Cine
Víctor Erice
El espíritu de la colmena



Ana saltando la hoguera El espíritu de la colmena:
Cuando en el Festival de Cine de San Sebastián del año 1973 por primera vez un filme español, El espíritu de la colmena, obtiene la Concha de Oro, el interés de público y crítica súbitamente despierta, como si después de muchos años hubiese nacido un prodigio visual que parecía no llegar nunca, teniendo en cuenta la crisis económica y creativa por la que atravesaba la cinematografía española. El espíritu de la colmena se convertía, de ese modo, en algo así como el final y el principio de la vieja historia del cine en España, en la sugerente culminación de generaciones y generaciones afanadas en la conquista de una nueva dimensión cinematográfica y en el punto de inicio de anhelos venideros. Algo inexplicable e inexplicado que, sin embargo, hace de la película una obra intemporal, irrepetible, que conecta con todos y cada uno de los sueños que rinden culto al poder ineludible del cine. A la vista de todo ello, un hecho que además sorprendía profundamente era que tan hermoso sentimiento fuera fruto de la imaginación de quien apenas sí había demostrado la experiencia fílmica suficiente, como para creer que podría lograr una película tan ambiciosa como eterna.

Los espíritus molestan a los niños malos. Plano secuencia ante el espejo según se deduce de las miradas hacia el exterior del campo[Víctor Erice:]
Diplomado de la E.O.C., donde inicia una efímera carrera como cortometrajista, desarrolla su carrera cinematográfica preferentemente como critico de cine («Nuestro Cine», «Cuadernos de Arte y Pensamiento»), con alguna tímida incursión al campo del guión (El próximo otoño, Oscuros sueños de agosto). Hasta el año 1969 no lleva a cabo su primera experiencia como realizador de largometrajes. En realidad ni siquiera llegaba a eso, pues la película, Los desafíos, era una combinación, en cierto modo coherente, de tres «sketchs», dirigidos conjuntamente por Claudio Guerín, José Luis Egea y el propio Erice. No obstante, la acogida del filme fue aceptable, así como las opiniones suscitadas en torno a él, que elogiaban la originalidad e imaginación que sus imágenes dejaban entrever. Luego Víctor Erice se oculta silenciosamente en el campo del cine publicitario, hasta que en 1973 se decide por fin a dirigir el primer largometraje íntegramente suyo, basado en una historia que él mismo idea y escribe con Angel Fernández Santos. Curiosamente, tan efímera aparición profesional le bastaría para inscribir su nombre en la particular leyenda del cine español; y su película, El espíritu de la colmena, entre las más logradas de su historia, junto a contados títulos de los años 50 y 60, circunstancias ambas que habrían de continuar inalterables, aun a pesar de los diez años de inactividad de Erice, voluntariamente alejado del cine hasta que El Sur (1983) le marcó en su reloj detenido la ansiada hora de volver.

En el cine: ficción y realidad. ¿Cómo sabes que él no muere? Porque en el cine todo es mentira. Es un truco. Además yo lo he visto a él vivo. Tal vez lo más sugerente de El espíritu de la colmena sea el enigmático sentido de la vida que plantea; desde la inquietud despierta y anhelante de la infancia hasta el hermetismo entre sombrío y callado de la madurez. Y todo ello enredado en un círculo cerrado, en una colmena donde sus habitantes se agitan dentro de ella, como si nada existiera en el abismo exterior. De este modo los miembros de la familia: Fernando, Teresa e Isabel, viven y crecen refugiados férreamente en si mismos. Sólo Ana, la hija más pequeña, siente la emoción del asombro, de la búsqueda de cuanto hay más allá. Sus ojos, mágicos y profundos, son como linternas indagando en el clamor de la oscuridad. Tal vez por eso queda fascinada por ese «monstruo» de la pantalla, por ese fantasma onírico de carne y hueso que, tanto en la ficción como en la realidad, los demás persiguen a muerte, como en un acto simbólico con el que se intenta poner fin a las fantasías de Ana. Sin embargo, Ana no vive sola su experiencia, a la vez infantil y adulta.

Aguardando la llegada del tren De su complejo mundo, movido por el ansia de saber dónde habita y por qué muere el espíritu de las cosas, salen como rayos invisibles que, inconscientemente, lo unen con el universo íntimo de los suyos. Así, sus miedos y temores echan raíz en el pensamiento de su hermana; su sentido de la vida y de la muerte es como una prolongación real de ese poder, a veces hermoso a veces mortal, que su padre le enseña en las setas; y la aparición súbita del tren, del cual emana el personaje conductor de los anhelos de su madre, el que lleva esas cartas cargadas de amor y nostalgia. De este modo, además, el paisaje desértico y quebrado de los elementos que juegan en la acción («Don José», las abejas, las cartas, las setas, el tren) y los personajes que alientan el relato (la maestra, el fugitivo, Frankenstein, la familia de Ana, ella misma), son todos seres y objetos que viven encadenados entre sí, relacionados en el tiempo y en el espacio, en un todo continuo del que sólo es posible salir, como Frankenstein o el fugitivo, a través de la muerte que conduce la libertad que los demás niegan.

La casa donde Isabel dice que mora el espíritu Esos son el sentimiento y la historia de Víctor Erice; un relato lleno de oscuridad y de luz, que él expresa en un tono tan poético que hasta el drama y la tragedia parecen hermosos. Esa es su película, una fascinante muestra del poder de la imagen, al que sin duda contribuye la espléndida iluminación de Luis Cuadrado y la mirada sobrecogedora de Ana Torrent; un filme, en suma, con el cual Víctor Erice logra crear una atmósfera entre inadvertida y serena, entre crepuscular y emotiva, en que parece sumida la eterna España de los sueños desvanecidos.
Autor:

Ana en el desayuno Figuras aisladas:
Entre tantas situaciones de figuras solitarias en espacios vacíos, la silenciosa escena del desayuno es la única que reúne a la familia. Padres e hijas son mostrados de uno en uno sin nadie a su lado. La disposición de las figuras en la mesa no se define en términos precisos. El silencio acentúa la falta de proximidad. Las miradas de los adultos son indirectas, no correspondidas y serias. Las miradas cómplices de las niñas excluyen a los padres. La aparición del reloj es una estratagema de adulto para responsabilizar a una de las niñas.

Frankenstein de Whale La ficción que muestra el cine:
La aventura de Ana no nace de un choque o enfrentamiento con los padres, sino del deseo de saber y conocer a que se ve arrastrada tras el contundente impacto de la ficción cinematográfica (de ahí que, constantemente se remita a ella). De todas formas, es evidente que el vacío familiar dejado por los padres propicia y estimula la búsqueda del Espíritu. En este punto de partida, el filme remarca, no la relación del padre con el monstruo, sino con su creador (si bien el "reflejo prometeico" del apicultor/intelectual está desposeído del fervor y rebeldía de éste). La oposición del creador con el monstruo encuentra su reflejo en la relación del padre con sus hijas, pues, en ambos, su empeño obsesivo las aparta de sus semejantes (desprotección, irresponsabilidad en términos afectivos, incomunicación). (M.A.Lomillos)

El espíritu de la colmena Ana toma conciencia de sí misma después de su experiencia cinematográfica, que para ella resulta absolutamente esclarecedora a partir del momento en que decide asimilar el conocimiento que ha adquirido en el cine rompiendo la dependencia que tiene respecto a sus padres, a su hermana y a la sociedad (la colmena) en la que vive. Zunzunegui hace especial hincapié en la importancia que tiene el cine en la transformación de Ana: "A través del aprendizaje que realiza mediante el cine, a través de los símbolos usados en la pantalla, Ana accede a una iluminación susceptible de abrir un profundo y exaltante abismo, en cuyo fondo se vislumbra la posibilidad de 'otro sentido' de las cosas y del mundo". Este viaje en busca del yo (liberación de la alienación) ha sido representado por Erice por medio de unas imágenes primordiales (tan cargadas de contenido como el fotograma de El doctor Frankenstein, de Whale, que, según Erice, contiene todo lo que se puede contar) que en general se sitúan en un terreno común al de la pintura descriptiva de los cuatro pintores mencionados; porque las escenas que Angel Fernández Santos llama "ámbitos emocionales" o "acordes", y Víctor Erice "unidades poéticas", también podemos denominarlas instantes, lo que nos permite profundizar aún más en la relación que existe entre su cine y la pintura. (R.Cerrato)

Isabel fingiendo Experiencia poética:
Quizás sea más oportuno hablar antes de experiencia poética que de poesía, es decir, de ese trance en el cual, tanto el lector de un poema como el espetador de una película, se sienten conmovidos por un sentimiento difícil de definir; pero que identifican como algo común. En ese trance, y por lo que al cine -cierta clase de cine- se refiere, la poesía surge en la pantalla de una forma no buscada de antemano, imprevista, suspendiendo la representación o la progresión de la historia, para dar lugar a uno de esos momentos donde el lenguaje es, simultáneamente, flecha y herida. Flecha capaz de romper el velo -la ilusión- de la realidad; herida que nos toca el corazón porque acierta a mostrar lo que no se percibe a primera vista, pero que alguna vez, como en un sueño perdido -el de nuestra vida anterior-, hemos vislumbrado. En esos momentos epifánicos el cine se desprende de todo su exceso de competencias y servidumbres, escapa gloriosamente de la novela (la narración), el teatro (la representación) o el periodismo (la actualidad), para retornar al tiempo de los orígenes. O lo que es igual: para ser únicamente ojo que ve, vida que vive, revelación. (Fragmento de una presentación de Víctor Erice, 1995)

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