, biloxi, choctaw, chitimacha (desembocadura del Misisipi), natchez, atakapa, karankawa, tonkawa (Texas), lipan, comanche, mescalero (Nuevo México), chiricahua (Arizona), apaches occidentales, pima y papago.

Cronistas de Indias. Javier Marías:
[...] pues existe una excelente línea de prosa narrativa que sin embargo nuestros canonizadores -los críticos y los profesores- desprecian y consideran literatura episódica o marginal. Los estudiantes apenas la conocen y su vigencia no se cuida como se debiera. A veces pienso que si Francia o Inglaterra contaran en sus letras con el equivalente de algunos de nuestros cronistas de Indias o nuestros escritores autobiográficos, no oiríamos hablar de otra cosa. Y en cambio, ¿quién lee hoy al extraordinario Bernal Díaz del Castillo o a Alvar Núñez Cabeza de Vaca o la Jornada de Omagua? ¿Quién la Vida del capitán Alonso de Contreras o la del duque de Estrada o la de Torres Villarroel? Todos estos autores escribieron obras maestras narrativas, pero al no ser novelas sino crónicas y memorias, nuestro mundo universitario y los responsables de la educación las dejan de lado. Contaba Landero, profesor de instituto, lo difícil que le resulta encontrar en nuestra literatura textos para iniciar a los chicos: no hay un Dumas, un Verne, un Stevenson, un Kipling, un Salgari ni un Poe. A los chicos se les da el Quijote y se aburren, a Galdós no lo aguantan, quizá sólo alguna novela descuidada pero divertida de Baroja. Es una lástima y un obstáculo más a la hora de invitar a los jóvenes a la lectura. Resultaría extravagante irse hasta el siglo XVI para dar con un buen cebo, pero yo aseguro a cualquier adolescente que si lee los Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca se divertirá tanto (o casi) como con Los tres mosqueteros. Y si no que lo diga el mayor entusiasta de esta novela en España, que ocupa la página anterior a esta. (Javier Marías)

Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Naufragios:
[...] dejé proveído y mandado a los pilotos que si el Sur, con que allí suelen perderse muchas veces los navíos, ventase y se viesen en mucho peligro, diesen con los navíos de través y en parte que se salvase la gente y los caballos; y con esto yo salí, aunque quise sacar algunos conmigo, por ir en mi compañía, los cuales no quisieron salir, diciendo que hacía mucha agua y frío y la villa estaba muy lejos; que otro día, que era domingo, saldrían con el ayuda de Dios, a oír misa. A una hora después de yo salido la mar comenzó a venir muy brava, y el norte fue tan recio que ni los bateles osaron salir a tierra, ni pudieron dar en ninguna manera con los navíos al través por ser el viento por la proa; de suerte que con muy gran trabajo, con dos tiempos contrarios y mucha agua que hacía, estuvieron aquel día y el domingo hasta la noche. A estar hora el agua y la tempestad comenzó a crecer tanto, que no menos tormenta había en el pueblo que en la mar, porque todas las casas y iglesias se cayeron, y era necesario que anduviésemos siete u ocho hombres abrazados unos con otros para podernos amparar que el viento no nos llevase; y andando entre los árboles, no menos temor teníamos de ellos que de las casas, porque como ellos también caían, no nos matasen debajo. En esta tempestad y peligro anduvimos toda la noche, sin hallar parte ni lugar donde media hora pudiésemos estar seguros. Andando en esto, oímos toda la noche, especialmente desde el medio de ella, mucho estruendo y grande ruido de voces, y gran sonido de cascabeles y de flautas y tamborinos y otros instrumentos, que duraron hasta la mañana, que la tormenta cesó. En estas partes nunca otra cosa tan medrosa se vio; yo hice una probana de ello, cuyo testimonio envié a Vuestra Majestad. El lunes por la mañana bajamos al puerto y no hallamos los navíos; vimos las boyas de ellos en el agua, adonde conocimos ser perdidos, y anduvimos por la costa por ver si hallaríamos alguna cosa de ellos; y como ninguno hallásemos, metímonos por los montes, y andando por ellos un cuarto de legua de agua, hallamos la barquilla de un navío puesta sobre unos árboles, y diez leguas de allí, por la costa, se hallaron dos personas de mi navío y ciertas tapas de cajas, y las personas tan desfiguradas de los golpes de las peñas, que no se podían conoscer; halláronse también una capa y una colcha hecha pedazos, y ninguna otra cosa paresció. Perdiéronse en los navíos sesenta personas y veinte caballos. Los que habían salido a tierra el día que los navíos allí llegaron, que serían hasta treinta, quedaron de los que en ambos navíos había. Así estuvimos algunos días con mucho trabajo y necesidad, porque la provisión y mantenimientos que el pueblo tenía se perdieron y algunos ganados; la tierra quedó tal, que era gran lástima verla: caídos los árboles, quemados los montes, todos sin hojas ni yerbas. Así pasamos hasta cinco días del mes de noviembre, que llegó el gobernador con sus cuatro navíos, que también habían pasado gran tormenta y también habían escapado por haberse metido con tiempo en parte segura. La gente que en ellos traía, y la que allí halló, estaban tan atemorizados de lo pasado, que temían mucho tornarse a embarcar en invierno, y rogaron al gobernador que lo pasase allí y él, vista su voluntad y la de los vecinos, invernó allí. Dióme a mí cargo de los navíos y de la gente paraque me fuese con ellos a inventar al puerto de Xagua, que es doce leguas de allí, donde estuve hasta 10 días del mes de febrero.

Cómo el gobernador vino al puerto de Xagua y trujo consigo a un piloto (Capítulo II):
En este tiempo llegó allí el gobernador con un bergantín que en la Trinidad compró, y traía consigo un piloto que se llamaba Miruelo; habíalo tomado porque decía que sabía y había estado en el río de las Palmas, y era muy buen piloto de toda la costa del Norte. Dejaba también comprado otro navío en la costa de la Habana, en el cual quedaba por capitan Alvaro de la Cerda, con cuarenta hombres y doce de caballo; y dos días después que llegó el gobernador, se embarcó, y la gente que llevaba eran cuatrocientos hombres y ochenta caballos en cuatro navíos y un bergantín. El piloto que de nuevo habíamos tomado metió los navíos por los bajíos que dicen de Canarreo, de manera que otro día dimos en seco, y así estuvimos quince días, tocando muchas veces las quillas de los navíos en seco, al cabo de los cuales, una tormenta del Sur metió tanta agua en los bajíos, que pudimos salir, aunque no sin mucho peligro. Partimos de aquí y llegados a Guaniguanico, nos tomó otra tormenta, que estuvimos a tiempo de perdernos. A cabo de Corrientes tuvimos otra, donde estuvimos tres días; pasados éstos, doblamos el cabo de Sant Antón, y anduvimos con tiempo contrario hasta llegar a doce leguas de la Habana; y estando otro día para entrar en ella, nos tomó un tiempo de sur que nos apartó de la tierra, y atravesamos por la costa de la Florida y llegamos a la tierra martes 11 días del mes de abril, y fuimos costeando la vía de la Florida; y Jueves Santo, surgimos en la mismarcosta, en la boca de una bahía, al cabo de la cual vimos ciertas casas y habitaciones de indios.

Capítulo XII:
[...] acordamos de tornarnos a embarcar y seguir nuestro camino, y desenterramos la barca de la arena en que estaba metida, y fue menester que nos desnudásemos todos y pasásemos gran trabajo para echarla al agua, porque nosotros estábamos tales, que otras cosas muy más livianas bastaban para ponernos en él; y así embarcamos, a dos tiros de ballesta dentro en la mar, nos dio tal golpe de agua que nos mojó a todos; y como íbamos desnudos y el frío que hacía era muy grande, soltamos los remos de las manos, y a otro golpe que la mar nos dio, trastornó la barca; el veedor y otros dos se asieron de ella para escaparse; mas sucedió muy al revés, que la barca los tomó debajo y se ahogaron. Como la costa es muy brava, el mar de un tumbo echó a todos los otros, envueltos en las olas y medio ahogados, en la costa de la misma isla, sin que faltasen más de los tres que la barca había tomado debajo. Los que quedamos escapados, desnudos como nascimos y perdido todo lo que traíamos, y aunque todo valía poco, para entonces valía mucho. Y como entonces era por noviembre, y el frío muy grande, y nosotros tales que con poca dificultad nos podían contar los huesos estábamos hechos propria figura de la muerte.

Del Atlántico al Pacífico:
Los españoles habían establecido una frontera en el sur de América del norte. Lo hicieron avanzando hacia el oeste desde Florida y hacia el norte desde México, que había sido sometido por Hernán Cortés en 1521. El extraordinario momento en que ambas líneas se unieron tuvo lugar en 1536, cuando un destacamento de españoles en busca de indios que esclavizar en el norte de México se topó con un extraño grupo de cuatro personas que se les acercó vacilante: un negro y tres blancos, vestidos con harapos y seguidos por seiscientos indios. El negro era un esclavo africano llamado Esteban y el blanco que los dirigía, un andaluz que atendía por Alvar Núñez Cabeza de Vaca, superviviente de una desastrosa entrada en Florida cuyos miembros habían sido derrotados por los indios cerca de Tallahassee. Cabeza de Vaca y los españoles que quedaron con vida habían emprendido a continuación un viaje hacia el oeste en balsas improvisadas, a lo largo de toda la costa septentrional de América, hasta llegar al actual Galveston, en Texas, donde fueron capturados y esclavizados por los indios. Cabeza de Vaca, un hombre de recursos inagotables, se las ingenió para convencer a sus captores de que era un hombre medicina, consiguió cierto grado de libertad y, en 1534, reemprendió viaje con sus compañeros -que eran los únicos supervivientes de una fuerza originaria de trescientos hombres- con la intención de llegar a Ciudad de México. Por el camino consiguieron reunir un séquito de indios haciéndose pasar por hombres sagrados, curanderos. Tras dos años caminando hacia el oeste se habían constituido en una especie de culto religioso ambulante, y entraron en la historia como los primeros europeos que cruzaron América del Norte, desde el Atlántico hasta el Pacífico, casi doscientos cincuenta años antes que Lewis y Clark. (R.Hughes)


Gobernador del Río de la Plata:
Cabeza de Vaca había obtenido la gobernación del Río de la Plata, vacante por la muerte de Mendoza, y partió de Cádiz (1540) llegando a las costas del Brasil y luego a la isla de Santa Catalina, el 29 de marzo de 1541. Allí se enteró de la muerte de Ayolas, de la fundación de La Asunción y del gobierno de Martínez de Irala, resolviendo ir por tierra a aquella ciudad. Envió por delante a Pedro Dorantes y con su hueste y dos franciscanos que se le unieron atravesó las selvas brasileñas de la provincia de Vera, entró en el país de los guaraníes, alcanzó las orillas del Paraná y contempló las cataratas Iguazú. Acondicionó en balsas a los enfermos, para que fueran por el río, y él continuó por el Paraguay, entrando en La Asunción el 11 de marzo de 1542. Irala, que había desempeñado interinamente el mando, lo cedió a Cabeza de Vaca. Por su espíritu autoritario, su afán de mando y sus órdenes para hacer cumplir las leyes y moralizar la población, empezó a perder adeptos. Organizó algunas expediciones, pacificó a los agaces, castigó a los guaicures y condenó a muerte al cacique Aracaré. Mandó a reedificar La Asunción después de un incendio. Su enérgico gobierno le atrajo la enemistad de los oficiales reales y de los franciscanos Armenta y Lebrón, que recogiera en Santa Catalina, pero el principal instigador del odio hacia Cabeza de Vaca era Irala, contra quien no procedió por serle necesarios sus servicios. Dejando en La Asunción a Juan de Salazar, su fundador, partió el 8 de septiembre de 1543, y dos meses después llegó al puerto de los Reyes y se internó en el Chaco; pero sus enemigos Irala y Cáceres le obligaron a regresar a La Asunción donde, el 25 de abril de 1544, estalló un motín y fue destituido y puesto en prisión. Un año permaneció encarcelado y sometido a juicio, víctima de su excesiva autoridad y espíritu de disciplina que no podían aceptar aquellas gentes relajadas y rencorosas. El 8 de marzo de 1545 fue embarcado en la carabela Comuneros y enviado a España con Salazar y Estopiñán, bajo la vigilancia de Alonso de Cabrera y otros enemigos suyos. En la travesía, enloqueció Cabrera y puso en libertad a Cabeza de Vaca, quien desde las Azores, regresó a España con sus compañeros. Fallado el proceso instruido por el Consejo de Indias contra Cabeza de Vaca, fue condenado a destierro en Orán y a otras penas. Indultado a los ocho años, fue nombrado juez de Sevilla, donde murió (1560).


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