La Balada del viejo marinero:
Comentario de Harold Bloom:
Y entonces vinieron juntas bruma y nieve, Recibimos la soberbia fantasmagoría mediada por el poco imaginativo marinero, que, si bien ve y describe de maravilla, rara vez sabe qué está viendo. Esto es deliberado: dependemos del marinero, un literalista a la deriva en lo que Coleridge llamó «una obra de imaginación pura». El desdichado narrador se transforma en precoz defensor de lo que hoy damos en llamar ecología:
Reza mejor quien mejor ama Tal es la moraleja en el enfoque del marinero; puesto que está desquiciado y es un monomaniaco, no hace falta identificarlo con Coleridge. Y en esto, en realidad, tenemos el apoyo del propio autor. Cuando la señora Barbauld, celebrada bluestocking (o predecesora de la crítica feminista), objetó a Coleridge que al poema le faltaba una enseñanza moral, él ofreció esta brillante respuesta: Le dije que en mi opinión al poema le sobraba moral; y que su único o principal defecto, si puedo llamarlo así, era la evidente imposición al lector del sentimiento moral como principio o causa de acción en una obra de imaginación pura. No debería haber puesto más moraleja que la que hay en ese cuento de Las mil y una noches en que un mercader está sentado junto a un pozo, comiendo dátiles, y echa los huesos a un lado, hasta que de pronto, ¡zas!, aparece un genio y le dice al mercader que debe matarlo, porque, al parecer, uno de los huesos de dátil le ha vaciado un ojo a su hijo. Bien, ese sí que es un crimen verdaderamente gratuito, y uno siente que, treinta años después de haber escrito su gran poema, Coleridge lo hubiera hecho aún más maligno. De todos modos, es de una malignidad sublime, si es que leemos confiando en el relato y no es el viejo narrador. Aunque no matemos albatros ni arrojemos por ahí huesos de dátil, todos iremos al infierno en la nave de la muerte:
En un candente cielo cobrizo, Si comparan ustedes estas cuatro estrofas con las dos referidas al hielo esmeralda que cité antes, verán que la tripulación está claramente peor, aunque todo es relativo. Un cosmos de hielo fulgurante ya es bastante infernal, aunque le falte el lóbrego brío de: «viscosas criaturas con patas/se arrastraban por el viscoso mar». Propongo que el marinero y el poema mismo ya eran entidades harto compulsivas antes de que él matara al amable albatros. Lo que el lector no dejará de aprehender es que desde el comienzo estamos ciertamente ante un poema de «imaginación pura», de modo que todo el viaje es visionario. Pero ¿por qué el viejo marinero mata al humanizado albatros? Se mantiene siempre en una pasividad desconcertante, no menor cuando comete el crimen. Sólo lleva a cabo dos acciones más: beber su propia sangre para exclamar que ha visto una nave y, más adelante, proferir una única bendición. El marinero nos trae a la mente el Lemuel Gulliver de Swift y el Robinson Crusoe de Defoe; como ellos, parece un observador muy preciso, pero carente de afecto y sensibilidad. En una época yo creía que el crimen gratuito del protagonista de Coleridge era un intento desesperado por establecer una personalidad, pero ya no encuentro pruebas para un enfoque tan «modernista». A fin de cuentas, al final del poema el hombre no ha amplificado su sentido de identidad. Es una máquina de dictar que repite siempre la misma historia. Como observó más tarde Coleridge, no hay en el poema moraleja alguna y no debería haberla. Por eso tampoco se aclaran los motivos del asesinato del albatros. Por mi parte, insto al lector a no bautizar el poema: no trata del pecado original ni de la caída del hombre. Esas figuras implican las nociones de desobediencia y depravación pero la Balada del viejo marinero no es El paraíso perdido. En el tono distante que mantiene el poema de Coleridge es muy shakespeariano, mientras que el lenguaje visionario muestra ciertas afinidades con la balada de «Tom O’Bedlam»:
La errante luna subía al cielo ● Las estrofas precedentes no son sólo la resolución de la Balada del viejo marinero (en la medida en que la tiene), sino el efecto poético más fuerte que alcanzó Coleridge. Hasta entonces exasperantemente estólido, el marinero se siente tan conmovido por la belleza y la aparente felicidad de las serpientes marinas que las bendice, y en el acto se libera en la medida de lo posible de la maldición que pesa sobre él. Cuando haya disfrutado de la intrincada suma de rareza y hermosura que ofrece la Balada, el lector comprensivo emergerá de este oscuro viaje con una sensación mayor de libertad, otra de las razones de que debamos leer. (Harold Bloom) ● Fascinación del mar, pletórico como es de tantos y tantos misterios, de zoologías quiméricas, de increíbles geografías submarinas, de temerosas historias y trágicas leyendas sin fin, tan capaces de desarmar la incredulidad, como decía el poeta inglés Samuel T. Coleridge. (Néstor Luján)
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